EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO

Max intentaba sacar al chico rubio del asiento trasero de su Ford Fiesta plateado, mientras éste balbuceaba incoherencias —tío… tu coche apesta, es más viejo que mi abuela, tío… deberías comprar uno nuevo…

—El que apestas eres tú, guapo, hueles a vómito…

Sí, olía a vómito y alcohol, aunque aseguraba que la vomitona había sido de una chica con la que estaba ligando, hasta que echó la pota —¡qué asco! Paso de besar a una tía que ha echado la papilla, ¿me entiendes…?

—Muy considerado de tu parte… — Había conseguido sacarlo del coche, lo ayudó a enderezarse, y cuando vio que entre balanceos conseguía ponerse en pie, lo dejó caminando solo —Allí esta la puerta de tu casa ¿crees que puedes llegar solo?

—Claro, tío… lo tengo controlado…

Se quedo junto al coche esperando a que entrara al portal del piso de lujo en el que vivía el rubio. Este era uno de los muchos trabajos que hacía para complementar la beca que le permitía estudiar en la misma universidad privada que aquel idiota borracho al que le sobraba pasta y le faltaban neuronas: sus compañeros de estudios le pagaban para que los recogiera de las fiestas a las que iban los fines de semana a pillarse un pedo colosal, y los devolvía sanos y salvos a casa para que siguieran tirando el dinero de sus padres. Enrique Castellar era uno de sus clientes asiduos. Un universitario arrogante e insoportable, aunque, había que admitirlo, estaba de muy buen ver, como solía decir su abuela. Rubio, alto, atlético, con cara de niño bueno, y un culo de escándalo. La mitad de las noches que lo recogía de madrugada venía acompañado de una chica a la que acababa de conocer y a la que llevaba a pasar la noche a su piso de barrio alto a pocas paradas en metro de la universidad. Vamos, no le faltaba nada, quizás solo un poco de integridad.

Junto a la puerta acristalada del portal, el rubio se peleaba con la cerradura, las llaves se le cayeron al suelo, y cuando fue a cogerlas, él cayó detrás rodando por la escalinata de la entrada. ¡Mierda! pensó Max, era una de esas noches… tenía sueño y quería irse a dormir antes de su primera clase que comenzaba en apenas cuatro horas, pero no podía dejarlo tirado en medio de la calle. No sería bueno para el negocio.

Puso las luces de emergencia en el coche y se acercó al bulto que intentaba levantarse de forma patética del suelo. Recogió las llaves de la acera, luego lo agarró del brazo y tiró de él con fuerza para levantarlo. Pesaba mucho, y su falta de equilibrio no ayudaba. A trompicones y caminado como podían volvieron a subir los cuatro escalones que daban a la puerta, y mientras Max se esforzaba en encontrar la llave adecuada para abrir el portal sin soltarlo, el rubio seguía balbuceando tonterías: — tío, lo tengo controlado… devuélveme las llaves… —y continuó así todo el camino por el ascensor hasta su casa. No era la primera vez que tenía que llevarlo hasta dentro de su piso, así que ya sabía donde vivía, ese piso de ciento cincuenta metros cuadrados que compartía con otros dos compañeros y que a todas luces no pagaban ellos. Nada que ver con la habitación en la que vivía Max, con un baño compartido al final del pasillo, una ventana diminuta por la que entraba más ruido que aire, y en la que las cucarachas campaban a sus anchas. No le importaba, solo iba a dormir y a cambiarse, el resto del día lo pasaba en clase, en la biblioteca estudiando o en alguno de sus trabajillos. Y para cuando llegaba a dormir a su pequeño curto estaba tan cansado que le daban igual el ruido, las cucarachas y el olor a moho.

Ya estaba sudando cuando consiguió entrar en el piso llevándose a cuestas al rubio, su brazo sobre sus hombros, depositando su peso sobre Max. Abrió la puerta, encendió la luz que alumbró un salón enorme bien amueblado, con restos de comida en platos dispersos y ropa tirada por el suelo. Al cruzar el umbral casi caen al suelo, y Max consiguió equilibrar a su cliente empujándolo contra la pared y sujetándolo con su propio cuerpo.

—Eh, tío, ¿qué intentas?

—Intento que no te caigas, gilipollas.

—Me llamo Enrique, por si no lo recuerdas, pero si me has tocado el culo puedes llamarme Kike.

—No te he tocado el culo… —Max intentó apartarse, pero el rubio lo sujetó de la cadera.

—Sé que te gusta mi culo, siempre te quedas mirando cuando me bajo de tu coche…

—Ya, lo que tú digas… —Max se escabulló — vale, ya estas en casa, he terminado mi trabajo…

—No te vayas, te invito a una copa.

Tuvo que reírse — no creo que te haga falta otra copa. Metete en la cama “Kike”.

—Venga, tío, nunca sales de fiesta. Vamos a divertirnos un rato… — y mientras lo decía lo rodeó con los brazos por el cuello, atrayendo a Max hacia su cuerpo — Esa tía me ha dejado muy cachondo ¿sabes?… ahora mismo dejaría que cualquiera me la chupara… — y si, tenía una ostentosa erección que comenzaba a restregar contra Max, mientras su aliento alcoholizado se acercaba a su boca — aprovecha la ocasión, tío, cuando este sobrio no seré tan generoso…

—Oh, vaya, que suerte la mía — respondió con marcado sarcasmo que el rubio no debió percibir, porque lo siguiente que notó fue su lengua entrando en su garganta, y sus manos apretándolo contra su cuerpo mientras frotaba su polla dura contra su pelvis, y, casi de forma inevitable, Max empezó a ponerse cachondo.

Entonces él habló.

—Es tu día de suerte, maricón, puedes comerte mi polla enterita…

Max lo empujó ligeramente para separarse de él —me parece que estás demasiado borracho, así que paso. —Y al decirlo se apartó, el rubio perdió el equilibrio y volvió a caer al suelo con torpeza. —Bueno, ya estás en casa, así que, por mi puedes dormir donde te de la gana…

—¿En serio tío? ¿no me la vas a chupar?

El espectáculo era bastante patético, y Max se preguntó si el “galán” recordaría sus insinuaciones por la mañana.

— Tentador, pero… no en realidad no lo es. Adiós “Kike”.

Y cerró al salir.

Al día siguiente, durante sus clases, Max la idea de que el chico de oro pudiese recordar lo ocurrido comenzaba a atormentarlo. Y cuando por la tarde lo vio acercarse a su mesa en la cafetería de la Facultad con gesto mosqueado, se temió lo peor. Sabía de quién era hijo el principito, era de esas personas poderosas que podían conseguir que le quitaran la beca si se empeñaba. Cuando lo vio dirigirse con paso decidido hacia su mesa, Max se apresuró en recoger sus libros y meterlos en la mochila para esfumarse.

Pero no fue lo suficientemente rápido.

—Tio, ¿tú vas en serio? — le soltó — ¿qué cojones pasó anoche…?

—Oye, no sé que recuerdas, pero, no pasó nada ¿vale? Estabas muy pedo, eso es todo.

—¿Cómo que no pasó nada? Recuerdo perfectamente lo que pasó…

—Está bien… — esto no iba nada bien, pensó Max — y ¿Qué crees tú que pasó exactamente?

—Nos besamos…

—No. No nos besamos. Me besaste…

—Vale. Te besé, y luego te ofrecí mi polla, y tú pasaste de mi. ¿vas en serio? ¿tú me has rechazado a mí?

Esto si que no se lo esperaba. — ¿cómo?

— Joder, mirame—. Y al decirlo abrió los brazos mostrándose, como si su cuerpo bastara como argumento, aunque debía admitir que era un buen argumento. Max no daba crédito. Estaba realmente ofendido, lo cual era ridículo, pero al menos no lo estaba acusando de haberlo acosado o algo por el estilo. No sabía si reírse o mandarlo a la mierda, pero era uno de sus mejores clientes, así que se mordió la lengua.

— Ya, claro. Es que estabas muy borracho…

— ¿Y qué?

— ¿Cómo que “y qué”? Si ves a una tío borracha ¿te la follas?

—Solo si se lo está pasando bien.

—Pues verás, no deberías, eso no está bien.

El rubio entonces cambió de actitud, se sentó frente a él y se relajó—. Vale, lo pillo. Eres un tío legal y no quisiste aprovecharte… ¿que tal si tú y yo quedamos esta noche. Esta vez no estaré borracho… no mucho por lo menos… y nos quitamos el calentón… — y tras decirlo le sonrió creyéndose irresistible.

Max estuvo tentado de mirar a su alrededor por si se trataba de una broma de cámara oculta. Este tío no podía ser más arrogante.

—Ya, bueno… tengo que estudiar esta noche, lo siento.

Max le dio esquinazo, terminó de recoger sus cosas, y se levantó dispuesto a marcharse. Pero el rubio lo siguió y antes de que alcanzara la puerta lo agarró del brazo.

—Eh, lo has vuelto a hacer, tío.

—¿El qué?

—Rechazarme.

Max empezaba a cansarse —Pues sí, siento que te resulte tan sorprendente, pero, no me interesa.

—¡Vega ya! — se rio el rubio — no soy gilipollas, ¿crees que no he visto como me miras por el retrovisor cuando me llevas en tu coche? Soy hetero, deberías estar dando gritos de alegría…

—Ya, así que como soy gay ¿estoy deseando meterme tu polla en la boca? Pues enterate: ¡Paso! — y mientras se alejaba le advirtió — y deja de seguirme o pensaré que me estás acosando.

No volvió a saber de Ernique Castellar hasta el fin de semana siguiente, cuando volvió a requerir sus servicios para recogerlo de una discoteca a las dos de la madrugada. Max esperaba en el coche repasando el examen de derecho político, cuando su cliente de la noche subió al coche. Venía con un amigo.

—¿Te importa dejar a mi amigo en casa de camino? — preguntó el rubio.

—Tendrá que pagar un extra.

—Tío, pilla de camino a mi casa.

—No soy tu colega, ¿vale? Este es mi trabajo.

—Vale, vale, te lo pagaré.

Durante la primera parte del recorrido, los dos amigos charlaban entre ellos. Hablaban de ir a esquiar, de pistas, tablas de snow, y refugios en la montaña, el tipo de actividades con las que Max ni siquiera soñaba. Luego tardó un siglo en despedirse de su amigo, hasta que Max tuvo que pedirle que volviera al coche.

—Oye, aún tengo que recoger a alguien más, ¿podemos irnos? — y el principito ya no le hizo esperar.

En el coche sentados, viajaron en silencio un rato.

—¿Es un buen curro? esto de hacer de chófer…

—No está mal.

Y siguió el silencio. —Y ¿ganas suficiente para vivir?

—No, solo es un extra. También me contratan para poner copas en fiestas privadas.

—¿En serio? Es una buena idea. ¿Se te ocurrió a ti?

—Lo había oído en alguna parte, y bueno, me deja tiempo para estudiar.

—Ciencias Políticas ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

— Siempre llevas algún libro en el coche…

—Pues también estudio derecho…

—¿Haces dos carreras a la vez?

—Sí, lo sabrías si fueras a clase alguna vez.

—No jodas ¿Estás en mis clases?… te parecerá fatal que no vaya ¿verdad?

—Supongo que te lo puedes permitir.

—Eh, apruebo todo… pero ya que tengo que estudiar derecho, lo hago a mi manera.

—¿Qué te hubiera gustado estudiar?

—Se me dan bien los deportes… aunque tampoco tanto… yo que sé… —y lo dijo casi para sí mismo con la mirada perdida en las luces de la ciudad que pasaba ante la ventanilla. Volvieron a quedarse en silencio un buen rato, y luego él volvió a hablar— Oye… siento lo del otro día. Me puse un poco gilipollas.

Max lo observó por el retrovisor, era verdad que solía hacerlo, parecía bastante sobrio aquella noche. —Tranquilo, está olvidado.

—¿Olvidado? Pues que pena… — murmuró.

Volvió a mirarlo, y sintió curiosidad — ¿Por qué lo dices?

Y de golpe el rubio lo sorprendió acercándose hacia el respaldo de su asiento para decirle casi al oído — porque yo no consigo olvidarme de ese beso… — Y al sentirlo tan cerca, sintió como se le erizaba la piel como si un rayo eléctrico recorriera su cuerpo, acabando con una llamada de atención a su polla. El rubio sonrió — te has ruborizado.

—¿Yo? ¡Qué va!

Enrique volvió a recostarse en su asiento — Sí que te pongo.

—¿De qué vas? ¿Te ha dado por explorar tu sexualidad? ¿o es que siempre tienes que conseguir lo que quieres?

—y ¿qué tiene de malo explorar? Es divertido ¿sabes?…

—No, no lo sé.

— Ya, tú nunca te diviertes.

— Es no es verdad…. — Justo cuando terminaba de decirlo llegaron a su destino. El rubio volvió a acercarse.

—Vale, pues entonces, sube un rato a divertirnos — y la súbita intimidad de la propuesta volvió a tomarlo por sorpresa y ruborizarlo sin remedio.

—Tengo… alguien me esta esperando… tengo que irme…

—Ya, es verdad. ¿Por qué no te vienes luego?

—No, yo… tengo que estudiar mañana…

—¿Me estás rechazando otra vez? Tío, eres más estrecho que una piba…

—Vale. ¿Por qué quieres acostarte conmigo? ¿Solo porque es algo diferente y te parece divertido? Seamos sinceros, nunca me invitarías a salir por ahí con tus amigos, y, desde luego, jamás me presentarías a tus padres…

—No estés tan seguro, me encanta cabrear a mis padres.

—Oh. Vaya. Esta es la parte en la que me cuentas tu pobre vida de niño rico.

Enrique soltó una carcajada —¿para que te burles de mi? No… Venga, Max, deja de pensar tanto, solo, déjate llevar por el momento… — y escucharlo decir su nombre volvió a encender las alarmas de sus hormonas —¿Qué tal mañana?

—Mañana trabajo…

—Es domingo tío…

— Ya, bueno, algunos no tenemos a papá para que nos pague los estudios.

Enrique sonrió, y su sonrisa de galán impecable provocó otra llamada de atención a su polla, que comenzaba a protestar en sus pantalones. —Lo ves, Max, no te diviertes nunca.

Y el principito bajó de su coche y se alejó para desaparecer lentamente en el portal oscuro de su edificio.

Una semana más tarde, Enrique lo había contratado una vez más como chófer de su juerga nocturna, y por alguna estúpida razón, Max llevaba todo el día inquieto ante la perspectiva de volver a encontrarse a solas con el rubio en su coche. Daba igual cuantas veces se recordara a si mismo que era un idiota arrogante, o lo mucho que odiaba a esos pijos que lo tenían todo en la vida y lo menospreciaban con descuido. Enrique Castellar representaba todo lo que siempre había odiado, y aún así, no había dejado de pensar en él toda la puta semana, en sus insinuaciones, su actitud desenfadada, su sonrisa, y en su lengua invadiendo su boca de forma descarada. Necesitaba pensar en otra cosa. De todas formas tenía una noche completa. Lo normal para un sábado por la noche era dos o tres recogidas, pero aquella noche tenía contratada cada hora de la noche, lo cual le venía muy bien, pues necesitaba el dinero, y lo mantendría ocupado y alejado de la tentación de seguir al rubio si volvía a insinuarse.

Su primera parada era precisamente para recoger al principito, y se lo encontró esperando en la puerta de su portal, vestido de forma más casual de lo habitual, aunque era de esas personas que conseguían que unos vaqueros viejos y una camiseta blanca lucieran perfectas.

—Puntual como siempre, Max — dijo subiendo al coche, aunque esta vez se sentó a su lado, en el asiento del copiloto.

Max no dijo nada, no iba a seguirle el juego —Un poco pronto para estar ebrio ¿no te parece?

—No, esta noche no pienso beber. —Terminó de acomodarse en el asiento y ponerse el cinturón y se giró hacia Max con su sonrisa transparente — Bueno, ¿a dónde vamos?

—Normalmente eres tú quien tienes que decirlo, pero si puedo elegir, por mi puedes bajarte aquí mismo.

Enrique soltó una carcajada —Eres duro de pelar ¿eh?… ¿Has cenado? Porque yo estoy muerto de hambre. Qué tal si vamos al Naga. — Max no hizo más preguntas. Conocía el restaurante japones, ya lo había llevado allí en otras ocasiones. Así que se limitó a conducir, mientras el rubio ojeaba su teléfono. —Me encanta tu página web, tío. ¿La diseñaste tú? — Max asintió — Está muy bien, y me encanta que he podido contratar todas tus horas de la noche sin que te des cuenta…

Max dio un frenazo y apartó el coche de la calle casi desierta y se detuvo para interrogarlo — ¿Que has hecho qué?

—Te he contratado toda la noche, así que, tienes la noche libre…

—¿En serio crees que puedes pagarme para que pase la noche contigo?

—Vale, no te cabrees, no esperaba un servicio sexual, solo… quería asegurarme de que no tendrías distracciones… mira tienes dos opciones, podemos pasarnos la noche dando vueltas en el coche de un lado a otro, o podemos salir a divertirnos juntos.

—Y ¿no se te ocurrió preguntarme si quería salir a divertirme contigo?

—¡Hubiera fastidiado la sorpresa… ! — respondió con humor, pero al ver el gesto serio del conductor se le cortó la sonrisa—. Vale, tienes razón, ha sido presuntuoso por mi parte pensar que querrías pasar un rato conmigo. Me encantaría que me dejaras invitarte a cenar y a salir un rato por ahí, pero, si no quieres, lo entiendo. De todas formas tienes la noche libre, ve a divertirte como te parezca, considerarlo un regalo de agradecimiento… por toda tu paciencia con mis salidas de tono…

—¿Por qué lo has hecho?

—No lo sé… me pareció… ¿romántico?— Max no pudo evitar sonreír. — Bueno, al fin sonríes… — y entonces se acercó un poco más—. Venga, Max, deja de darle tantas vueltas a las cosas, tic, tic, tic, tic… todo el día dándole al coco. Tío, solo tienes veinte años, sal a divertirte alguna vez.

Desde luego sabía como engatusar a un chico, con su carisma y su carita de no haber roto un plato en la vida. Pero… porqué no, pensó Max —Está bien, entonces… ¿al Naga? Está un poco fuera de mi presupuesto.

—Ya te lo he dicho, esta noche invito yo.

—Dirás tus padres, más bien.

—Bueno, sí. Aunque mis padres ni se enterarán.

Y salieron. Cenaron en aquel bonito restaurante japones y luego fueron a un pub, y a otro, y a otro… en algún momento de la noche a Max le preocupó el asunto del alcohol, —Tranquilo —le aseguró el rubio, —esta noche bebes tú y yo conduzco.

—¿Intentas emborracharme?

—Ese es exactamente el plan.

Y se divirtieron, si, fue una noche movida y divertida, en la que acabaron bailando juntos en una discoteca que no era de ambiente, pero no les importó en absoluto. Y tal y como era el destino de sus pasos desde el comienzo de la noche, acabaron de madrugada en el piso de Enrique, al que había subido muchas veces, pero por primera vez era Max quien iba ebrio, y el rubio quien lo guiaba… y ya en en ascensor se lanzaron a comerse las bocas sin poder aguantar a llegar a la puerta.

—Vale, tío… espera que lleguemos al piso… — se reía Enrique. En cuanto cruzaron el umbral, Max no tardó en quitarse la camiseta, justo antes de comenzar a impacientarse con los botones de la camisa del rubio, hasta que desistió y se la arrancó de un tirón provocando que los botones salieran despedidos en todas direcciones. — Joder, Max, es muy sexy verte perder el control… — pero casi no pudo terminar al frase pues el joven chófer ya lo estaba envolviendo con los brazos, las pieles de sus torsos desnudos se unieron y la sensación del contacto, les cortó la respiración a los dos, mientras sus labios parecían incapaces de soltarse. Max agarraba ese culo perfecto con las dos manos, apretándolo para frotar sus dos erecciones una contra la otra, en una caricia deliciosa que lo estaba llevando a la cúspide aceleradamente. Entonces le desabrochó los vaqueros, permitiendo que su mano se colara dentro de sus pantalones para acariciar el culo que llevaba admirando desde hacía meses, y buscó su orificio para acariciarlo suavemente mientras seguía restregando su polla en movimientos circulares.

Entonces se escuchó un ruido.

— Mierda… ¿tus compañeros de piso? — de golpe recordó que era posible que no estuviesen solos.

—No están, tranqui… Será el ascensor.

—¿Seguro?

—Fernando se ha ido a casa de sus padres y Javi estará en casa de su novia, como siempre. — Aquella información lo devolvió brevemente a la realidad: los tíos como Enrique Castellar no acababan con tíos como Max. Estaban en polos opuestos de la realidad. Estaba entrando en un terreno peligroso, y su cabeza daba demasiadas vueltas como para controlar la situación — Joder, tío, casi puedo oírte pensar… Anda dejalo de un puta vez — una vez más el rubio tiraba de él, en dirección al dormitorio, y estaba muy cachondo.

Desnudos en la cama doble forcejearon un rato, buscando sus posiciones, y parecía que los dos intentaban colocarse en la misma posición dominante en lo que acabó pareciendo más una lucha de wrestling que un acto sexual. Al cabo de un rato de forcejeo y revolcones, el rubio se sentó cabreado en la cama.

—¡No me jodas! ¡No vas a dejar que te folle!

Max también se sentó a su lado — me parece, Castellar, que das muchas cosas por sentado.

—Eres jodidamente cabezota, tío. Pues ni se te ocurra pensar que vas a follarme tú a mi.

—¿Por qué no? Igual descubres que te gusta — se burló Max.

—Ni de coña tío.

— Vale, tranquilo, nadie tiene que follarse a nadie… — dijo al tiempo que comenzaba a besarle el cuello, para luego seguir bajando con su lengua por su torso desnudo. Enrique se dejó caer sobre el colchón una vez más, y dejó que el joven moreno siguiera besando y lamiendo su cuerpo, provocándole gemidos y jadeos, hasta alcanzar su polla, que recorrió generosa con la lengua de abajo a arriba, antes de envolver su glande con los labios, y siguió jugando a lamer su tronco, chupar sus testículos, y rodear su glande alternativamente mientras el rubio gemía cada vez con más fuerza.

— Vale, eso… también… está bien… — dejó escapar entre jadeos. Y en ese momento, Max dejó que su dureza entrara completa hasta su garganta, y el jadeo del rubio se convirtió en un grito agudo y descontrolado. — ¡oh! ¡dios! ¡joder! — se le escuchaba mientras le sujetaba con una mano la cabeza al joven moreno, y la otra se agarraba con fuerza a las mantas desorganizadas de la cama. Y Max se permitió observarlo desde su entrepierna, tenía un cuerpo escultural y perfectamente musculado, un cuerpo de atleta que no encajaba con el juerguista que conocía, y se preguntó si era fruto de esa afición al deporte. Estaba disfrutando de verlo retorcerse de placer, y se permitió entonces jugar con su orificio, al principio solo con un ligero masaje, y al ver que su cuerpo respondía anhelante, introdujo uno de sus dedos. Le costó un poco porque estaba muy estrecho, pero la respuesta no se hizo esperar — No, joder… eso no… — decía su boca, pero los movimientos de su cuerpo parecían buscar más profundidad. Así que se animó, se chupó otro de sus dedos, y volvió a introducirlos los dos por su ano, al tiempo que chupaba y succionaba su polla, los jadeos se intensificaron, y el rubio ya solo conseguía decir incoherencias — ¡No! ¡joder! ¡voy.. a…! ¡la hostia! … — Hasta que las palabras fueron absorbidas por un gemido largo de placer mientras los chorros de semen entraban disparados a la garganta de Max que los lamió y tragó con gusto sin darle tregua.

— Me parece que te ha gustado, Castellar… — le dijo entonces a su boca junto con un beso.

— Capullo… eso no cuenta…

—¿Una ducha?

—Y ¿Qué pasa contigo?

—Aun no hemos terminado, Castellar.

Mientras se dirigían juntos a la ducha el rubio le contestaba — No sé que estás tramando, pero olvidate de mi culo…

Y en la ducha bajo el chorro de agua, olvidaron el culo, y se concentraron en las bocas y las manos acariciándose y lavándose mutuamente. Entonces Max lo enjabonó, y comenzó a lavar su partes más privadas, los sobacos, los testículos, y el rubio se dejaba sonriente disfrutando del masaje estimulante que comenzaba a endurecerlo una vez más. Y, como no, también se ocupó de la raja de su culo a conciencia. — Alejate de mi culo — advirtió él.

— No puedo, tienes un culo perfecto… me encanta…

Tras quitarle el jabón, Max se arrodilló en la ducha con el chorro a su espalda, besando y mordisqueando su piel, y su cadera, quiso girar al rubio, y este se resistía — confía en mi, esto te va a gustar… — le aseguró Max, y el otro se dejó. Su boca entonces siguió lamiendo y mordisqueando sus glúteos, y luego sus manos abrieron con caricias el paso para dejar que su lengua comenzara a amagar con su entrada. Solo un contacto leve con la punta de su lengua provocó una reacción instantánea en el rubio que gimió con fuerza y estuvo a punto de perder el equilibrio. Entonces Max volvió al ataque, su lengua rodeando su orificio, y luego intentado abrirse paso dentro de él. Kike jadeaba y gritaba, su frente apoyada ahora en los azulejos fríos de la ducha, intentando recuperar el control, pero la lengua de Max no le dio tregua y siguió atacando su culo, abriéndolo con las manos, y las piernas de él se abrían también para él casi de forma automática, buscando su boca, que cada vez lamía y chupaba con más profundidad. Y a su lengua se unió una de sus manos que rodeó su polla y comenzó a masturbarlo al ritmo de las ligeras embestidas de su lengua…

—¡ah!… ¡Joder! ¡La hostia!… Max…

Tras un rato de torturarlo acercándolo al orgasmo, Max se incorporó, y de pie a su espalda, sin liberarlo aún de sus manos, preguntó: —¿Qué? ¿Has cambiado de opinión? Quieres que vaya un poco más adentro…?

—No… si… no, ¡joder!…

—Vale, que tal si probamos un poco, si quieres que pare me lo dices…

Para entonces la punta de su polla empezaba a amagar con su entrada, y no parecía que al rubio le disgustara precisamente. Mientras iba presionando cada vez más su esfínter, su mano no dejaba de acariciar su polla que volvía estar en su momento de mayor esplendor, goteando ligeramente a pesar de la lluvia incesante del chorro de agua. Sin necesidad de decírselo, Enrique se fue inclinando y abriéndose ligeramente para permitirle el acceso, y a cada ligera embestida, Max iba entrando un poco más, y sentir la presión de su estrechez comenzó a hacerle jadear también. Hacía mucho… demasiado tiempo… que no se permitía una salida que llevara a una noche de sexo. Tenía necesidad de abrirse paso de una vez en su agujero y comenzar a follárselo con ímpetu, pero se controlaba, para no hacerle daño. — ¿Vas bien? — se obligó a preguntar, —¿sigo? ¿o prefieres que pare? — aunque casi no se sentía capaz de detenerse en aquel instante.

—Joder, no preguntes… hazlo de una vez…

Y Max lo hizo, en un par de embestidas mas y entró del todo. Estaba a punto de correrse, y tenía tantas ganas de dejarse llevar, pero quería ver como se corría él antes, así que se esmeró con su mano, y en buscar ese punto que sabía que le provocaría un placer que no se esperaba. Los jadeos del chico rubio no tardaron en convertirse en gemidos de placer mientras su semen se desparramaba esta vez entre su mano y los azulejos blancos.

Max entonces tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para salir antes de terminar, y correrse fuera de él, en espasmos violentos que por unos instantes le hicieron olvidar por completo dónde y con quién estaba.

Tras la ducha volvieron al dormitorio y la realidad volvió a golpearle inesperadamente. Esa habitación era tan grande como el piso en el que él había crecido, las sábanas de la cama eran de un rojo que evocaba realeza, y Max no pudo evitar preguntarse qué ocurriría a continuación. Kike se dejó caer con confianza sobre su cama, y al hacerlo soltó un gemido de dolor.

— ¿Estás bien?

— Duele un poco…

—Lo siento.

—¿Después del polvazo que hemos echado? Ni se te ocurra sentilo… — Máx se sentó a un lado de la cama, intimidado por la habitación que lo rodeaba. Kike tiró de su brazo y Max se dejó arrastrar de nuevo hacia su boca y sus cuerpos volvieron a quedar acoplados sobre la cama. — Joder, soy más maricón de lo que pensaba —, dijo él de pronto, y Máx comenzó a reír.

— Créeme, si te gusta follarte a un tío, eres igual de maricón.

—Si, eso tiene sentido, supongo…

Y entre besos y caricias, el principito parecía estar quedándose dormido.

— Debería marcharme… — dijo Max, aunque no tenía ganas de moverse de entre sus brazos.

—¿Marcharte? ¿por qué? No hace falta…

—Mañana tengo que…

—Mañana ya se verá, tío, solo, duerme un rato… —Pero Max no se dormía, ahí entre sus brazos comenzó a preguntarse qué significaba todo aquello, si Enrique Castellar sería capaz de salir con él, más allá de un polvo robado en una noche que de momento le parecía perfecta, si le importaría que él no pudiese permitirse viajes a esquiar o a ninguna otra parte, si sus poderosos padres dejarían que alguien como él entrase en su vida, o si todo caería en el olvido, y la siguiente vez que se vieran volverí cada uno a cumplir el rol que la vida les había asignado… —tic, tic, tic, tic… puedo oír tu cabecita pensando, tío — dijo el rubio entreabriendo los ojos para observarlo una vez más—. Eh, me gustas ¿vale? Me gustas mucho. Relájate un poco… — y le plantó un último beso en los labios antes de caer profundamente dormido. Y Max, sonrió, y se acomodó entre sus brazos en aquella cama de sábanas de seda con olor a lavanda, en aquel cuarto bonito lleno de cosas caras, y se permitió soñar con príncipes que se enamoran de sus lacayos, aunque fuese solo una noche.

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39 comentarios sobre “EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO

  1. Hola. Me parece una historia típica, de jóvenes: Rico y Pobre.
    Dónde en el sexo, se unen esos dos mundos… Me gusta, todo lo que escribes, pero si soy un poco exigente a la hora de leerte. Como sugerencia, me gustaría que te salieras del típico relato, que hace ver al rico y al pobre, al montañista y al diseñador… Quisiera leerte en otros ámbitos!

    Pero muy buen relato, te seguiré leyendo a ver que pasa con esos jóvenes.

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    1. Por supuesto que es un cliché. De ahí el título. Pensé en llamarlo incluso “niño rico, niño pobre”. Pero que parta de un cliché, no lo convierte en una historia típica. La clave de mis relatos está en los diálogos, y en la forma en la reviso esos estereotipos profundizando en los personajes. No es el montañista y el fotógrafo: es el contraste entre la vida gay en las ciudades y en los pueblos rurales. Y eso es una realidad en la que se puede profundizar. Mis historias tienen muchas capas, sobretodo las novelas, no te quedes solo en la primera línea más superficial.

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  2. Hermoso relato..bello como todo lo q escribes…imposible no leer ..el príncipe y el mendigo me encantó..el pobre se enomoro primero ..pero el rico se enomorara más…espero más de ellos esperando con ansias …gracias

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  3. Me encanto la historia muy entretenida nunca había leído algo asi👏👏👏 y cuando llegue al final dije que 😮😮😮 no jodas me quedé en suspenso tic tic tic ….. Me gustaría saber qué pasa con Max y Enrique

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