CREMOSO Y SALADO (segunda parte)

SI NO HAS LEIDO LA PRIMERA PARTE, EMPIEZA POR EL PRINCIPIO: https://laurent-kosta.com/2021/06/06/cremoso-y-salado/

—Glen… ¡Glen! —la voz de Amanda Harris lo trajo de vuelta llamando su atención. Su mano derecha en la empresa estaba a su lado con su carpeta observándolo con gesto severo por encima de sus gafas de pasta negra.

—Perdona, me he distraído.

—Decía que si necesitabas algo más, o si crees que ya estamos listos.

—Sí, me parece que ya está todo en orden. —Sí, todo estaba preparado para la presentación de la última generación de su canal interactivo. Y ya iban diez desde que lo lanzara por primera vez hace casi veinte años. Realmente no había una gran diferencia con el anterior: el mismo concepto con nuevos accesorios para el entretenimiento familiar en el hogar. El único motivo para mejorar la fórmula era mantener a raya a la competencia que no cesaban en su empeño de desbancarlo del liderazgo del entretenimiento.

—¿Esperamos a Dani? —inquirió ella.

—No, Dani no vendrá… — dejó escapar con pesadumbre, y al ver el gesto de preocupación de ella se apresuró en añadir —han ido a la casa de la playa… —Amanda no preguntó más. Glen en cambio se quedó divagando unos instantes más. Resultaba irónico, pensó, él era el creador del accesorio de hogar predilecto de las familias, toda su campaña de marketing giraba entorno a familias unidas y hogares felices, y, sin embargo, había sido incapaz de crearse una para sí mismo.

Aun quedaban varias horas para la presentación, un centenar de personas se ocupaban con los preparativos, asientos, stands, catering, el escenario y su parafernalia multimedia, iluminación, sonido… llevaban meses diseñando el evento perfecto. Las presentaciones de la compañía habían ido adquiriendo con los años un carácter de espectáculo a la que asistían periodistas, políticos, artistas, famosos, inversores, y otra gente vip todos deseosos de ser los primeros en descubrir la nueva locura de su creador: Glen Garrik. La presión para sorprender era enorme, en ocasiones le parecía imposible, incluso fútil. Dani no dejaba de repetírselo “Y ¿qué va a pasar cuando ya nadie se sorprenda? ¿o la sorpresa no sea tan espectacular como esperan? … ¿Desistirás entonces? ¿podrás de una puñetera vez dedicar tu tiempo a otra cosa?”. A Dani le molestaba su obsesión por reinventar sus programas. “Tienes un equipo maravilloso de creativos, déjalos que trabajen por ti, no necesitan que estés ahí todo el tiempo, tómate unas vacaciones…” Él no lo entendía. Glen sentía un pánico irracional al día en que dejara de tener ideas, a la posibilidad de que los accionistas de su empresa le quitaran el mando. No era nada inusual, su empresa había salido a bolsa años atrás, hacía mucho que no tenía el control absoluto, que lo quitaran de en medio era el final más humillante que se le podía ocurrir, no iba a permitirlo, y sin embargo…

Miró a su alrededor, a las oficinas más modernas de la ciudad, no era solo un espacio de trabajo, era una forma de vida. “¿Tienes hambre?” Ofrecía una pantalla “Elige entre el autentico curry tailandés, hamburguesas norteamericanas o exóticos helados”. “¿Aburrido? Pásate por la sala de juegos de ordenador para jugar al Crash Bandicoot”. “¿Estás tenso? Date un masaje, pásate por una sesión de yoga o deja que un ergoterapeuta te explique lo que haces mal” “¿te has quedado sin gasolina? No hace falta que conduzcas, nuestro tanque móvil vendrá a ti.” La sobrecarga sensorial que se ofrecía a los empleados era interminable. Había pocos incentivos para salir del edificio, al igual que su gigantesco piso en la última planta, era una burbuja, un agujero negro del que era innecesario escapar.

Excepto para Dani. Él, que vivía con un corazón prestado, era incapaz de quedarse en un solo sitio, quería ir a ver elefantes, o escalar una montaña, o cruzar el desierto, quería viajar a lugares lejanos y probar comidas exóticas. Lo entendía, de niño se había pasado meses en camas de hospital por culpa de un corazón inservible, a la espera de uno mejor. En parte era eso lo que le había gustado tanto de Dani, lo sacaba de su zona de confort, o más bien lo arrastraba fuera de ella, incluso lo empujaba violentamente. Era divertido, emocionante, pero no podía ser siempre así. Esa era otra de las cosas que Dani no entendía. Se había esforzado por seguirlo en sus planes disparatados, pero finalmente no quedó más remedio que volver a su rutina habitual, a su empresa, a sus responsabilidades.  Aquello había sido una fuente inagotable de discusiones. Pues Dani seguía improvisando, dejándose llevar por sus impulsos, y si Glen no quería acompañarlo, se iba solo.

“Para ti es fácil, solo dependes de ti mismo, cierras tu negocio y te vas. Yo no puedo hacer eso… hay cientos de puestos de trabajo que dependen de mi”

“No dependen exclusivamente de ti, tiene un equipo de gente muy grande que puede hacer lo mismo que tú haces…”

“Yo soy el jefe”

“¡Excusas! La verdadera razón por la que no sueltas es porque necesitas verificarlo todo, no confías en nadie, pero, es ridículo, no puedes estar a cargo de todo…”

Subió a la planta en la que se preparaba el catering, deambuló entre las diferentes áreas en las que los grupos de chefs ponían a punto sus cocinas y comenzaban con los preparativos. Y no pudo evitar recordar el día que conoció a Dani, en una de esas mismas cocinas. El joven chef que lo confundió con uno de sus asistentes, y que desde la primera vez que se vieron comenzó a flirtear con un descaro al que no estaba acostumbrado Glen. Sus insinuaciones lo desarmaron por completo, al igual que su sonrisa embriagadora y sus comentarios deslenguados. En apenas unas horas cayó rendido a sus pies. Y no se habían separado desde entonces. Se convirtió en un juego conseguir que Dani se quedara un día más, una semana, un mes… toda la vida.

Llevaban cuatro años casados. Casi el mismo tiempo que se conocían. A todos en su entorno les pareció precipitado, no era propio de Glen actuar de forma impulsiva. Incluso el mismo Dani estuvo de acuerdo en que era apresurado.

“Oye, Glen, no necesito que nos casemos, ¿vale? No voy a irme a ninguna parte, si eso te preocupa… Tampoco quiero que creas que casándote conmigo vas a dejarme bien atado, no funciona así…”

“No creo eso en absoluto”

“No necesito nada de esto ¿sabes? El dinero, el poder…”

“Lo sé. No te impresiona”

“Bueno, tú me impresionas” bromeó con su maravillosa sonrisa “pero… no tienes que convencerme para que me quede. Me gustas, y si me quedo, es solo por eso, por ti.”

No, nadie lo entendía, y él tampoco sabía explicar por qué, lo cierto era que nunca había estado tan seguro de nada en su vida. “Sé que apenas nos conocemos, así que, si dices que no, lo entiendo. Es cierto, puede que sea una locura. Si soy sincero, nunca había pensado en el matrimonio. Incluso creía que no era para mí, que no era ese tipo de hombre… pero desde que te conozco me encuentro pensando en hacer cosas contigo que nunca había considerado antes… y no me refiero al sexo, aunque, eso también… Es… eh… pienso en comprar una casa, y pienso en qué color te gustaría para las paredes o qué comedor comprarías, o a dónde te gustaría ir de vacaciones, o qué querrás cenar mañana por la noche. Pienso en el futuro, en … formar una familia, visitar a mis padres… y ya no hay nada que se me ocurra en lo que no quiera que estés involucrado de alguna forma… y lo veo tan claro, y parece tan evidente que eres tú… que es contigo y con nadie más… que no encuentro ningún sentido a seguir esperando…”

Y Dani dijo que sí.

Un mensaje le llegó al móvil: “¡Mucha mierda! Espero que vaya bien la presentación”. Un mensaje de Dani. Llamó de vuelta inmediatamente, pero la llamada fue rechazada, y cuando insistió, Dani apagó el teléfono—. ¡Mierda! —exclamó para sí mismo. Hacía una semana que no contestaba a sus llamadas. Mandaba mensajes, lo mantenía informado de lo que hacían, pero no contestaba a sus llamadas.

Bajó a la sala principal donde Martin ensayaba una vez más la presentación audiovisual. El pabellón de mil metros cuadrados estaba envuelto en pantallas de diferentes tamaños, en las que las imágenes grabadas de Glen iban reproduciéndose de forma encadenada para introducir los elementos novedosos del nuevo paquete familiar. Glen Garrik había revolucionado la forma en al que se veía la televisión en los hogares de todo el mundo, pero su creación ya no era una novedad, y mantener el interés en su empresa resultaba cada año más difícil.

—¡Señor Garrik! —Martin lo saludó desde el escenario donde se ocupaba de los últimos preparativos. Glen se acercó hasta donde estaba con su equipo de técnicos —Hemos hecho un pequeño cambio en la secuencia, ¿quiere verlo?

—No sé si tenemos tiempo…

—Es solo un instante. —Y ya lo había puesto en marcha una vez más, para ver lo que seguramente era un cambio casi imperceptible mientras se sumergía en una larga explicación técnica. Llevaba viendo su cara reproduciéndose en las diferentes pantallas toda la semana, no quería tener que verla una vez más, pero ahí estaba, cumpliendo con su función, aunque su cabeza estaba en otra parte.

¿En qué momento se había ido todo a la mierda? Recordaba que eran felices al principio, la vida con Dani parecía perfecta. Seguramente fue la llegada de Lucas, con Dani siempre en casa, resultaba más fácil volver a centrarse en su trabajo. Era la vida que habían escogido, y estaba llena de momentos felices, pero también de discusiones que siempre quedaban inconclusas.

“¿No te has vestido aún? Tenemos que salir en quince minutos…”

“Ve tú. Yo no tengo ganas”

“Es una cena importante…”

“Importante para ti”

“Y ¿eso no la hace importante para ti también? Eres mi marido.”

“Oh, vaya ¿y eso me obliga a ir a tus cenas? ¿por qué a ti no te obliga a nada? Deberías ser reciproco, ¿no crees? pero no lo es. No tengo ganas de salir, estoy cansado porque llevo toda la semana haciendo yo solo lo que deberíamos estar haciendo los dos juntos. Así que ahora te toca a ti ir solo a tu estúpida cena de negocios.”

Y así un día y otro.

Subió a cambiarse, aunque aún era temprano. Sin distracciones en casa, todo iba más rápido y le sobraba tiempo. El tiempo que había estado guardando para su familia.

La casa lo recibió en silencio, las luces se encendían automáticamente a su paso, justo con la intensidad adecuada, su traje estaba colgado y perfectamente planchado, todo estaba listo, calculado… pero no era perfecto. Y su última discusión volvió a su memoria.

“Te lo he dado todo ¿qué más puedes querer?”

“¿Eso crees? Me has dado todo excepto lo único que te pedí. Tu tiempo.”

Suplicó que no se fuera, prometió que cambiaría que encontraría más tiempo para ellos. Pero fue inútil “No quiero tu sacrificio, Glen, ni tus promesas. Si tienes que buscar la forma de contentarme es que no has entendido nada.”

¿Qué estaba haciendo? Ni siquiera quería estar ahí. Hubo un tiempo en el que las presentaciones eran el subidón del año, lo emocionaban e ilusionaban, pero llevaba todo el día obligándose a continuar mientras que su cabeza no cesaba de rumiar en otra dirección. Tal vez aun estaba a tiempo de recuperarlo, si hacía algo que Dani haría, algo impulsivo y descabellado… Él tenía razón, era hora de echarse a un lado, llevaba toda la semana comprobando que tenía un equipo de gente joven con muchas más ganas que él de seguir adelante. Lo veía claro, y, aun así, la idea de soltar amarras, de dejar que el barco siguiera su curso sin él a bordo, le daba pánico. Llevaba veinticinco años siendo el mejor, y no sabía cómo dejar de serlo.

Cogió las llaves del coche y se dirigió hacia los ascensores con urgencia. Si había alguna posibilidad de arreglarlo, si aún estaba a tiempo, no podía dejarlo escapar.

***

—No mamá, aún no voy a hablar con un abogado… —su madre llevaba ya media hora taladrándole el cerebro con sus paranoias, había sido un error contárselo, aunque cada vez era más difícil ocultar que se estaban separando. El mundo entero sabía que esa noche era la enésima gran presentación de Garrik y que se encontrara a sesenta kilómetros de distancia de su marido resultaba bastante sospechoso. —La verdad, no me preocupa, no creo que Glen nos deje en la estacada, seguro que lo tiene todo planeado. Él siempre lo tiene todo planeado.

—¿Y la casa de la playa? Está a tu nombre ¿verdad?

—En serio, mamá, no quiero hablar de eso… —hablaba con el altavoz al tiempo que picaba verduras para hacer una crema. Lucas dormía y aprovechaba el tiempo para cocinar y responder a todas las llamadas que se le acumulaban por dejar el teléfono apagado durante horas.

—Ya sé que no quieres hablar de eso. Por eso tengo que hacerlo yo. Cuando tu padre nos dejo…

Y ya empezaba otra vez a recordarle el desastre que fue su divorcio —Mamá, Glen no es como papá. Lo sabes. Él siempre se ocupa de todo.

—Debisteis firmar un acuerdo prenupcial.

Fue Glen quien no quiso, Dani se lo propuso “oye, si quieres que firmemos algo, lo entiendo, no es ningún problema, no voy a discutir contigo por eso…”

“No quiero que firmes nada”

“¿Estás seguro? No quiero que nadie piense…”

“Me importa un mierda lo que piense nadie. Si alguna vez nos separamos seguro que será por mi culpa y me lo tendré merecido.”

Y, sin embargo, no quería pensar en eso. No quería nada de Glen, nunca le había importado el dinero.

—No puedo creerme que no haya ido a verte.

—Se lo pedí yo, mamá. Además, tiene su presentación —eso formaba parte del plan, sabía que durante esas semanas no tendría tiempo para moverse de su despacho. Eso le daría algo de tiempo para superarlo. Aunque debía admitir que en su fuero interno había albergado la esperanza de una entrada triunfal y milagrosa que lo arreglara todo mágicamente. Pero estaba claro que eso no iba a pasar.

—¿Y Lucas…?

—Mamá, voy a colgar.

—Vale, vale, hijo… pero si no quieres hablar de estas cosas, igual es que no estás preparado para un divorcio. —Claro que no estaba preparado para dejar a Glen. ¡Dios! Solo escuchar la palabra le revolvía el estómago. Amaba a Glen y sabía que tarde o temprano él intentaría arreglarlo, siempre lo hacía, prometía dejarse más tiempo libre, hacer más planes en familia… pero al final, volvían a la misma rutina, Glen siempre ocupado con su trabajo y Dani intentado robar algo de su atención. Estaba harto de eso, resultaba demasiado patético.  

La idea de comprar la casa en la playa había sido precisamente para conseguir que Glen desconectara de su trabajo al menos los fines de semana. Vivir en el mismo edificio en el que estaban sus oficinas no ayudaba. Sin embargo, en el último año, Glen no dejaba de encontrar motivos para dejarlos colgados los fines de semana: “tengo que solucionar esto”, “solo hasta que termine el proyecto”, “solo esta semana”, “solo hasta fin de mes”, “hasta que termine la presentación”. Siempre había algún asunto que requería su presencia, y era Dani quien acababa marchándose solo con Lucas y como mucho Glen aparecía el domingo para pasar el día, lo que solo contribuía a que estuviera aun más agotado.  El último fin de semana había sido la inminente presentación la excusa que retuvo a Glen en Barcelona, el domingo por la noche Dani lo llamó para informarle de que se quedaría unos días.

“¿Por qué? ¿Ha pasado algo?”

“No. Solo creo que quizás… deberíamos separarnos por un tiempo…”

Glen se enfureció, “cómo puedes hacerme esto, justo ahora… sabes que tengo la presentación…”.

Y bastaba que él se enfadara para que Dani estallara también: “Disculpa, debería haber consultado con tu secretaria cuándo es un buen momento para separarnos…”

Al final consiguieron calmarse, y quedaron en verse el lunes siguiente, después de la maldita presentación, para que pudieran hablar. La semana, sin embargo, se le había hecho mucho más larga y triste de lo que había imaginado.

Justo cuando colgó el teléfono, escuchó un gemido en la habitación de arriba. Miró al jardín desde la ventana de la cocina, era temprano aún, pero el cielo empezaba a oscurecerse, el invierno estaba próximo.

***

Empezaba a anochecer cuando llegó a la puerta. Pensó en llamar al timbre, pero desechó la idea. Aun era su casa, se dijo. Entró con su llave, las luces estaban apagadas y no se oía nada. Deambuló por su propia casa sintiéndose un intruso, pero no vio a nadie, ni en la cocina ni en los dormitorios… era demasiado tarde para salir, si no estaban ahí ¿Qué significado tenía? Temió por un momento que Dani pudiera haber adivinado que vendría, y que se estaba ocultando en alguna otra parte para que no pudiera localizarlo. ¿Estaban así de mal las cosas? Justo cuando empezaba a enfadarse porque se hubiese llevado a Lucas sin decirle nada, una risa infantil le llegó desde la parte trasera de la casa. Se asomó por la puerta acristalada del salón, y entonces los vio. Dani con su chubasquero, junto al pequeño Lucas, que venía con botas de agua y abrigo por el camino de la playa empujando una carretilla de juguete en la que traían algunos tesoros. A lo lejos, el eco de las olas del mar acompañaba su charla, la vocecilla aguda de su hijo, y la voz masculina y calmada de Dani que le explicaba algo con paciencia. Abrió un filo de la puerta corredera para poder escuchar su conversación, y se quedó ahí espiándolos en silencio.

—Vamos a poner los erizos en agua, para que no se sequen.

—¿A bañá?

—Sí, se van a bañar los erizos. Y Lucas también se tiene que ir a bañar ¿verdad?

—Luca baña con eriso.

—No, los erizos se bañan aquí fuera, y Lucas en casa con el agua calentita.

—Nooo… Luca quiere eriso…

Dani agachado junto a Lucas le limpiaba ahora las manos de los restos de su búsqueda en la playa. No había nada que le gustara más que verlos juntos. Le encantaba la forma en la que Dani le hablaba, cómo inventaba juegos y aventuras constantemente, cómo disfrutaba el pequeño, su risa, la complicidad que había entre ellos, era un padre increíble. Y no podía imaginar un hombre más perfecto, sexy, tierno, y maravilloso que ese que tenía delante ejerciendo de padre del hijo que compartían. Como podía haber sido tan tonto de echarlo a perder.

—Diles adiós a los erizos… buenas noches erizos.

—Aio…eriso… —En cuanto retomaron el camino hacia la casa, Lucas lo descubrió de pie junto a la puerta acristalada, y se lanzó corriendo a su encuentro, gritando: —¡Pápaaaa!

El niño se echó a sus brazos, y Glen lo levantó en volandas en un abrazo efusivo. Había echado de menos eso. Detrás de él Dani se acercaba lentamente, cargando un leve gesto de decepción que se le calvó en el pecho.

—Te ha echado de menos dijo.

—Y yo a él… y a ti también.

Dani lo ignoró y se dirigió al pequeño —Mira que sorpresa, ha venido el Pápa —y no había sarcasmo en su afirmación. —¿Y tú presentación?

—Luego te cuento.

Entraron los tres juntos en la casa, llenando el salón de arena —¿Quieres bañarlo tú? —le propuso, y Glen se dirigió al baño con el pequeño en brazos mientras Dani se dirigía a la cocina. Y la casa volvió a recuperar ese matiz familiar que había añorado tanto. Los sonidos cotidianos, las acciones compartidas, los comentarios girando a las necesidades de su pequeño. Y fue Dani quien lo llevó a la cama, solía ser con él con quien mejor se dormía Lucas, agarrado a su mantita, desparramado por la cuna con las articulaciones completamente laxas en ese sueño profundo que solo conseguían los niños pequeños.

Cuando Dani salió de la habitación de Lucas, llevaba ojos cansados. La noche los había alcanzado, y Glen lo esperaba al final del pasillo entre las puertas de los dos dormitorios de la planta de arriba. Dani se acercó y se apoyó contra la pared a su lado.

—¿Qué ha pasado con la presentación?

—Nada. Supongo que estará en su momento álgido ahora mismo.

—¡Oh, mierda! —exclamó, restregándose el rostro con las manos —No pretendía provocar algo así…

—Espera. No es culpa tuya… Estaba ahí, y no lo estaba disfrutando, tenía la cabeza en otra parte. No quería estar ahí… Así que he hecho lo que llevas años pidiéndome que haga, he delegado. Tenías razón, no necesito hacerlo yo todo, tengo un equipo estupendo con grandes ideas, y… tengo que aprender a soltar… por Lucas, por mi salud mental, por ti, por nosotros…

—No creas que porque hagas unas cuantas promesas se va a arreglar todo.

Le dolió la resolución en su voz. Estaba herido, y tenía buenas razones, le había fallado, lo había decepcionado —No quiero perderte, Dani. Sé que es culpa mía… soy un idiota —y aprovechó que él bajó la guardia para acercarse un poco más, y ponerse frente a él, estaba tan guapo a pesar del gesto dolido. —Ha sido tan duro pensar que te perdía esta semana… lo siento, lo siento… lo siento… —susurró, desando besarlo, deseando que él lo invitara a hacerlo. Apoyó las manos sobre su cadera, y él no se movió ni dijo nada, así que avanzó un poco más. Dani cerró los ojos intentando ocultar que se le humedecían, y se odió a sí mismo por ser la causa de su tristeza. —Quiero seguir siendo tu marido… y quiero ser quien te haga feliz… perdóname… —y las palabas terminaron en sus labios, porque no soportaba mas su distancia, y porque él no lo rechazó, y volver a besarlo provocó una sensación de alivio como no había experimentado nunca. Dejó escapar un suspiro profundo cuando sintió que era él quien devolvía el beso, la calidez de sus labios y su lengua lo invadieron y se sintió agradecido —Dios… te quiero… —le dijo, y las manos de él rodearon su cuello y los besos se volvieron más intensos. Se comían las bocas el uno al otro, mientras sus manos fueron atrayendo los cuerpos que se rozaron y se apretaron uno contra otro. —Te echaba de menos… —suspiró, besándole el cuello, abrazándolo, aspirando el aroma familiar —y echaba de menos ese olor a papilla de bebé… —Y lo que le llegó entonces fue el resuello de su risa. Y aprovechó para incorporarse y observarlo, pues quería volver a verlo sonreír, tenía una sonrisa tan sexy que quitaba el aliento —¡Joder, te quiero tanto…! Tú y Lucas, eso es todo lo que necesito en la vida…

—Pues procura no olvidarlo.

Sus palabras seguían siendo duras, seguramente se lo merecía, pero estaba decidido a arreglarlo.  Entonces fue él quien buscó su boca, y esta vez los besos se llenaron de ternura, de añoranza. Solo un instante antes de empezar a calentarse, pues Dani era un hombre apasionado, y recorrieron el pasillo a trompicones hasta llegar al su dormitorio, para dejarse caer sobre la enorme cama de matrimonio sin despegar sus bocas. Se fueron desnudando sin prisa. Lo besaba y acariciaba, disfrutando de ese cuerpo que conocía tan bien, y aun así, y a pesar de los años, seguía desando, no con la curiosidad del primer día, o la excitación de la novedad, sino de otra forma, con un anhelo por el amor que sentía, un amor que cada día era más profundo. Le gustaba la familiaridad de tacto de su piel, su olor, saber las zonas que le provocaban cosquillas, o le erizaban la piel. Le gustaba que no existiese la presión de impresionar, que conocieran ya sus ritmos, y hubiese memorizado sus jadeos, y sus gestos al correrse. Lejos de desanimarlo la rutina, disfrutaba de la complicidad, la franqueza de la intimidad que habían creado juntos. Concentrados en sus bocas, sus cuerpos se rozaban, las manos acariciaban e iban alcanzando juntos el placer familiar, sin ansiedad, tan solo con el roce, sus penes endurecidos se acariciaban mutuamente, y luego lo hacían las bocas, la de él lamiendo su polla, y luego al revés, y no había necesidad de más. Dani se corrió primero, entre sus dedos y entre los cuerpos enredados, conocía la agitación de su respiración cuando llegaba, y adoraba su gesto, con la frente fruncida, la boca semi abierta, y esos gemidos largos y agónicos que acababan con un “mmm” delicioso que expresaba su placer. Luego Dani se dedicó al placer de Glen, y su boca envolviendo su polla no tardó en llevarlo también al orgasmo que liberó espasmos de semen en su boca.

Después, desnudos en la cama, la complicidad continuaba, charlando, riendo, hablando de aquella semana, y Glen logró contener la tentación de revisar las llamadas de su teléfono. Ya habría tiempo por la mañana, esa noche era para ellos.

****

Dani se despertó en una cama vacía, extrañamente despejado. Había dormido profundamente y nadie lo había despertado. Miró su teléfono en la mesilla de noche, y le sorprendió comprobar que eran casi las once de la mañana. No recordaba haber dormido tanto desde la llegada de Lucas a sus vidas.

Aún estaba desnudo, se puso el pantalón de chándal que casi era su segunda piel y bajó descalzo y medio desnudo a la planta baja. En seguida escuchó las voces provenientes de la cocina. Se acercó y se quedó apoyado en el marco de la puerta observando como Glen de espaldas a él intentaba preparar algo entre sartenes, dejando un rastro de ingredientes por la encimera al que Lucas contribuía subido a una silla a su lado, esparciendo azúcar glas por todas partes excepto sobre el plato de tortitas que tenía debajo.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Ha habido una guerra?

—Mira, el papi se ha despertado.

Lucas buscó sus brazos y lo pringó por completo al abrazarlo. —¿Os echo una mano?

—No, no. Tú siéntate. Lucas y yo nos ocupamos hoy del desayuno. —Y al ver su torso desnudo pareció cambiar de idea —Bueno, primero dame un beso… —Se besaron, y Glen, no desperdició la ocasión para acariciar sus abdominales —Mmm sexy…. —suspiró y los dos sonrieron ¡Cómo lo había echado en falta! —¿Te sirvo un café?

Dani se sentó, y se dejó mimar. Glen se ocupó de Lucas, lo llenaba de ternura verlo con su hijo, con toda su seriedad a cuestas, el hombre distante al que todos trataban con deferencia y que salía en las portadas de las revistas de economía intentando ponerse al nivel del pequeño con torpeza. Había hecho unas tortitas algo deformes y huevos fritos con beicon, que había quedado algo chamuscado, y también algo parecido a una ensalada de frutas.  —Espero que tengas hambre, Lucas y yo hemos preparado un brunch muy abundante… no está tan bueno como lo que cocina el papi ¿verdad Lucas? —siguió explicando mientras acomodaba al pequeño en su trona con un plato de tortitas cortadas en trocitos —Porque el papi es un gran chef… por eso debería volver a trabajar, y el pápa, debería ocuparse más de Lucas…

—¿Lo dices en serio?

Dani había dejado su negocio de catering dos años atrás, cuando nació Lucas, porque para Glen era más complicado dejar su trabajo, y a fin de cuentas era quien mantenía su nivel de vida, y era gracias a su dinero, para empezar, que habían podido cumplir el sueño de tener un hijo. Pero era cierto que lo echaba de menos.

—Totalmente —dijo él, sentándose a su lado con otro plato lleno de comida —Lo he pillado ¿vale? No voy a volver a decepcionarte. —Le cogió la mano y la besó con ternura.

—Tengo muchas ganas de volver a cocinar, profesionalmente quiero decir…  pero, no quiero que acabe siendo un problema.  

—Te lo prometo, no lo será. He hablado con Amanda esta mañana, la presentación ha ido muy bien. No necesito llevar la dirección de la empresa, ella la conoce tan bien como yo. Puedo quedarme en la parte de innovación, es lo que más me gusta, y podría dedicarle más tiempo si puedo librarme de todo lo demás. Y podría tener más tiempo libre, y un horario fijo…

—Estaría bien… —dijo casi en un suspiro —Me encanta estar con Lucas, lo sabes, pero… echo de menos otras cosas…

—Lo sé. Soy consciente de que me cuesta mucho delegar, y bajar el ritmo, pero voy a conseguirlo, te lo prometo. Tú y Lucas sois mi vida —le aseguró. Y le creyó, pues, si había algo de lo que estaba seguro de Glen es que, cuando tomaba una decisión, la llevaba hasta el final con absoluta determinación.

—Y ¿Quién va a recoger este desastre…? —bromeó entonces Dani, relajando la emotividad del momento —No esperaréis que lo haga yo ¿Verdad?

—Ya me ocupo con Lucas.

—Luca no —interrumpió el pequeño con la boca llena de azúcar.

—¿Cómo que Lucas no?

—Toi ocupao.

—¿De quién habrá aprendido eso…?

 Siguieron así el resto de la mañana, charlando, y disfrutando de estar juntos, bromeando, riendo… sin otro asunto que los ocupara que ser felices. 

Un relato de Laurent Kosta

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9 comentarios sobre “CREMOSO Y SALADO (segunda parte)

  1. Como me ha gustado volver a saber de Glen y Dani y que tienen una relación estable, pese a las dificultades, que se siguen amando y que son papás.
    Muero de amor con Lucas😍😍
    Gracias Laurent

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