CREMOSO Y SALADO

Daniel llegó a la dirección que le habían enviado, el coche llenó de cajas y bolsas, Amanda Harrison le había dado indicaciones para que se dirigiera al garaje y una vez ahí le mandó un mensaje por el teléfono ¿Podrías mandar a alguien para ayudarme a subir el material? Un hombre en vaqueros y camiseta azul marino no tardó en presentarse en el garaje… un hombre bastante atractivo había que admitir, Dani no tardó en fijarse, la barba castaña bien recortada, los ojos claros, la camiseta ajustada que dejaba adivinar un cuerpo largo y estilizado… Daniel desplegó su mejor sonrisa, esa que ensayaba para Instagram —Hola guapo, ¿vas a ayudarme con esto? —y notó cierto rubor en su interlocutor que le gustó.

—Eeeh… sí, claro.

Subieron cargando bolsas por el ascensor de carga. Estaban en las oficinas de FilmHub, la plataforma que había revolucionado la televisión, que ofrecía a los clientes canales a la carta, diseñados para cada gusto por los propios clientes, y a la que medio mundo vivía enganchado. Aquella noche presentaban un nuevo proyecto o algo así, Daniel no tenía mucha información, solo que lo habían contratado para ocuparse de una parte del catering de esa noche.

—¡Guau! —exclamó al salir del ascensor. Las oficinas eran impresionantes, blanco metal y cristal, el espacio parecía completamente diáfano, y sin embargo estaba todo milimétricamente calculado, la modernidad absoluta perfectamente ensamblada creando a la vez un espacio agradable en el que se respiraba una inesperada paz. —Se lo ha montado bien tu jefe aquí, ¿verdad?

—¿Mi jefe?… si, supongo…

El creador de la empresa era Glen Garrik de quien corrían muchos rumores, pero se sabía poco. Se decía que había dejado la dirección de la empresa a otros para dedicarse a crear nuevos proyectos, oculto en el último piso de su torre en el centro de Barcelona, donde vivía y trabajaba y de la que apenas salía. Otro millonario excéntrico pensaba Dani.

La oficina estaba prácticamente vacía en ese momento, —¿Dónde está todo el mundo?

—Oh, la presentación será en la planta de abajo, aquí solo hemos habilitado las cocinas, hay otros cuatro chefs trabajando esta noche, los camareros entrarán por el pasillo en breve para que les deis vuestras indicaciones… —Mientras llevaban las cajas hasta una de las cocinas, su acompañante fue dándole algunas instrucciones para la velada—. Aquí estarás trabajando, espero que encuentres todo lo que necesitas… pero, si te falta algo me lo dices…

—Y ¿Cómo te localizo…? —y su pregunta quedó suspendida en el aire en busca de un nombre.

—Eee…. Martín.

—Un placer, Martín, yo soy Dani —y le estrechó la mano —y ¿voy a tener la fortuna de que me des tu número de teléfono para localizarte esta noche? —y su sonrisa resaltó sus intenciones, en caso de que pudiese quedar algún resquicio de duda.

—¿Siempre eres tan directo?

—Solo cuando veo algo que me gusta.

Martín volvió a ruborizarse ligeramente, pero no decía que no, quizás la noche acabara mejor de lo que esperaba…

—Vale… te mando un enlace… —Martin sacó su teléfono móvil, pero Dani le pasó un bolígrafo y le ofreció su antebrazo.

—Escríbemelo aquí, así no lo pierdo —y ante su gesto de desconcierto añadió —Aun sabéis escribir con bolis los frikis de la tecnología ¿verdad? —y aquello le hizo reír. El hombre atractivo tomó el bolígrafo, y se acercó, sujetando el brazo de Dani para escribir su número de teléfono, el cosquilleo del contacto con sus manos y la tinta dibujada en su piel enviaron una señal inequívoca a sus genitales. Lo estaba disfrutando más de lo adecuado, y tuvo la impresión de que él lo supo, pues pudo ver por sus orejas que volvía a sonrojarse.

—Pues, nos vemos… —dijo antes de dirigirse hacia la puerta para salir.

—Luego te llamo, para que vengas a probar algo… —le soltó con su voz más erótica justo antes de que saliera, Martin se giró hacia él, pareció perder el rumbo y acabó tropezando contra la puerta, todo en un par de segundos, antes de alejarse torpemente. Y Dani volvió a sonreír.

Joder… ¿de dónde había salido ese tío? Se preguntó Glen mientras se alejaba de las cocinas. Nunca había conocido a un hombre con una seguridad tan arrolladora. Pensaba en lo mucho que le había costado a él atreverse a insinuarse a otro hombre, incluso en un local de ambiente. Había tardado años en aceptarse a sí mismo, abrirse a su familia y conocidos, aún le costaba a pesar de los años, y de saber que tenía una posición privilegiada, en términos sociales, aun así, jamás se atrevería a hablarle de esa forma tan descarada a otro hombre que acababa de conocer. ¿Lo había calado tan rápido o era así con todo el mundo? Tal vez era el salto generacional, estaba claro que debía ser unos diez años más joven que Glen, o tal vez los hombres guapos podían permitirse ser tan directos. Porque guapo era, fue lo primero que pensó en cuanto lo vio con esa sonrisa de estrella de cine, tan guapo que quitaba el aliento con su mirada penetrante de ojos negros y pestañas tupidas.

Le esperaba una velada larga y tediosa. Presentar su nuevo proyecto, su bebé, le hacía una ilusión enorme, quería que todo saliera perfecto. Pero la idea de tener que saludar y hablar con cada uno de los invitados después se le hacía insoportable. Amanda se encargaría de que no olvidara a ninguno de sus invitados, no solo los políticos, directivos o inversores, no le gustaba hacer diferencias, dejar de lado a los pequeños inversores, o colaboradores sin los cuales sus proyectos no se harían realidad, pero precisamente por eso, sabía que sería una noche muy larga. De pronto la posibilidad de que el joven chef de lengua aguda lo interrumpiera en algún momento le daba un ligero aliciente a la velada.

¿Por qué le había dado el nombre de su asistente? Había sido una decisión de un milisegundo, casi ya lo estaba diciendo antes de tenerlo claro, como había sido también una decisión instantánea acercarse a ayudarlo con sus cajas cuando en realidad había bajado al garaje por otro motivo. Lo cierto es que le había gustado que lo confundiera con uno de sus ayudantes, ya nadie lo trataba con confianza en su empresa, era difícil discernir una opinión sincera entre gente que no dejaba de lamerle el culo. Quizás Amanda era la única con la que podía contar en ese sentido, pero no era como si fuesen amigos ni nada parecido. Tenía claro que, de haber dicho la verdad, la conversación habría continuado de una forma muy distinta.

Su teléfono vibró en ese momento, y por un instante la idea de que pudiera ser él lanzó una ligera descarga eléctrica a su estómago. —Señor Garrik —por desgracia era Martin, el verdadero Martin —Le están esperando en el escenario para la prueba de sonido.

—Ya casi estoy ahí, Martin.

Un par de horas más tarde tenía casi todo listo. No había sido fácil, aquella cocina improvisada no era perfecta, pero no iba a dejar que los obstáculos lo frenaran. Sabía que había otros cuatro chefs, dos de ellos tenían restaurantes con estrella Michellin, y Dani estaba decidido a hacerse notar, aunque solo le hubiesen encargado los entrantes. Faltaban aún unos veinte minutos para que empezaran a bajar las bandejas y se moría por encontrar una excusa para llamar al asistente sexy. Aunque ¿Quién necesitaba una excusa para llamar a un tío…? Le mandó un mensaje: “Tengo una emergencia. ¿Puedes venir?”, y la respuesta no se hizo esperar: “Voy”. Lo estabas deseando ¿verdad? Se dijo.

Unos diez minutos más tarde Martin entraba por su puerta, ahora vestido con un traje gris impecable con el que se veía algo más maduro que antes, y quizás por lo mismo, aún más atractivo. Ese tío tenía clase, sabía llevar un traje.

—¿Y bien? ¿Cuál es la emergencia?

—Perdona, me he quedado en blanco en cuanto te he visto con ese traje… ¡sexy! —y coronó su frase con una sonrisa, y quien se quedó sin palabras esta vez fue el asistente. Le ponían mucho los hombres tímidos, y este en concreto estaba ganando puntos aceleradamente. —Solo una pregunta ¿Tu jefe prefiere que sirva lo frío primero, o saco frío y caliente mezclado?

—Vaya… mi jefe no suele tomar ese tipo de decisiones. Supongo que lo que te parezca más adecuado… tú eres el chef.

—Está bien.

—¿Eso es todo?

—Sí, eso creo… —pero ninguno de los dos se movió de su sitio, mirándose directamente a los ojos el uno al otro. Hasta que Dani tuvo que volver a su cocina antes de que se le quemara el sutoki o hiciera un estropicio.

—¿No tienes ningún ayudante? —preguntó él mientras Dani volvía a ocuparse de los fogones. —Los otros chefs vienen con más gente…

—Lo he probado, pero no funciona… soy un maniaco del control y acabo haciéndolo todo yo de todas formas… —Eso lo hizo reír nuevamente, le encantaba esa sonrisa nerviosa, y le encantaba darse cuenta de que estaba dándole conversación solo para quedarse un rato más a su lado.

—Tiene buena pinta —dijo mirando por encima de su hombro a la crema que revolvía en ese momento.

—Shitake de setas y queso mascarpone, con un toque de trufa negra —anunció con cierto orgullo, justo antes de meterse un dedo en la boca para probar si estaba como debía, y se aseguró de alargar y saborear bien ese dedo de la forma más sensual que sabía. —Mmm… cremoso y salado, justo lo que me gusta… —Y causó justo el efecto que esperaba, pues su interlocutor se quedó inmóvil durante unos segundos con los labios ligeramente separados y sin pestañear. Lo tenía justo donde quería, untó con la cuchara su dedo de shitake una vez más —prueba —ordenó, y antes de que dijera nada le metió el dedo en la boca, y él lo chupó, y Dani se aseguró de que entrara bien en su boca antes de sacarlo y volver a chupárselo él —¿Qué te parece? —preguntó casi en un ronroneo, y él aun tardó un instante en poder responder.

—Soy alérgico a la lactosa.

—¡Oh, mierda!

Dani estuvo a punto de perder el control, entonces él empezó a desternillarse —es broma.

—Serás capullo —dijo riendo también —casi me da un infarto… ¿Qué pensaría tu jefe si mato a su asistente?

Y él dejó de reír —Hablando de mi jefe, tengo que irme… la presentación va a empezar.

—Bueno… no te olvides de mí, pásate a hacerme una visita cuando puedas.

Y las miradas volvieron a engancharse unos instantes, —Sí, vale… por cierto —se interrumpió justo antes de abandonar la habitación —tu crema está buenísima.

—Tengo más para darte luego, si quieres…

Joder, joder, joder… ese tío era imparable… tenía un problema serio, iba pensando Glen mientras se dirigía a los ascensores, tenía que hacer la maldita presentación que llevaban meses preparando, y estaba completamente empalmado. Cuando llegó a la sala de abajo, Amanda se acercó inquieta.

—¿Dónde te habías metido? Estamos a punto de empezar.

—Había una emergencia en las cocinas…

—Puedo mandar a alguien a que se ocupe de eso Glen.

—Por cierto, ¿de dónde ha salido ese chef tan joven, Dani no sé qué?

—¿Dani Rodríguez? Me lo recomendaron, es el catering favorito de todas las señoras. —Podía imaginarse por qué —¿Ha habido algún problema con él?

—No, no, para nada… al contrario, es…

—Glen ¿va todo bien? Pareces tenso…

—Si, solo… dame cinco minutos, mejor que sean diez.

—¿Diez minutos? —Glen caminaba hacia su despacho seguido por el repiquetear de los tacones de Amanda. —Glen, te están esperando todos…

—Diez minutos… —repitió antes de dar un portazo y encerrarse en su despacho. Necesitaba un momento a solas. Más bien lo que necesitaba era una ducha fría. Se hubiera corrido solo con las palabras de aquel chico descarado. ¿Por qué a él no le pasaban estas cosas? Pues estaba convencido de que si Dani supiera quién era en realidad, no jugaría de esa forma tan osada. ¿Era eso lo que se estaba perdiendo? El éxito había llegado cuando aún era muy joven, cuando acababa de salir de la universidad, con una App que vendió por una millonada, y el dinero se había convertido en una responsabilidad, o más bien la idea de invertirlo bien, y, sin duda lo había invertido bien, en veinte años su empresa se había convertido en uno de los pilares de la industria audiovisual en el mundo entero, pero su vida personal había quedado relegada a un papel secundario. El flirteo con Dani había sido divertido, incluso le había gastado una broma, no solía hacer esas cosas, pero había sido tan fácil con él, o tal vez, lo fácil era no ser Glen Garrik por unos minutos. Ojalá pudiera mantener la farsa, porque se moría de ganas de volver a esa habitación y tontear con el chico guapo como un adolescente. Se recostó sobre la pared de su espacioso despacho y rio a solas al recordarlo.

Pero tenía que quitárselo de la cabeza y centrarse en lo que tocaba esa noche. Cerró los ojos y respiró hondo, haciendo uno de esos movimientos de yoga que hacía con su entrenadora personal: enfoca, se repetía. Pero por más que lo repitiera, la imagen de Dani chupándose el dedo no dejaba de volver a su cabeza, al igual que su sonrisa perversa mientras le metía un dedo entre los labios… ¡oh, dios! Había sido tan erótico… ¡céntrate! ¡enfoca! ¡Mierda! Era imposible. Tenía ganas de cancelarlo todo solo para poder volver a la cocina de la planta de arriba y averiguar si todas esas insinuaciones iban en serio, porque se moría por tocar a ese hombre.

No iba a concentrarse. Era mejor acabar cuanto antes. Y resignado, salió de su oficina para comenzar con la presentación.

Sobre un escenario, y tras la presentación humorística de un actor famoso, Glen comenzó a dirigirse a los presentes aún algo distraído, pero según fue entrando en el tema que llevaba preparando y mimando tanto tiempo, fue recuperando la concentración, e incluso el entusiasmo. La demostración de lo que anunciaban como la nueva revolución del hogar y la forma de relacionarse con la tecnología salió perfecta y la audiencia aplaudió con fuerza. Ya solo quedaba hablar unos minutos con cada uno de ellos, y sería libre.

Pasó la siguiente hora estrechando manos, saludando y respondiendo a las mismas preguntas disimulando su aburrimiento. Entonces sintió que ya le había dedicado suficiente tiempo al trabajo y que podía permitirse una escapadita a las cocinas.

Encontró al joven chef de espaldas, con unos auriculares puestos mientras llenaba con una manga cientos de vasitos diminutos desplegados sobre bandejas con lo que parecía un sorbete de cava y limón. Le gustó observarlo un momento, concentrado en la tarea que repetía meticulosamente, cerciorándose de que todos quedaran exactamente iguales, y coronando el diminuto postre con una hojita de menta diminuta con la destreza de un relojero.

—Eey… estás ahí —lo saludo Dani al encontrarlo de pie en la entrada, con esa sonrisa que parecía inagotable —¿Qué tal ha ido vuestra presentación?

—Bien, todo va como se esperaba.

—¿Y los aperitivos? ¿va todo en orden?

—Si, si, todo va perfectamente… aunque la verdad es que no he podido probar nada, no he tenido tiempo.

—Vaya, me parece que tu jefe te explota.

—Empiezo a sospechar que sí.

—Espera, tengo algo reservado por aquí. —Y sacó una bandeja con un surtido de aperitivos y algunas cosas más y se la sirvió en una de las mesas. —Venga, siéntate un rato y come algo. —Glen obedeció, y el chico le sirvió también una copa de vino tinto antes de volver a su trabajo, y lo hizo todo con una soltura sosegada que lo hizo sentir completamente bienvenido. Glen se sintió cómodo y relajado por primera vez en toda la noche, y se puso a comer.

—Mmmm… esto está buenísimo.

—Eso no es nada, lo que de verdad se me da bien es preparar unos huevos fritos con patatas. Recuérdame que te los prepare algún día. —Y le encantó la confianza desenfadada con la que le hablaba, como si no acabaran de conocerse apenas unas horas atrás. —Y dime ¿Cómo es eso de trabajar para Glen Garrik? —y entonces el hechizo se rompió.

—¿A qué te refieres?

—¿Es tan excéntrico como dicen?

—¿Excéntrico? ¿por qué?

—No lo sé, dicen que no sale nunca de su torre, que trabaja día y noche… como un vampiro —y al decirlo se giró hacia él con una mirada de locura teatralizada.

—Sí que sale… solo que nadie se entera.

—Entonces ¿no se pasa día y noche trabajando a solas?

—Bueno, quizás un poco…

—Dicen que os obliga a trabajar hasta doce o catorce horas seguidas, y que llama a cualquier hora de la noche para encargar algún trabajo…

—Eso no es cierto.

Él lo miró divertido —¿No? ¿Nunca te ha hecho trabajar más de la cuenta?

Glen se quedó pensativo, sí que había hecho eso alguna vez, llamar a un asistente a las tres de la madrugada porque perdía el sentido del tiempo, pero no se había parado a pensar que aquello estaba fuera de lugar. ¿Era eso lo que decían los que trabajaban para él? ¿Qué era un jefe despiadado? —Bueno…puede que sea muy exigente —se defendió —pero, trabaja más que nadie y tiene muchas responsabilidades, hay mucha gente que depende de su empresa…

—Ya, la responsabilidad… esa es la excusa que ponen los millonarios para justificar que son unos gilipollas arrogantes.

Y eso le sentó como una puñalada.

—No, él… es majo, en serio… te caería bien.

—Ya, bueno, dudo que se pase por las cocinas…

—No estés tan seguro… —murmuró más para sí mismo. Entonces Dani dio por terminada su faena y se acercó para sentarse a su lado con otra copa de vino. —Esto está muy bueno… ¿Por qué no tienes un restaurante?

—Nah… —dijo con dejadez —demasiada responsabilidad… —bromeó—. Me gusta poder cerrar unos días y desaparecer de la ciudad con una mochila… Además, es divertido cocinar en casa de la gente… y no hay nada que me guste más que dar de comer a un hombre guapo— y tras decirlo le guiñó un ojo, y el estómago de Glen dio un saltito de alegría. —¿A qué hora te suelta tu jefe?

Otra vez esa crítica mordaz. —No tengo una hora, realmente podría irme cuando quisiera…

—Pues yo ya he terminado aquí, ¿Qué tal si nos vamos?

—Bueno… el caso es que debería bajar un rato aún…

—Ya. Te tiene agarrado por los huevos…

—No, en serio… es solo… es un día importante. Deja que vea si todo esta en orden… —y su teléfono vibró justo en ese instante con un mensaje de Amanda que reclamaba su presencia urgentemente. Entonces Dani se levantó y se le escapó.

—Bueno, yo aún tengo que recoger todo esto, así que estaré un rato por aquí…

Glen también se levantó y se dirigió hacia la puerta, aunque se resistía a marcharse. Envidió esa libertad, esa capacidad para improvisar sus planes, y le resultó irónico que, siendo él su propio jefe, se sintiera más obligado que nadie, y no pudiera sencillamente quedarse ahí o marcharse como le gustaría.

—¿Aún no te has ido? —pregunto el chef, y su sonrisa delataba lo mucho que disfrutaba sabiendo que no podía quitarle los ojos de encima. —Espera, tengo un aperitivo para ti —Se acercó despacio y una vez a su lado, se inclinó hacia él, le sujetó la barbilla ligeramente entre los dedos, y acercó su boca hasta la suya, entonces pasó la punta de su lengua por su labio inferior, como si degustara un postre, y Glen sintió una corriente eléctrica descendiendo por su cuerpo que se instaló en sus genitales. Luego fueron los labios los que probaron su boca, su mano la que rodeó su cuello ligeramente, en un beso suave, que apenas rozaba sus labios, sensual y largo como una caricia que consiguió que le temblaron las piernas, que envió señales de alerta a su polla y lo dejó sin aliento. Un beso perfecto.  

Y luego se alejó dejándolo con ganas de más, de mucho más.

—Lo mío son los aperitivos —dijo—Pero tengo un plato más fuerte esperándote, si no tardas mucho.

—Solo unos una hora… o dos como mucho…

—Martin —advirtió— no dejes que el suflé se enfríe… Nadie quiere comerse un suflé desinflado ¿oído?

—Sí… oído.

Pasaban de las diez de la noche, y ya había hecho todo lo que se le ocurría para hacer tiempo, pero Martin seguía sin aparecer. Tenía su número de teléfono, pero no quería llamarlo, le había dejado más que claras sus intenciones, si no se presentaba era porque no le interesaba, o no le convenía. Decidió que era hora de marcharse cuando Gema, la coordinadora de los catering se acercó por su concina para despedirse y felicitarlo por el buen trabajo.

—Disculpa Gema, Amanda quedó en pagarme al terminar el trabajo.

—Si, a partir del lunes se pondrán en contacto contigo.

—¿A partir del lunes? Creía que me pagarían esta noche.

—No, debe ser una confusión, yo no estoy a cargo de los pagos… —y comenzó una discusión algo forzada, pues Dani sabía que en realidad no le importaba esperar hasta el lunes, pero, tal vez, había encontrado una excusa perfecta para aguardar un rato más.

—¿Podría hablar con Martin? Seguro que él lo entenderá.

—¿Martin? Él no se ocupa de los servicios…

Pero fue tal la insistencia del chef que la mujer acabó por llamarlo: —Martin, tengo un pequeño malentendido con uno de los chefs ¿puedes pasarte un momento…? —Y al cabo de unos minutos se presentó un joven, de unos veintitantos con un traje oscuro con corbata roja que no era su Martin.

—Tú no eres Martin…

—Claro que soy Martin.

—¿El asistente del señor Garrik? … Yo he hablado con otro Martin.

—Eso no es posible…

Y así dio comienzo otra discusión absurda. Hasta que al fin vio salir de los ascensores a su Martin, con su traje gris impecable, caminando directamente hacia ellos.

—¡Ahí está! —anunció triunfante. Los otros dos se giraron hacia el recién llegado y sufrieron una transformación curiosa, una que le recordó a los soldados que se ponen firmes ante un superior.

—Señor Garrik —dijo el impostor de Martin, como si no se esperara su visita.

—¿Hay algún problema?

—No, señor Garrik, nada importante, podemos ocuparnos de esto, es solo un malentendido.

—Está bien, ya me ocupo yo.

Gema y el impostor de Martin se miraron confusos —Eee, no es necesario señor Garrik…

—Está bien, Martin, vete a casa, es tarde.

Aún demoraron unos instantes entre disculpas torpes, como si los hubieran pillado infraganti, hasta que al fin se marcharon y quedaron a solas los dos, Dani y…

—¿Señor Garrik?… ¿El señor Garrik? —Él sonrió y arqueó las cejas dando a entender que así era. Dani quería morirse, llevaba toda la tarde flirteando de forma descarada mientras ponía a parir a… Martin, que no era Martin, o sea: Glen Garrik, el puto Glen Garrik. —Eeeh… Lo de “gilipollas arrogante” no iba en serio… —dijo intentando arreglar algo su metedura de pata, aunque él parecía divertido con la confusión.

—Supongo que podemos olvidarlo.

—Claro… —ya, solo que él era el idiota que ni siquiera sabía para quién trabajaba.

—Bueno y ¿Cuál es el problema?

—Oh, eso… nada, da igual. No importa.

—No irás a volverte tímido ahora.

—Ja, ja… eso nunca… El verdadero problema es que no suelo acostarme con hombres que me pagan. —No acababa de decidir si le ponía más que fuera el dueño de toda esa torre de oficinas o si le intimidaba.

—Vaya, que problema… —dijo él acercándose lentamente —qué tal si dejamos que la empresa se ocupe de eso y lo olvidamos también.

—Supongo que es justo —y habían vuelto a quedarse a un palmo el uno del otro, mirándose con las sonrisas congeladas, tan cerca que le llegaba su olor, esa mezcla en la que el rastro de su perfume se había diluido, y dejaba adivinar otro olor masculino que emanaba de su cuerpo. —Entonces… ¿es verdad que vives en lo alto de la torre?

—¿Quieres que te lo enseñe?

Subieron por el ascensor hasta la última planta de aquella torre de cristal de más de doscientos metros. Era necesario un código o su huella dactilar para que el elevador te permitiera acceder a ese último piso que se abría directamente a un espacio diáfano en el que Glen había construido su refugio perfecto. El lugar en el que podía trabajar y hacer todo aquello que le gustaba hacer, y que, por lo mismo, le costaba tanto abandonar. Era grande, sí, pero sobre todo era acogedor, contaba con todas las comodidades, decorado a su gusto, sin alardes, pero sin privarse de nada. Era su hogar.  

—Qué pasada —exclamó Dani, inspeccionando el salón. Glen lo observaba. Se habían quedado en silencio desde que se descubriera su identidad. El chico deslenguado parecía cohibido, y Glen deseó poder dar marcha atrás y evitar que él lo descubriera. Echaba de menos su descaro, sobre todo porque él se sentía torpe si tenía que llevar la iniciativa, y parecía que él esperaba que lo hiciera. Entonces su teléfono vibró, y casi se alegró de que le diera algo en lo que ocuparse.

—Perdóname, solo un instante… —se disculpó antes de contestar. Era Amanda, cerrando aún la velada que tenía siempre un millón de cosas que consultarle. Hablaba con ella sin dejar de observar a Dani, que, tras dar una vuelta por su piso, deleitarse con las vistas desde la pared acristalada del salón, caminó pausadamente hasta Glen, y fue directo a besarle el cuello. Pequeños besos que iba repartiendo por su piel, escalando hacia su oído, y que hacían imposible que Glen se concentrara en la conversación con Amanda. Sus manos se colaron por dentro de su chaqueta, los besos se desplazaron por su rostro, en dirección a su boca, que seguía ocupada en la conversación, y empezaba a estar muy duro. —Amanda… creo que voy a tener que dejarte…

—Solo una cosa más, Glen… —se oía en el auricular —el señor Zhang quiere verte cuanto antes… —Mientras ella continuaba como era habitual, informándolo sobre las reuniones previstas para la próxima semana, Dani le quitó la corbata, y comenzó a desabrocharle la camisa, besando cada trozo de piel que quedaba a la vista con delicadeza. La respiración de Glen se iba agitando, ya no era capaz de prestar atención a nada de lo que decía Amanda.

—Amanda… —la interrumpió, intentando controlar los jadeos que se desbocaban —creo que mejor… seguimos mañana… —y colgó antes de que lo venciera un gemido ostentoso porque Dani había llegado hasta la frontera de su cinturón y restregaba su polla por encima de la tela mientras le metía la lengua en el ombligo.

—¿Dónde está el dormitorio? —preguntó al tiempo que se ponía de pie.

Glen le indicó la dirección, y Dani se encaminó a la habitación de espaldas, tirando de su cinturón, pero cuando cruzaron el umbral del dormitorio el teléfono de Glen comenzó a vibrar una vez más. Dani le sujetó las manos para que no lo cogiera y volvió a besarlo, pero cuando fue a quitarse la camiseta, Glen no pudo resistirse y sacó el móvil. Era uno de los directivos de MediaWorld, uno de sus mayores inversores, —espera, tengo que contestar esta… Hello, Jack… —y siguió hablando en inglés. Dani lo miró incrédulo. Se sentó sobre la cama con el torso denudo con gesto de aburrimiento. Pero entonces una chispa de malicia asomó en su mirada, se quitó las zapatillas y los calcetines, se dejó caer hacia atrás en el colchón y comenzó a desabrocharse los vaqueros dejando a la vista la tela lila de sus calzoncillos. Con sus dos manos comenzó a acariciarse, los pezones, el cuello, bajando hasta sus abdominales ligeramente marcados que eran toda perfección, excepto por una cicatriz enorme que atravesaba su pecho entre sus pectorales. Dani dejó que una de sus manos se colara en su pantalón, los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás en un gesto que dejaba entrever el placer que se estaba provocando a sí mismo, mientras su respiración comenzaba a acelerarse, y ese torso lampiño y delgado se retorcía entre sus sábanas. ¡Joder! Glen no dejaba de perder el hilo de la conversación, aunque por fortuna todas las conversaciones que había mantenido aquella noche eran semejantes. La polla de Dani comenzaba a asomar, Dani se chupó los dedos, y los pasó húmedos por su glande rosado, duro y resplandeciente. Se bajó un poco más los pantalones, y dejó entrar su mano y pudo adivinar que buscaba su orificio. Glen, con el auricular aún pegado a la oreja era incapaz de emitir palabra embriagado con el espectáculo que se le ofrecía. Con los pantalones ya casi a media pierna, Dani se hacía una paja con una mano, mientras que, con la otra, se penetraba usando los dedos al mismo tiempo y sus jadeos y gemidos eran una música hipnotizante—. Sorry, Jack… somethings come up… I’ll get back at you… —consiguió decir casi en un trance antes de dejar su teléfono sobre la cama y lanzarse a lamer con voracidad esa polla que se le ofrecía. Dani respondió a su ataque con un gemido agudo que asemejaba al bufido de un gato. ¡Dios! ¡Quería devorarlo entero! Dani lo agarró de la cabeza para asegurarse de que seguía, y lo miró un momento desde ahí, con su polla en la boca, y le encantó su sonrisa de victoria por haber logrado captar toda su atención.

Entonces el teléfono volvió a vibrar. ¡Mierda! No iban a dejarlo en paz. Era Amanda otra vez, acostumbrada a que su jefe solía estar disponible siempre, a cualquier hora, y a que nada era más importante en su vida que su trabajo. Pero esa noche no. Extendió el brazo para cogerlo, dispuesto a silenciarlo, pero Dani fue más rápido, y se hizo con el aparato antes que Glen. Y para su sorpresa: contestó.

—Hola Amanda —dijo como si fuese su amiga y su llamada —me temo que Glen no puede hablar ahora, tiene mi polla en la boca… —Glen se quedó mirándolo sin dar crédito, sin decidirse entre enfadarse y llamar a Amanda a disculparse o echarse a reír. —Te aseguro que no volverá a llamar… —siguió trás colgar, como si nada, lanzando el teléfono fuera de su alcance.

—Estás loco.

—Suelen decírmelo… —Dani se sentó en la cama, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Su lengua entró en su boca con furia, y el contacto con su piel desnuda y la humedad de su boca consiguió hacerle olvidar el suceso, y en lo único que podía pensar era en lo mucho que lo deseaba, y sin duda él lo sabía—. Si vuelves a coger el teléfono, me marcho ¿oído? — le dijo a su boca sin dejar de jadear, y Glen solo podía decirle que sí y obedecer, le hubiera dicho que sí a cualquier cosa en ese momento, pues la tentación de su cuerpo, y el ansia por poseerlo le nublaban cualquier atisbo de cordura. —¿Vas a follarme? —siguió hablándole entre besos, sujetando su rostro entre las manos, —di que vas a follarme… —Estaba completamente hechizado por su mirada intensa.

Ágilmente Dani lo giró y lo atrapó contra la cama, se puso de pie frente a él y terminó de desnudarse del todo, sin perder esa sonrisa perversa que lo estaba volviendo loco. Era tan sexy, tan increíblemente guapo, que no dejaba de preguntarse cómo había conseguido cautivar a ese chico. Una vez desnudo, Dani le quitó los pantalones también a Glen y gateó por la cama, por encima de él, hasta que sus miradas volvieron a coincidir. Volvieron a besarse, esta vez completamente desnudos, y se abrazaron y el contacto con todas las partes de su cuerpo desnudo era maravilloso.  —¿Dónde tienes un condón?

Condones, sí… debía tenerlos en alguna parte. Glen intentó hacer memoria, y al ver su gesto de concentración Dani soltó una carcajada—. Está bien, señor Garrik, no te esfuerces, seguro que yo tengo algo—. Tras decirlo se alejó para buscar en los bolsillos de sus vaqueros, donde tenía un sobrecito con lubricante y un par de condones y Glen aprovechó la pausa para preguntar.

—¿De qué es la cicatriz?

—Un trasplante —le sorprendió esa información en alguien tan joven, y quiso saber más, pero intuyó que no era el momento y que Dani no apreciaría la interrupción. —Fue hace mucho, tranquilo, no me impedirá follar como loco…

Y así fue. Las siguientes horas las pasaron follando sin parar. Dani sentado encima de él, su polla entrando y saliendo, luego boca abajo en la cama, Glen a su espalda, Dani de rodillas agarrado al cabecero de la cama, tumbado sobre la cama con sus dos piernas sobre sus hombros. Todo era fricción, jadeos, besos… no recordaba la última vez que había follado así, de hecho no recordaba haber follado nunca de esa forma salvaje e insistente. Tras dos orgasmos brutales cayeron rendidos en la cama. No hubo negociación al respecto, no preguntó, ni él dijo nada, solo se enroscó entre sus brazos como si fuese lo más natural del mundo, y se quedaron dormidos, abrazados, juntos, como si lo hubiesen hecho así toda la vida, como todo lo que llevaba ocurriendo aquella tarde entre ellos. Y la sensación cotidiana del calor de su cuerpo lo llenó de una forma conmovedora. Quería sentirse así todos los días. ¿Por qué no podía ser? Le gustaba Dani, no quería que se marchara, quería conocerlo más, acostumbrarse a él, aprender a amarlo y a necesitarlo… pero no se atrevía a decir nada de lo que pasaba por su cabeza en ese momento, porque era demasiado rápido, demasiado pronto, demasiado bonito para ser real.

Dani despertó solo en la enorme cama doble. La luz entraba velada por unas persianas japonesas alumbrando aquella habitación que era más grande que su ático en el Raval, muy lejos de donde se encontraba en ese momento. Se acercó al ventanal que casi cubría una pared entera y subió la persiana blanca para descubrir una vista espectacular del puerto con el mediterráneo de fondo y mientras se sumergía en su asombro se percató de algo… el silencio. No había sido consciente de ello durante la noche, pero de pronto la revelación le sobrevino de golpe: no se escuchaba nada. Estaban en una de las zonas más concurridas de la ciudad, pero aquella torre era un remanso de paz. Había dormido del tirón y hasta tarde sin que lo despertara el ruido de sirenas, atascos, voces o peleas nocturnas. Podría acostumbrarse a eso, pensó, y rápidamente desechó la idea. Quizás quedarse a pasar la noche ya había sido demasiado, y a juzgar por la ausencia de Glen Garrik en la habitación—joder, el puto Glen Garrik, aun le costaba creérselo —era posible que ya se hubiera excedido en sus aspiraciones.

Se puso los vaqueros y su camiseta, y salió del cuarto en busca de Glen, lo que le costó un rato, no solo por lo grande que era aquel último piso de la torre, sino porque no dejaba de detenerse para admirar lo que encontraba a su paso. No era especialmente lujosa, no de una forma ostentosa, el piso estaba decorado con sencillez, con materiales orgánicos, madera, algodón, ratán, pero la cantidad de pequeños detalles que la hacían practica y acogedora a la vez no dejaban de fascinarle, la forma en la que la tecnología quedaba camuflada entre la atmósfera cálida era increíblemente ingeniosa.

Encontró a Glen trabajando y hablando de forma inalámbrica con alguien, en un amplio despacho con una vista panorámica de la ciudad que volvió a dejarlo sin palabras.

—Perdona, Glen, no quiero molestar… —dijo en un susurro, para no interrumpir, pero él le pidió con un gesto que aguardara un momento. Estaba claro que estaba ocupado y que era hora de marcharse. Le indicó con gestos que se iba, no quería convertirse en un obstáculo.

—Malcom, discúlpame un momento —dijo con autoridad a su interlocutor antes de silenciar la conversación, y luego se dirigió a Dani con dulzura —¿te vas? ¿por qué?

—No quiero interrumpirte, seguro que tienes mucho que hacer.

—No, no, será solo un momento… creía que desayunaríamos juntos o… algo. Hay café en la cocina… —Y en sus ojos había una súplica que le gustó —aunque, si tienes otros planes…

—No. Puedo quedarme un rato —y la sonrisa de Glen envió una oleada de calor que se instaló en su pecho. —Prepararé el desayuno.

Entró en la cocina, otra habitación espectacular que se entretuvo inspeccionando y que haría las delicias de cualquier aficionado al arte culinario. Y se puso manos a la obra.

Casi una hora más tarde Glen entraba en la cocina. Se acercó sigiloso y rodeó a Dani con los brazos por detrás mientras este seguía afanado con sus preparativos. —¿Viene a comer alguien más? Has preparado desayuno como para un regimiento…

—No sabía que te gusta desayunar, así que hice un poco de todo —y al observar la fila de platos desplegados por la cocina con crepes, huevos Benedict, y otras opciones añadió —bueno, quizás me he pasado…

—Huele muy bien. Y estoy hambriento…

Dani se giró para encontrarse con la sonrisa de Glen una vez más, que no parecía molesto por sus excesos culinarios, y que no perdió un instante antes de inclinarse y entrelazar sus bocas. Llevaba toda la mañana deseando besarlo, y ahora que lo tenía no iba a soltarlo. Los labios se degustaron, se buscaron, se abrazaron y devoraron. Y olvidaron el desayuno cuando se quitaron las camisetas y siguieron besándose el cuerpo, lamiéndose y restregándose desenfrenadamente. Y ya no podía sopórtalo más, lo quería dentro, y se lo hizo saber. Se desnudaron con prisa, y, allí mismo, sobre la encimera, entre cascaras de huevo y restos de harina, Glen volvía a penetrarlo, con las piernas de Dani rodeándolo, y las bocas unidas follaban como si no lo hubieran hecho nunca en sus vidas, con un ansia insaciable, acelerando el ritmo frenético, entre jadeos y olores corporales hasta que alcanzaron el orgasmo, Dani primero, entre los dedos de Glen, que luego salió de él para terminar con su mano salpicándolo hasta la barbilla de semen. Ya calmado el deseo volvieron a disfrutar de besos apaciguados.

—Me muero de hambre —aportó Glen.

—Pues, es una suerte que he preparado alguna cosilla, señor Garrik.

Se sentaron en la terraza cubierta de la cocina, otro espacio asombroso, y desayunaron en abundancia. Y el desayuno se convirtió en almuerzo y luego en cena. Pasaron el día comiendo y devorándose el uno al otro, riendo, charlando, contándose sus vidas, y follando una y otra vez. Y cuando los alcanzó la noche Glen le pidió que se quedara un poco más. —Me encantan tus desayunos —dijo, y los dos se miraban a los ojos con una mezcla de reconocimiento y asombro por lo familiar que resultaba estar juntos —me encanta desayunar contigo.

—y a mi prepararte el desayuno…

—¿Te quedas entonces?

—Claro… —y para confirmar sus intenciones se sentó a horcajadas sobre él y lo rodeó con los brazos volviendo a besarlo con profundidad —¿Hasta cuando quieres que me quede?

—Bueno, ya sabes, es la cueva del vampiro, podemos pasarnos meses sin salir de aquí.

Y Dani soltó una carcajada sonora antes de volver a fundirse entre sus brazos y su boca. Sí, pensó, podía acostumbrarse a esto.

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Un relato de Laurent Kosta

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12 comentarios sobre “CREMOSO Y SALADO

  1. Y ya van dos historias leídas… Son las 3:30 de la madrugada y como Glen y Dani no puedo alejarme de ti. Inspiracional sin dudas. Tengo en mi cabeza sus miradas, el diseño de la cicatriz, el relieve del cinto, la hoja de menta y hasta las arrugas tensas sugeridas entorno a los ojos de Amanda. Envicias mi imaginación amigo. Y eso me encanta.

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  2. Encontrarte, estimada Laurent, a sido la sorpresa más deliciosa de mis últimos mese… Me declaró fan’s de tus historias… Ahora a empezar a ahorrar para los libros de pago, pues los quiero en mi biblioteca ¡¡ TODOS!!.
    Es hermoso leer tus historia!!!

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