VICTOR Y RAMIRO

(Este relato es una historia paralela de dos personajes de la saga «Montañas, Cuevas y Tacones» publicada por Ediciones El Antro)

CAPITULO 1

Víctor supo de Ramiro mucho antes de conocerlo. Ya era el abogado de Tony y Alfred cuando ellos lo acogieron en su casa, y como abogado fue uno más de los que les advirtió de los riesgos de acoger a un adolescente del que no sabían nada. Podría robarles, podría meter a gente indeseable en su casa, podría incluso meterlos en un lío legal si los demandara falsamente por abuso, por no hablar de las consecuencias mediáticas que una acusación así traería para su firma de moda. Bastaba que el chico supiera eso para que los chantajeara. Pero cuando de verdad se alarmó fue unos años después cuando Tony y Al, a quienes consideraba no solo clientes sino buenos amigos, le informaron de que deseaban incluir a Ramiro en su testamento.

Sabía que era un error, pero sabia también que no conseguiría nada con advertencias, estaba claro que el chico los había engatusado, lo veían como parte de su familia y nadie los convencería de lo contrario. Fue entonces cuando quiso conocerlo. Comprobar si habían metido en su casa a un pequeño estafador o si era realmente era el buen hijo que ellos creían que era.

            No le costó encontrar motivos para pasarse por el estudio de sus clientes, trabajar desde allí incluso, la empresa crecía, ganaba prestigio internacional y la gestión demandaba cada vez más tiempo de su bufete. Normalmente hubiera delegado esa gestión, pero tenía un interés personal por involucrarse.

            Conoció a Ramiro una tarde, mientras terminaba las nóminas de los empleados de la famosa firma de moda Alfred&Valenti a solas en el despacho de Al, en su casa, mientras que sus clientes trabajaban en su estudio en el piso de arriba. Levantó la mirada un momento y se lo encontró delante de él, de pie, apoyado en el marco de la puerta en una pose que no habría quedado más sexy si la hubiera preparado, aunque su cuerpo desprendía una indiferencia irresistible. Estaba ahí, observándolo de reojo, con una sonrisa perversa, mientras entre sus manos desgranaba cuidadosamente una piedrecita de costo que dejaba caer en una papelina que reposaba sobre su otra mano, una acción que parecía manejar con destreza de experto. —¿Te conozco? —preguntó, al tiempo que confeccionaba un cilindro perfecto entre sus dedos largos.

            —Víctor Andrade, soy…

            —El abogado —le cortó y Víctor sonrió.

            —E imagino que tú eres Ramiro. —El joven le devolvió la sonrisa —He oído hablar mucho de ti.

            Ramiro ignoró por completo la invitación a una charla superficial, se limitó a encender su porro y comenzar a fumar sin perder su chulería. Debía tener unos veinte años por entonces. Se notaba que estaba cómodo en su piel, su mirada insinuante y su pose provocativa no ocultaban que flirteaba. Se habían quedado en silencio, pero no se hacía raro, como si formara parte de un acuerdo prestablecido. Ramiro dio un par de caladas y le ofreció el pitillo, entonces se fijó en sus ojos, eran de un azul casi trasparente, enmarcados por unas tupidas pestañas negras que creaban un efecto hipnótico en su mirada; aunque, por alguna razón, conseguía que un rasgo que debería tener algo de angelical resultara perturbador.

            Víctor rechazó la droga, él volvió a fumar. Absorbió el humo, lo retuvo en sus pulmones un momento y luego despacio mientras decía con voz arrastrada: —Víctor el abogado. No me habían dicho que eras tan guapo.

Víctor soltó una carcajada, su descaro era apabullante.

            —¿Te puedo ayudar en algo… legal? —preguntó de forma tajante, dejando claro que su presencia interrumpía. Ramiro negó de forma casi imperceptible, luego se humedeció los labios y se estiró, alargando sus brazos por encima de la cabeza, en un gesto pretendidamente desenfadado. Víctor no pudo evitar fijarse en su cuerpo, su musculatura marcada se adivinaba a través de su camiseta verde de manga larga, que se ceñía a su torso y te llevaba inevitablemente a fijarte en su pelvis compacta, dura. Había algo exageradamente sexual que emanaba de cada uno de sus poros, y él lo sabía.

            —Nos vemos… — dejó caer, y sonó más a invitación que a despedida. Luego se dio la vuelta y se alejó con paso relajado, pero a medio camino se giró una vez más hacia Víctor, para descubrirlo con los ojos pegados a su cadera, y asomó una vez más esa sonrisa de quien sabe que ha logrado la atención que buscaba.

            No podía menos que preguntárselo, así que cuando le comentó a Tony que había conocido a Ramiro, lo dijo — Vosotros ¿no estaréis…?

            —¡Por supuesto que no! —se indignó el diseñador —Es solo un crío. ¡Por dios! —y la idea en su expresión parecía descabellada, aunque no lo había sido para nada mientras hablaba con Ramiro. —Ya sé que va de ese rollo de malote, pero es un buen chico, es muy trabajador y si se compromete a algo lo cumple… —Tony fue muy fue muy rotundo apartando las dudas —En serio, Víctor, deja de preocuparte, no somos estúpidos. Nos encanta tener a Ramiro en casa, y te aseguro que nos ha aportado mucho más él a nosotros que nosotros a él.

            Así que olvidó del tema, no había nada más que pudiera hacer, si se equivocaban o no, no era su responsabilidad.  

No volvió a ver a Ramiro hasta tres años después, cuando él mismo se acercó a verlo. Tenía una pregunta legal al parecer. —Tony dijo que podía pasarme. No te importa ¿verdad? —preguntó en cuanto entró en el bufete. Se había dejado crecer una perilla juguetona que le daba un aspecto más maduro, y bohemio.

            —No, claro… —invitó Víctor. Le hizo pasar a su despacho, le ofreció un café y un asiento, y debía de reconocer que había algo de alarde en darle tanta importancia a su consulta extraoficial.

            Ramiro ignoró su invitación a sentarse y, en su lugar, se quedó de pie husmeando su estantería, deteniéndose a observar los libros legales, las fotos familiares, diplomas y recuerdos de congresos. —No quiero entretenerte… —aseguró al tiempo que se recreaba con un tomo de “metafísica de las costumbres” de Kant —¿Sabes si una técnica de fotografía tiene derechos de autor?

            —¿A qué te refieres?

            —Estoy trabajando para un fotógrafo, uno muy famoso en el mundo de la moda, que tiene una técnica peculiar para hacer fotos. —Siguió sin dejar de rebuscar entre sus libros —El caso es que, he aprendido a manejar su técnica, de hecho, muchas veces las fotos las hago yo, y él solo viene por el estudio para cobrar…

            —Vaya, no parece muy ético.

            —Es bastante habitual… —Y la inspección de su pequeña biblioteca lo había llevado hasta Platón, “La república” —Una revista me ha ofrecido hacer unas fotos con su técnica… por mi cuenta —y en ese punto levantó los ojos en su dirección en busca de la reacción de Víctor—. Me ofrecen la mitad de lo que suele cobrar él.

            —Eso tampoco parece muy ético.

            —Pero ¿Es ilegal?

            —Es difícil de saber. Si tiene una patente sobre algún mecanismo que utiliza en sus fotografías.

            —No, es más bien un estilo, un concepto de fotografía…

            —Las ideas también se pueden patentar. —Eso no pareció gustarle —Aunque supongo que en el caso de una obra artística sería muy difícil demostrar que has utilizado el método exacto, si el resultado es una versión de su estilo. Bastaría que introduzcas pequeñas variaciones… Siempre que, claro está, haya patentado su técnica. —Ramiro sonrió aprobatoriamente, pero no dijo nada. Era difícil adivinar lo que estaba pensando—. En todo caso, no creo que a tu jefe le haga mucha gracia.

            —Esa es la parte que menos me importa. ¿De verdad lees filosofía, o es solo para impresionar? —dijo, cambiando de tema, mientras hojeaba “El miedo a la libertad” de Erich Fromm.

            —Siempre me gustó la filosofía, pero esos los tengo aquí para impresionar.  —Y a él pareció gustarle su sinceridad.

            —¿Me prestarías este?

            —Puedo regalarte uno nuevo, ese está subrayado y muy manoseado.

            —Mejor —y su forma susurrante de decirlo era ambigua. Había libros que jamás prestaba. Era una norma no escrita que los libros prestados jamás se devuelven, y Víctor valoraba su biblioteca por encima de cualquier otra de sus pertenencias. Pero sabía que estaba a punto de hacer una excepción, porque había sucumbido al hechizo del joven de ojos traslúcidos, y la idea de tener una excusa para volver a verlo resultaba tentadora.

            —Con vuelta.

            —Por supuesto —confirmó —. Gracias… por el consejo —añadió antes de marcharse, y Víctor se quedó observando cómo se alejaba entre las mesas de su bufete con sus andares callejeros, con pocas esperanzas de volver a ver su libro.

            Al final de la temporada Alfred y Tony solían organizar una fiesta. En esa ocasión era para celebrar la presentación de la colección Otoño-invierno de Alfred&Valenty. No era la primera vez que lo invitaban, pero en el pasado había encontrado buenas excusas para esquivarlas, no era el tipo de persona que disfrutaba de esas fiestas de famoseo y manoseo. Víctor era más bien cauto a la hora de elegir sus relaciones. Aunque debía confesar que parte de su motivación para asistir aquella noche era la esperanza de volver a cruzarse con el joven aspirante a fotógrafo de ojos azules.

            La fiesta tenía lugar en el lujoso salón de un edificio del siglo diecisiete del centro de Madrid. Vestidos largos con firma de autor, atuendos brillantes, esmóquines, zapatos de precios desorbitados, joyería, mucho alcohol, cirugía plástica, desinhibición y libidos disparadas. Justamente el tipo de fiestas que Víctor detestaba por más que apreciara a sus anfitriones. Algunos rostros conocidos, sobre todo de clientes suyos, por lo que pasó gran parte de la noche hablando de trabajo. Con una copa en la mano y la otra en el bolsillo de su traje de Prada, el abogado buscaba entre la multitud al objeto de su deseo. No fue difícil encontrarlo, iba de un lado a otro del local haciendo fotos de los invitados con una Cannon antigua. Saludaba, bromeaba, y hacía fotos, se movía con confianza entre los invitados, y estaba claro que seducía a todo el que se cruzaba en su camino, tanto hombres como mujeres quería acercarse, abrazarlo, tocarlo, besarlo, o respirar cerca. Víctor lo observaba en la distancia, en cambio, Ramiro no reparó en él. Vestía un traje negro ceñido, sin corbata, con una camiseta de cuello vuelto que realzaba la armonía de su cuerpo. Se sintió de pronto ridículo por haber albergado alguna esperanza, Ramiro era joven, atractivo y carismático, lo adoraban. Él, en cambio, solo era un abogado aburrido que rozaba los cuarenta, con una vida predecible y poco glamurosa. Era mejor olvidarse del chico de mirada hipnótica y buscar entre hombres que estuvieran más a su alcance, en su liga, como solía decirse.

Echaba de menos la época en la que las relaciones eran fruto de la casualidad. Te conocías en un bar, una fiesta, te presentaba algún amigo… la oferta de sexo en redes le parecía una trampa endiablada. La gente ya no se hablaba, se estaba perdiendo la necesidad de la seducción, y a Víctor le gustaba ese juego. Las miradas, la conversación, el anhelo, la incertidumbre. Pero aquella noche se descubrió deseando pasar la noche con alguien, aunque fuese un encuentro fugaz y desechable.

El flash cegador de una cámara lo sorprendió de pronto en mitad de una conversación sobre economía de mercado. Y ahí estaba Ramiro, sexy, joven, con su sonrisa perversa.

            —Víctor el abogado, deberías estar follando esta noche, no hablando de economía.

            —La noche es joven —le respondió con rapidez sin dejarse intimidar por su actitud provocadora.

            Ramiro cogió su copa y dio un trago largo antes de devolvérsela —Muy cierto —dijo. Le guiñó un ojo y se esfumo.

            Lo detestó en ese momento, por su seguridad, su capacidad para manipularlo. Para Ramiro el resto formaban parte de un juego que él controlaba, sería él quien eligiera con quien marcharse aquella noche, y se odió por ser uno más de los babosos que aguardaban en segundo plano anhelando las migajas de atención. Decidido a ignorarlo, se dedicó a buscar un rollo para esa noche… no debía ser difícil en aquella fiesta. Las siguientes horas las pasó tonteando con unos y otros, flirteando como solía hacerse antaño. Ya de madrugada la fiesta empezó a desvariar, Alfred, borracho, bailaba con las modelos, mientras Tony le echaba la bronca para que dejara de beber. Había parejas y tríos besándose y metiéndose mano en los sillones, otros vomitando en las esquinas, o esnifando cocoa sin disimulo. La fiesta estaba en su apogeo más vicioso cuando Víctor notó que Ramiro se había esfumado. Sin poder evitarlo, comenzó a buscarlo por el salón, sabía hacia dónde se encaminaban los que querían algo más que un morreo, y como él también andaba algo ebrio, se fue en esa dirección. Se alejó de la sala central, dejando atrás el ruido de la música y el gentío, deambuló por algunos pasillos hasta encontrar una puerta entre bastidores que daba a un almacén. Ahí, entre la oscuridad, se escuchaban los jadeos de los amantes espontáneos de la noche.

Supo que estaba ahí, era a donde habría ido Ramiro sin duda, y no se equivocó, entre la penumbra pudo adivinar la figura del joven junto a una mesa, besándose con otros dos hombres.  Víctor, con su vaso de whisky en la mano, se acercó un poco fijando su mirada en Ramiro sin disimulo. Tenía el torso denudo y Víctor se deleitó observando su piel, siguiendo la línea de sus músculos por brazos y pectorales. Uno de aquellos hombres le comía la boca, recorriendo con sus manos la piel desnuda que Víctor no podía dejar de admirar. El otro se agachó delante de él, le abrió la cremallera del pantalón, y comenzó a chuparle la polla con dedicación. Víctor se apoyó sobre una pared con su copa aún en la mano y se quedó a mirar, sin reparo, deleitándose en el espectáculo que se lo ofrecía. En ese momento su mirada se cruzó con la de Ramiro, y el chico siguió disfrutando de las atenciones de sus amantes sin perder de vista al intruso. Parecía estar disfrutando de tener un voyeur, agarraba la cabeza del chico que le hacía una mamada para dirigirlo, dejaba que el otro le lamiera el cuello, la oreja, los pezones, mientras Ramiro, con los labios semi abiertos, miraba a un tercero que no le quitaba los ojos de encima.  Se concentró en la tensión de sus músculos, la piel brillante por el sudor, ese gesto entre el placer y el dolor, jadeando con las venas del cuello hinchadas, y sus preciosos ojos azules encontrándose con los suyos.

Entonces el hombre que besaba a Ramiro se bajó los pantalones, y el tercero, uno chico rubio, pálido, con cara de niño y los mofletes colorados, comenzó a chuparle la polla también, alternando con su boca de labios generosos entre uno y otro, mientras los otros dos se besaban recostados contra la mesa, o se lamian el cuello, sin que Ramiro perdiera de vista a su espectador. Las dos pollas estaban inflamadas y rosadas, y entonces cogieron al chico de la cara de niño y entre los dos lo fijaron boca abajo contra la mesa y le bajaron los pantalones para follárselo. Ramiro lo agarró por las nalgas, se escupió en la mano y restregó la saliva por el orificio del joven, luego empezó a embestirlo, entrando poco a poco en su agujero, con paciencia, pero sin contemplaciones. El otro hombre, se colocó en el lado opuesto, y el chico de la mesa le agarró la polla con la mano y volvió a metérsela en su gran boca. Entraba y salía, y el rubio gemía de placer mientras lo penetraban por delante y por detrás. Víctor se fijó en el culo de Ramiro. Sus pantalones habían quedado a medio camino, y sus glúteos se tensaban con cada embestida. Tenía un culo precioso, duro y de un tamaño perfecto, creaban un espectáculo armónico con sus muslos y su espalda, realmente tenía un cuerpo envidiable. Y mientras se follaba a aquel desconocido, volvió la mirada hacia Víctor y sonrió al verlo tan entregado a la escenita erótica.

Cuando llevaban un rato fallándose al tercero, Ramiro se apartó, y con un gesto, invitó a Víctor a participar, ofreciéndole el culo de ese desconocido para que se lo follara también. Había algo increíblemente excitante en la forma en la que convertía en objeto a ese tercero, como si fuese solo un cuerpo sin voluntad. No le cabía la menor duda de que aquella posibilidad excitaba también al objeto sexual. Podía hacerlo, desde luego, estaba muy cachondo, con ganas de sexo. Pero declinó la invitación. No quería follarse a ese otro joven, era a Ramiro a quien deseaba, lo quería para él solo, sin compartirlo. Se moría por besarlo, por reducirlo, objetivarlo también, y follárselo o que lo follara, lo que fuese, pero solo con él. Ramiro le dedicó una sonrisa antes de volver a lo que le ocupaba. Comenzó a embestir al rubio con fuerza, acelerando el ritmo, claramente acercándose al clímax, y Víctor no quería perderse un solo detalle. Cuando alcanzó el orgasmo, todo su cuerpo se tensó, levanto la cabeza hacia el cielo, con los ojos cerrados, los músculos del cuello rígidos, la respiración contenida en jadeos dispersos que debían acompañar el chorro de semen que estaba llenando aquel cuerpo inerte, y se quedó suspendidos en ese instante de liberación.

            Entonces Víctor se levantó y se marchó.

            Una hora más tarde, cuando ya todos se dispersaban y se disponían a regresar a sus casas, Víctor volvió a ver a Ramiro en la distancia, en la calle, junto a la salida del viejo edificio por la que ya casi todos los invitados ponían rumbo a sus vidas cotidianas. Estaba con un grupo de chicos de su edad, algunos con aspecto de modelos. Charlaban y bromeaban, uno de ellos, le había pasado el brazo por encima de los hombros, y Ramiro no parecía incomodo con el exceso de confianza.

            Víctor se dirigió hacia su Audi Sportback plateado, condujo calle arriba hasta donde estaba Ramiro y su grupo, y detuvo el vehículo justo delante de él. Era una maniobra arriesgada, podía ser muy humillante que pasara de él, pero Víctor hacía rato que no pensaba con claridad. Ramiro lo vio, y durante un instante siguió charlando con sus amigos como si nada. Pero entonces —Bueno, me abro… — dijo. El resto protestó, como si el plan ya estuviera marcado y los estuviera traicionando. Él se disculpó —Los siento chicos, en serio, tengo que irme…

            Ramiro abrió la puerta del Audi, subió y se sentó a su lado. Cuando ya estaban en marcha preguntó —¿Y a dónde vamos?

            —Mi casa, supongo.

CAPITULO 2

La noche con Ramiro, tras la fiesta de Tony y Al, no acabó como Víctor había imaginado. Por alguna razón que seguía martirizándolo acabaron discutiendo aquella noche. Seguramente fue por algo que dijo Víctor, o su forma de decirlo… sí, algo en tono sarcástico del tipo: “desde luego sabes cómo seducir a un hombre mayor”, aunque no lo recordaba bien porque había bebido demasiado, y toda aquella noche estaba resultando demasiado surrealista y lo tenía aturdido. Ramiro, que había empezado a ponerse cómodo, —se había quitado la chaqueta y los zapatos, y parecía tener prisa por desnudarse… —se detuvo de golpe y le clavó la mirada.

          —No te fías de mí—. No fue una pregunta, fue una declaración que arrastraba cierto rencor que Víctor no había calculado —Piensas que los estoy estafando, que me aprovecho de su generosidad ¿verdad?

—Oye, yo no…

—¿Crees que no me di cuenta de tus paseítos por el estudio para espiarme, y tus, no tan disimuladas indagaciones sobre lo que hago o dejo de hacer? — Víctor quiso corregirse, o disuadirlo, pero él ya estaba embalado—. No me pagan por todo el trabajo que hago para ellos ¿te enteras? Si me pagaran por las horas que trabajo en su estudio, seguramente ya habría podido mudarme por mi cuenta… me explotan ¿sabes? Y lo digo sin mal rollo, porque me caen bien, y estoy muy agradecido por lo que han hecho por mí, pero no por las cosas que me pagan precisamente, por otro rollo que seguramente no entenderías… pero, no te equivoques, la habitación y el plato de comida te aseguro que me los he ganado con creces… —Víctor no insistió, se echó un poco hacia atrás y lo dejó hablar. Ramiro tenía mucho que decir, no solo sobre lo que pudiera pensar Víctor, sino todo el mundo que lo juzgaba erróneamente porque era el joven, era el macarra, el marginado, y era posible que no fuese la primera vez que se defendía de los prejuicios de otros.

Una cosa sí le quedó clara por su actitud: Ramiro no sabía nada del testamento.

La noche acabó sin sexo, con Ramiro marchándose irritado y medio borracho, tambaleándose escaleras abajo. Por la mañana Víctor se alegró de que no hubiese llegado a más. Pasado el subidón del alcohol y la excitación se daba cuenta de que hubiera sido un gravísimo error. Al llamó por la mañana y estuvieron hablando durante más de una hora, en parte de trabajo, pero sobre todo comentaron la fiesta, el desfile y compartieron anécdotas de los invitados. Alfred y Tony no solo eran sus clientes, eran buenos amigos, y si Ramiro era importante para ellos, era mejor no complicar las cosas por un calentón.

Pasaron meses y consiguió casi olvidarse de Ramiro… casi, pues el recuerdo de la escena de sexo en la trastienda del local se convirtió en la fantasía habitual de sus noches de autosatisfacción. El recuerdo de la tensión en los músculos de su espalda, las venas de sus brazos y su cuello, su gesto alzado al cielo, los labios, el sudor, sus jadeos… había memorizado cada detalle, cada movimiento, y se recreaba en las imágenes de su memoria hasta alcanzar el orgasmo entre sus sábanas en la soledad de su cuarto. Incluso cuando ocasionalmente buscaba un amante fugaz a la carta en las aplicaciones de su teléfono, durante el sexo se descubría muchas veces fantaseando con la noche que no compartió con Ramiro, rememorando la escena erótica de la que había sido partícipe como voyeur.

Por suerte se encontraba con más frecuencia con el Ramiro de sus fantasías que con el real. El truco de fotografía que le había afanado a su antiguo jefe le estaba dando resultado, y Ramiro viajaba cada vez con más frecuencia por Europa trabajando como fotógrafo freelance.

Fue cerca de la navidad cuando finalmente volvieron a coincidir en el estudio de Tony y Al. Víctor había ido a llevarles los títulos de unas acciones que acababan de tramitar sobre la empresa, en el estudio estaban preparando un pase privado de algunos de los diseños que mostrarían en la pasarela de invierno en la semana de la moda en Paris. Le invitaron a quedarse a verlo, y estaba a punto de declinar la invitación cuando descubrió a Ramiro al fondo del estudio preparando las luces para fotografiar la sesión.

Se sentó entre las sillas que habían colocado formando un pasillo para los invitados, deleitándose con la posibilidad de observar a Ramiro de forma clandestina. Lo vio dando instrucciones a la maquilladora, comentando algo con Richi, el estilista, y bromeando con Alfred, con quien parecía tener una mayor complicidad. Cuando su mirada se cruzó con la del fotógrafo, su ceño fruncido no fue muy alentador. Tal vez había sido un error quedarse. Aunque, pensándolo mejor, sería bueno aclarar las cosas entre ellos.

El pase comenzó con retraso, y continuó retrasándose, por lo que Víctor envió un mensaje a su bufete para avisar que no volvería esa tarde. Las modelos desfilaron con una veintena de vestidos de gala, trajes sastre, y trajes de noche elegantes en su línea a la vez que audaces en sus estampados. En general le gustó, apreciaba los diseños de Alfred&Valenty, pero debía reconocer que lo mejor del desfile fueron las continuas discusiones entre el equipo creativo, en particular Tony y Al, y los gestos de exasperación de Ramiro.

Cuando al fin terminó, aprovechó el caos de la recogida para acercarse a joven fotógrafo. —¿Tienes un momento?

—Claro —respondió él sin prestarle mucha atención.

—Para hablar a solas, si no te importa. —Entonces Ramiro se fijó en él, y le indicó con un gesto que lo siguiera. Se alejaron de la concurrida sala de pruebas en dirección al vestidor, algo más despejado. Había esperado un lugar más privado, pero se tendría que conformar —Solo quería disculparme, mi comportamiento aquella noche no fue muy adecuado. Demasiado alcohol… aunque no es excusa. Siento haberte incomodado… —Y antes de que pudiera terminar la frase, Ramiro se había acercado y le estaba mordiendo el labio inferior. Sus labios tiernos se posaron sobre los suyos, sintió su aliento caliente invadiendo su boca, y una descarga eléctrica lo atizó recorriendo el camino desde su boca hasta su pelvis en un segundo, alertando a su polla como una alarma de incendios. Se estaban besando y era exactamente lo que había deseado desde hacía meses, o tal vez años, pero… tenía que parar. —Espera… no podemos… —dijo, apartándose de él, mirando a su alrededor comprobando que nadie lo hubiese visto. No estaba bien, se lo había repetido un millón de veces, tenía que quitarse a Ramiro de la cabeza, pero su reacción parecía divertir al fotógrafo.

—¿Se está volviendo tímido, señor Andrade? —dijo mientras lo agarraba por la corbata y tiraba de él, Víctor se dejó guiar hasta lo que parecía un cuarto de vestuario, con ristras de ropa colgada y percheros de los que pendían vestidos de noche enfundados en plásticos como cadáveres. A media luz y ocultos entre las prendas de diseño, Ramiro volvió a besarlo. Sus labios jugosos le parecieron una fruta deliciosa, aunque peligrosa, pero ya no había fuerza humana capaz de detenerlo. Sus bocas se fundían, sus lenguas se exploraban en profundidad, mientras su cuerpo rozaba con el de Ramiro, y podía sentir al fin la dureza de ese cuerpo joven que tanto había imaginado.

—Creía que estabas enfadado conmigo —consiguió susurrarle.

—Has dicho que lo sientes.

Y volvió a sonreír… esa sonrisa endiablada que lo estaba volviendo loco. Pasó sus manos por sus brazos, recorriendo la firmeza de sus bíceps, y luego por su pecho, tan joven, tan duro… y también sus pelvis se unieron, apretándose los cuerpos uno contra el otro, y la sensación de sus erecciones acariciándose mutuamente era maravillosa, y lo tenía muy excitado, jadeando sin control en su boca. Ramiro le aflojó la corbata, y comenzó a desabrochar los botones de su camisa, —blanca, siempre blanca para Víctor— y el abogado a su vez buscó su piel bajo la camiseta negra de algodón, levantando la tela hasta alcanzar los pezones, pequeños y rodeados por unos díscolos pelos negros, indomables, como su dueño. Primero los acarició con los dedos, y luego los besó, rodeándolos con la punta de su lengua, y disfrutó escuchando el gemido largo y suave del joven.

Cuando Ramiro empezó a desabrochar su cinturón de cuero negro, supo que debía detenerlo. —Espera… no sigas… —quiso frenarlo, pero cuanto más se resistía, más empeño ponía el chico. Le bajó la cremallera, y su mano se coló entre sus pantalones sujetando su erección con la mano —Ramiro, para… —pero él no paró, solo le mostraba su sonrisa perversa mientras su mano recorría el tronco de su polla —Espera… vamos a otro sitio… —. Entonces se agachó delante de él, y su lengua comenzó a juagar con su glande. Víctor tuvo que taparse la boca para censurar una exclamación de placer. Al otro lado de la puerta podía distinguir con claridad las voces de las modelos, los estilistas, y el personal del estudio, todos afanados aun con la revisión de los trajes, o lo que fuese que los ocupaba aún. Estaban demasiado cerca, pero estaba claro que Ramiro no iba a parar. La boca de Ramiro empezó a juagar con su polla, la lamía, la recorría de arriba abajo o viceversa, la chupaba, la acariciaba, y Víctor se concentraba en no emitir ningún sonido, mientras su cuerpo buscaba desesperado la profundidad de su garganta, y las voces de Toni y Al se escuchaban al otro lado de la pared que seguían discutiendo sobre el color de no sé qué… Y aún pudo escuchar que alguien buscaba al fotógrafo “¿Dónde está Ramiro?”.

Estaba a punto de correrse, y tal vez era mejor acabar cuanto antes para terminar con esa locura, cuando la puerta del vestidor se abrió de golpe y fue invadida por las voces de dos personas. Ramiro se puso de pie, apretándose aún más contra su cuerpo, y los dos se embutieron más entre la ropa colgada, para ocultarse. Víctor quería desaparecer en ese momento. Los dos se quedaron muy quietos, y en silencio, aunque podía notar que Ramiro se estaba riendo. Víctor le tapó la boca, advirtiéndole con el gesto y con un “Shhh” para que no hiciera ruido. No quería ni imaginar que lo descubrieran en una situación tan embarazosa, aquello había sido un error de adolescente que no podía permitirse. Pero el azoramiento de Víctor parecía divertir mucho al chico moreno que tenía pegado a su cuerpo, aun con su polla colgando fuera del pantalón. Creyó distinguir las dos voces que buscaban algo entre el vestuario, era ese nuevo estilista, Richi, y una de las costureras. “El rosa palo…” decía uno, “creo que se lo llevaron para lo de Roma…” decía el otro. Entonces Ramiro empezó a masturbarlo con la mano sigilosamente. Víctor intentó detenerlo, pero el continuaba, y si se resistía solo conseguiría hacer más ruido. Mientras los dos invasores rebuscaban entre los miles de prendas organizadas en los percheros, Ramiro jadeaban en su boca de forma casi imperceptible. Tenía las dos pollas juntas entre sus manos, acariciándolas, masturbándolas lentamente a la vez. Y aunque quiso frenarlo, acabó acompañando sus movimientos, hasta que eran los dos los que se masturbaban mutuamente en silencio, como dos colegiales ocultos en un armario aguardando a ser descubiertos por algún profesor que los reprendería sin duda. Y aun con sus visitantes revolviendo entre las cosas a apenas un metro de ellos, alcanzaron el orgasmo, y los chorros de semen salieron despedidos entre la ropa de diseño que los envolvían.

Su final coincidió con la salida de los dos invasores, y Ramiro empezó a reírse. —Estás loco —dijo un Víctor jadeante—. Soy demasiado mayor para esto.

—Nunca se es demasiado mayor para esto.

—Te da morbo ¿verdad? —le dijo al tiempo que se acomodaba la ropa e intentaba recuperar la compostura. Él respondió con una sonrisa, definitivamente le gustaba el riesgo. —Y ahora ¿Cómo hago para salir de esta?

—Yo los distraigo.

Antes de que se le escapara, Víctor lo retuvo un instante más, y volvió a besarlo, sin prisa, deleitándose en sus labios carnosos, con la sensación alerta aun recorriéndole el cuerpo. —Me pasaría el día besándote.

—Pero hay que volver al trabajo…

Y Ramiro se le escapó, con la satisfacción en el cuerpo del polvo rápido, seguramente ya se había cansado de Víctor. Consiguió volver a la sala sin que nadie se percatara de su salida del vestidor. Le escuchó hablando con Toni y Al, y al cabo de unos minutos consiguió llevarlos de vuelta a la sala de muestras dejándole vía libre a Víctor para que saliera del armario sin ser visto. La idea le hizo gracia según rodeaba el estudio por la puerta opuesta en dirección a la salida. Ya en la calle, envió un mensaje a Toni improvisando alguna reunión de último momento que le había obligado a partir sin despedirse, y felicitándolo por la nueva colección. Mientras se alejaba por la calle, se le escapó una sonrisa, llenó los pulmones, como si no lo hubiera hecho en años, sintiéndose más vivo que nunca: el aire era más frío, los colores más vivos, los olores más intensos… como estar drogado.

Sus encuentros furtivos con Ramiro siguieron repitiéndose de vez en cuando. Le quedaba claro que disfrutaba poniéndolo contra las cuerdas. Le gustaba la temeridad de los lugares públicos, buscaba al hombre maduro que llegaba con su traje impecable, lo arrinconaba, lo llevaba al límite, y Víctor no sabía cómo negarse a sus caprichos. Sin duda el juego era lo que le daba morbo, y era esa la explicación de que un joven tan atractivo y deseado se interesara por un hombre maduro y aburrido como él. A veces llevaba el juego un poco más lejos: —me temo que he sido un chico muy malo, señor Andrade… va a tener que castigarme…

Y Víctor le seguía el juego: —te va a salir caro esta vez…

—¿Qué va a hacerme…? —seguía, con su voz más inocente.

—Voy a follarte.

—No, eso no…—fingía resistirse.

—Oh, si, voy a follarte hasta que me supliques que pare.

Luego, cuando volvía a su casa, y se servía una copa de vino a solas, intentaba olvidarse de Ramiro a quien imaginaba saliendo por la noche madrileña con otros jovenes lascivos con los que compartiría encuentros sexuales fugaces. Había temporadas en las que se iba a trabajar fuera, y durante algunas semanas casi conseguía olvidarlo, pero cuando menos lo esperaba, reaparecía en su vida. Y, como una adicción, volvía a caer, y acababan una vez más en algún lugar público, tras una puerta, un coche, en el baño de la casa de alguien bajándose los pantalones, sucumbir a un polvo rápido, para luego fingir que su relación era estrictamente formal.

Con cada nuevo encuentro carnal se descubría queriendo cada vez un poco más él. Quería conocerlo, saber algo de su vida… deseaba más tiempo, pero Ramiro no tenía ningún interés en llevar su relación a algún otro estadio. Quiso invitarlo a cenar, al teatro, a ver una exposición de fotografía, pero él solo se burlaba de sus intentos con alguna frase ridícula del tipo: —Lo siento, no suelo mezclar mis citas con mis polvos —para luego castigarlo con su indiferencia. Y Víctor no podía hacer otra cosa que esperar, a que él quisiera volver un rato a su vida.

Todo cambio la noche que Ramiro se presentó en su casa.

Debían ser algo más de las tres de la mañana. El insistente sonido del telefonillo de su piso lo despertó, se acercó soñoliento al intercomunicador para averiguar quién llamaba a su puerta en mitad de la noche.

—Soy yo… Ramiro… —su voz se escuchaba entrecortada, —¿Puedo subir?

Víctor abrió el portal con el botón mecánico, y aguardó en el rellano escuchando el sonido familiar de la pesada puerta de hierro del edificio, y el viejo ascensor con su puerta enrejada. Con el silencio sobrecogedor de la noche, aquellos sonidos cotidianos adquirían un matiz inquietante.

Al salir del ascensor, la imagen de Ramiro lo descolocó por completo. Venía sudando, pálido como un muerto, el pelo húmedo, los ojos enrojecidos, la respiración entrecortada y el gesto descompuesto. Temblaba. Temblada de miedo. —Perdona… yo…—comenzó diciendo sin controlar del todo su voz. Olía a alcohol, a Popper, y a otra cosa que no lograba descifrar, pero que era intenso y desagradable como el óxido. —No sabía a dónde ir.

CAPITULO 3

Lo que más le gustaba a Ramiro de la semana de la moda eran las posibilidades de sexo en cada esquina. Era como una gran y sofisticada sala de cruising. Todo el mundo quería follar.

10:00 horas.

Ramiro pasó a hacer fotos del backstage de las pruebas para la pasarela que tendría lugar al día siguiente. Los estilistas estaban ocupados con los complementos de las modelos femeninas, mientras que tres de los modelos masculinos se distraían junto a la mesa del catering en el que el desayuno que había caído ya en el olvido. Apartado en una silla, Ramiro se acercó a un modelo algo maduro, debía pasar de los treinta, sabía que lo había visto en otras ocasiones, aunque no recordaba su nombre. Tenía pinta de estar aburrido. Recostado sobre la silla, con un traje oscuro, camisa rosa verde, y la corbata desatada colgando del cuello, se distraía con su teléfono móvil. Ramiro se acercó y le hizo una foto.

—Mas te vale sacarme bien, si vas a publicar eso.

Podría discutírselo, o darle explicaciones, pero sabía que no serviría de nada. De nada servía cabrear a los modelos.

—Por supuesto —le aseguró. Le ofreció tabaco que el modelo rechazó y encendió un pitillo, se quedó fumando delante suyo —¿Mucha tensión? —el hombre respondió con un gesto ambiguo — ¿Puedo hacer algo para que te relajes?

Entonces el modelo olvidó su pantallita y se fijó en el fotógrafo, evaluándolo por unos instantes. Ramiro le aguantó la mirada con su pose chulesca, dando otra calada lenta a su cigarrillo, y el otro sonrió. El modelo, como se llamara, se levantó de su silla, echó un vistazo a su alrededor, y con un escueto —vamos —le indicó que lo siguiera.

Se ocultaron en uno de los cambiadores, tras una cortinilla. Era alto, hombros anchos, piel morena y llevaba una calculada barba de dos días que le daba un gesto duro a su mandíbula angulosa. Se bajó los pantalones para revelar una polla grande y dura. Ramiro se relamió ante esa belleza, se arrodilló ante él, y se la metió en la boca, lamiendo y disfrutando de esa polla jugosa. Era grande y ancha, y le cabía con dificultad en la boca, pero el tipo parecía tener prisa, y empezó a empujarla sin miramientos hasta su garganta. Debía tener ganas de correrse, o poco tiempo para hacerlo, agarró a Ramiro de la nuca con una de sus manos para acelerar las embestidas, y comenzó a follarle la boca con urgencia. No tardó en correrse en su garganta, dejando escapar un gruñido grave de placer al tiempo que su semen se disparaba en su boca. Ramiro estaba muy cachondo, pensó que continuarían, pero el modelo se acomodó la camisa en el traje y salió del cambiador sin dedicarle una sola mirada. Ramiro se limpió los restos de la cara y se marchó.

14:00 horas.

Tras la rueda de prensa la jefa de comunicación de la semana de la moda insistió en invitarlo a comer. Pensó que irían alguno de los restaurantes o cafeterías del entorno, pero acabaron en la habitación de hotel de Roxanna. Ella pidió unos sándwiches a la habitación, y ya se habían bebido una botella de vino antes de que llegara la comida. No había dejado de meterle mano desde la rueda de prensa, y sus ataques se volvieron menos tímidos, si era posible, en la habitación. Ramiro sabía que acabarían así, pero sabía también que era bueno tener contentan a la PR del evento, asi que se dejaba un poco, aunque no pensaba ir mucho más lejos.

Con la segunda botella de vino, casi la tenía encima, su mano sobre su paquete, —Alguien está contento … —decía ella metiéndole la lengua en la oreja.

—Venga, Roxanna, se buena conmigo…

—Oh, tu sí que estás bueno…

Sus manos se habían colado por debajo de su camiseta, y las restregaba por su cuerpo, acariciando sus abdominales y sus pezones, mientras Ramiro hacía lo posible por apartarla. En el fondo sabía que lo que le daba morbo era que él se resistiera. Ese era el juego. Roxana era una mujer atractiva, bastante mayor que él, debía estar cerca de los cuarenta, y estaba casada, pero se cuidaba bien y tenía un buen cuerpo. Le ponía mucho intentar seducir al jovenzuelo gay y ponerlo en un apuro.

—Tengo que irme, Roxanna…

Al fin consiguió escabullirse de entre sus garras. Ella hizo pucheros al ver que se le escapaba. —No, no puedes dejarme así… —aunque en el fondo Ramiro estaba seguro de que no había esperado que acabaran en la cama.

Al fin a solas en el pasillo del hotel, se dio cuenta de que estaba algo ebrio y muy cachondo. El día iba a ser muy largo.

18:00 horas.

Entró en la sala de la revista L’Homme y se encontró a Dennis a solas trabajando en su despacho, de pie frente al ordenador que iluminaba su rostro de mofletes carnosos, y nariz ancha sobre la que mantenía en equilibrio unas lentes progresivas.

—Oh, no, no Ramiro —comenzó a decirle en cuanto lo vio —no vengas a pedirme nada.

—Vamos Dennis, dame un pase para Gautier, no puedo perdérmelo.

—Ya tengo dos fotógrafos en Gautier ¿por qué querría uno más?

—Porque en el fondo te caigo bien… —siguió con su mejor sonrisa y su voz más sensual —y sabes que haría cualquier cosa…

Dennis levantó la mirada y se quitó las gafas para dedicarle una mirada intencionada a Ramiro, y dejó escapar un suspiro sabiendo que en el fondo ya había perdido la partida. Ramiro sabía que no podía resistirse, por mucho que se esforzara, y eso cumplía su función, aunque también cabreaba a Dennis que en el fonde se sentía manipulado.

—Cierra la puerta. —Le indicó con gesto serio.

Ramiro cerró la puerta de la oficina con pestillo, y se quitó la camiseta mientras se dirigía en dirección al director de una de las revistas más importantes de moda masculina. En cuanto se acercó, Dennis lo encerró contra la mesa, y empezó a lamerle el cuello, restregando su cuerpo flácido contra el del joven fotógrafo. Dennis no le resultaba atractivo, estaba calvo, gordo, y era demasiado mayor para él, pero no le importaba, la idea de que lo usaran como un objeto sexual le ponía muchísimo. Las manos fofas de Dennis recorrían su torso sin descanso, le desabrochó el pantalón, y se lo bajó un poco, dejándolo semi desnudo contra su mesa, mientras que él seguía vestido. Le agarró la polla y empezó a masturbarlo.

—¿Te gusta así?…

—Sí… —jadeaba Ramiro.

—Joder, que vicio tienes…

Dennis lo observó correrse entre sus dedos, disfrutó de sus gestos de sus gemidos y sus jadeos.

Se limpió las manos mientras Ramiro volvía a vestirse, luego buscó un pase de prensa para la pasarela de Jean Paul Gautier, una de las más cotizadas en esa edición, y se la pasó al fotógrafo.

—Si haces alguna buen, igual hasta te la publico.

—Ya verás que sí. Te van a encantar.

Dennis lo despidió sacudiendo el aire con una mano, como si se apartara una mosca mientras se reía. —Eres un liante…

—Y te encanta…

20:00 horas.

Había quedado a cenar con Tony, Al y su equipo. Ocupaban una mesa larga en un restaurante de comida española, cochinillo, cordero, nada sofisticado, comida de verdad, como le gustaba a Alfred. Eso sí, buen vino y buena compañía. Se conocían bien, y había un ambiente festivo, los meses de trabajo intenso llegaban a su conclusión al día siguiente, todo estaba saliendo bien, y había buen animo y ganas de bromear después de meses de tensiones y jornadas de trabajo maratonianas.

—¿Dónde has estado? —indagó Tony —no te hemos visto en todo el día.

—Estuve en la prueba.

—Eso fue esta mañana…

—Déjalo, Tony —lo riñó su marido —Está ocupado con su trabajo.

También estaba Víctor, con quien cruzó un par de miradas desde lados opuestos de la larga mesa. Pero no tenía tiempo para él. Tenía otros planes esa noche.

—Me voy —anunció levantándose antes de los postres, y el resto protestaron. —Tengo pase para Gautier —presumió.

—¿Cómo lo has conseguido? —indagó Tony.

—Tengo mis recursos… —y no ocultó una sonrisa reveladora mientras lo decía—. ¿Os veo luego en la fiesta?

—Mañana tenemos que madrugar… —se lamentó Al.

—Y tú también. —añadió Tony —No olvides que mañana es el pase.

—Ya lo sé, me lo has repetido unas veinte veces durante la cena.

—Pues no te acuestes demasiado tarde…

—Deja que se divierta, Tony, es joven…

Tony le lanzó una mirada de reproche a su marido, que siempre lo frenaba cuando intentaba imponerle límites a Ramiro, ejerciendo como madre adoptiva. Aunque todos sabían que Ramiro era un espíritu indomable, y que cualquier intento de doblegarlo era fútil.

Se despidió de todos con besos, y sonrisas, y al pasar por delante de Víctor le guiñó un ojo. Le divertía mucho follarse al abogado de Tony y Al a sus espaldas, sobre todo por lo azorado que se veía el siempre serio e impecable Víctor con sus insinuaciones.

23.00 horas.

Tras la pasarela se encontraba en una de las fiestas más codiciadas de la semana de la moda. Volvía a estar cachondo y muy colocado, llevaba ya varias copas de más y alguna ralla fugaz. Bailaba en la pista, sumergido en narcóticos, y se dejaba manosear, pero no se iba a ir con cualquiera, quería un pez gordo y en esa fiesta había unos cuantos.

No tardó en caer uno. Jean Paul, no le modisto, otro, un actor francés de nariz picasiana y mirada intensa que había visto en películas independientes, aunque también había hecho de villano en alguna producción holliwoodense. Era atractivo de esa forma que lo son los hombres de mirada inteligente y estatus social. Estuvieron un rato largo jugando a mirarse entre el tumulto de la gente, pero ninguno de los dos cedía el poder. Porque Ramiro tenía claro que de so iba el juego, de ver quién tenía el poder, y sabia que él era el eslabón débil, pero precisamente por eso le gustaba el reto de conseguir doblegarlos y que se rindieran, pues él era joven y guapo. En uno mas de sus cruces de miradas, el actor francés hizo un gesto de rendición riéndose, como si hubiera comprendido la cabezonería del joven que llevaba lanzándole miradas insinuantes toda la noche. Lo siguiente que vio es al francés hablando con un camarero, que acto seguido le trajo una copa a Ramiro de parte del caballero francés. Un gesto conmovedor, pensó Ramiro, si no fuera porque las copas eran gratis en esa fiesta. Pero había sido una forma elegante de dejar la pelota en su tejado. Aun así, no iba a perder el tiempo dándole conversación. Ramiro cruzó el local entre la gente, en dirección al francés, pero no se detuvo a charlar, pasó muy cerca, le lanzó su mirada más directa y siguió en dirección a los servicios. El actor se disculpó con sus comensales y salió siguiendo su estela.

Ramiro lo esperaba apoyado en los lavabos fumando un pitillo en el baño de caballeros. No se hablaron, el actor entró, se lavó las manos a su lado, se miraron, Ramiro apagó el cigarrillo, y caminó hacia uno de los cubículos seguido de cerca por el francés. En cuanto cerraron la puerta, se encontraron cara a cara en el reducido espacio, tenía los ojos claros y saltones, mirada cansada, de cerca se le notaba más la edad. Le dijo algo en francés, algo sobre lo guapo que era creyó entender, antes de besarlo. Besaba bien, sus labios y su lengua recorrían su boca, degustándola con placer. Entonces le agarró el rostro con fuerza, atrapándolo contra la pared metálica del cubículo, mientras empezaba a desabrocharle la camisa. Volvió a besarlo, o más bien a lamerlo, esta vez con brusquedad, con su boca grande, en un gesto que tenía algo de posesivo, y a Ramiro le gustó su violencia. Le ponía mucho que lo utilizaran, que lo trataran como a una puta. Le lamió el torso desnudo, le mordió los pezones con fuerza. Luego se apartó, se bajó los pantalones y le ofreció su polla dura, y Ramiro obediente se agachó y empezó a chuparla, y lamer las venas hinchadas que recorrían su tronco. Cuando estaba dura y preparada el actor le indicó que parara. Le ofreció Popper, que Ramiro esnifó mientras volvía a hablarle en francés.

De cara a la pared fría llena de pintadas obscenas, el francés empezó a follarlo. Entraba bien y hasta el fondo, chocando con sus nalgas en cada embestida. Mientras sus manos lo agarraban con fuerza de la cintura. Acelero el ritmo con prisa por acabar, y cuando se corrió dentro de él hundió la cara en su cuello con un gemidos agónico y agotado, recobrando el aliento tras el esfuerzo.

Y ya está, sexo de usar y tirar. Ramiro seguía muy cachondo cuando el actor empezó a acomodarse la ropa. —Dame tu número, te llamaré —le dijo con su marcado acento francés.

—Nah, paso.

—No es broma, te llamaré.

—Dame tú el tuyo. Te llamaré yo.

El actor volvió a reírse. —Está bien —concedió. Sacó un rotulador de su americana negra, le cogió el brazo, le subió la manga de la camisa, y escribió un número de teléfono, tal vez el suyo, o tal vez no. Luego volvió a besarlo una última vez —Eres un chico muy guapo. Espero que llames.

Luego se marchó.

Ramiro salió del cubículo, se encendió un cigarrillo y fumó un rato. Entonces se limpió la tinta del brazo, no pensaba llamarlo, le importaba una mierda. Sacó un Valium y se lo tomó con un trago de agua y salió caminando despacio.

2.00 horas

Era de madrugada cuando salió del local, en dirección a la siguiente fiesta de la noche. No tenía ganas de ir a dormir aún, pero estaba muy colocado.

Entonces se encontró a Víctor en la calle, impecable y perfecto con su traje gris perla, como de costumbre, apoyado junto a un BMV plateado. —Vaya, Vic —se alegró de verlo —justo a tiempo.

—¿Te llevo?

Víctor era atento en la cama, se tomaba su tiempo y era generoso con sus amantes, era justo lo que necesitaba para acabar la noche.

—Por supuesto.

Subieron al coche, y condujeron hasta el hotel en el que se alojaba Ramiro. Entre el movimiento del coche y el efecto del Valium comenzó a sentirse algo grogui. Estaba muy relajado, y las luces intermitentes de la ciudad pasando por la ventanilla creaban un efecto hipnótico.

—Hemos llegado —La voz de Víctor lo despertó. No debían haber pasado más de diez minutos, pero había perdido el conocimiento por completo durante unos minutos. Era bueno que no estuviera solo. Al bajar del coche notó los efectos del exceso de narcóticos en su cuerpo, y estuvo a punto de perder el equilibrio e irse al suelo.

Víctor lo agarró del brazo para subir a la habitación, pero Ramiro, orgulloso como siempre, se reveló —Puedo solo —aseguró poniéndose en marcha. Consiguió pedir la llave de su habitación en la recepción sin problemas, y subieron a la habitación.

En cuanto estuvieron a solas, Víctor comenzó a desvestirlo. —¿Andamos con prisa? —bromeó el fotógrafo, lanzándose a su cuello para besarlo, y Víctor le respondió con una carcajada breve.

—Me parece que ya has tenido bastante fiesta por hoy.  

Ya sin camisa Víctor lo guio hasta la enorme cama doble de la habitación y le bastó un pequeño empujón para que Ramiro se desplomara sobre el mullido colchón. Entonces le quitó los zaparos y los pantalones, y, para su sorpresa, luego lo tapó con la manta.

—¿Qué haces?

—Tengo entendido que cuentan contigo mañana por la mañana. Creo que sería una buena idea que duermas un rato.

—No pensaras marcharte… venga, que estoy muy cachondo…

—Buenas noches, Ramiro.

Y el abogado se dirigió hacia la puerta. Le hubiera gustado levantarse y detenerlo, pero justo en ese momento sintió que su cuerpo se había vuelto demasiado pesado.

—Oh, vamos, Vic…

—No tienes remedio —le escuchó decir antes de que la luz se esfumara y el cuarto quedara a oscuras. Tras el sonido de la puerta cerrándose, notó el sopor adueñándose de él. Víctor era un tipo legal, alcanzo a pensar, antes de quedarse dormido.

Sí que lo era… tal vez ese era el motivo por el que, unos meses más tarde, fuera su casa a la que decidiera acudir en la peor noche de su vida.

Enzo conducía como un loco por la ciudad vacía.

—¡Joder! ¡Tenemos que hacer algo, Enzo! ¡Joder! ¡No podemos…!

—El ragazzo está muerto ¿Me oyes? —le gritó de vuelta —No hay nada que hacer ¿me oyes?

—¡Joder, joder, joder…!

Enzo lo dejó en la puerta de su casa, de la casa de Tony y Al en la que aun vivía a la espera de que le dieran su nuevo piso. Bajó del coche con urgencia. Enzo bajó tras él, lo detuvo en el camino, le agarró la cabeza con fuerza para obligarle a mirarlo. —¡Ni una puta palabra, Ramiro! Niente. Esa gente no bromea… No abras la boca y todo irá bien ¿Capisci?

Enzo se marchó en su coche, y Ramiro se quedó en la calle oscura y vacía observando cómo se alejaba. Supo que no podía subir. No conseguía controlar sus nervios, se iba a volver loco. Si ellos lo veían así, no lo dejarían en paz… a ellos no les podía mentir, lo sabía, lo obligarían a ir a la policía… Sin pensarlo mucho comenzó a caminar… todo se había ido a la mierda ¿Cómo habían podido llegar tan lejos? No podía quitárselo de la cabeza, aún sentía el olor… y ese chirrido agudo como un grito… mierda, mierda, mierda… ¿Cómo podía fingir que no había ocurrido? Sin darse cuenta había empezado a correr, como si huyera de algo. Corrió como un loco hasta que empezó a faltarle el aire. Entonces se detuvo, y comenzó a temblar, con las manos en la cabeza, comenzó a llorar sin control.

Después de un rato consiguió calmarse un poco, le dolía la cabeza, y los ojos… se sentía completamente perdido. Y de golpe, supo que solo había una persona en la que podía confiar.

Siguió andando hasta llegar a su puerta.

—Perdona, yo… No sabía a donde ir.

CAPITULO 4

Ramiro quiso darse una ducha. Se tomó su tiempo, y Víctor aguardó preguntándose si sería correcto ocultarles esta información a sus amigos, quizás se lo debía como abogado, alertarles de que algo iba mal con el joven al que trataban como a un hijo. Aunque tampoco sabía qué había pasado exactamente. ¿Qué podría decirles?… Mientras preparaba una jarra de café, concluyó que Ramiro era mayor de edad, e independiente, y que no era asunto cómo gestionaba sus problemas. O tal vez estaba tomando la decisión más conveniente para sí mismo.

Ramiro salió del baño y entró en salón vestido únicamente con una toalla gris alrededor de su cadera. La humedad resaltaba el brillo de su piel desnuda. Víctor se fijó en una gota de agua que calló de su pelo mojado a su clavícula izquierda, resbalando luego por su pecho, en dirección a sus abdominales delineados por los músculos, para perderse finalmente en el borde de su toalla, despertando sus fantasías… Se odió por fijarse en su cuerpo semi desnudo cuando él estaba sufriendo.

—¿Puedes dejarme algo de ropa? —preguntó.

Víctor buscó un chándal que no usaba hace tiempo, que pensó sería de su talla. Ramiro se quitó la toalla ahí mismo y se vistió delante de él. Era evidente que el pudor ya no tenía sentido entre ellos, y aún así, le gustó la familiar intimidad del gesto.

—¿Tienes hambre?

— No—. Y tardó un rato en añadir, percatándose de la brusquedad de su respuesta: —Estoy bien, gracias.

Se acercó a la ventana, apartó la cortina gris y se quedó ahí en silencio observando la calle. Víctor se sentó en el sofá y se sirvió una taza de café negro, humeante. Eran cerca de las cuatro de la mañana y el sueño pesaba en sus ojos, aunque intuía que no dormirían esa noche.

—¿Puedo? —le consultó Ramiro antes de encender un cigarrillo.

—Claro.

Encendió el pitillo con un gesto rápido y ensayado, y pudo ver que aún le temblaban las manos. Luego se volvió una vez más hacia la ventana, alternando entre fumar y morderse las uñas. La camiseta blanca que le había dejado se le ceñía al cuerpo, era tan atractivo… siempre que se veían volvía a sorprenderlo, no dejaba de asombrarse de que lo escogiera a él.

—No hace falta que te quedes aquí —dijo, aun de espaldas a él —vete a dormir si quieres, yo solo… si no te importa… puedo…

—Sí, quédate el tiempo que quieras. ¿Puedo ayudarte de alguna forma? —él no contestó, tampoco se volvió hacia Víctor. Sabía que algo grave había pasado esa noche, no quería imaginarse las posibilidades, pero tal vez fuese el único que lo sabía. —Lo que sea que haya pasado esta noche, lo que te preocupa… tal vez haya una solución…

Ramiro se giró hacia él —No lo creo —susurró antes de bajar la mirada.

—Oye, si quieres hablar de lo ocurrido… como abogado… sabes que no podría contar nada de lo que me digas, estarías protegido…

—¿Crees que he cometido un delito? —preguntó él en tono de mofa.

—Has venido aquí porque no quieres que ellos lo sepan. No tienes que contármelo si ni quieres, solo… te ofrezco mi ayuda, si la quieres…

Ramiro lo observaba, el cigarrillo extinguiéndose entre sus dedos. —No hablar de eso…

De pie, en la penumbra de su casa, le pareció tan solitario, tan indefenso. Se levantó y se acercó hasta él. —Como prefieras —añadió, al tiempo que le hacia una caricia en el rostro. Ramiro se acercó un poco más, y apoyó la cabeza sobre su hombro. Víctor lo rodeó con los brazos y le dio beso casto en la frente. Quería reconfortarlo, protegerlo, del mundo, o incluso de sí mismo. Le acarició el pelo, bajó sus manos por su espalda, y sus rostros se unieron, y luego sus labios se buscaron. No fue un beso como los que se habían dado otras veces, no tenía nada sexual. Era un cobijo, un beso que decía bienvenido a casa, y por lo mismo fue el mejor.

          Entonces él se apartó ligeramente, el cuerpo tenso, la mirada esquiva. —Perdona, yo… esta noche no…

          —Lo sé. Durmamos un rato, ¿Te parece?

Y Ramiro, derrotado, se dejó guiar hasta el dormitorio.

          Llevaban un par de años acostándose, y, sin embargo, esa fue la primera noche que pasaron juntos. Al menos una parte de la noche. Víctor se despertó a las ocho, como hacía cada mañana, y salió del dormitorio sigiloso, dejando a Ramiro durmiendo en su cama. Canceló sus reuniones y avisó de que trabajaría desde casa, no quería dejarlo solo, no ese día.

Preparó el desayuno, se dio una ducha y aprovechó para recoger la ropa de Ramiro que aún estaba en el suelo de su cuarto de baño. Pensó en lavarla, y fue entonces cuando lo vio. Las manchas de sangre.

          No era algo excesivo, solo algunas gotas esparcidas, y sobre todo en el contorno de las mangas de su sudadera. Dudó sobre si debía lavarlo, al menos hasta saber si era una prueba que exculpara a Ramiro… o lo contrario. Decidió meter la ropa en una bolsa de plástico hasta saber algo más. Más tarde, mientras revisaba su correo buscó alguna pista en las noticias, pero no encontró ningún suceso que encajara.

          Ramiro se levantó pasado el mediodía, aunque su aspecto no había mejorado, a pesar del descanso parecía agotado. Encendió un cigarrillo para desayunar, y Víctor le sirvió un café aunque no lo había pedido, también le preparó unas tostadas que no llegó a tocar. Cuando volvió de la cocina lo encontró husmeando entre sus libros como había hecho en su despacho cuando apenas se conocían. Sacaba una novela, la hojeaba, y la cambiaba por otra.

—Tienes una buena biblioteca.

—Puedes llevarte el que quieras.

—Aún tengo que devolverte el otro.

—Bueno, ya se sabe, los libros que se prestan no se esperan de vuelta.

Él sonrió —En ese caso, —siguió tomando una novela de García Márquez entre las manos —recomiéndame algo…

—¿Qué libros te gustan?

Lo pensó un momento —los chicos salvajes… El perfume… Cualquier cosa de Stephen King… —admitió con una sonrisa —Aunque hoy necesito algo que acabe bien…

Víctor buscó a su lado entre los estantes de la librería, sacó un libro, no muy grande, Las Cenizas de Angela, de Frank McCourt. Pensó que era una buena elección. —¿Lo has leído?

—No. Hay una película ¿Verdad?

Ramiro tomó el libro, y se sentó con la taza de café a leer junto a la ventana. Víctor siguió con su trabajo, usando la mesa del comedor como despacho. Le gustó esa dinámica, los dos en silencio compartiendo el mismo espacio, aunque cada uno en su mundo. De vez en cuando levantaba la mirada y disfrutaba observándolo enfrascado en la novela mientras la tenue luz del sol tras las cortinas bañaba su silueta.

Pasaron así el día, y al caer la tarde salieron a cenar. Parecía estar más tranquilo y Víctor prefirió no sacar el tema al que aún le daba vueltas su cabeza. Pidieron una botella de vino, y luego Ramiro pidió un wiski que casi apuró de un trago, y luego uno más, y seguramente habría continuado si Víctor no hubiera insistido en volver a su casa.

En cuanto cruzaron el umbral de su puerta, Ramiro se lanzó a besarlo, sus bocas se unieron con ansia devorándose. Se separó solo un instante para quitarse la sudadera y su camiseta en un único movimiento, y regresó a invadirlo con su lengua una vez más. Víctor respondió con la misma urgencia, lo cierto es que llevaba todo el día deseando hacerlo, quitarle la ropa, tocar su precioso cuerpo, sentirlo, besar cada centímetro de su piel. Hubiera preferido ir despacio, deleitarse con el contacto maravilloso de su cuerpo, de tenerlo a él, Ramiro, entre sus brazos, porque cuando estaban juntos el mundo se detenía, nada más importaba, solo tenerlo un poco más. Y Ramiro solía ser de los que deseaban despacio. Pero no ese día. Había algo desesperado en la forma en la que buscaba correrse. Primero en su boca, luego quiso que lo follara, y más tarde fue Ramiro quien quiso embestirlo. Durante las siguientes horas follaron, una y otra vez, no parecía tener suficiente, buscando con desesperación ese momento efímero del orgasmo que tal vez conseguía que los fantasmas que lo atormentaban se desvanecieran por unos segundos.

Al final, agotado, sudado y aún algo ebrio, parecía estar preparado para conciliar el sueño. Aun con la respiración acelerada tras el esfuerzo, Ramiro se dejó caer sobre el colchón a su lado y cerró los ojos, dejándose llevar por el agotamiento. No hablaron, no habían hablado desde que salieron del restaurante, y tuvo la sensación de que cualquiera le hubiera valido para su propósito. Pero le dejó dormir. Le gustaba verlo en su cama, desnudo, su pecho descubierto subiendo y bajando con cada respiración, la tensión alejada de su rostro, aunque no llegaba a perder del todo ese gesto indómito que resultaba tan desconcertante y atractivo a la vez. Apagó las luces, y lo dejó a oscuras traspuesto en su cama mientras se daba una ducha y hacía el recorrido acostumbrado por su casa apagando luces, cerrando persianas, ordenando un poco los rastros de aquel largo día. Encontró la novela a medio leer, abierta y boca abajo sobre el sillón en el que había estado leyendo. Buscó un marcapáginas, lo cerró y lo dejó sobre una mesilla junto al sillón. Por alguna razón, el detalle de que fuera lector le gustaba especialmente. Era como si los libros les dijeran que estaban hechos el uno para el otro, aunque eso era presuntuoso. Tal vez era solo una señal de que podían entenderse, a pesar de las evidentes diferencias de personalidad. Se acostó a su lado con una sonrisa en los labios.

Tuvo la impresión de que acababa de cerrar los ojos cuando sonó el despertador con su estridente vocecilla. Le sorprendió encontrar a Ramiro levantado ya, leyendo una vez más en el salón, con una copa a su lado y una botella vacía de vino.

—Te he mangado una botella… —se apresuró en explicar en cuanto lo vio entrar en el salón —espero que no te importe.

—No, por supuesto. ¿A qué hora te has levantado?

—Ni idea… no dormí mucho.

—¿Café?

Ramiro miró su copa de vino y se lo pensó un momento —Sí, supongo que debería…

Víctor cruzó el salón de camino a la concina. Dejó la cafetera trabajando antes de dirigirse a la ducha. En el baño volvió a encontrar tirada en el suelo la ropa que la había dejado la noche anterior. No era muy ordenado, pensó. Víctor la recogió del suelo y la metió en la cesta de la ropa sucia, antes de meterse bajo el chorro de agua caliente.

Cuando salió de la habitación con su traje, Ramiro seguía igual de enfrascado con la novela de McCourt.

—¿Está bien el libro?

—Me perturba tu idea de una novela positiva. ¡Es una tragedia…!

—Pero a que te ha sacado más de una sonrisa.

Ramiro compartió una breve risa a modo de respuesta. La belleza del libro de McCourt era precisamente eso, narraba una infancia de miseria en Irlanda con tanto humor que no dejabas de sonreír.

— ¿Vas a trabajar? —preguntó, reparando de pronto en su traje.

—Tengo que pasar un rato por el despacho. Pero puedes quedarte…

—No. Yo… debería marcharme… —y se levantó del sillón consciente de pronto de que estaba usurpando una casa y un tiempo que no eran suyos.

Víctor se acercó hasta donde estaba, lo retuvo con firmeza, sujetando sus brazos con las dos manos, y lo besó —No te vayas, espérame y hacemos algo más tarde, lo que tú quieras.

Él dudó unos instantes, pero luego su cuerpo cedió y la tensión desapareció.

Se entretuvo en el bufete mucho más de lo que hubiera querido, aunque estaba de buen humor, y la idea de que él lo estuviera esperando en su casa lo llenaba de una esperanza renovada que había llegado a pensar que nunca más volvería a sentir. Era casi de noche cuando finalmente regresó, y temió por un momento que Ramiro se hubiese aburrido de esperar. Pero al entrar, el olor a carne y verduras de la cocina lo recibió con una calidez reconfortante. Al entrar en la cocina lo vio vestido con unos vaqueros y una camisa negra nuevos cocinando con un cigarrillo haciendo equilibrio entre sus labios. Había salido a comprar, dedujo, había repuesto la botella de vino, y tenía otra a medio beber. También había comprado algo para la cena. Le gustó la familiaridad de verlo en su cocina, que lo recibiera con un beso largo y una copa de vino. —¿Y todo esto? ¿a que viene? —se sorprendió, aunque tal vez había algo de ganas de oírselo decir.

—No quiero que pienses que soy un jeta.

Víctor lo dejó cocinando, se acercó a su habitación, dejó sus cosas y se aseo, otra de esas rutinas mecanizadas que formaban parte de su jornada cotidiana.

—Por cierto ¿Qué has hecho con mi ropa? —preguntó él cuando volvió a entrar en la cocina para ayudarlo a servir la cena.

—Pensé en lavarla, pero no sabía que querías hacer con ella. La metí en una bolsa.

Ramiro lo miró extrañado —¿Y eso…?

—No lo sé. Supongo que pensaba como abogado. No quería destruir pruebas que pudieran hacerte falta…

Ramiro se lo quedó mirando con gesto interrogante unos instantes, luego se volvió hacia la cena. No dijo nada más y se ocupó de servir los platos. —¿Puedes devolvérmela?

          —Claro… perdona, debí decirte algo.

          Se fue a la lavandería en busca de la bolsa con la sensación de que había metido la pata. Aunque durante la cena todo volvió a fluir como antes, sin roces. Hablaron del libro de McCourt y de la situación en Irlanda del norte que era uno de los temas de la novela. Hablaron también de sus respectivos trabajos, y aunque tenía un millón de preguntas que deseaba hacerle acerca de la noche que había llegado, ninguno de los dos lo mencionó. Ramiro insistió en recoger la cocina al terminar, y Víctor aprovechó para responder algunos emails que tenía pendientes. Y volvió a dejarse seducir por esa cotidianeidad que estaban fabricando a marchas forzadas, sin cuestionarse el porqué o hasta cuando, permitiéndose disfrutar del mero hecho de que estuviese ocurriendo.

          —Hay una exposición de Diane Arbus en el Reina Sofía, —anunció Víctor subiendo la voz desde el dormitorio cuando escuchó a Ramiro deambulando una vez más por el salón. —Estaba pensando que, si te apetece, podríamos pasar a verla mañana al mediodía, y comer algo por ahí… ¿Conoces la fotografía de Arbus? Es algo inquietante, pero muy adelantada para su época…

          No llegó a terminar la frase cuando el sonido de la puerta cerrándose interrumpió su chachara. Salió del dormitorio y se encontró el salón vacío. Siguió hasta la cocina. Nadie. La bolsa con su ropa tampoco estaba. Regresó al salón vacío, vio el libro de McCourt sobre la mesa, el marcapáginas asomando entre las páginas como una loncha de jamón en un bocadillo. Quizás volviera para terminarlo, pensó.

          Aguardó durante algo más de una hora. Pero él no regresó. Evitó comerse la cabeza con preguntas como: ¿era algo que había dicho? ¿tenía algún significado? ¿cambiaría algo entre ellos…? Era el tipo de preguntas que lo podían volver loco a uno. Miró a su alrededor, a los muebles de diseño distribuidos con sobriedad calculada… su casa le pareció más fría y solitaria que nunca sin un Ramiro que le infundiera vida. Había sido bonito, pensó, el rato que había durado la ilusión de que compartían algo más, de que podría quedarse un poco más…

CAPITULO 5

Su teléfono sonó de madrugada. Víctor aún no se había acostado, aunque ya estaba en la cama con la última novela de Tatiana Tibuleac, algo que llevaba planeando hacer desde la mañana. La pantalla de su teléfono móvil se iluminó con el nombre de Ramiro. Contestó.

—¡Víctor! Como me alegra oír tu voz …

Supo que estaba borracho en cuanto lo escuchó. No le sorprendió, se había vuelto habitual que se presentara en su casa de madrugada, sin previo aviso, trasnochado y colocado.

—¿Qué puedo hacer por ti, Ramiro?

—Verás, sé que es tarde, pero… el caso es que me he quedado tirado, me preguntaba si estás por el centro y podías pasar a por mí…

Eso era nuevo… No le importaba que se presentara de esa forma imprevista en su vida, pues siempre que lo hacía acababa quedándose algunos días. Días en los que se repetía ese estaña cotidianeidad entre ellos, como si llevaran media vida conviviendo, y resultaba de lo más natural acostumbrarse a su presencia. Y, aunque volvía a escaparse al cabo de unos días, tenía la certeza de que volvería a aprecer.

—Está bien, dame unos veinte minutos y paso a por ti.

Víctor se vistió sin prisa, algo sencillo, unos tweed y un polo azul marino, sabía que él se burlaría de su aspecto, siempre que no vestía con traje lo hacía. Y salió de casa con las llaves de su BMV, y energía renovada.

            Encontró a Ramiro sentado en un banco en la esquina del teatro bellas artes, tal y como habían quedado, llevaba un abrigo negro largo, estaba sentado en el banco como un gánster, fumando un porro. Detuvo el coche frente a él, y bajó la ventanilla. —¿Necesitas que te ayude, o puedes subir solo?

Ramiro lo recibió con una de esas sonrisas sensuales suyas, —¡Víctor! —lo saludó, como si no fuese él quien lo había llamado y se hubieran encontrado por casualidad. Se levantó tambaleante, bajo el abrigo de cuero llevaba una camiseta negra traslucida, a través de la que se venía su torso dibujado a la perfección, y esos vaqueros ceñidos al cuerpo que tanto le gustaban. Era tan jodidamente sexy… Abrió la puerta de golpe y se dejó caer en el asiento del copiloto con cierta torpeza descoordinada. Y en cuanto estuvo dentro, se acercó y lo beso, pudo saborear en su boca esa mezcla de alcohol y tabaco que se había hecho tan familiar en sus besos. Bastó ese beso, con su lengua invadiéndolo, para que ya estuviera completamente duro. —Gracias por rescatarme— dijo entonces, y las palabras parecían resbalar de su boca.

            Ramiro tenía una capacidad bochornosa de sacarlo de su zona de confort. Cada vez que entraba en su vida lo descolocaba todo, siempre lo arrastraba a alguna aventura perversa de la que a menudo se arrepentía, aunque en sus ausencias acababa por convertirse en su fantasía sexual. En ocasiones le llegaba una oleada se sensatez y concluía que debía cortar de una vez, pero bastaba que él llamara a su puerta para que su cuerpo se encendiera y perdía todo control de su voluntad. Estaba enganchado a esos ojos azules y esa sonrisa torcida de malhechor.

            Habían pasado casi un mes de la última vez que se vieron. Veintitrés días para ser exactos. En esa ocasión fue Víctor quien lo llamó. Una camiseta de Ramiro había emergido entre su colada y agradeció la excusa para llamarlo sin parecer desesperado. “¿Qué haces?” preguntó él. “no mucho” admitió Víctor.

            —Vente —sugirió él —he quedado con un par de amigos, si vienes será una fiesta… —Y supo por la forma en la que lo dijo que no eran realmente amigos y que el propósito de ese encuentro era puramente sexual.

Estuvo a punto de rechazar la invitación, no tenía ningún interés en participar de su pequeña orgía. Lo que quería era a Ramiro en exclusiva. Pero, era la primera vez que Ramiro lo invitaba a su casa, y eso le gustó. Ya había estado ahí una vez, con Alfred, pasaron un momento por su casa, lo que no impidió que Ramiro aprovechara algún despiste del diseñador para meterle la lengua en la boca. A veces se convencía de que debía sincerarse acerca de la relación que mantenían. Le incomodaba terriblemente con sus clientes, por su experiencia los secretos siempre acababan por revelarse, y cuanto más tiempo dejara pasar, más difícil sería justificar su silencio. Sería más fácil si fuera efectivamente una relación, pero no tenía claro que era eso que había entre ellos. Y sin embargo, nunca confesaba. Si era sincero, el motivo era puramente egoísta, incluso cobarde. Sabía que a Ramiro le gustaba precisamente que fuera un secreto. Si dijera algo, el fotógrafo no solo se enfadaría, seguramente perdería también el interés.

            Aunque sabía que no debía, fue a su casa esa noche. Volvió a dudar antes de llamar al timbre. Se sentía forzado en situaciones como esa, se dijo, para su propia tranquilidad, que podía marcharse en cualquier momento… llamó a la puerta porque necesitaba ver a Ramiro, y saber que estaba tan cerca, era demasiada tentación.

            Ramiro lo recibió con el torso desnudo, descalzo y los ojos rojos. Llevaba únicamente un pantalón ceñido negro y un botellín de cerveza en la mano. No le besó. Pasó directamente a presentarle a sus amigos, uno era un chico alto y delgado que lucía una melena teñida de rubio platino, pómulos marcados en un rostro mortecino, ojos maquillados. Estaba ocupado preparando unas rayasde cocaen la pequeña mesa de cristal junto al sofá de cuero marrón, que era casi el único mobiliario del amplio salón en el que sabía que Ramiro planeaba hacer un estudio de fotografía. El otro calvo y con barba, un tipo grande, serio, sentado en el sofá. Yass y Sergi, los presentó, y tuvo la sospecha de que no eran sus verdaderos nombres. Pensó en marcharse, quiso hacerlo, no se sintió que encajara ahí, pero Ramiro insistió, —lo pasaremos bien… — El fotógrafo le sirvió una copa, luego se tomó una pastilla a su lado, y acto seguido se puso otra en la lengua y se la ofreció a Víctor. Quiso decirle que no, que no le gustaba drogarse, pero entonces él lo besó, y Víctor ya no supo detenerlo.

            Después de la pastilla y un par de copas empezó a relajarse. Sonaba música tecno que no conocía a un volumen no muy invasivo, entre la música se mezclaban algunos murmullos, el salón estaba iluminado solo por un par de lámparas de luz anaranjada, al fondo entraba la luz de las farolas de la calle por una ventana rectangular. Hacía frío, no excesivo, pero no invitaba a quitarse la ropa, aunque eso no había impedido que los otros tres estuvieran a medio vestir. El chico rubio, Yass, se había puesto a bailar por su cuenta, mientras fumaba echando el aire hacia el techo con un gesto de diva. Ramiro y el otro, Sergi, se besaban y se metían mano en el sofá. Víctor los observaba sentado en un butacón justo en frente. Era blando, casi te hundías hasta el fondo, lo que se convertía en una pequeña trampa, porque no tenía ganas de intentar escapar de su asiento. Estaba somnoliento y bastante ebrio. Ellos no tenían prisa. Ramiro se levantó del sofá y se acercó a Yass. Se besaron también, y el rubio se giró dándole la espalda, bailando y restregando su culo sobre la erección de Ramiro, que lo envolvió con sus brazos para ajustar los dos cuerpos, mientras se movían, le besaba el cuello y acariciaba su largo torso, que tenía algo de femenino, pálido, y delgado. Le desabrochó el pantalón, y el rubio ayudó para deshacerse de lo que le quedaba de ropa, quedándose completamente desnudo. Ramiro se agachó y empezó a morder sus glúteos, luego los abrió ligeramente con las manos para acceder con su lengua a su orificio, que comenzó a lamer con delicadeza, mientras el rubio gemía y se acariciaba la polla girando las caderas lentamente. Víctor se quedó hipnotizado mirando las pieles desnudas rozándose. Con la música repitiéndose de forma circular, y la oscuridad comenzó a sentirse muy pesado.

            Ramiro lo despertó con un beso. —Eh, ¿te has dormido? —se reía de él —¿te estamos aburriendo?

            —No… es solo. Estoy cansado, supongo…

            —¿Qué quieres hacer? —preguntó. La insinuación patente en su voz. Era tan guapo, estaba de rodillas entre sus piernas, inclinado sobre él. Hubiera deseado que se quedara ahí toda la noche, mirándolo, solo a él. Pero eso no iba a ocurrir. Se sentía tan… espeso. Demasiado cansado.

            —¿Puedo mirar…?

            Ramiro se mordió el labio inferior, y sonrió, como si aquella proposición fuera las más indecente de las propuestas —y ¿Qué te gustaría ver…? —y su voz sonó como un ronroneo.

            —¿Harás todo lo que te pida?

            —Obediente como un perrito.

            —¿Y ellos?

            —Ellos harán lo que diga.

            Y la idea de que le diera ordenes parecía funcionar para Ramiro. Víctor aún le hizo esperar, le acarició el rostro con una mano, pasó sus dedos por sus labios, y le metió el pulgar en la boca, y él lo lamió obediente.

            —Quiero ver como te follan los dos.

            —Eres perverso… y ¿vas a follarme tú luego?

            —Ya veremos… —y se acercó hasta su boca para besarlo una vez más.

            Luego lo dejó marchar, y se hundió un poco más en su butaca expectante. Ramiro se alejó sin perderlo de vista, se unió a los otros dos que estaban ya desnudos en el sofá haciéndose una mamada. Se quitó los pantalones, y quedó desnudo también. Ahora eran tres cuerpos masculinos que se enredaban, con sus tonos de piel diferentes, texturas diferentes, como una escultura moderna. Ramiro acabó a cuatro patas sobre el sillón, chupándole la polla al rubio, que estaba tumbado frente a él. No hizo falta que lo dijera, Sergi, a su espalada, comenzó a jugar con su orificio, metiendo sus dedos untados en vaselina, entrando y saliendo, cada vez con más profundidad, mientras que Yass gemía, apoyado sobre uno de sus codos, empujando la cabeza de Ramiro hacia su pene, observando como entraba y salía también de su boca, hasta desaparecer en su garganta. Y entonces Sergi empezó a penetrarlo, su polla era gruesa y grande, como todo en él, y le estaba costando meterla en su estrechez. Ramiro se apartó un momento de Yass, se giró hacia Sergi con una mueca de dolor, soltando un breve quejido. Sergi sacó su polla, la untó aún más en lubricante, y volvió a la carga. Ramiro ayudando con su mano, para abrirse más para él. Con cierta dificultad, la erección de Sergi fue desapareciendo en su interior, entre gemidos de placer y dolor. Cuando consiguió entrar del todo, comenzó a moverse rítmicamente, aunque con lentitud, saliendo, no del todo, para volver a embestir. El rubio entonces volvió a reclamar la atención de Ramiro, lo agarró del pelo y atrajo su boca de vuelta hacia su erección, y Ramiro comenzó a chupar una vez más esa polla, que no era ni tan grande ni tan gruesa, succionando y dejándola entrar en su boca hasta el fondo. Y ahí estaba ese cuadro ante él, esa fantasía escenificada para sus ojos, Los dos hombres fallándose a Ramiro. Y Sergi empezó entonces a embestirlo con fuerza, sacando su polla dura y firme del todo, y volviendo a entrar hasta el fondo, una y otra vez, cada vez acelerando más el ritmo. Hasta el punto que las embestidas cobraron tanto vigor que Ramiro tuvo que apartarse una vez más del rubio, mientras el otro, lo agarraba por las caderas como si fuese un juguete sexual a su disposición, trayéndolo hacia él para embestir con más celeridad, entrando con más brusquedad, hasta que Ramiro soltó un grito de dolor, y por un momento tuvo la impresión de que intentaba alejarlo, pero la máquina de Sergi ya era imparable, entrando y saliendo, buscando correrse sin que nada pudiese detenerlo ya. Hasta que se detuvo, con un gruñido agónico, su polla entera dentro de su culo, todo su cuerpo tenso, sus ojos cerrados y el rostro hacia arriba, soltándolo todo dentro de él. Luego le llegó el turno a Yass. Que se masturbaba delante del rostro de Ramiro, que abrió la boca para recibir el chorro de semen que salía disparado… Víctor estaba a punto de estallar.

            Ramiro se quedó dormido en el trayecto del coche. Condujo hasta el piso del fotógrafo por inercia, sin saber si eso era lo que él deseaba.

—Ramiro… —intentó despertarlo. Preguntarle qué quería hacer. Buscó la llave de su casa en los bolsillos de su abrigo negro y sus pantalones. El contacto de sus manos con el cuerpo del joven, consiguieron que espabilara un poco. Ramiro sonrió, y volvió a acercarse a su boca para besarlo, mientras mascullaba algo ininteligible, interpretando que lo que Víctor buscaba era otra cosa. Encontró su teléfono, pero nada más. Ni dinero, ni llaves, ni cartera. —¿Dónde están tus llaves?

—¿Por qué has parado…? —masculló él, y a Víctor el hizo gracia que incluso en ese estado tan lamentable siguiera buscando sexo.

Decidió que lo mejor era llevarlo a su casa y dejarlo dormir.

Media hora más tarde lo sacaba de su coche desde el aparcamiento de su edificio. Lo sujetó de un brazo sobre sus hombros para subirlo hasta su piso. Ramiro se dejaba guiar, pero apenas era capaz de coordinar sus pasos. No recordaba haberlo visto tan mal. Era cierto que desde aquella enigmática noche en la que se presentó a su puerta, había notado que cada vez bebía más, hasta el punto de que se había convencido de que existía una correlación entre las borracheras de Ramiro y que se presentara en su casa. Pero en ese momento se preguntó si su afición a los estupefacientes no se estaría convirtiendo en un problema.

Siguieron el camino, tropezando con puertas y paredes, hasta el ascensor. Cuando llegaron a la entrada de su casa, Ramiro quiso tumbarse en el suelo. —Déjame aquí… —dijo, no parecía encontrarse bien. Víctor volvió a incorporarlo y entraron en su piso.

—¿Vas a vomitar?… ¿Necesitas ir al baño…? —quiso saber. Lo llevó como pudo hasta el baño por si acaso, pero Ramiro solo quería tumbarse, donde fuese. Lo llevó finalmente hasta el dormitorio y el joven se dejó caer pesadamente sobre su cama, quedándose inconsciente casi de forma instantánea. Víctor permaneció de pie a su lado un instante, observándolo, recuperándose del esfuerzo. Estaba sudando. Era mejor quitarle esa ropa que olía a tabaco, sexo y discoteca. No tuvo problema con los zapatos y el abrigo, fue más complicado deshacerse de los pantalones estrechos. Ramiro nunca le había parecido tan grande.

Se hacía tarde. Cuando todo volvió a estar en orden, Víctor se tomó algo de tiempo para asearse, quitarse la ropa que se había puesto unas horas antes y se meterse en la cama junto al cuerpo inerte de Ramiro.

Con las luces apagadas, entre las sábanas sedosas, sin embargo, no conseguía dormirse, y su mente comenzó a navegar por fantasías. Volvió a aquella noche en el piso de Ramiro, la ultima noche que habían visto y que no conseguía quitarse de la cabeza…

Ramiro y sus invitados continuaron haciendo rayas aquella noche. El alcohol y las drogas circulaban sin freno: coca, Valium, benzodiacepina, ácido marihuana, popper… y mucho alcohol. Sumergidos en narcóticos volvía a haber sexo… Yass se había sentado encima de Sergi, con su polla dura clavada en su culo cuando Ramiro se colocó tras él y comenzó a estrechar aún más el orificio ya invadido, lubricando, introduciendo después uno de sus dedos, y luego dos… y entonces Víctor lo entendió, iba a penetrarlo también, se lo follarían los dos a la vez. Se perdió entre los gemidos del rubio, los gruñidos de Sergi, y la idea de presenciar esa doble penetración… y comenzó, Ramiro se unió a Sergi y se lo estaban follando, sus dos pollas unidas en un solo acto… y mientras los miraba entrelazados como un único organismo del que partían piernas y brazos, Víctor comenzó a masturbarse, y se corrió enseguida, sin que ellos lo supieran, demasiado enfrascados en su propia coordinación.

De vuelta en su habitación, junto a la otra versión de Ramiro traspuesto, no podía dejar de pensar en esa noche, en la visión de esos cuerpos entregados a su propio placer. Y mientras pensaba en ello, había comenzado a masturbarse. Se arrimó un poco más hacia el cuerpo de Ramiro, tan solo el roce más leve con su piel lo excitaba como nada. Estaba muy duro. Pero no quería correrse aún. Recorrió la espalda de Ramiro con su mano, por encima de la camiseta transparente, ese cuerpo joven y esbelto, duro, hasta alcanzar sus glúteos, firmes.

Le bajó la tela de los boxers ajustados ligeramente para poder acariciar su culo. —Eh… Ramiro… —le susurró al oído, intentando despertarlo. Lo deseaba tanto. No había dejado de pensar en hacer el amor con él desde aquella noche surrealista en su piso… le chupó el lóbulo de la oreja, y se quedó jugando con ella, pasando la punta de su lengua por el arco, mientras sus manos seguían amasando su culo. Se bajó el pantalón de pijama que acababa de ponerse, y dejo que su glande endurecido se acariciada ligeramente contra su cadera. —Ramiro… joder… necesito… —sí necesitaba tanto tenerlo…. Sentirlo… lo deseaba tanto que le nublaba la mente. Una parte de él sabía que era mejor parar, darse una ducha fría, irse a otra habitación… otra parte de él se decía: solo voy a acercarme un poco… solo jugar… no estoy haciendo nada…

Víctor se desnudó, y le bajó los calzoncillos un poco más a Ramiro, que seguía completamente inmóvil, sumido en la inconciencia de ese sueño narcotizado al que se había entregado. Lo abrazó con todo el cuerpo esta vez, su erección restregándose contra su cuerpo anestesiado… —hey… despierta, no me hagas esto…  —besaba su cuello, mientras le hablaba, sus manos y ya todo él acariciándose, restregándose contra el cuerpo dormido. Se movió un poco más y de pronto estaba encima de Ramiro, acabó por quitarle el calzoncillo del todo, separando un poco sus piernas de forma que su polla quedaba encajada sobre su raja. Pensó que solo se quedaría asi un momento, sintiendo el contacto con ese cuerpo que deseaba tanto. Quería cuidar de él. Era en lo único que pensaba siempre, proteger a Ramiro… pero sus caderas se movían sin remedio, un movimiento casi imperceptible, ondulante, sus jadeos silenciosos se hacían más intensos y contenidos junto al cuello de joven. Besó su espalda, su pelo, su cuello, su rostro. Lo amaba… no podía pensar en otro hombre que no fuera él… y, sin embargo, comenzaba a dejarse llevar por la necesidad de correrse. Se dijo que solo sería un poco más de contacto, que se separaría enseguida. Pero su cuerpo no se detenía. Su glande comenzó a empujar, amagando con entrar en su agujero, y la sensación del contacto de su polla con esa parte de su anatomía era demasiado. Su cuerpo clamaba por entrar, solo un poco más, sentir la estrechez, la profundidad, sentirse dentro, envuelto… solo un poco, solo… y la imagen de Yass y Sergi follándose a Ramiro lo contaminaba, aquella noche de lujuria volvía a su cabeza con insistencia… Jadeaba sobre su cuello sin cesar, un jadeo contenido e ilícito, mientras sus caderas se movían ahora en un movimiento circular y rítmico… no, se decía… no está pasando… esto no existe… cada vez más dentro, solo un poco… un poco más… su glande estaba dentro… pero no… no solo era… solo un poco más… y necesitaba correrse, ya nada podía detener la necesidad de su cuerpo de alcanzar el orgasmo… solo un poco más… más … más… hasta que notó como sus músculos se tensaban, como el orgasmo subía y se expandía por todo su cuerpo… consiguió salir justo a tiempo para correrse sobre su piel… los jadeos acompasados, coordinados con los espasmos de su semen, ¿Qué estaba haciendo? … ¿cómo podía…?

Tras el orgasmo recuperó la cordura. Y sobrevino la culpa. Se apartó de él, observó los restos de su pecado sobre su piel. No quiso despertarlo. Ya no. Era mejor que no lo supiera jamás…

CAPITULO 6

Hay veces que prefieres no tocar nada no vaya a ser que se rompa. Por eso Víctor no hacía nada por acelerar las cosas con Ramiro, aferrándose a la esperanza con la ceguera de todos los enamorados. Años más tarde llegaría a la conclusión de que fue un cobarde, jamás le pidió que se quedara, jamás le dijo que lo amaba. Tomaba lo que él le daba jugando a su mismo juego, pues sabía que cualquier acercamiento solo lo llevaba a huir, pero también porque le resultaba más cómodo. Ramiro era intenso, de una forma que lo dejaba agotado. Disfrutaba de los espacios de su ausencia tanto como de su presencia. Imaginaba que en algún futuro no muy cercano encontrarían la forma de encajar sus energías. Así que esperaba, aguardaba con la esperanza absurda de que fuese él quien cambiara.

Fue un mes de diciembre, apenas unos días antes de navidad, que Ramiro se presentó en su casa sobrio y con una botella de cava para celebrar su primera portada en Vogue. Era un salto decisivo en su carrera de fotógrafo y fue con Víctor con quien escogió celebrarlo. Bebieron y hablaron hasta la madrugada. Víctor había empezado a leer algunos libros de fotografía para entender mejor su mundo, y él disfrutaba explicándole los detallen técnicos de su trabajo. Y esas conversaciones siempre desembocaban en diatribas sobre arte y exposiciones que habían visto, lo que a su vez los llevaba a los viajes que habían hecho, las visitas al Moma en nueva York, o al Tate de Londres, y otros museos emblemáticos, y también a los pequeños descubrimientos artísticos inesperados, o a exposiciones de fotógrafos intrigantes, exhibiciones de Mapplethorpe o Bob Mizer que les hubiera gustado ver. Y con frecuencia acababan enfrascados en alguna discusión sobre quién fue el primer fotógrafo homoerótico, o sobre el origen o evolución del arte queer, un término con el que Víctor no empatizaba y que Ramiro defendía acaloradamente. Siempre que podía dirigía la discusión a la literatura, y diseccionaban “Orlando” o “El retrato de Dorian Gray”, y siempre que perdía acababan discutiendo de política, aunque solían coincidir mucho más de lo que Ramiro estaba dispuesto a admitir. Sus noches de conversaciones sin tregua se llenaron de pequeños rituales, la tabla de quesos con membrillo y el buen vino eran la aportación de Víctor, la maría y el sexo desenfrenado las de Ramiro. Los separaba una generación, sus orígenes, incluso su forma de vivir su sexualidad, —Ramiro criticaba su falta de compromiso, Víctor a su vez le recriminaba que cayera en todos los clichés de manual. Pero había algo, esa chipa ese no-se-sabe-qué, que hace que dos personas se busquen una y otra vez a pesar de las incongruencias. Tenía grabados sus imágenes favoritas de Ramiro, como fotografías que atesoraba en su memoria. Ramiro fumando de noche junto a la ventana con el torso desnudo, Ramiro saliendo de la ducha con el pelo mojado chorreando sobre sus hombros, Ramiro husmeando entre sus libros cuando se creía a solas en el salón, Ramiro concentrado liando un porro en el sofá, su favorito: Ramiro dormido en su cama por la mañana con la cabeza embutida en la almohada, y los brazos desorganizados sobre su cabeza. Había memorizado cada parte de su cuerpo: el tatuaje étnico en el hombro, la línea perfectamente definida de pelos que subía desde su pelvis hasta su ombligo, el mapa de sus lunares: dos en el hombro derecho, los que salpicaban sus brazos, el que tenía justo al lado de su ceja izquierda, y esa luna negra traviesa que bordeaba como un satélite la línea de su bello púbico.

Aunque Ramiro también tenía su lado oscuro. Seguía siendo esquivo, huidizo, reservado con su vida privada, y sabía que llevaba a cuestas un buen numero de secretos. Víctor sabía más sobre él de lo que debiera, fue el quien investigó su pasado cuando Tony y Al se lo encontraron y quisieron contactar con su familia. Sabía que se había criado en un barrio obrero, en el extrarradio de Valladolid, y sabía que sus padres no habían querido saber nada del hijo de dieciséis años al que habían hecho de casa. Ramiro no hablaba de eso, jamás hablaba de nada que fuese remotamente personal. Conocía sus gustos de arte y música, sus restaurantes favoritos, los lugares por los que le gustaba salir, sabía los nombres de sus amigos, incluso de sus amantes, hablaba de trabajo, de modelos, de otros fotógrafos, podían hablar y hablar durante horas, pero había terrenos que estaban vedados. No hablaba de su pasado, ni de su relación con Alfred y Tony, no hablaba de sus padres, ni nada que tuviese que ver con sus sentimientos.

Fue precisamente esa una de sus primeras discusiones —si puede llamársele una discusión—. Víctor le había estado contando lo mucho que tardó en perder la virginidad. Desnudos en su cama después de hacer el amor, parecía un momento propicio para la intimidad.

—En cierto modo es como si hubiera postergado mi adolescencia a los veinte años, no pude disfrutarla antes como debiera —explicaba—. A los veinte hice todas las cosas que me hubiera gustado hacer a los dieciséis ¿No te ha pasado…?

—Yo siempre tuve con quien follar —respondió él con su habitual cinismo, mientras aún se dejaba acariciar, y Víctor disfrutaba organizado los mechones de pelo revuelto en su cabeza.

—¿También en tu barrio en Valladolid? —Ramiro ignoró la pregunta y Víctor insistió —no pinta que fueran muy abiertos…

—Tenía mis recursos.

—¡Tenías quince años! —Ramiro entonces se sentó en la cama, dándole la espalda y comenzó a ojear su teléfono. Supo que le había molestado, y, aun así, insistió —¿He dicho algo que no debía?

       —Déjalo ¿Vale?

       —¿Dejar…? ¿el qué? —Ramiro le echó una mirada irritada como respuesta. —¿Alguna vez has estado enamorado? —la irritación se transformó en hastío —¿No puedo preguntar? —a Víctor le divertían sus pequeños berrinches, no se lo tomaba muy en serio. Entonces él se levantó y comenzó a vestirse. —¡oh, vamos…! — rogó, pero él volvió a ignorarlo. Víctor se levantó y fue tras él, quiso abrazarlo, pero se apartó y siguió buscando sus cosas, escenificando su enfado. —Eres libre de no contestar, pero no puedes enfadarte porque pregunte.

—Te pedí que lo dejaras.

—Tienes razón, lo siento… no debí insistir —concedió al tiempo que tiraba de las trabillas de sus vaqueros, atrayéndolo hacia él —¿Contento?

Entonces lo besó, y Ramiro desistió.

No se cansaba de besarlo, sus labios se abrían lo justo para él, siempre como una concesión cargada de incertidumbre. Besos cálidos, con la intensidad justa, besos que exigían, besos que sabían a promesa, besos perfectos.

—Si sigues con ese rollo, no volveré más —dijo él entonces, con su chulería desenfadada. La amenaza le sentó mal a Víctor, más después de haberle dejado claro que cedería siempre a sus caprichos. Pero hasta la estupidez tiene un límite.

—No te preguntaré por tu pasado si no quieres, pero deja de intentar manipularme. —Ramiro frunció el ceño como si no entendiera — Mi puerta siempre está abierta Ramiro. Puedes entrar o marcharte siempre que quieras. No te he pedido que vengas, y no pienso suplicar. Si tengo que hacerlo, entonces no quiero que te quedes.

Ramiro se lo quedó mirando serio. Luego cogió sus cosas y se marchó sin decir nada.

No lo detuvo. No era la primera vez que salía de esa forma abrupta. Sus llegadas siempre eran tan inesperadas como sus salidas, pero había aprendido a contar con que volvería a su vida tarde o temprano. Aquella vez, sin embargo, comenzó a dudar. Sabía que debía poner límites a sus maquinaciones, y, aun así, al cabo de unos días, la idea de que pudiera no volver más comenzó a volverlo loco.

No fue ese su final. Volvieron a encontrarse unas semanas más tarde por casualidad en el estudio de Alfred & Valenty. Se saludaron, hablaron un instante, como solían hacer siempre que fingían que su relación se limitaba a esos encuentros de ámbito laboral. Antes de despedirse Víctor solo añadió “¿te pasas luego?” y él respondió con otro breve “claro”, y así continuaron viéndose, sin decirse nada, sin esperar o prometer nada.

Y, sin embargo, no fue por culpa de Ramiro y sus miedos por lo que se estropeo. El delito por el que todo se iría a la mierda ya se había cometido, ya no había marcha atrás, no podía desaparecer. La suerte ya estaba echada, y Víctor siempre lo supo. Podía callarse, no decir nada, pero eso no cambiaba el hecho de que ya había ocurrido. También sabía que no habría arrepentimiento real, ni perdón, hasta que no confesara, y eso lo torturaba.

Y puede que escogiera el peor momento para una confesión, aunque es posible que uno nunca tenga la opción de escoger los tiempos adecuados, son más bien las ocasiones las que surgen de pronto, de la forma más inesperada y debes tomar la decisión de seguir adelante o no. Ser consecuente o no…

Ramiro no se presentó en el funeral de Alfred. Los que lo conocían bien sabían que no era por indiferencia, muy al contrario, Ramiro nunca dejaría que lo vieran mal, y su ausencia solo quería decir una cosa. —Ya me encargo yo, —le dijo a Tony, que no dejaba de preguntar por joven fotógrafo. Y se fue tras el entierro para buscarlo.

Los primeros meses tras el diagnóstico, Ramiro parecía el más positivo “yo le veo bien” solía decir. Esperaba, al igual que todos, que se recuperara. Cuando empezó a decaer y la enfermedad se cebó con su cuerpo, cuando ya era solo cuestión de tiempo, Ramiro no dejaba de encontrar excusas para estar fuera del país. Si bien sabía por Tony que siempre que volvía se quedaba con ellos, y pasaba horas hablando con Al, su amigo, mentor, quien le había inculcado la pasión por el arte, la moda y la fotografía, le había regalado su cámara canon y le había enseñado a usarla, le había dado una oportunidad laboral y un futuro. Alfred adoraba a Ramiro. Le gustaba su osadía y su insolencia hacia la vida, que veía como los ingredientes necesarios para un artista. También Al había sido un rebelde, un enfant terrible, en sus años como escultor, hasta que Tony y la moda le ofrecieron una meta para encauzar su locura. Y por lo mismo sentía una devoción desmedida por el joven que seguía sus pasos, con cierto orgullo de padre.

El día del entierro Víctor le escribió varios mensajes a los que no contestó, pasó por su casa, llamó a su puerta con insistencia, sin saber si estaba ahí o no. Habló también con algunos de sus amigos, pero fue cuando se dio por vencido y volvió a su casa que lo encontró borracho junto a la puerta de su piso, sentado en el suelo frío, dormido, con la cara pegada al marco de su puerta, y una línea de baba derramándose por su boca.

Escribió a Tony para informarle de que había encontrado a Ramiro, y que no debía preocuparse, que se haría cargo. Luego se lo llevó hasta la cama, y al igual que había hecho en ocasiones similares, lo desnudó y lo dejó dormir. Había pasado tiempo desde la última vez, y se alegró que aún considerara su casa un refugio, un lugar en el que sabía que nadie lo buscaría.

Ramiro se levantó sobre las tres de la tarde, Víctor pasó el resto del día recordándole que debía llamar a Tony, y él postergándolo. Al llegar la noche, desistió. —No vas a llamarlo ¿Verdad?

—Iré a su casa mañana ¿Vale? Solo quería estar tranquilo unos días…

—Lo entiendo. Pero Tony se preocupa por ti. Y no va a dejar de preocuparse…

Ramiro se quedó cabizbajo, con un gesto contenido que no le había visto antes. —Me pidió que le cuidara… —susurró. —Al… me lo dijo un par de días antes de… cuida de él por mi… —y la voz de le quebró antes de acabar la frase. —¿Cómo voy a cuidar de nadie si soy un desastre? —cerró los ojos y dos lágrimas cayeron simultáneamente sobre sus mejillas. Víctor se sentó a su lado, sabía que debía ir con cautela, Ramiro era como un campo de minas.

—No eres un desastre, solo… un poco caótico.

—Estoy jodido… y no dejo de joderlo todo… sé que en mi vida hay gente buena, pero siempre acabo rodeado de gente mala…

—Quizás sea momento de cambiar de tácticas…

—¿Crees que no lo intento?

Se habían acomodado en el sofá, juntos, y se había instalado entre ellos una atmósfera de intimida inusual, siguieron hablando, hasta que la noche volvió a alcanzarlos. Ramiro, cansado, se levantó y se dirigió hacia el dormitorio, se preparaba para pasar otra noche en su casa, y Víctor supo que no podía alargarlo más, no después de que él le hubiera brindado su confianza.

Lo siguió al dormitorio, donde él había empezado a cambiarse. —Ramiro, yo… —y según lo decía sabía que ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. —Hace tiempo que debería haberte contado algo… pero he sido un cobarde…. —Le habló de la noche que lo recogió en la calle, en la que se durmió en su coche, la noche que Ramiro apenas recordaba, y que Víctor cruzó una línea roja que jamás debería haber cruzado.

—¿Te aprovechaste de mi cuando estaba inconsciente en tu cama? —y había algo de sarcasmo en su forma de preguntar, que hirió aun más a Víctor. —¿Estuve bien?

—Estuvo mal, no debería haber pasado, y yo… lo siento.

—No pasa nada, si hubiera estado consciente habríamos follado de todas formas.

—No le quites importancia.

—¿Necesitas que te perdone? … Olvídalo, seguro que tienes mucho más que perdonarme tú a mí.

—Nada que no haya aceptado libremente.

—Víctor, siempre haciendo lo correcto.

—Ojalá fuera cierto.

Los dos se quedaron en silencio un momento, mirándose desde lados opuestos de la habitación, entonces no lo vio, pero es posible que ese fuera el momento en el que algo se rompió definitivamente entre ellos.

—Está bien… estás perdonado.     

CAPITULO 7

Ramiro entró en la cafetería en la que había quedado con Sandra. Había tenido muchas dudas acerca de ese encuentro, pero las redes de la chica que no se rendía en la búsqueda de su novio se estaban convirtiendo en su pesadilla particular. La vio desde la entrada esperando en una mesa en la esquina. Solo se habían visto una vez, hace varios años, pero notó enseguida que había adelgazado mucho.

No había sido culpa suya, se decía una y otra vez, Rashim fue a aquella fiesta porque quiso, nadie lo obligo, no hubo engaño. No era su culpa que acabara mal, era imposible haberlo sabido… pero ella seguía buscándolo, después de tres años. Ya había hablado con ella cuando él desapareció, preguntó qué había pasado, y no supo responder. No fue muy amable con ella, ahora, tres años más tarde, necesitaba que dejara de buscarlo.

Se acercó hasta su mesa, la joven sonrió al verlo. Ojos negros, pelo negro, vestía de forma sencilla, una blusa negra sobre sus vaqueros, el rostro limpio, debía tener ya unos veintitrés. —Gracias por venir— dijo con su voz dulce de niña, y ya empezaba a arrepentirse. Preguntó con educación por su trabajo, por su vida, Ramiro debería haber preguntado también, pero tenía miedo de sus respuestas.

—Oye, Haili, ¿Qué es lo que quieres de mí?

Ella dejó la chachara y su sonrisa desapareció. —Tú sabes lo que le pasó ¿Verdad? Sé que había quedado contigo esa noche, aunque no me dijo para qué.

—Oye, ya te lo expliqué…

—Mira, si es algo que no puedes contarme, lo entiendo. Solo quiero saber si él está bien.

Sus ojos negros eran grandes y tan sinceros, que era difícil mentirle a la cara.

Enzo llamó a Ramiro aquella tarde, le dijo que el ruso quería que llevara a algún amigo. —Ya sabes… un modelo de los tuyos. Quiere un chico guapo, hetero—. No pensaba llevar a ninguno de los modelos, mucho menos a un hetero. De hecho, tenía dudas acerca de esa fiesta. Enzo se puso como un loco —¡No me falles, eh, somos amigos! ¡cuento contigo! —Vale, vale… accedió para que lo dejara en paz.

Se quedó en la cama tumbado, fumando, mientras pensaba a quien podía llamar que pudiera seguirles el juego. Entonces pensó en Rashim. Era suficientemente hetero, al menos tenía novia. Siempre estaba hablando de su novia, una buena chica con al que quería casarse. Halil era de buena familia, y lo tenía loco, el chico estaba realmente enamorado, pero la novia le salía muy cara. Rashim quería invitarla siempre, porque era un chico muy tradicional, y se sentía obligado a pagarlo todo, y además siempre quería comprarle cosas bonitas. El problema era que Rashim tenía un trabajo de mierda de reponedor en un supermercado y con eso no ganaba lo suficiente. Además, estaba su familia, que también esperaba que aportara algo en casa, aunque él quería ahorrar para poder casarse. El chaval estaba jodido. Así que había empezado a trapichear, y de vez en cuando también se prostituía para sacar algo de pasta. No era ningún santo, y desde luego no era el buen chico que su novia creía, aun así, no se merecía lo que le pasó.

—Mira tienes que olvidarte de Rashim —le dijo a la chica —No es quien tú crees. —Ella lo miró con desesperación —No va a volver, no puede. Me pidió que no te dijera nada, pero, ya me tiene harto este asunto. Deberías rehacer tu vida y olvidarte de Rashim… Tu novio se metió en un lio y se esfumó por eso.

—Él no se iría sin decirme nada.

—No te dijo nada para no meterte en un lío a ti también. Pero si sigues preguntando por ahí, acabaras metiéndote en un lío.

Ella bajó la mirada con los ojos llorosos —¿Qué tipo de lío?

—¡Joder! —Ramiro se revolvía en su silla. Tenía tantas ganas de largarse, pero quería dejar ese asunto zanjado de una vez. No podía más con esa chica. —¿De dónde crees que sacaba la pasta? ¿De verdad te creías que le pagaban tanto en el super? —y bajó la voz para darle un efecto más conspiranoico —oye, no quiero que te pase nada a ti, ¿entiendes? Cuanto menos sepas, mejor. Además, le prometí a Rashim que no te diría nada.

Los lagrimones caían por su mejilla —Pero no puedo quedarme sin saber… le amo.

Ramiro se tapó la cara con las manos. Odiaba tanto todo eso. Puede que fueran unos ingenuos, y puede que Rashim se hubiera buscado problemas, pero esos dos se querían de una forma empalagosa… se les veía tan felices juntos. Se agarró al hecho de que Rashim le había mentido y ella tenía derecho a saberlo.

—Mira guapa, tu novio no solo vendía droga, también ejercía de chapero ¿sabes lo que es eso? —Por su gesto confuso intuyó que no tenía ni idea —Dejaba que los tíos se la chuparan por dinero.

Eso si lo comprendió —¡Eso es mentira! ¿Por qué te inventas esas cosas?

—No me invento una mierda.

—Rashid no es gay —aseguró bajando la voz una vez más.

—No hace falta ser gay para cobrar por el sexo.

Y entonces ella se echó a llorar. —¿Por qué me estás diciendo estas cosas? ¡No lo entiendo! ¡Eres cruel!

—Solo quiero que abras los ojos de una puta vez, a ver si así me dejas en paz. Tu querido novio te mentía, y seguramente esté ahora con otra. Deberías olvidarlo y seguir con tu vida.

Y en cuanto terminó de decirlo se levantó y se alejó. No quería seguir viendo su cara compungida, y sus lágrimas de desengaño. Lo que había hecho era cruel, sí, pero era necesario.

Durante todo el camino de vuelta a su casa se repetía que había hecho lo correcto. Él no tenía la culpa… si el idiota de Rashim no se hubiera metido de todo… si se hubiese quedado en casa con su novia… Pero por más que se lo repitiera, no conseguía quitarse esa noche de la cabeza. Era como si llevara una voz gritándole dentro del cerebro, taladrándole con todo lo que pasó aquella noche. En cuanto llegó a casa se sirvió un wiski y luego otro, y otro más… intentando acallar las voces. El alcohol calmo los nervios, pero tumbado en el sofá solitario de su estudio no conseguía dejar de repasar esa noche.

Al que llamaban el ruso era Yuri Boglanovich, el hijo de un traficante de armas que estaba mega forrado. El ruso solía decir que su padre tenía más de dos mil millones de euros. Era un tío raro, con cara de obeso, aunque estaba delgado, pelo rubio ralo, labios de pez, ojos saltones, y muy maricón. Tenía casi treinta tacos, pero seguía viviendo en casa de papá, aunque eso era un decir, pues esa casa era tan grande que Yuri tenía su propio chalet y podía pasar semanas sin ver al resto de sus habitantes. Cuando papá estaba de viaje, el ruso montaba sus fiestas de chicos. Drogas, drogas, sexo y más drogas. Aquello era un absoluto despilfarro, todo por cortesía del ruso que a veces incluso repartía Rolex o IPhones como regalo a sus invitados. Durante un tiempo se había encaprichado de Ramiro, pero había perdido el interés porque era demasiado gay para su gusto. Al ruso le gustaban los heteros, a ser posible muy jovenes y muy guapos. Cuando estaba borracho le daba por decir que tendría que haber sido una mujer, pero que su tragedia era que, siendo ruso, jamás podría serlo, aunque tuviera todo el dinero del mundo. Su padre lo mataría si se enteraba. En sus fiestas siempre había un momento en el que se maquillaba, se pintaba las uñas, se ponía una peluca, tacones, y un vestido largo de lentejuelas, y comenzaba a coquetear con todos los chicos. Entonces era Katrina, y Ramiro tenía la sospecha de que montaba esas fiestas solo para poder ser la única chica de la fiesta.

Así que fueron a la fiesta del ruso esa noche, con Rashim. Solo que esa fiesta no era como las otras. Yuri había invitado a sus “socios”, eso decía, a Ramiro no le quedaba claro si eran socios suyos o del padre, pero estaba claro que esa fiesta era para ellos, y Yuri estaba muy inquieto intentando que lo pasaran bien a toda costa. En cuanto llegaron los repartió entre sus nuevos amigos.

—Este es Igor, está en el mundo de la moda —lo informó como si fuese una gran oportunidad, mientras le presentaba a un hombre que debía rondar los sesenta, que le tendió la mano para estrechársela, con una sonrisa condescendiente. Yuri casi lo sentó a su lado a la fuerza, contando las virtudes de Ramiro, ofreciéndolo como si fuese un regalo.

—¿De qué vas? —le dijo al ruso al oído.

—¿No querías la portada de Vogue? Este tío puede conseguirla para ti. Hazme caso…

No le gustaba que lo utilizaran, pero tampoco se animaba a dejar mal al ruso, no le convenía tenerlo a mal, pues sabía que era cierto que estaba muy bien conectado, asi que se sentó junto a Igor en un silloncito blanco mientras el anfitrión se alejaba para atender al resto de sus invitados.

—Asi que fotógrafo… —comenzó el hombre, dándole conversación. Tenía un acento eslavo muy marcado, y una voz aflautada, gafas de pasta negra, pelo gris, bien peinado, piel cuidada aunque surcada de líneas, llevaba una chaqueta de estampado fucsia cuidadosamente colgada de los hombros y un pañuelo color marfil atado al cuello. Sin duda tenía aspecto de alguien del mundo de la moda, le recordaba a una versión rusa de Yves Saint Laurent. Y, sin duda, se notaba que era un hombre con cierto poder, no dejaba de dar instrucciones a otros dos jovenes que estaban de pie a su lado, —¿Qué quieres tomar? —le preguntaba a Ramiro y luego daba instrucciones a sus guardaespaldas, o lo que fueran. Y continuaba haciendo preguntas —¿Con quién trabajas?… ¿Conoces a Sobachak? Tienes que conocerla… —y cada vez que terminaba una pregunta le ponía la mano en la rodilla. Ramiro pensó que lo mejor era empezar a embriagarse cuanto antes.

Una hora más tarde, se había olvidado por completo de Rashim, a quien no había vuelto a ver desde que llegaron. Seguía sentado en el silloncito blanco, con Igor y otro ruso llamado Gosha, que decía que se dedicaba a las películas, aunque por su forma de explicarlo Ramiro tenía sospechas de que se lo estaba inventando. Lo que no le cabía duda es que esos dos estaban forrados, al parecer Yuri pensaba entrar en el negocio de los clubs nocturnos, y sus socios pondrían la pasta, aunque se preguntaba por qué, si el ruso estaba forrado también. Estaba suficientemente colocado para que le importara una mierda. Una hora más tarde los tres estaban muy puestos de todo, se reían de cualquier cosa, sus nuevos amigos le enseñaban ruso, le hacían promesas laborales y le metían mano. Los dos hombres parecían dos víboras hambrientas en torno a la presa a la que ya todo le daba igual.

—Oooh, mirrra… ¿Qué es esto? —decía Igor sobándole el paquete —Essstá muy durroz…

Y reían.

—Me habéis puesto muy cachondo…

Ya tak rada…

Ya tak rada… —repetía Ramiro, y volvían a reír.

Ramiro entonces decidió que ya había tenido bastante. Tuvo que forcejear con sus acompañantes para poder incorporarse, pero estaba decidido. —Tengo que buscar a mi amigo… — puso como excusa, aunque era cierto que hacía rato que no veía ni a Enzo ni a Rashim, y se preguntaba si se habrían largado dejándolo en esa fiesta surrealista. Dio una vuelta, había gente en pelotas bañándose en la piscina, y el ruso ya se había puesto sus tacones y bailaba encima de una mesa.

—¿Has visto a Enzo? —le preguntó a gritos.

—¿Enzo? Estaba arriba.

Ramiro se dirigió a la escalera que subía a la segunda planta de la casa, dejando el ruido atrás. Había gente sentada en la escalera charlando, bebiendo y fumando. Arriba estaba oscuro. Cuando se disponía a cruzar el pasillo en busca de Enzo, se encontró con Igor. —¡Aquí estabasss! … —Ramiro quiso esquivarlo, pero venia con uno de sus guardaespaldas, o lo que fuera, que era un tipo grande y joven al que aún no había oído decir nada, y que lo arrinconó contra una pared. —¿Por qué tanta prisssa?  Podemos conocernos un poco mejor. —Luego le habló en ruso a su gorila, y este sonrió volviendo la vista a Ramiro. —¿Te he presentado ya a Dimitri? —y al decirlo apoyó su mano en los pectorales inflados de Dimitri en un gesto posesivo. —A Dimitri también le gustarrría conocerte mejor…?

Dimitri estaba un rato bueno, alto, musculoso, cuello ancho, pelo negro, nariz de boxedor, manos grandes. Sí, se fijó en sus manos, que ya estaban forcejeando con la hebilla de su cinturón.

No se molestaron en buscar una habitación, —de no ser por eso no se habría enterado de lo que pasó después —Dimitri se puso de rodillas delante de él, y comenzó a lamerle la polla, primero por encima de la tela de los pantalones que fue bajando lentamente para liberar su dureza, y comenzar a chupársela, recorriendo con su lengua el tronco, chupando sus testículos, para luego metérsela completa en su boca grande. Igor aprovechó que lo tenía ocupado para empezar a manosearlo, le desabrochó la camisa, le besó los pezones, y luego le giró el rostro para besarlo, el sabor rancio de su boca le dio asco, pero estaba atrapado. Igor lo besaba, lo acariciaba con sus manos callosas y huesudas, y no podía hacer nada para evitarlo. Luego tomó la mano de Ramiro y la forzó dentro de su pantalón esperando que lo masturbara, Ramiro cerró los ojos, y se concentró en la sensación placentera de la boca de Dimitri afanado en hacerle una mamada. Escuchó a alguien pasar por delante, escuchó las risas, el cristal de las copas de alcohol, la música distante, voces y puertas de quienes invadían los pasillos en la oscuridad, otros jadeos lejanos mezclándose con los jadeos babosos de Igor en su oído, concentrado en la paja que le estaba haciendo Ramiro. No le importaban los hombres mayores, pero no así, no cuando se imponían… se sentía utilizado y engañado, tenía ganas de pararlos, pero una parte de él se decía que sería más fácil acabar de una vez y que lo dejaran en paz.

Fue en ese momento cuando escuchó los gritos. Un alarido desgarrado en una lengua que no reconoció al final del pasillo, un cristal que se rompía, y de pronto cientos de gritos aterrados que provenían del exterior.

—¡¿Qué cojones?! —Se separó bruscamente de los dos hombres que lo acorralaban contra la pared, corrió hacia el final del pasillo por el que vio salir a dos tipos con el gesto descompuesto, acomodándose los pantalones, la puerta estaba abierta, cruzo el dormitorio hasta una terraza, una de las puertas acristaladas estaba rota, los cristales hecho trizas quedaban colgados del metal, y se asomó para descubrir el cuerpo de Rashim en el suelo del patio junto a la piscina, rodeado de un charco de sangre que se hacía cada vez más grande.

CAPITULO 8

No hay un momento más solitario en la vida que cuando te quedas de pie observando como tu vida se desmorona. Su relación con Ramiro era tan frágil como una huella en el fondo del mar, y cuando supo que se acercaba el final, solo le quedaba mirar como dejaba de brillar.

Iván.

No le dio mucha importancia la primera vez que mencionó a Iván. Ni siquiera supo su nombre entonces. Fue el verano que a Tony se le ocurrió alquilar una casa rural en Cantabria. Ramiro había estado quejándose durante un mes porque tendría que ir a pasar parte del verano en ese “pueblo de mierda”… Debería haberse dado cuenta cuando volvió. Le habló de ese “montañero” al que había conocido y que el resto se había empeñado que desvirgara.

—No estuvo mal —aseguró —A ver, el chaval estaba para echarle de comer aparte, pero estaban todo muy pesados con el tema.

Empezó a notarla cuando se presentó en su casa meses más tarde despotricando porque a Tony se le había ocurrido la brillante idea de traerse al montañero a Madrid —¿Te lo puedes creer? Entro en su casa y ahí está… ¿Qué se supone que tengo que hacer…? —Víctor no entendía qué era lo que le molestaba tanto —¡Lo que me jode es que no me preguntara! ¡Joder! ¡Debería haberme dicho algo! ¡Debería haberme preguntado si me parecía bien!

En un principio lo tomo por un ataque de celos. Tal vez temía que Tony lo estuviese reemplazando en su vida por otro joven al que también había invitado a vivir en su casa. Pero Ramiro no dejaba de hablar de ese chico, al que aún no le ponía nombre ni cara, (lo llamaba con mil motes diferentes).

Y después, el vacío.

Durante meses no supo nada de Ramiro. Ni una visita, nada. No era del todo inusual, pero, no recordaba la última vez que había dejado pasar tanto tiempo. Otras veces, cuando dejaban de verse largas temporadas era principalmente a causa de sus viajes o su trabajo. No esta vez. Sabía por Tony que Ramiro estaba en Madrid. Fue entonces cuando descubrió la verdadera trampa de su relación, ¿A quién podía preguntar por los motivos de su alejamiento? Tenían tantos amigos y conocidos comunes, pero ninguno sabía que ellos dos tenían una relación que iba más allá de la amistad y que había durado casi una década, más bien al contrario, se habían esmerado en fingir indiferencia el uno por el otro delante del resto.

El distanciamiento de Ramiro, sin embargo, había empezado mucho antes, por eso no lo relacionó con ningún montañero. Hacía tiempo que notaba que lo estaba perdiendo, y no sabía como revertir esa tendencia. ¿Había llegado el fin? ¿Le quedaba solo observar como la llama agonizaba hasta desaparecer? Entonces ¿Qué le quedaría de ese amor?

Al fin se encontraron después del verano en el estudio de Tony. Al verlo, recordó todas las veces que se habían escondido entre los vestuarios para follar, y esos códigos secretos que se habían ido desarrollando entre ellos con el paso del tiempo. Sus miradas se cruzaron un par de veces en la distancia— aunque no eran miradas que lo invitaran —antes de que Víctor se acercara hasta él.

—¿Dónde te has perdido? Hace mucho que no te veo.

—Lo sé… estoy algo extraviado.

—Espero que sea por una buena causa —Y eso le hizo reír, y Víctor volvió a enamorarse de su risa una vez más.  Y entonces llegó la confesión más inesperada de todas, que se le clavó como una daga hiriéndolo de muerte.

—Me he enamorado.

Víctor no comprendió, ¿Era una broma nueva? —¿Alguien que yo conozca?

Otra vez su sonrisa, aunque esta vez con una cualidad nueva, tenía algo de pudor o timidez, y un matiz distinto en la mirada. —Creo que te hablé de él: Iván. —Víctor no lo recordaba— el chico de la montaña….

—Oh… —ese que lo había cabreado tanto, del que no conseguía dejar de hablar, ese que parecía sacarlo de sus casillas, y estaba en todos sus pensamientos como no había estado nunca Víctor. —¿Estáis…?

—Sí. Estoy en una relación perfectamente monógama —y al decirlo volvió a recuperar su cinismo.

—Te han pillado.

—¡Auch! … me temo que sí. Enamorado hasta las trancas, como un gilipollas.

—Y ¿Dónde está tu media naranja?

Tuvo ciertas dudas antes de continuar —Está… en Baeza, en Jaén… Se está presentando a las pruebas de la benemérita.

Entonces sí que soltó una carcajada —¿En serio? —tenía que ser una broma —¿Te has enamorado de un guardia civil?

—Ya… bueno —y se encogió de hombros ante su falta de explicación. Entonces Víctor quien rio a gusto, incluso con un deje de crueldad.

—No me digas que tu novio va a acabar arrestándote. —Y los dos rieron ante la ocurrencia, que tal vez no fuera del todo descabellada.

Novio. Así que Ramiro tenía novio. Y uno del que todos hablaban maravillas: “¿Iván?” ¡qué buen chico!”, “Le ha tocado la lotería a Ramiro con ese chico”… Aquello lo tranquilizó, por extraño que pudiera parecer. ¿Un buen chico? ¿Al qué le gusta escalar montañas y quiere ser guardia civil? ¡Qué hacía un chico así con alguien como Ramiro! Alguien con una personalidad tan compleja como Ramiro acabaría aburriéndose del buen chico de montaña, y si no lo hacía, si seguían juntos, lo destruiría. Víctor llevaba años desentramando la maraña de las complejidades de Ramiro, sabía como manejarse entre sus fantasmas y sus miedos, sabía como estar a su lado. Estaba convencido de que aquello no duraría, y entonces Ramiro volvería a su lado, como hacía siempre. Y mientras llegaba a esa conclusión, se pregunto si no debería estar deseando que fuera feliz.

No hizo nada. Se fue a su casa a esperar pacientemente a que él regresara. ¿Fue ese su error? ¿Debería haber luchado por él? ¿Habría servido de algo? Pero no hizo nada, solo esperar, volcarse en su trabajo y esperar. Lo que llegó unos meses más tarde fue una invitación, para su boda.

Víctor se sentó frente a la pequeña nota en papel blanco, que pudo imaginar que sería idea de Tony. Ni siquiera le había escrito, aunque fuese un mensaje absurdo en el teléfono bromeando, riéndose con él como habían hecho tantas veces acerca de estas cosas. Quizás eso fue lo que más le dolió, que se quebrara esa complicidad entre ellos. Sin eso ¿quién era él? Solo un tipo solitario con un trabajo anodino y un novio imaginario.

Quiso ir a la boda, se armó de voluntad, incluso compró un traje para la ocasión… imaginando en cada momento lo que Ramiro le diría, la broma que le gastaría acerca de sus zapatos, o su corbata, las bromas que haría él acerca de que se casara… Quería conocer al hombre que le había arrebatado al amor de su vida. No fue capaz. No tuvo voluntad suficiente. Se echó atrás en el último momento, se quedó en su casa rumiando su soledad.

Los siguientes meses lo hundieron en un abismo solitario como nunca había vivido antes. Había perdido al hombre al que amaba, de la forma más tonta y vulgar, y ni siquiera tenía derecho al duelo. No tenía con quien compartir su perdida. Fue apartándose de quienes habían sido sus amigos por pura supervivencia, porque no podía soportar escucharles hablar de Iván y Ramiro. Iván y Ramiro, Iván y Ramiro, Iván y Ramiro… en algún momento se habían convertido en un par, y binomio inseparable en boca de todos, como lo son las parejas que llevan años juntos y no eres capaz de distinguir a una de la otra, o pensar en invitar a una sin contar con la otra. Dos mitades de una misma unidad indivisible. ¿Y él? Él se había convertido en un bufón. Un idiota que había creído en un espejismo, un arrogante que se había presumido rico cuando era pobre, se había dado aires de importancia en la vida de otra persona que ni siquiera era consciente del daño que había dejado atrás. Porque había acabado por comprender que Ramiro no lo sabía. No tenía la menor sospecha de cuánto lo amaba Víctor, para él solo había sido uno más de sus juegos. Su ausencia dolía como nada había dolido antes en su vida. La certeza de su amor no correspondido era una herida difícil de curar, y Víctor se regodeó en su dolor, que era el último vestigio de esa relación que de golpe parecía solo una quimera.

El destino, sin embargo, tiene una extraña forma de hacernos caer en los mismos errores. Fue exactamente un año después de recibir la invitación a su boda cuando Ramiro volvió a presentarse en su puerta con los ojos enrojecidos y el rostro desencajado.  Fue una extraña sensación de dejá vu que lo devolvió a esa primera vez que Ramiro apareció ante su puerta tras aquella misteriosa noche de la que se había negado a hablar siempre.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó, su corazón acelerándose ante la esperanza de una ruptura.

—Necesito tu ayuda… —tuvo unos segundos para decirse que lo sabía, que lo había sabido siempre, que tarde o temprano él acabaría regresando… antes de que su estúpida esperanza se estrellara contra el suelo —han detenido a Iván…

Iván.

Tuvo ocasión de conocer al esposo de Ramiro. Iván, que se había jugado el puesto contradiciendo ordenes de sus superiores para rescatar a unos inmigrantes a la deriva en una patera, condenados a una muerte segura en el océano. Iván que era valiente, inteligente, y tenía una fortaleza insólita. Se sentó frente al hombre que le había robado todo y no pudo hacer otra cosa que rendirse ante él. Se sintió un canalla por haber deseado que se separaran, y quiso salvarlo. Necesitaba salvarlo, como un acto de constricción, aunque fuese solo para que Ramiro le agradeciera librar a su amado de la cárcel.

Ganó el juicio solo por un tecnicismo. Una reciente ley aprobada en el congreso por un partido de extrema derecha prohibía cualquier ayuda a los inmigrantes para llegar a costas españolas, pero la ley del mar internacional obligaba a cualquier barco a rescatar cualquier vida que corriera peligro en alta mar.  Estando en el mar, Iván no tenía otra opción que acatar las leyes internacionales, aun cuando estas contravinieran la ley local de la costa e incluso las ordenes de un superior. Algunos habían esperado que aquel juicio mediático desautorizara la nueva ley del gobierno que consideraban injusta, en ese sentido la estrategia de Víctor resultó decepcionante, pues evitó posicionarse a nivel político. Liberó a Iván, pero no liberó a futuros inmigrantes de una ley que los dejaba desamparados. La guerra que había comenzado un joven guardia civil contra el sistema quedó diluida, sin vencedores ni vencidos, libre de penas por un tecnicismo. Y en cierto modo eso hizo que Víctor se sintiera insignificante al lado de Iván.

Unos días después del juicio, no obstante, Ramiro se pasó por su casa para agradecérselo. Llegó sin previo a viso, como siempre, solo se pasó por ahí. En cuanto lo vio el corazón le jugó una mala pasada, dando saltos de alegría como un niño pequeño, sin comprender nada de la realidad, solo porque había venido solo, sin su pareja…  —Quería darte las gracias…—comenzó a decirle. Pasaron al salón, se sentaron en el sofá en el que habían hecho el amor tantas otras noches, como si fueran dos viejos amigos que se saludaban por casualidad, sin nada más que decirse o echarse en cara. Quería decirle tantas cosas… pero no se sentía con derecho. Así que entraron en esa conversación superficial e incomoda que nada tenía que ver con ellos. —Iván está trabajando, ya sabes… tiene aun mucho lío con todo esto… — continuó como si fuesen dos desconocidos.

—¿Te sirvo algo? —preguntó, aunque quiso preguntar si abrían una botella de vino, como solían hacer.

—No, no… no puedo quedarme….

Por favor, quédate, pensó. Aunque no lo dijo, aceptando su papel secundario en su vida.

—Aunque sea un café.

—Sí, claro… —accedió.

Notó su inquietud en las manos mientras preparaba un par de tazas de café, con un solo un chorrito de leche y dos cucharadas de azúcar para Ramiro. Eran tantas las cosas que sabía de él. Resultaba tan postizo sentarse a hablar y tomar café juntos, sin quitarse la ropa ni comerse las bocas. Hubo un momento que dejó de escuchar lo que él decía, hablando de Tony o Richi, o algo acerca de la empresa que le importaba un bledo, solo podía fijarse en la forma en la que se movían sus labios, sus ojos de ese azul tan intenso, sus manos de dedos largos, como las de un pianista, su cuello, su barbilla, sus cejas… no había un rincón de su anatomía que no hubiera memorizado… cómo aprender a no tocarte, pensó.

De pronto hubo un silencio. Ramiro se había callado, consciente, tal vez, de que hablaba solo, y le sonreía con cierta complicidad.

—¿No le has contado lo nuestro? —preguntó Víctor rompiendo finalmente el silencio. Y como por arte de magia se creo de golpe la intimidad entre ellos que había echado en falta.

—No hizo falta, lo adivinó en cuanto te vio —bromeó Ramiro.

—Espero que no fuera un problema —en realidad esperaba justo lo contrario, si al menos pudiera se run problema en su vida.

—Iván no es celoso. En serio, no sé como lo consigue, porque yo he descubierto que no soporto que nadie se le acerque… —lo decía con una sonrisa, y siguió hablando de su amado sin que nadie lo motivara para hacerlo, y se notaba en su mirada y su sonrisa que lo amaba. Era tan obvio, tan claro. Tan hiriente. No le costaba nada hablar de él, y había empezado a contarle cómo Iván le había pedido que se casaran con un anillo que había hecho con los restos de un terremoto en el que había colaborado en labores de rescate y cómo Ramiro había sentido la necesidad de confesarle todas sus perversiones antes de aceptar para que Iván estuviera seguro de querer casarse con alguien como él. Y entonces se lo preguntó, quizás con una pizca de maldad.

—¿Le hablaste de aquella noche?

—¿Qué noche?

—Sabes que noche —. Ramiro ya no preguntó más, sabía a que noche se refería, había intentado hablar con él de esa noche tantas veces. Ramiro se recostó en el sillón, la mirada perdida, quizás regresando a ese recuerdo que lo perseguía. Tardó un rato en responder.

—No puedo contárselo… Iván… él querría arreglarlo, y… no puedo hacerle eso.

Sintió una extraña satisfacción al descubrir que aun quedaba algo de Ramiro que era únicamente suyo, aunque fuese algo rastrero.

—¿Qué pasó esa noche? Lo que sea, han pasado más de seis años, hace tiempo que ha prescrito…

—¿Por qué estás tan convencido de que he cometido un delito? —en sus ojos un instante de sarcasmo le quitó peso a la confesión.

—Dime qué pasó.

—No fui yo… —dijo al fin, y en su negativa y su mirada evasiva se notaba aun el peso de aquella noche —Aunque fue culpa mía…. —añadió en un susurro. Víctor no dijo nada, sabía que buscaba la forma de contarlo, y que no le resultaba fácil. —Un chico murió… era un buen chico, estaba muy enamorado de su chica, y trabajaba mucho… quería casarse. También se prostituía de vez en cuando, porque no ganaba suficiente, y quería irse de casa y llevarse a su chica… me caía bien, un buen tío… No debería haberlo llevado a esa fiesta. Pensé que querría porque le pagarían bien, pero… —y volvió a perderse en su culpa y sus recuerdos.

—¿Cómo murió?

—Supongo que fue un accidente… no sé que mierda se tomaron, yo no estaba, pero el chico… se volvió loco de pronto… cayó del segundo piso, ¡joder, le reventó la cabeza!… —y por la forma en la que se quedó mirando al infinito supo que aún no había terminado, al cabo de un rato volvió a hablar, y su voz resultó más oscura que nunca —Nadie sabe que está muerto… creen que se fugó o algo… su chica… ella sigue buscándolo. No querían que se supiera nada… esa gente —cerró lo ojos, como si el recuerdo doliera —no podían dejar que nadie lo supiera… No sé qué hicieron con el cuerpo… nos echaron a todos de ahí… yo quería llamar a una ambulancia, a alguien, lo juro… pero esa gente… joder esa gente es peligrosa… —su rostro se contrajo durante unos instantes, los puños cerrados, la mandíbula apretada.

—No te culpes. Si hubieras hecho algo tal vez también estuvieras muerto.

—Yo le llevé ahí. Lo convencí.

—Era un adulto, no eres responsable de las decisiones que toman los demás.

De golpe volvió la vista hacia Víctor, los ojos húmedos con el peso del remordimiento —Voy a joderlo ¿verdad? Lo de Iván… acabaré por estropearlo todo… enterrándolo en mi mierda… debería alejarme de él… sería lo mejor para él ¿no crees?

Y ese era el momento que Víctor había estado aguardando, el instante en el que Ramiro se diera cuenta de que solo él lo comprendía, solo él podía estar a su lado, porque era capaz de perdonar sus aristas, de aceptarlo con todo. Pero no fue capaz de decirlo. No pudo hacerlo. Viendo sus lágrimas comprendió cuánto amaba Ramiro a Iván. Su amor era sincero y profundo, un amor que nunca había sentido por Víctor.

—No digas tonterías, tú también eres un buen tío.

—No lo soy…

—Claro que sí. Puedes haber cometido errores, pero eso no te convierte en una mala persona. Todos hacemos estupideces de las que nos arrepentimos alguna vez.

—No Iván —y lo dijo con cierta carga de hastío.

—Bueno… se ha casado contigo… —Ramiro soltó una carcajada que disipó las lágrimas ligeramente. —Le quieres ¿verdad?

Se tomó un momento para soltar un largo suspiro antes de contestar —joder, no sabía que se podía amar tanto a alguien…

—Es un milagro ¿sabes? Que dos personas en el mundo se encuentren, y se enamoren de esa forma el uno del otro… Ocurre tantas veces que los amores acaban desencajados, no correspondidos… desequilibrados… hay tantas más probabilidades de que acabe mal, que la posibilidad de dar justo con esa persona de entre todos los millones de posibilidades… Si lo piensas, lo que tenéis tú e Iván es casi imposible—. Y los dos compartieron una mirada de complicidad en ese instante—. Es magia —y Ramiro sonrió.

Más tarde, a solas, se esforzó por convencerse de que era verdad, que él sería feliz y que eso debería bastarle. Podría decir que esa noche comprendió que Ramiro no era para él, que su acto de generosidad fue por amor, y muchas cosas más. En realidad, fue mucho tiempo después, cuando acabó por conocer bien a Iván, que comprendió cual había sido su error. El momento exacto en el que perdió a Ramiro.

Fue la noche en la que confesó su debilidad, su acto de violencia, su traición. Y no por la traición en si misma, que Ramiro le perdonó y lo hizo sinceramente. Fue otra cosa. Ramiro llevaba mucho tiempo perdido en el fango, y todos sus intentos por escapar solo lo hundían más y más en esa tierra movediza que eran sus vicios. En el fondo buscaba que lo rescataran del fango en el que se sumía más y más. Era eso lo que le había atraído de Víctor, es posible que pensara que Víctor podía arrastrarlo fuera del lodo, lejos de esa vida que se había convencido que deseaba, ese círculo vicioso del que no sabía cómo escapar. Pero aquella noche comprendió (como no supo comprender Víctor entonces) que Víctor era débil, y que acabaría por arrastrarlo al fango con él. Ramiro necesitaba a alguien como Iván. Ese brazo fuerte y firme, tan arraigado en sus principios, incapaz de desviarse del camino, para sacarlo de entre su mierda y liberarlo al fin de si mismo.

Aquella noche, sin embargo, aun no había llegado a comprender. Aquella noche se quedó de pie junto a la ventana, con el peso del mundo sobre sus hombros, observando como Ramiro salía de su portal, se alejaba caminando por la calle, lejos de su vida, aceptando que había llegado el final, que lo había dejado marchar y lo había perdido para siempre.

Un relato de Laurent Kosta.

Víctor y Ramiro son personajes de la saga de «Montañas, Cuevas y Tacones» editado por Ediciones El Antro.

SI QUIERES SABER MÁS SOBRE RAMIRO, IVÁN Y VICTOR, LEE LA SAGA DE «MONTAÑAS CUEVAS Y TACONES»: https://www.laurentkosta.com/

SIGUE LAURENT KOSTA PARA NO PERDERTE SUS RELATOS

Si te ha gustado, prueba ahora con una de sus novelas: https://www.edicioneselantro.com/tienda/montanas-cuevas-y-tacones-ebook/

4 comentarios sobre “VICTOR Y RAMIRO

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