LO QUE NUNCA TE DIJE

blog 19Volvía a hablar otra vez, sobre lo mismo, empezaba a arrepentirme de haber preguntado, había imaginado que a estas alturas estaríamos hablando de otra cosa. Estaba allí tumbado, semi desnudo, en aquella casa tan bonita y tan grande. Era hermoso, su piel morena, su olor intenso, tan largo, y esos ojos de mirada triste que languidecían sobre las cosas más que mirarlas. Ojalá me mirasen a mí, pero me esquivaba, añorando a otro que no era yo.

—Deberías pasar de él —le dije yo.

—Lo he intentado, pero es él quien me busca. No sé qué es lo que quiere…

—Lo quiere todo, tenerte ahí, siempre pendiente y luego a su novia, lo mejor de los dos mundos. —Estábamos tumbados sobre el sillón blanco, aunque habíamos tomado la precaución de poner una sábana debajo antes de follar. Él tumbado boca arriba, ocupaba la mayor parte del espacio, yo medio tumbado sobre él, encajonado entre su cuerpo fornido y el respaldo del sillón.

—Incluso me pide que hable con su novia cuando se enfadan…

—No lo harás ¿verdad?

—Pues sí… Es que yo la conocía de antes, era amiga mía.

—Pues menuda amiga…

—No creo que ella sepa nada…

—¡Qué dices! Las tías se enteran de todo, aunque se hagan a las tontas…

Mientras hablábamos acariciaba su torso suavemente con la yema de los dedos, yo estudiando su cuerpo con sigilo y él mirando al infinito con la vista perdida en sus cosas. Lo cierto es que el tema lo saqué yo, como para no decir nada. Carlos me había pedido que le acercara a la estación de tren, que estaba de camino, dijo, no pensé que fuera a ser un problema. Yo iba a quedarme el fin de semana a cuidar la casa de sus padres, porque él tenía que volver a la universidad. En cuanto vi la cara que puso él al ver a Carlos a mi lado, supe que algo no iba bien. Estaba claro que él no se esperaba que estuviese en el coche, y me quedó claro también que Carlos había querido estar allí para ver su gesto de sorpresa. Mientras el chico de ojos tristes miraba por la ventana hacia algún horizonte lejano, Carlos no dejaba de hacer preguntas e insinuaciones estúpidas, parecía divertirle la tensión que había generado su presencia. Incluso al bajar del coche se despidió con un “pasarlo bien” y una sonrisa que incluso a mí, que aún no sabía de qué iba todo esto, me entraron ganas de borrarle de una hostia. —Perdona —le dije en cuanto estuvimos los dos a solas —no sabía que tenías algo…

—No, si no tenemos nada…

Y así fue como empezó a contarme la historia de ese mejor amigo de adolescencia de quien se había enamorado. El amigo de campamento de verano que le traía chocolates a todas horas, con quien dormía abrazados en la oscuridad, el que dejaba que le acariciase el pecho o se hacía al dormido si le acariciaba un poco más abajo, con quien se tumbaba por las noches a mirar las estrellas y a hablar de cosas profundas hasta la madrugada. No era una historia nueva, aunque la diferencia en este caso era que el mejor amigo no jugaba limpio, pues cuando él se atrevió a confesar lo que sentía, Carlos se burló de él, y cuando quiso alejarse para superarlo, su amigo no se lo permitió, siguió buscándole, acosándolo con mensajes, pasando por su casa, jugando con sus sentimientos de forma cruel. —El día de mi cumpleaños me llama y me dice, “te he hecho una tarta”, y le digo, “no la quiero, no quiero verte”, porque el día antes nos habíamos peleado otra vez, y el venga a mandar mensajes para quedar conmigo: “cómo no voy a verte, es tu cumpleaños” y ese rollo. A las doce de la noche aparece en mi casa con un trozo de tarta, dime ¿quién hace eso?

—¿Una novia celosa?

—No me lo estoy inventando ¿verdad? Lo que hace no es normal, es como si fuese mi novio, solo que sin sexo.

¿Sexo? Bastó que lo mencionara para que volviera a endurecerme. Empecé a besar sus pezones, mientras él seguía contándome sus penas de amor, ya no le prestaba tanta atención, estaba distraído con sus pequeños pezones. Los rodeé primero con la lengua, luego le di un pequeño mordisco. Él se quejó, pero en seguida volvió a su monólogo, ya no me importaba, si necesitaba hablar, que lo hiciera.

—Tendría que haberle besado aquella noche… —contaba ahora, mientras mi lengua viajaba por su cuerpo en busca de nuevos rincones —nos habíamos emborrachado, no sé que hora sería… yo me había quedado dormido, y de pronto él me despierta, estaba enfadado, “estamos solos ¿qué vamos a hacer?” me preguntaba… creo que entonces no me di cuenta… pero tal vez aquella noche esperaba que yo hiciera algo más…

—Si… — le dije, más concentrado en lo mío — tendrías que habérsela comido, así le callabas la boca y acababas con el calentón… —mi comentario le hizo gracia, al fin una sonrisa, y aproveché su distracción para desabrocharle el pantalón, y buscar su erección. Dejó de hablar definitivamente cuando rodeé con mi boca su polla aún flácida, que no tardó en endurecerse. Ya no decía nada, estaba completamente entregado a la sensación placentera, escuchaba solo sus leves gemidos contenidos mientras yo disfrutaba del preámbulo de su semen en mi boca. Busqué el bote de lubricante sobre la mesa, me embadurné mi dedo central, el más largo, y, sin soltarle, lo introduje en su orificio hasta el fondo acelerando ligeramente el movimiento de mi boca, la recompensa me llegó con los gemidos que se intensificaban, ya no pensaba en Carlos y sus estupideces, no decía nada, solo jadeaba aceleradamente, con el cuerpo en tensión, dejándose llevar por completo. Entonces le solté para poder mirarle —quiero follarte otra vez— Su respuesta no tardó en llegar, se quitó los pantalones del todo, y giró para ofrecerse a mi en silencio. No me importó que no dijese nada, al menos estaba aquí, conmigo, aunque fueses solo físicamente. Me tomé un momento para contemplarle, luego, empecé a recorrer su espalda con pequeños besos, desde su culo que se ofrecía abierto hacia mí, subiendo por su columna hasta la base del cuello, al acercarme a su oreja izquierda noté como se le erizaba la piel. Tenía los ojos cerrados. —¿Estás pensando en él?

—No.

—No mientas.

Abrió los ojos, pero no me miró, a mi no, al menos, al infinito quizás o tal vez a algún espectro imaginario, y se tomó un instante antes de responder —en serio, no pensaba en él… —pero no le creí.

—Da igual. Piensa en él si quieres—. Intenté volver a centrarme, puede que su mente estuviese en otra parte, pero era yo quien iba a hacerle el amor por segunda vez esa noche, y no tardé en convencerme de que eso era suficiente. Me puse un condón rápidamente, y volví a lubricar con generosidad, aun así, cuando le penetré, él gritó. Puede que no estuviese del todo preparado, puede que le hiciese un poco de daño, una parte de mí quería que le doliese, que al irse a casa tardara en olvidarme, que se llevar a cuestas al menos algo de mí. —¿Estás bien?

—Sí… no pares… —o tal vez lo que se llevara no fuera el dolor, sino el recuerdo de un polvazo. Así que puse todo mi empeño para que fuese memorable. Pensé en hacerme un selfie y enviárselo a Carlos con un mensaje “si, lo estamos pasando bien en tu casa, capullo”. Los jadeos se intensificaron junto con el ritmo de mis embestidas, podía notar que él estaba a punto de estallar. Había vuelto a cerrar los ojos, y su mano se buscaba sí mismo para masturbarse ¿era a Carlos a quien imaginaba encima de él? Y le odié más aún por robarme el protagonismo de su deseo. Pero mi cuerpo tenía sus propios planes, y a pesar de mi cabreo, seguía su camino acercándose al orgasmo, y cuando le escuché a él gemir de placer con el semen escapando entre su mano y su cuerpo, no pude contenerme más y estallé, también con los ojos cerrados. Después me dejé caer encima de su espalda, los dos cuerpos perfectamente entrelazados, entre el sudor y el olor a sexo, y no quise aún abrir los ojos, quise sentirlo mío unos instantes. Le besé el hombro, luego la base de la nuca, y aspiré profundamente atrapando su olor en algún lugar entre su pelo negro y su piel morena.

Ya era noche cerrada fuera, y no había prisa. Fui a buscarle un vaso de agua y una toalla con agua tibia para que se limpiara, recogimos el salón un poco, asegurándonos de no dejar pruebas y preparamos algo de comer. Hablaba de sus planes de futuro, de viajar, de irse a hacer el servicio militar —solo quiero irme lejos de aquí… — dijo. Al fin quedamos los dos sentados juntos en el sillón, el sexo había conseguido que se relajara, al fin sonreía y parecía haberse olvidado del otro, nos besábamos y me miraba a los ojos, charlábamos de cualquier cosa, bromeábamos… podría haberme quedado allí el resto de la noche, el fin de semana incluso. Pero entonces su teléfono vibró. Él leyó el mensaje y su gesto se volvió gris al instante. Contestó algo rápido, y dejó el teléfono, que no volvió a tardar en vibrar con otro mensaje. Pareció dudar un momento, pero le venció la curiosidad y lo leyó.

—Espera —él se levantó y se alejó, con un gesto de preocupación.

—¿Es él? —me miró a los ojos, pero antes de que pudriera contestar, su teléfono empezó a sonar.

—Ahora vuelvo —salió hacia el jardín y cerró tras él, a través de la puerta de cristal pude verle contestar a la llamada, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado, parecía inmerso en algún tipo de discusión, y lo supe. Era Carlos. La llamada no duró mucho. Él colgó el teléfono, pero aun dudó unos instantes antes de entrar de nuevo a la casa. Entró despacio esquivándome con la mirada, y se acercó inquieto —era Carlos… — dijo aún sin levantar la mirada del suelo, completamente perdido —viene hacia aquí.

—¿Qué? —no podía creerlo —¿para qué? ¿no se había ido a la universidad?

—Ya… yo qué sé… viene a buscarme… —y al fin una mirada de suplica se posó en mis ojos.

—¿Estás de coña? Pero ¿de qué va? — Su teléfono volvió a vibrar y pude leer en sus ojos el mensaje. Carlos le esperaba en la puerta, ansioso y precipitado, presionándole como al parecer solía hacer. — No irás a irte con él ¿verdad?

Su mirada volvía a perderse en el infinito — no lo sé… quiere que hablemos…

—Sabes que va a volver a hacer lo mismo de siempre ¿verdad? Hablaréis durante horas, mirareis a las estrellas y luego volverá con ella…

—Ya… —Eso decían sus palabras, pero sus ojos buscaban ya la puerta de salida.

—No vayas, quédate conmigo… — él ya no me hablaba, no me miraba, miraba a un lugar al que quería ir, intentaba resistirse, pero se me escapaba. Me acerqué hasta él, busqué sus ojos esquivos, y la acaricié el brazo, hasta encontrar sus dedos —quédate conmigo…

Entonces me miró, con los ojos cansados y rendidos —Lo siento… No puedo.

Y se marchó. Detrás de su fantasma, de vuelta a su infierno particular, porque tenía esa capacidad para amar de forma sincera y fiel, con entrega absoluta y esperanza absurda. Y al marcharse, se convirtió en mi fantasma.

Para Jesús

Un relato de Laurent Kosta

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