LA PRIMERA VEZ

Ahí estaba otra vez, Jesús lo vio llegar desde el camino de tierra que llevaba hasta su casa. Tocaba el timbre, le abría Rosario, la empleada con su uniforme blanco inmaculado, le sonría, le hacía pasar. Incluso llevaba un maletín marrón parecido al que llevaban los médicos hace años. El fisioterapeuta de su madre. ¿de verdad alguien se creía esa farsa? Desde luego él no.  Jesús permaneció en el jardín, intentando decidir si entrar y hacerle frente a su madre de una vez por todas o no. Era por el accidente, decía ella, aseguraba tener unos dolores de espalda terribles, las cervicales, incluso las piernas… Jesús conocía muy bien la historia de ese accidente, a su madre no le pasó nada, llevó un collarín un tiempo, si hizo daño en una rodilla, pero eso fue todo, el coche acabó mucho peor. Pero eso el señor de la casa no lo sabía, aún no formaba parte de sus vidas entonces, y desde luego no iba ser Jesús quien le contara la verdad.

Decidió que era mejor darse una vuelta un rato. Aún llevaba a cuestas la mochila con sus libros, y el cielo estaba gris, pero prefería perderse un par de horas a tener que enfrentarse a su madre. Se acercó al cobertizo, cogió su bicicleta y se alejó por el mismo camino de piedras blancas por el que acababa de llegar a la casa. Era un chalé enorme, con un jardín de unos dos mil metros cuadrados cuidado con esmero por dos jardineros. La primera vez que la vio Jesús pensó que era una mansión, y cuando preguntó a su madre “¿ahora ya somos ricos?” como ella solía asegurarle que serían algún día, recibió un coscorrón de su progenitora sin entender por qué. Era la casa de los sueños de cualquiera, con piscina, un yacusi, varios salones amplios decorados con sobriedad y elegancia. Una casa envidiable, al menos por fuera. Dentro, era otra cosa. Y en los últimos ocho años de su vida, Jesús había tenido más de una ocasión para comprobarlo. Mientras se alejaba a toda velocidad por la carretera solitaria de la urbanización de lujo en la que vivía, pensaba en eso. Pensaba que en el fondo no culpaba a su madre. ¿Quién querría estar casada con ese viejo demonio? La odiaba por haberlo hecho, y la odiaba aún más cuando decía que lo hacía por él. Su piso minúsculo en la ciudad nunca le había importado, ahí tenía amigos, ahí no se había sentido un friki desencajado, ahí no había tenido que fingir que no escuchaba o que no veía, ni había tenido que tragarse su orgullo y obedecer al viejo con sus caprichos cada vez que se le antojaba ir de padre estricto. “Voy a enseñarte como se educa a un niño” le decía su madre, “a mí no me tomas el pelo como a tu madre, jovencito, yo sé muy bien de qué vas…”

Pedaleó con rabia en la bicicleta durante más de una hora, alejándose de todo aquello. Cuando se percató de que empezaba a llover decidió que era mejor volver. Pero no era su día de suerte, a mitad de camino la lluvia ligera se convirtió en un chaparrón de esos que salen de la nada y no dan tregua. Aceleró para llegar antes, pero entonces la bici derrapó en el barro que se formaba a gran velocidad, y calló al suelo. Para entonces ya estaba completamente empapado, por lo que llenarse de barro no empeoraba mucho su situación. Lo que si fue un fastidio fue que el eje de la rueda delantera se dobló, lo que hacía imposible volver a subirse a ella. Después de maldecir su suerte un rato, Jesús arrastró la bici y su mochila como pudo entre el barro y la tormenta, que no hacía más que empeorar, y se metió en una caseta de obra abandonada que los jardineros a veces usaban para guardar maquinaria. Dejó caer la bici y la mochila embarrada, hizo amago de limpiarse o escurrir parte de la humedad y el barro de su ropa, pero se dio por vencido enseguida, y se dejó caer en una esquina aguardando a que la tormenta amainara.

No debían haber pasado ni diez minutos, cuando el ruido de la puerta metálica de la caseta lo sorprendió con su estruendo, y un joven empapado entró el espacio reducido maldiciendo. —Joder, me cago en la ostia—. Era él. El supuesto fisio de su madre, que al igual que Jesús dejó caer su bolsa de cuero mojada en el suelo y comenzó a sacudir su ropa. Ya lo había visto otras veces, aunque nunca desde tan cerca. No le pareció tan alto como cuando lo veía junto a Rosario, que era una mujer muy pequeña. La piel morena, ojos oscuros, rasgos finos, con una mandíbula marcada. Con el pelo mojado y revuelto, no tan repeinado como solía llevarlo, parecía más joven… y atractivo, como los galanes de las telenovelas latinoamericanas. —¡Mierda, joder! —soltó cuando se giró y descubrió a Jesús sentado en la esquina de la caseta. —Perdona… no te había visto—. Hablaba de una forma curiosa, usando expresiones españolas, aunque se le notaba el acento latino, como si se hubiese esforzado mucho por perderlo, pero en momentos como ese, de tensión o sorpresa, se le escapaba su forma de hablar originaria. —creía que no había nadie… — siguió, y se rio de sí mismo. Jesús rio con él y luego se preguntó por qué lo había hecho. —La que está cayendo ¿eh? — insistía en rellenar el silencio a pesar de que Jesús no le hablaba, solo sonreía como un tonto. —¿Se te ha roto ahora? — preguntó viendo la bici tirada a su lado.

                —He resbalado…

                —Vaya… ¿Te has hecho daño? —preguntó con preocupación sincera.

                —No… estoy bien…

                Entonces se quitó el jersey de lana gris que llevaba quedándose en camiseta —joder… se me han mojado hasta los gayumbos —siguió bromeando, mientras escurría el jersey empapado y Jesús fue más consciente que nunca de su presencia, de los músculos de sus brazos que se tensaban al retorcer la tela entre sus manos, de las gotas de agua que caían de su melena negra mojando su camiseta celeste, los pantalones negros ajustados, y por un instante miró a su entrepierna y adivinó el bulto en sus pantalones, y al instante sintió vergüenza y notó el calor que se extendía por sus mejillas y retiró los ojos fijándolos en la pared de enfrente. —Deberías quitarte esa ropa mojada, chaval, vas a enfermar…

                Y por alguna razón le molestó su paternalismo.

                —Eres el masajista de mi madre ¿verdad?

                El joven le clavó la mirada, y guardó silencio un instante como si intentara descifrarlo. —Si, eso… —dijo poco convencido. De golpe parecía incómodo.

                —¿Te molesta que lo pregunte?

                —No… es que, cuando tu madre hablaba de su hijo, creía que se refería a un niño pequeño, no te había imaginado tan grande… —volvió a reír, como si fuese su objetivo entretenerlo.

                De pequeño cuando pensaba en la gente que se dedicaba a la prostitución los imaginaba diferentes, drogadictos, delincuentes con pinta de peligrosos, o muy pobres vestidos en harapos a los que no les quedaba otra cosa que venderse para poder comer algo caliente. Él no era así para nada, se le veía sano, joven, bien vestido. Parecía una persona normal, alguien con quien podrías cruzarte en un supermercado o una tienda y jamás sospecharían a lo que se dedican.

                —Sé para qué vienes en realidad —Jesús se sorprendió de su propia audacia.

                El joven latino se lo quedó mirando con gesto serio, —¿Qué onda? ¿de qué coño vas, niñato…?

                —No me importa… —le interrumpió —no es asunto mío…

                Los dos se quedaron mirándose a los ojos en silencio. —No sé qué película te has montado, pendejo…

                —Ya te he dicho, me da igual… no voy a decir nada. —Siguieron mirándose un rato más en silencio, luego él apartó la mirada y volvió a fijarla en la lluvia. A Jesús le daba vergüenza mirarle, pero aun así no podía evitar que los ojos se desviaran en su dirección una y otra vez. La lluvia seguía cayendo como una cortina continua de agua sin pausa, haciendo imposible pensar en escapar de la caseta. Jesús le daba vueltas a una idea, y solo pensar en ello hacía que le sudaran las manos. Evaluó las posibilidades, podía salir bien, o él podía darle una paliza. El corazón le ametrallaba el pecho, notaba el rostro ardiendo, aun así, se lanzó —¿Cuánto cobras?

                El moreno volvió a mirarlo y empezó a reírse —Estás de coña… ¿Cuántos años tienes, pendejo?

                —Dieciocho, soy mayor de edad…

                El joven volvió a reírse a carcajadas, como si le hubiesen contado un chiste —No funciona así ¿te enteras?

—¿Y cómo funciona? Tengo dinero, puedo pagarte…

—Hay que joderse con el niñato — añadió ofendido —y no me van los tíos…

                Jesús bajo la mirada avergonzado —Perdona… —dejó escapar casi en un susurro. Y por un rato solo se escuchó el ruido del agua golpeando el tejado de la caseta con fuerza.

                —¿Qué es? ¿algún tipo de fetichismo…? ¿tienes complejo de Edipo o algo de eso?

                —¿Qué? No…

                —¿Quieres follarte al tío que se folla a tu madre?

                Que lo dijera de forma tan cruda volvió a avergonzarle. Se quedó mirando al suelo, intentando evitar su mirada. —Da igual, olvídalo…

                Él encendió un pitillo y empezó a fumar, luego le ofreció uno a Jesús, que rechazó, nunca había fumado, una más de las cosas que jamás había probado. —Tu madre no sabe nada de lo tuyo ¿no? ¿y tu padre?

                —No es mi padre — se apresuró en corregir.

                —Vale, vale…

                —No se lo he contado a nadie.

                —¿A nadie? ¿ni a un amigo?

                —No tengo muchos… no… —y casi sintió más vergüenza de admitir que no tenía un solo amigo al que contarle algo personal.

                Otra vez silencio.

                —Ciento cincuenta.

                —¿Tanto? —el hombre volvió a reírse. Jesús revisó su cartera, aunque sabía que nunca llevaba tanto efectivo encima —no llevo tanto, pero puedo pagarte el resto otro día… no voy a timarte ni nada…

                —No soy un puto banco, pendejo.

                —Puedo darte mi móvil, vale mucho más…

                —¿Tan desesperado andas por un polvo?

                —Es que… después del verano iré a la universidad, en Londres. He entrado en una universidad muy buena, una de las mejores del mundo… —de pronto tenía ganas de hablarle, de que supiera algo más de su vida —y seguro que conozco a mucha gente nueva, ¿sabes? Y no… no quiero parecer un pardillo…

                —¿No lo has hecho nunca?

                Ya no le daba vergüenza admitirlo —No. No he hecho nada. Ni siquiera he besado a un chico.

                El joven moreno volvió a ocuparse de su pitillo, dando largas caladas mientras observaba la lluvia incesante. No debía llegar a los treinta, aunque cuando se ponía serio se veía más mayor, y se le arrugaban los parpados. Era un hombre guapo, mayor, fuerte, no como Jesús, que a menudos se sentía invisible, que nunca había sido deportista porque tenía asma, y pensaba que la mejor descripción de su cuerpo era: desorganizado, con pelos que aparecían en sitios raros, o faltaban donde debían estar, y una palidez y flacura que solían darle un aspecto enfermizo.

                —¿Cuánto llevas?

                A Jesús se le aceleró el corazón, buscó en su cartera y sacó los billetes y la calderilla que llevaba, por suerte aquel día tenía que comprar unos libros y como llegó tarde a la librería tenía aún los veinte euros extra que le había dado su madre esa mañana. Ya se le ocurriría algo luego —Cuarenta y seis euros.  —El moreno volvió a reír, aunque no como antes —puedo pagarte el resto la semana que viene, te lo juro… —y al oírse decirlo fue consciente de lo infantil que resultaba esa forma de hablar.

                Dio otra calada al cigarro y mientras exhalaba el humo gris preguntó —¿Qué quieres hacer?

                —Me gustaría aprender a hacer una mamada.

                El joven lo miró como si le hubiese sorprendido su osadía. Tiró el pitillo al suelo y lo aplastó con su bota —trae— dijo, cogiéndole el dinero de la mano, y ahora si que empezó a ponerse nervioso Jesús. El moreno guardó el dinero en su mochila, cerró la puerta del cobertizo, aunque era seguro que nadie pasaría por ahí, menos aún con la que estaba cayendo. Se desabrochó los pantalones con naturalidad y se sacó la polla, que era muy larga a pesar de estar más bien floja y caída, morena como su piel, y rodeada de un poco de vello oscuro. —¿Quieres tocarla? —invitó él. Jesús tragó saliva, no podía apartar los ojos, se acercó despacio, y y pasó sus dedos por encima, tocándola suavemente. —¿Te gusta? —preguntó él, y su voz sonó más sexi que antes, Jesús notaba ya la presión de su dureza en sus propios pantalones y la boca, que mantenía abierta, se le había secado. —Dale un beso — dijo él, dándole instrucciones —en la punta—. Jesús se puso de rodillas frente a él y obedeció, era más fácil si él lo decía primero. La besó. La piel se notaba suave en sus labios, cálida. — Ahora rodéala con la punta de la lengua — y lo hizo. Se había preguntado tantas veces a qué sabría, si le daría asco, pero no fue así, solo sabía a piel, y le gustó.  —lame el tronco… hacia abajo, eso… si… —ahora el jadeaba ligeramente, su polla dio un respigo, empezaba a estar más dura, aunque aún no del todo —con los labios y la lengua… sí, muy bien, sigue, de arriba abajo… mmm… si… —el sonido de su voz gimiendo era increíblemente excitante. Jesús estaba completamente empalmado, hacía rato que lo estaba, pero ahora era como si le ardiera la polla en los pantalones —cógela con la mano también… cuidado con los dientes… eso… si… —él le agarró del pelo ligeramente, sin hacerle daño, y el gesto le resultó increíblemente sexy. Se sentía sexi allí de rodillas lamiendo aquel pene largo que se endurecía cada vez más reaccionando a las caricias de su boca. —Venga ahora abre esa boquita, cachorro, abre bien, deja que entre un poco en tu boca, si… muy bien… —. Quería cogerla entera en su boca, pero no tardó en darse cuenta de que no le cabía, era demasiado grande. Su boca abierta en tensión no conseguía metérsela entera, pero solo pensar en lo que estaba haciendo resultaba increíblemente excitante. Casi sin pensarlo empezó a masturbarse por encima del pantalón, que estaba demasiado mojado. —Cógela con la mano… sí, así… con la boca y la mano… —él seguía dando instrucciones, y mientras seguía intentado succionar su polla, masturbándola entre su mano y su boca, su otra mano abría con torpeza la cremallera de sus vaqueros buscando con urgencia aliviar su necesidad. Y era tanta la ansiedad y la urgencia acumulada que su cuerpo apenas necesitó un poco de estímulo para entregarse por completo al orgasmo que ascendió por su cuerpo en espasmos, liberando el chorro de semen en su mano mientras su boca se esforzaba por no perder el ritmo de la succión, aunque ya casi era inútil pues no conseguía respirar apenas con la sensación intensa del orgasmo amplificándose en cada poro de su cuerpo. —¿Te has quedado a gusto? —preguntó él, intercambiando la mano de Jesús por la propia, aunque sin muchas ganas, como dando por hecho que así se zanjaba el asunto. Pero Jesús no quería que se quedara así, quería verlo disfrutar, quería que lo deseara.

                —¿Quieres hacérmelo? —le dijo aún de rodillas frente a su pene erecto.

                —¿El qué? ¿follarte?

                —Sí. Puedes follarme, si quieres.

                —¿Estás seguro? Te va a doler.

                —No importa. Quiero que lo hagas.

                Él se lo quedó mirándolo con un gesto serio, humedeciéndose los labios con la lengua sin dejar de acariciar su polla con la mano lentamente. Y supo que lo deseaba. Jesús se levantó, se quitó las capas de ropa mojada que cubrían su torso, se bajó los pantalones y los calzoncillos, dejándolos arrugados en sus tobillos, y volvió a quedar de pie frente a él, expuesto. Solo sentirse desnudo bajo su mirada hizo que volviera a endurecerse. Su respiración no podía ocultar la ansiedad ante la incertidumbre, mientras que él parecía estar evaluando la situación sin perderlo de vista. Entonces se giró para coger algo de su bolsa marrón, un bote de lubricante. Extendió un poco del gel transparente en su mano y lo untó con generosidad sobre su pene bajo la atenta mirada de Jesús. Su cabeza llena de incertidumbre, contradicciones entre el deseo y el miedo.

                Él lo giró con cierta brusquedad, y Jesús alcanzó a sujetarse con unas cajas amontonadas a su lado antes de caer con las piernas aun enredadas entre sus pantalones. Su mano fría hurgaba en su orificio como lo haría un médico, y Jesús notó que las piernas le temblaban ligeramente, no sabía si por el frio o por la tensión de lo que sabía que estaba a punto de ocurrir. De repente, notó la cabeza grande de su glande abriéndose paso en su entrada, y un gemido de dolor se le escapó de forma inevitable. Sabía que solo era la punta, y, sin embargo, dolía, más de lo que había esperado. Se mordió los labios para censurar algún grito de dolor que pudiera escaparse. Él salió y volvió a meterla, esta vez un poco más adentro, y a pesar de sus esfuerzos, Jesús soltó un gritillo agudo. Ahora él empujaba despacio, entrando cada vez un poco más adentro, Jesús notaba la presión en su esfínter, abriéndose a la invasión de aquella polla grande, demasiado grande se daba cuenta entonces. Cuando entró del todo, hasta el fondo, Jesús gritó, esta vez sin control, y supo que no podía soportarlo, dolía demasiado, su mano se apresuró en intentar apartarlo de forma instintiva.

                —¡No, para…! —suplicó. Él salió, y notó al instante el alivio en su abdomen, y aun así se arrepintió, o se avergonzó de haberlo frenado. —Lo siento…

                —No pasa nada, ya te dije que dolería— Él se limpiaba ahora con un pañuelo de papel que había sacado de su mochila —Venga, acabalo con la mano… —le ordenó, ofreciendo su polla aún erecta. Jesús se acercó y comenzó a masturbarle sin poder despegar los ojos de esa polla que le parecía tan fascinante y apetecible. Él se quitó entonces la camiseta, con los ojos cerrados concentrado en el orgasmo que seguramente amenazaba, y los ojos de Jesús viajaron por ese torso hermoso, con los músculos de sus abdominales perfectamente marcados, guiando el camino hacia los pectorales hinchados con sus pequeños pezones endurecidos. Quería tocarlo, recorrer ese cuerpo perfecto con la mano, con la lengua, besarlo, chupar los pezones, morderlos, pero no se atrevía, solo lo miraba imaginando todas las cosas que le gustaría hacer mientras él gemía ligeramente con los ojos cerrados.

                —Házmelo otra vez, aguantaré…

                Él abrió los ojos, algo impaciente ya —¿Seguro?

                Sí, estaba seguro, no había nada que deseara más que hacer disfrutar a aquel hombre, que se lo follara y se corriera de placer dentro de él.

                Esta vez él se puso un condón, volvió a untar el gel trasparente. Jesús se quitó los pantalones del todo, estaba completamente desnudo en aquel cuarto de ladrillos desaliñado y viejo, el frío y la humedad lo hacían tiritar ligeramente, o tal vez fueran los nervios de la anticipación. Era sin duda el momento más emocionante de su vida. Esta vez se giró él mismo, ofreciéndose al hombre fornido a su lado, cuando notó sus manos en su cadera una descarga eléctrica recorrió su cuerpo y agitó su respiración. —Relájate —dijo él, y la vibración de su voz masculina también recorrió su cuerpo como una caricia. Y ahí estaba otra vez, el contacto con aquel otro cuerpo, más maduro y atractivo que el suyo, la presión ligera en su abertura, lo ansiaba y lo temía al mismo tiempo, intentó relajarse, respirar con calma, pero lo deseaba, lo deseaba tanto. Y fue entrando, esta vez más despacio, como si esperase que volviera a frenarlo. Jesús apretó la mandíbula, cerró los ojos, como si quisiera prepararse, mientras él lo penetraba, y entonces, entró, y salió y al volver a entrar algo en su movimiento lanzó una oleada de placer que lo hizo gemir a pesar de sus esfuerzos. Quería más de eso, y antes de darse cuenta era él quien se movía para buscar la penetración, fuera y dentro, y ya no dolía tanto, ahora quería más, y él lo agarraba con fuerza de su cintura estrecha, empujándolo, dentro fuera, con fuerza, y Jesús gemía o gritaba, ya no lo sabía, pero quería más. Necesitaba liberar lo que se acumulaba en su interior, el deseo que ardía ahora, y comenzó a masturbarse aceleradamente mientras las embestidas continuaban follándoselo de forma increíble. Y lo sabía, iba a correrse otra vez, no podía aguantarlo más, su cuerpo demandaba que acelerara los movimientos, y ya su cabeza no podía pensar en otra cosa. Hasta que, al fin, soltó un gemido agónico cuando el orgasmo recorrió su cuerpo haciéndolo temblar por completo, y todo su cuerpo se volvía líquido liberando el deseo acumulado. Y quedó jadeando y traspuesto después de la sensación brutal. Entonces él comenzó a embestirle con velocidad, saliendo del todo y volviendo a entrar hasta el fondo, su pelvis chocando con sus nalgas cada vez que volvía a penetrarlo. Él gruñía también, iba a correrse, lo sabía, y la idea de ser él quien lo llevara al orgasmo era casi tan increíble como su propio placer. El movimiento se fue acelerando hasta que de pronto detuvo y el gruñido se convirtió en un gemido, parecido al que haría un caballo, pensó, y giró la cabeza para no perderse el espectáculo de aquel hombre con todos los músculos en tensión, con ojos cerrados y gesto de concentración, entregado al momento efímero del placer sexual.

                Luego… eso era todo. Él se limpió y volvía a vestirse, le pasó una toalla para que se limpiara también. —Has estado bien —le felicitó, como si fuese un examen que acabara de pasar. Jesús se vistió despacio con su ropa mojada, y sintió más frío que antes. —Ya no llueve tanto… —anunció él.

                Jesús se sitió ridículo de pronto, pequeño, absurdo. No quería que él se marchara, aunque sabía que era inevitable. Una parte de él se arrepentía, incluso puede que tuviese ganas de llorar, porque él jamás podría ser algo más que el recuerdo de un polvo accidental.

                —¿Puedo… besarte? —se arriesgó a preguntar antes de que él se alejara.

                Se lo quedó mirando seriamente —pides mucho por cuarenta y seis pavos. —Jesús bajó la mirada avergonzado. Entonces él se acercó. Le subió la barbilla, y sus labios se unieron. Los labios se abrieron, y dejaron paso a las lenguas que se buscaron despacio, y aunque nunca había besado a nadie antes, pensó que era un beso perfecto. Jesús flotaba como en otra dimensión, su corazón acelerado se enamoró en ese instante del mundo, de aquella caseta sucia, de aquel desconocido, del aire que respiraba. El beso acabó y sintió que le quitaban también el aire. —Tengo que irme— dijo él.

                —Quizás… podemos vernos aquí la próxima vez que vengas… prometo traer el dinero, todo, y lo de esta vez también… puedo conseguirlo sin problema…

                —No es buena idea —le cortó él, preparado ya con su mochila para marcharse. —Oye, mira… la próxima vez que hagas esto tiene que ser con alguien que sienta lo mismo que tú, verás que es mucho mejor.

                —Ya… claro…

                —Ya verás, te lo vas a pasar en grande en Londres.

                Y se fue.

                Jesús asomó desde la caseta y se quedó observando como se alejaba por el camino de tierra en dirección a la carretera. Al autobús seguramente, para volver a la ciudad. No volvió a verlo. Dejó de ser el fisioterapeuta de su madre. Unas semanas más tarde era otro el que ocupaba su lugar. A Jesús le gustaba pensar que aquel joven, de quien nunca supo el nombre, también se había enamorado un poquito aquella tarde, y había preferido no volver a verlo para evitar el dolor de perderlo.

Autor: Laurent Kosta

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13 comentarios sobre “LA PRIMERA VEZ

  1. Eres una de las pocas cosas buenas del confinamiento. Gracias a eso te conocí. He devorado todas tus historias y siempre quiero más. Como se devoran los protagonistas de tus historias, tienes una forma muy especial de trasmitir. Que voy a hacer ahora? Todo se basa en esperar….

    La historia de Jesus me ha encantado, como mezclas morbo con romanticismo…
    La historia de Lander es simplemente genial, el libro lo disfruté mucho y la secuela…. me dejó enamorado con Carlota.
    Que sepas que seguiré a tu acecho 😉 Tenemos conversaciones pendientes sobre Ivan y Ramiro.
    Ánimo para ti también en estos momentos.
    Hasta pronto!

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      1. Era una forma de hablar, me refería a que me tienes en ascuas y espero esa segunda parte de Montañas, cuevas y tacones. Fue lo primero q leí de ti, nunca había leído relatos de este tipo. Me han parecido clases magistrales de ética.

        Por cierto me encanta Kafka,
        El proceso👌🏼
        Cuidaros todos mucho y leed Laurent Kosta 👍🏼👍🏼👍🏼👍🏼

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  2. Saludos Laurent, me gustó tu historia, genial. Gracias desde Venezuela. Algún día espero leer tus novelas. Lander y Montañas,cuevas y Tacones ,esta última disfruté los siete capítulos que obsequiastes . Gracias.

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  3. Hola! Saludos desde Venezuela. Me gustan tus historias son de lo mejor . Lei los capitulos 1,2 y 3 de Montañas, Cuevas y Tacones, de verdad super increibles. Espero por los otros capitulos, me gustaria leerlos algun dia. Un abrazo.

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