EL DÍA QUE SUPE QUE MI NOVIO ERA FAMOSO

Un relato de Laurent Kosta

Recuerdo perfectamente el día en que descubrí que eras famoso. Después me pasaría semanas preguntándome cómo era posible que me hubiera pasado inadvertido. Había tenido señales bastante obvias, como tu cara ocupando el lateral de un autobús anunciando la nueva temporada de tu serie. Y, aun así, mi cerebro no había registrado las consecuencias de ese detalle.

Cuando te conocí, eras camarero. Yo estaba terminando el master y tú trabajaba poniendo copas en un tugurio en Moncloa, frecuentado por universitarios. Había ido aquella noche empujado por mis compañeros de máster, aunque lo cierto es que las reuniones sociales nunca se me dieron bien y era algo que procuraba evitar. Ya no me producían momentos de pánico y ansiedad como cuando era pequeño y mi madre me obligaba a ir a los cumpleaños de mis compañeros de clase, y yo no conseguía sacar valor para informarla de que mis compañeros me odiaban y habían convertido mi vida escolar en un infierno, aunque sus madres, proclives a los discursos de redención, se empeñaran en invitarme a esas fiestas que solo contribuían a empeorar mi situación en el aula. Recuerdo a un pequeño terrorista llamado Facundo que me advirtió con especial intensidad que ni se me ocurriera aparecer en su fiesta de cumpleaños, o la pagaría caro. Yo hice lo que pude, me fingí enfermo, protesté. Menos contarle la verdad a mi madre, hice todo lo que estaba a mi alcance para convencerla de que me dejar quedarme en casa. Lo que no entendía era que mi madre, cuanto más me empañaba yo en marginarme de mis compañeros, más se empeñaba en obligarme a hacer amigos. Al día siguiente sí que lo pagué, Facundo y otros cuatro amigos me acorralaron en el servicio para bañarme en escupitajos y sumergir mis zapatillas de luces en el retrete. No fue la primera, ni la última vez, aguanté el calvario de doce años de humillaciones y torturas como algo que formaba parte de mi vida, centrándome en lo único que se me daba bien, sacar buenas notas. Ya no tengo ocho años, pero la sospecha de que cuando alguien es amable conmigo es solo una estratagema para poder burlarse más adelante, aun persiste.

El caso es que me atrincheré en la barra, mientras el resto de mis compañeros disfrutaba de la velada festejando que habíamos terminado la semana de exámenes. Sigilosamente me fui escabullendo, hasta quedar en segundo plano, en algún rincón seguro, procurando hacerme pequeño, invisible, como solía hacer. Entonces te acercaste a mí, desde el otro lado de la barra, y te empeñaste en darme conversación toda la noche. Aunque era una conversación unilateral, tú preguntabas, yo contestaba. Me preguntaste por mis compañeros, por el máster, por la universidad. Al principio deseaba que dejaras de hacerlo. Me preguntaba cuánta más información debía dar para que me dejaras tranquilo y te olvidaras de mí. Pero, en algún momento de la noche, tu insistencia dejó de molestarme. Ya habías cumplido con creces tu obligación de ser amable con un cliente, nadie te hubiera reprochado que lo dejaras por imposible, y, sin embargo, persististe en tu empeño de entretenerme. Dejé de sospechar de tus intenciones y me convencí de que, tal vez, solo querías charlar, y entonces lancé mi patético intento de darte conversación yo a ti —Y tú ¿A qué te dedicas?… oh, mierda, eres camarero, claro, ¡qué tonto!

Y tú no te burlaste, te acercaste mucho a mí, me miraste con tus preciosos ojos verdes y aseguraste —en realidad, no soy camarero, soy actor.

Eras actor. Eres actor. Y uno muy bueno, por cierto. Aunque la mayor parte de nuestra relación trabajaste como camarero. Primero en aquel bar cutre de Moncloa, luego en una terraza de la castellana, y finalmente conseguiste un puesto en el Harcher, al que ibas vestido de etiqueta, y que comenzó a consumirte porque apenas te dejaba tiempo para ir a castings. Trabajaste ahí tres años, y yo sabía que lo odiabas. Cuando me ofrecieron el puesto en Morgan Stanley, sabía que sería un trabajo duro, que no me permitiría disfrutar de mi tiempo libre. Solo los que estaban dispuestos a renunciar a su vida personal tenían futro en el mundo de la banca privada. Y tuvimos esa conversación ¿lo recuerdas? Porque siempre hemos tomado las decisiones juntos, es algo que surgía de forma natural, porque entendíamos que la vida de cada uno afectaba al otro, y nunca supuso un problema, al contrario, compartir nuestras dudas, fallos y aciertos creo que nos daba seguridad.

—Pero eso no es lo que quieres hacer —me dijiste.

—No tiene que ser para siempre, es una gran oportunidad, aprenderé muchísimo, y haré buenos contactos…

—¿Y qué pasa con la ONG…? —Entonces yo trabajaba de voluntario por las tardes en una ONG que ayudaba a inmigrantes sin papeles y sus familias. Tú sabías que eso era lo que de verdad quería hacer. Pero yo estaba decidido a renunciar a ella, porque mi proyecto entonces eras tú.

—Podrías dejar el Harcher.

—Es un buen sueldo, nos apañamos…

—Sé que lo odias. Javi, eres actor, no camarero. Pero si sigues trabajando en el Harcher, acabarás siendo un camarero cuarentón y amargado. No quiero que pase eso. Yo creo en ti.

Dejaste el Harcher, y yo empecé a trabajar en Morgan Stanley. De ocho a ocho, doce horas al día, aunque también estaban las reuniones urgentes, al menos una o dos por semana, que podían ocurrir en cualquier momento del día o la noche. Debía estar disponible cada vez que mi jefe convocaba una reunión extraordinaria, lo que me obligó en más de una ocasión a dejarte colgado antes de una cena, a renunciar a mis entradas al teatro, o salir del cine en mitad de una proyección. No me importaba hacerlo, me gustaba ser quien te había dado la libertad. Aunque si he de ser sincero, el verdadero motivo de que me gustaba era más bien egoísta. No es que no creyera en tu talento como actor, solo daba por hecho que el triunfo no llegaría. Es una profesión muy difícil, casi imposible. Pensaba que conseguirías algún papel, tal vez una obra de teatro, algún secundario en el cine o en televisión, pero que básicamente seguirías siendo un actor aficionado. Y me gustaba la idea. Quería regalarte eso, que pudieras hacer aquello que te apasionaba, sin la presión de que fuera rentable o que tuvieras que vivir de ello. Me encantaba que fueras artista, esa era tu parte, eras el divertido, el creativo, el sociable, el guapo, el que encandilaba a todos y los hacía reír. Estando contigo me sentía que yo era un poco todas esas cosas, pues el resto daba por sentado que debía serlo únicamente como una extensión de ti.

Pero confieso que lo que más me gustaba del arreglo era que me necesitaras. Que yo fuera quien te permitía vivir cómodamente y dedicarte a lo que te gustaba, me daba garantías de que no me dejarías. Sé que es estúpido, pero a mi me daba seguridad.

Nos mudamos a un piso más amplio, que tenía portero y vecinos que nos miraban mal. Tú organizabas cenas con tus colegas artistas, y a mi me encantaba observarte entre ellos, como discutías apasionadamente sobre política y la situación de la profesión, o hacías imitaciones que hacían reír a todos, y podía quedarme de fondo, siendo solo tú chico, y que nadie cuestionara mi presencia en aquellas fiestas tan animadas. Incluso me gustaba que mi trabajo me obligara a abandonaros con frecuencia en mitad de la velada. Disfrutaba de tus protestas, tu sentimiento de culpa, y de ese momento que me dedicabas de cara a tus amigos: “a mi chico lo explotan”, “Es que no pueden vivir sin él”. Conseguías que me sintiera importante, adulto, como una especie de héroe que se dirigía al frente. Y me permitía escabullirme de las reuniones en las que en realidad no aportaba mucho, sin que te dieras cuenta de que no me necesitabas para pasarlo bien. Ese era nuestro equilibrio, esos eran los papeles, tú eras el jovial, el atractivo, el deseado, y yo cuidaba de ti.

Pero el equilibrio se rompió. Me costó darme cuenta. Cuando conseguiste el papel para la serie salimos a celebrarlo. Me alegré sinceramente por ti, me sentí orgulloso. Habías conseguido un papel en una serie. Aunque como bien solías recordar, cuando terminara el rodaje, volverías a ser un actor en paro. Ninguno de los dos imaginó que aquella serie de bajo presupuesto tuviera el éxito mundial que tuvo, ni que en la segunda temporada los productores decidieran darle más protagonismo a tu personaje. En la intimidad de nuestra cama tú seguías siendo mi Javi, el que era camarero y soñaba con ser actor, seguíamos asombrándonos con complicidad compartida de los logros de la serie, como si le ocurriera a otro, como si fuese una anécdota de la que había que disfrutar antes de que se desvaneciera y tú volvieras a ser el artista bohemio, y yo el ejecutivo estable y responsable que te permitía el lujo de cumplir tus sueños.

La primera vez que fui consciente de que te habías hecho famoso, y que no era solo un asunto pasajero, fue cuando te empeñaste en acompañarme a la fiesta de navidad de mi oficina.

—Te aburrirás como una ostra. La gente solo habla de finanzas y acciones…

—¿No quieres que vaya?

—No es eso… solo intento salvarte de una noche soporífera. Yo tampoco iría si no estuviera obligado.

—¿Te avergüenzas de mí?

—Qué tontería…

Entonces te acercaste y me miraste a los ojos, como sueles hacer cuando intentas llevarme a la cama y sabes que no voy a resistirme —No les has contado que vives conmigo ¿verdad?

—No sueleo hablar de mi vida privada en el trabajo.

—Te avergüenzas de mi —aseguraste.

—No. Me avergüenzo de mi trabajo. ¿por qué quieres ir?

—Te pasas la vida metido ahí dentro. Pasas más tiempo con esa gente que conmigo, Adri, y no los conozco. Es un poco desconcertante ¿no crees?

Estaba convencido de que sería un desastre, aunque había imaginado que lo sería por otro motivo. Pensé que te aburrirías, que encontrarías a todos mis colegas unos hipócritas materialistas desalmados y de derechas. Y que me verías a mi con otros ojos. Que te preguntarías cómo podía pasar tantas horas entre esa gente, si compartía sus ideas, o cuanto tenía en común con ellos, incluso si disfrutaba de mi trabajo consiguiendo que los ricos fueran más ricos, algo que siempre te había negado, aunque no era verdad. Pues si que me gustaba ver como mis predicciones en bolsa se cumplían, y como la gente importante se fiaba de mis consejos y mis sugerencias se tomaban en serio.

La noche no fue en absoluto como había imaginado. Fue esa la noche en la que descubrí que eras famoso. Todos en esa oficina sabían quien eras, y querían saber como continuaría la tercera temporada de la serie. Mis colegas me miraban asombrados de que jamás les hubiera revelado que vivía con Javi Morales desde hacía doce años. Incluso mi jefe —mi jefe, ese hombre al que temía y para el que había programado un tono diferente en el móvil porque sabía que cuando llamaba mi vida privada se ponía en pausa —mi jefe era todo sonrisas, se reía a carcajadas de tus anécdotas y solo quería saber como era eso de ser una estrella de la televisión.

Fue abrumador y desconcertante.

En el camino de vuelta tú no dejabas de hablar de lo bien que lo habías pasado y no creo que te dieras cuenta de mi silencio, que de todas formas no era inusual. Lo peor fue volver a la oficina después de esa fiesta. Yo, que me había esforzado en ser solo una extensión de mis informes, que mis opiniones e intervenciones carecieran de personalidad. De golpe había dejado de ser ese trabajador anónimo que hacía bien su trabajo y cobraba su nómina, y me había convertido en el novio del actor Javi Morales, y la gente se acercaba a hablarme de la última película o serie que habían visto, o de un sobrino que quería ser actor, mi jefe quería invitarnos a su casa de la playa, y bromeaban y me daban palmaditas en la espalda, como si yo fuera un sinónimo de ti.

No creo que puedas entender el miedo que me daba. Ya no eran solo los tirados de tus amigos bohemios los que estaban prendados de ti. El mundo entero se había enamorado de ti, y hasta los estirados de mi oficina deseaban un trocito. Era cuestión de tiempo que te percataras de que no me necesitabas. ¿Por qué ibas a quedarte a mi lado cuando podías tener a quien quisieras? Por qué ibas a querer escoger a un ser anodino, que te aportaba tan poco, más allá de una casa bonita y un plato de comida garantizado sin esfuerzo. Eras tan guapo, tan carismático, tan deseable, salías por televisión, y todos querían saber de ti… y yo… yo solo era yo.

Entonces te ofrecieron ese papel en una película de Marvel. ¡En Hollywood! Era un papel pequeño, pero ¡ibas a ser un superhéroe! Era asombroso que hubieras llegado tan lejos. Te fuiste cuatro meses a rodar a Los Ángeles, y cada día que me llamabas imaginaba que era el día que me dirías que habías conocido a otro, y que lo sentías mucho pero que… Nunca te lo dije, pero lloraba todas las noches como un idiota. Te echaba tanto de menos que dolía, y la idea de que aquello solo era el preludio de que te estaba perdiendo era aterrador. ¿Cómo iba a sobrevivir sin ti? Solo tenía un momento de paz, mientras estábamos al teléfono y me contabas tu día, y por unos instantes parecía que todo estaba bien, y que tú eras el de siempre, y aún nos queríamos. Pero en cuanto colgaba el teléfono, me daba cuenta de que no habías dejado de contarme lo increíble que había sido tu día, y la gente tan interesante a la que habías conocido, y lo emocionado que estabas, y lo feliz que eras ahí… lejos de mí. Y entonces lloraba, porque me parecía inconcebible que quisieras volver a mi lado después de aquello.

No era solo por ti que lloraba, pues tú me habías dado una familia. Cuando me dijiste que tenías cinco hermanos y una hermana pensé que sería una muy mala idea que me conocieran. Pero tu insististe, y después de darte largas durante meses, no quedó más remedio que aceptar la invitación de tus padres. Los míos hacía mucho que no querían saber de mí. A pesar de lo cual yo insistía en ir a verlos al menos un par de veces al año, con la esperanza de que algún día me perdonaran haberlos decepcionado tanto. Eran unas visitas muy escuetas. Llegaste a venir conmigo algunos años, en navidad, antes de irnos a cenar con tu familia. Nos sentábamos un rato, les dábamos un regalo, ellos inventaban excusas para no habernos comprado uno, y todos respirábamos aliviados cuando nos marchábamos. Fuiste tú quien me dijo que no era necesario que siguiéramos haciendo eso —Si tu quieres que sigamos yendo, seguiremos yendo —dijiste —pero no tienes por qué hacerlo. —Así que dejamos de ir, y nadie nos echó en falta. En cambio, tu familia… todos esos hermanos gigantes que tienes que parecen un equipo de baloncesto, no tardaron ni medio minuto en hacerme sentir que era uno más. Y siempre ha sido así desde entonces. Las fiestas de cumpleaños, las navidades, las comidas del domingo. Tal vez por eso seas así, necesitas estar rodeado de bullicio, pues en tu familia sois tantos y ocupáis tanto espacio, sería fácil pasar inadvertido en medio de aquel jolgorio, pero ellos nunca me dejan de lado. Incluso cuando estabas en Los Ángeles fui al cumpleaños de tu padre, a festejar y llevarle nuestro regalo (nuestro), y ellos me preguntaron cómo te iba por ahí, como si fuese yo el encargado de hablarles de su hijo. Tu familia es ahora mi familia, tus amigos son mis amigos. Pero sé que, si te perdiera a ti, los perdería a ellos también. ¿Y qué sería de mi entonces?

Cuando volviste dijiste que teníamos que hablar. ¡Dios, esa frase jamás augura nada bueno: “tenemos que hablar”! y yo quería morirme. Intenté evitar esa conversación por todos los medios. Cada vez que intentabas empezar una conversación seria sobre lo que fuera que tenías que decir, yo huía, o saltaba con cualquier emergencia que nos obligara a postergar esa conversación. Hasta que te diste cuenta y ya no pude esquivarlo más.

—Joder Adri, siéntate de una puta vez. Necesito hablar contigo.  

Me senté en el sillón de nuestro salón (nuestro) frente a ti, como si me hubieran condenado a muerte, e intenté no echarme a llorar de inmediato.

—Me han ofrecido otro papel. En los Ángeles… —y empezaste a hablar de la productora y el director como te gustaba hacer, aunque yo no escuchaba, solo asentía mecánicamente, intentando que mi sonrisa ocultara mi pavor.  —Hay un agente que cree que podría hacer carrera allí. Pero le he dicho que antes tenía que hablarlo con mi novio.

—¿Les has dicho que tienes novio? ¿Te has vuelto loco?

Tú pusiste los ojos en blanco —Venga, Adri, no voy a esconderme, lo sabes.

—Es una buena oportunidad —otorgué, mirando al suelo.

—Ya. ¿Qué te parecería si nos mudáramos a Los Ángeles una temporada? ¿crees que eso podía gustarte?

Y al levantar la mirada, sobre todo, porque aquella era una pregunta que no me había esperado para nada, vi en tus ojos el temor a que pudiera decirte que no. Y por unos instantes me conmovió tanto que no hubieras pensado en irte sin mi que estuve a punto de decirte que sí sin pensarlo. Por suerte me detuve a tiempo y recapacité, eso que me pedías me parecía imposible.

—Pero… ¿y mi trabajo?

Y sonreíste. Como si ya esperaras esa pregunta, y conocieras el guion a la perfección. —Podrías dejarlo. Venga, Adri, nunca te ha gustado…

—No puedo dejarlo, están a punto de hacerme director ejecutivo, dentro de unos años podría ser vicepresidente ¿Sabes lo que significa eso?

—Sí, que prácticamente vivirás en tu oficina.

—Me refiero a términos de sueldo, Javi. ¿Qué pasará cuando ya no te ofrezcan más películas? Tú siempre lo has dicho cada vez que terminas de rodar vuelves a ser un actor en paro…

—Me acaban de pagar un pastón por la película de Marvel, y van a pagarme otro pastizal por la próxima, y tú, joder Adri, casi no gastas el dinero que ganas, ni siquiera tienes tiempo para gastarlo, con lo que tienes ahorrado y lo que he ganado este año podríamos pasarnos diez años sin currar ninguno de los dos… cogiste ese trabajo para que yo pudiera dedicarme a mi carrera, y, todo lo que he logrado estos últimos cinco años, es gracias a ti. Me gustaría devolverte el favor y que está vez seas tú el que pueda cumplir sus sueños.

Era tan bonito lo que acababas de decirme, casi una declaración de amor, y sin embargo, la idea de que tú no dependieras de mí, que fuese al revés, me daba pánico. Así que me puse a discutir contigo estúpidamente.

—¿Y cómo sabes lo que quiero? No quiero dejar mi trabajo. Me ha costado mucho llegar hasta aquí, ¿por qué iba a tirarlo todo por la borda?

—¿Por qué lo odias? ¿recuerdas?

—Pues te he mentido. No lo odio. En realidad se trata de tus sueños. Una vez más. Quieres irte a Hollywood para ser una estrella de cine. ¿Y yo qué? ¿Qué se supone que voy a hacer ahí?

—Creía que lo que te gustaba era ayudar a la gente. Podrías trabajar en una ONG, como hacías antes, o en cooperación internacional, o empezar tu propio programa con Latinoamérica, hay tantas cosas que podrías hacer… Al menos era lo que querías antes.

No podía mirarte a los ojos, porque sabías muy bien lo que quería, lo que tantas veces habíamos hablado que me gustaría hacer en el futuro. Me lo estabas ofreciendo, y yo sabía que no podía aceptar.

—Si te digo que no quiero ir, ¿qué pasará? —susurré.

—Pues que no iremos. No voy a irme sin ti. Aunque puede que tenga que volver a irme algunos meses.

—Pues no quiero ir.

Casi no tuve fuerzas para decirlo, pues jamás en toda nuestra vida juntos te había traicionado de esa forma, y, aun así, sabía que no podía hacer otra cosa. No te enfadaste, los dos guardamos silencio durante un rato. Y luego hablaste tranquilo.

—Puedes al menos decirme por qué. Y, por favor, sé sincero.

Para entonces los ojos ya se me habían empañado sin remedio, y sabía bien que no podría colarte alguna nueva excusa, así que solo me quedaba confesar mi patética verdad.

—Allí, tu serías una estrella, sé que van a adorarte, todos lo hacen siempre. En algún momento, te cansarás de mi… —intentaste protestar —sé que crees que no ahora, pero, eso no lo sabes con certeza, le pasa a la gente todo el tiempo, tu vida será mucho más interesante que la mía, y cuando te aburras y me dejes, ¿Qué me quedará a mí?

Dejaste escapar un suspiro largo de cansancio, como si llevaras toda una vida intentando cruzar un desierto sin éxito.

Me cogiste de las manos y dijiste con tu voz cálida de actor—Adri, sé cómo eres, no me engaño, lo he sabido siempre, y ya he aprendido a no esperar que cambies. Sé que te cuesta relacionarte con los demás, y confiar en que no estamos todos esperando a la vuelta de la esquina para burlarnos de ti o torturarte de alguna forma. Y, en cierto modo, que seas tan reservado es algo que siempre me ha gustado de ti. Pero… joder, deja de maltratarte de esa forma. Es agotador ver cómo te menosprecias una y otra vez, como sigues creyendo que no me mereces, o que si hablas demasiado no le gustarás a la gente. Y sé que estamos lejos de que camines de mi brazo por una alfombra roja o me acompañes a mis estrenos y créeme, eso me duele, pero lo entiendo…

—Yo no me escondo, no es eso.

—Lo sé. Tú no estás en un armario, —me reprochase —estás en un lugar mucho más profundo y oscuro, bajo tierra, protegido por un grueso caparazón y un montón de estiércol encima…. Y no te haces una idea de lo que me duele que después de todos estos años, aún no te des cuenta de lo mucho que te equivocas… A veces, me dan ganas de decirle esa parte oscura tuya, “deja a mi novio en paz de una vez. ¡Déjale ser feliz!”

Entonces si que me puse a llorar. Deseaba tanto ser la persona que tu querías que fuera, fuerte y decidida, y dolía tanto saber cuanto te decepcionaba. Me abrazaste y permanecimos un rato así. Luego volviste a hablarme.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntaste y yo te respondí con una sonrisa —parecías tan solo, y tus amigos se olvidaron tan rápido de ti.

—Suele pásame… viniste a rescatarme.

—Al principio sí, pero luego, era tan agradable hablar contigo. No eras como todos los otros tíos con los que solía acabar. Eras inteligente, sabías tantas cosas interesantes sobre el mundo… tan guapo. Aún eres el tío más guapo que he conocido… —un comentario que intenté acallar ocultando mi rostro, que nunca me ha parecido especialmente agraciado—. Cuando te marchaste esa noche de pronto me quedé pensando: “Gilipollas ¿cómo has dejado escapar a ese tío?”… —conseguiste sacarme una sonrisa, siempre me ha gustado esa historia sobre nosotros —Pensé que no volverías y que había sido un estúpido. Pero un par de días más tarde, ahí estabas, frente a mi barra…

—Me costó muchísimo.

—Lo sé. Se te notaba… —Aunque en realidad no lo sabes, nunca te conté que me pasé dos días escondiéndome tras la puerta del bar de enfrente intentando armarme de valor para fingir que pasaba por ahí casualmente —Estabas tan nervioso.

—Oh, dios… era patético.

—Eras adorable. Y me dije, ha vuelto por mí, y pensé, está vez no se me escapa. —y empezase a juguetear con una de mis manos entre las tuyas, y el calor de tu piel resultaba tan familiar—. Adri, llevamos doce años juntos, y ni un solo día desde que te conocí he pensado en alejarme de ti ¿Cuándo vas a empezar a creerte que te quiero? Tú eres mi familia, mi hogar, mi amigo, mi compañero… ¡jode! eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Puedes casarte conmigo, o no, podemos ir a Los Ángeles o no, puedes caminar por una alfombra roja de mi brazo o no, sea como sea, no voy a dejarte escapar nunca.

Así que aquí estamos, en un avión rumbo a Los Ángeles. Hace un momento unas chiquillas se acercaron para hacerse una foto contigo. Estuviste muy simpático, como siempre, y charlaste un rato con ellas, luego te giraste y me presentaste: “mi novio, Adrián” y seguramente yo intentaba pasar inadvertido y tú me lanzaste esa mirada tuya de “no te escondas”. Lo intento, de verdad. Hemos dejado nuestra vida de antes atrás, todo aquello que me proporcionaba cierta seguridad, tengo el estómago en un puño, pero lo intento. Vamos rumbo a lo desconocido y lo único que tengo es tu mano y una promesa, pero quiero que sepas, que es suficiente. Confío en ti.

SIGUE LAURENTO KOSTA PARA NO PERTERTE SUS RELATOS.

SI TE GUSTÓ ESTE ERLATO, PRUEBA UNA DE SUS NOVELAS: Montañas, cuevas y tacones (ebook) – Ediciones el Antro | Mucho más que novelas homoeróticas

12 comentarios sobre “EL DÍA QUE SUPE QUE MI NOVIO ERA FAMOSO

  1. Precioso relato, detrás de esa historia de amor nos muestras los problemas que pueden tener los chicos que son diferentes y el daño que hace el bullying. He leído todas tus novelas, siempre con un trasfondo muy humano que nos hace pensar.

    Le gusta a 1 persona

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s