CINCO SEMANAS

Primera semana

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El premio me tocó a mí, o eso pensaban mis compañeros, aunque a mí no me hacía tanta gracia. No era la primera vez que ingresaban a una estrella de rock en nuestro centro, de hecho, el centro Valle Victoria era conocido precisamente por el glamur de sus visitantes-pacientes. Un centro de rehabilitación en la costa mediterránea, con alta cocina y aparente lujo era el lugar ideal para que los ricos y famosos fueran a controlar sus adicciones y poner un poco de orden en sus eclécticas vidas. Aunque era la primera vez que venía alguien tan de moda y atractivo como Erik Winter, de ahí el revuelo que había generado su próximo ingreso entre enfermeros, auxiliares y todo el personal de Valle Victoria. Lo cierto es que hubiera preferido no ser yo, ya me habían tocado otras estrellas — puede que mi experiencia previa fuera precisamente el motivo de que me tocara a mí — y ya sabía lo difícil que era lidiar con ellas. Eran arrogantes, maleducados, te trataban como si fueras su sirviente —más que como a un enfermero a cargo de su salud—, y, a pesar de que ingresaban voluntariamente (o presionados por sus representantes), jamás seguían las instrucciones de los médicos, y parecía que solo intentaban aguantar las cinco semanas del programa para volver a salir y empezar de nuevo con sus viejas costumbres. Por eso optaban por la rehabilitación exprés de cinco semanas, no la de ocho o la de tres meses, que era lo habitual, porque lo único que les interesaba en realidad era limpiar su imagen si se habían metido en algún escándalo. Vamos, una pérdida de tiempo, y de su dinero, lo cual no parecía preocuparles en absoluto. Así que, si bien cualquiera de mis compañeros hubiese estado encantado de ocuparse de la estrella de rock, yo me dirigía hacia su habitación para darle la bienvenida sin mucho entusiasmo.

—Buenos días, Erik, soy Samuel, aunque puedes llamarme Sam si prefieres economizar, voy a ser tu domador de mono* las próximas cinco semanas…

—¿Se supone que eso es gracioso? — ¡oh, Dios! Y allí estaba, Erik Winter mirándome con sus ojazos verdes, su melena desordenada su altura desenfadada y esa posa chulesca de quien se sabe guapo y admirado por todos.

—No para ti, pero nosotros nos desternillamos con eso… — mi intento de resultar simpático fue un absoluto fracaso, y la estrella de rock seguía clavándome la mirada con desconfianza, así que seguí con mi tarea habitual y empecé a explicarle las normas y el funcionamiento del centro, cuál sería su programa diario, sus reuniones con el psicólogo, las terapias de grupo, horarios de comidas y demás actividades. Aunque dudo que él me estuviese prestando mucha atención.

—¿Dónde están mis cosas? —preguntó con arrogancia, era habitual, aún no sabía dónde se había metido, pero estaba a punto de enterarse de que esto iba en serio.

—Las están revisando, te traerán lo que esté autorizado en cuanto hayan terminado de inspeccionarlas

—¿Qué? Yo no he autorizado a nadie para que husmee entre mis cosas…

—Siento decirte que sí lo has hecho. Has firmado todos los papeles, así que en las próximas cinco semanas mandamos nosotros y tú tienes que seguir las reglas. Todas las reglas, te guste o no.

—Y una mierda, voy a llamar a mi representante… —y sacó su teléfono móvil. Menudo gilipollas, ni siquiera se había leído lo que había firmado.

—Tienes que darme el teléfono. No están permitidos.

—Ni de coña, no voy a darte mi teléfono, enfermero —y eso lo dijo como si fuese un insulto.

—Tienes dos opciones, o me lo das amablemente, o llamo a seguridad y te lo quitamos no tan amablemente.

Ahora soltó una carcajada llena de sarcasmo —y una mierda…—dijo, — no voy a permitir que nadie meta las narices en mi teléfono, si tocáis mis cosas os voy a demandar…

—Puedes apagarlo y quitarle la tarjeta si quieres, desmóntalo o romperlo, como prefieras, pero no puedes quedártelo y lo sabes.

Entonces cambio de actitud me observó detenidamente unos instantes —qué te parece si llegamos a un trato tú y yo, enfermero, puedo ser muy generoso si hacemos la vista gorda con algunas cosillas…

Y yo le contesté con la misma carga de sarcasmo y una enorme sonrisa —¿quieres comprarme? vaya, no se le había ocurrido a nadie antes ¿quieres que te explique por qué has pagado tanto por estar aquí? — Fue una satisfacción ver su gesto de desconcierto, era momento de rematar la faena —¡Oh, vaya! ¿Creías que estabas de vacaciones? ¿verdad? Que venías a una especie de retiro espiritual, o un spa donde te haríamos masajes y tratamientos de belleza. Pues no, siento decirte que esto es una clínica de rehabilitación, y estás aquí porque eres un yonqui, un alcohólico o las dos cosas, y como ya has firmado tu consentimiento en las próximas cinco semanas vamos a torturarte intentado curarte de tu adicción. Nada de comunicación con el exterior, mientras estés aquí permanecerás aislado del mundo, y créeme, a la larga nos lo agradecerás— y extendí el brazo con exigencia sin dejar de mirarle fijamente a los ojos, el músico se rindió y me entregó su teléfono celular con gesto amargo.

—Así que vas a ser un capullo —dijo dejándose caer sobre la cama de sábanas blancas e impolutas en las que dormiría las próximas cinco semanas.

—Ese es justamente mi apodo por aquí.

—¿Pues sabes qué? ¡Chúpame la polla! — Y pensé en marcharme, ya había aguantado suficientes estupideces por ahora, y ya le había dejado clara las reglas. Pero justo cuando pensaba ponerme en marcha, empezó a reírse a carcajadas —¡Me has mirado el paquete! —anunció divertido.

—¡No lo he hecho!

—Si que lo has hecho. En cuanto te he mencionado mi órgano reproductivo, has bajado los ojos y me la has fichado… no lo niegues.

—¡Qué dices!

— ¿Quieres chuparme la polla, enfermero? —y puede que en ese momento cometiera el error de dejar que se viera mi frustración, estaba preparado para su arrogancia y su rebeldía, pero no me había esperado que se cachondeara de mi sexualidad y el muy capullo siguió aprovechándose de haber conseguido descolocarme —te dije que podíamos llegar a un acuerdo, soy un tío muy abierto de mente… — y seguía su risotada estúpida.

Era mejor marcharse e intentar mantener algo de entereza —ríete todo lo que quieras, no vas a conseguir nada así… —. Aún después de salir de su habitación, y cerrar la puerta con llave, seguía escuchando sus burlas.

—No te vayas, puedo pensármelo ¿sabes?… tu tampoco estás nada mal, enfermero…

Iban a ser cinco semanas muy largas.

(*NOTA DEL AUTOR: en España “mono” se utiliza como jerga para referirse al síndrome de abstinencia de un drogadicto).

 

Segunda semana

Erik se había pasado los primeros seis días ignorando a todo el mundo. Nada que no esperara de él. Miraba a los otros internos con superioridad, como si él no estuviese allí por los mismos motivos, respondía a los auxiliares y médicos con arrogancia y gesto cansino, dejando claro en todo momento que no entendía qué hacía él en un lugar como ese. Discutía cada norma o exigencia del centro, y cuando finalmente se rendía, lo hacia resaltando su resignación y disgusto a tener que seguir unas normas que le parecían estúpidas e innecesarias para alguien como él, y por supuesto, burlándose de mí siempre que encontraba la ocasión. Pero, como también era de esperar, al final de la primera semana, su adicción empezó a tomar el control de su voluntad. Estaba cada vez más irritable y ansioso, no tenía hambre y le costaba concentrarse. El día que estallaron todas las alarmas, yo ya estaba aguardando a que lo hiciera.

Encontramos a Erik dando vueltas por la habitación, sudaba, le temblaban las manos y se agarraba el pecho con fuerza intentando respirar —me está pasando algo, tenéis que llamara a un médico… creo que me está dando un ataque al corazón…

—Tranquilo Erik, estás bien… —le medimos el pulso —solo se te ha acelerado el pulso, es normal, tienes que calmarte un poco…

—¡Qué no, joder! No puedo respirar, gilipollas ¡tienes que darme algo! ¡Joder! ¡Me estoy muriendo!

—No te estas muriendo, Erik… —mientras intentaba que se clamara, lo perseguíamos por la habitación y Erik intentaba darnos esquinazo y huir de allí.

—¡Tú qué sabrás, no eres médico! ¡Llama a un puto médico!

—Toma un poco de zumo, te sentará bien —le ofrecí un vaso, pero él lo lanzó de un manotazo hacia la pared.

—¡No necesito un puto zumo! ¡necesito algo más fuerte, joder!

Después de gritar e insultarnos un rato, Erik se hizo un ovillo en el suelo, hundiendo la cabeza entre las manos, gimiendo de dolor y buscando desesperádamente un alivio que no iba a llegar. Y éste era el momento en el que todos eran iguales. Daba lo mismo el dinero que tuviesen, la gloria o la fama, cuando se enfrentaban a la abstinencia todos eran iguales. Todos se retorcían con la misma desesperación y lloraban como niños perdidos, todos se mostraban igual de frágiles y vulnerables cuando abrían al fin los ojos a la realidad de su adicción. Y en ese momento, no importaba lo estúpidos o arrogantes que hubiesen sido hasta entonces, yo no podía evitar conmoverme. Me quedé a su lado aquella noche, y la siguiente, para acompañarlo, distraerlo, ayudarle a pasar ese momento en el que tocaba fondo.

 

Tercera semana

Entré en el comedor, y allí estaba Erik, solo ante su cena sin tocar, como un niño pequeño castigado, y Mario, el enrome camarero que podría pasar por luchador de sumo a su lado en actitud vigilante. —Gracias Mario, ya me hago cargo yo — le dije, y el tipo corpulento se retiró con buen humor hacia la cocina. Me senté en el banco enfrente al suyo, y Erik me lanzó una mirada asesina. —Así que no quieres comer —le dije.

—No tengo hambre.

—No has comido nada en todo el día, Erik, tienes que comer.

—He desayunado.

—No es suficiente.

—Tengo nauseas. Si como esto voy a vomitar.

—Es la ansiedad lo que te quita el apetito, pero tu cuerpo necesita alimentarse, recuperar un poco de grasa corporal, ponerse fuerte…

—¿Dónde está tu bata, enfermero? —dijo, fijándose en que llevaba ya mi ropa de calle.

—Estaba a punto de irme a casa…

—Pues no dejes que yo te entretenga, seguro que tienes mejores cosas que hacer que vigilar mi plato.

—No te creas, no tenía planes esta noche. Así que puedo quedarme a ver cómo te lo comes —. Y así empezaba nuestro pulso habitual entre su cabezonería y la mía, un pulso que solía ganar yo con facilidad pues Erik era demasiado ansioso.

—Estás más guapo así, el disfraz de enfermero no te sienta bien… —y esta era la otra parte del pulso en la que Erik solía jugar con ventaja, aunque no demasiada.

—No empieces…

—En serio ¿tu vida sexual es tan patética que prefieres quedarte a mirarme comer? No lo sé, pero se me ocurren algunas ideas para pasar mejor el rato… ya sabes… — me guiñó un ojo y me soltó una de esas sonrisas tan sexys suyas, pero no iba a dejarle que siguiera por ahí.

—Bueno, si no vas a comértelo, voy a tener que dártelo yo —cogí el tenedor de plástico y preparé un bocado de pescado con verduras —venga, se bueno y abre la boca… —le hablé como si fuera un niño pequeño y Erik empezó a reírse.

—Ni de coña, no vas a darme de comer…

—Vas a comerte esto, aunque te lo tenga que meter por la vena.

—Mmm… llevo días con ganas de meterme algo por la vena.

Le ataqué con el tenedor, y parecía divertirle —Venga… una por mamá…

—No, por mamá no… —dijo medio en broma, pero con alguna verdad dolorosa detrás.

—Está bien, ¿qué tal una por papá…?

—Peor aún… —se reía, aunque lo que decía era bastante triste.

—¿Quieres que hablemos de eso? —Erik me miró a los ojos, la risa desapareció, pero no dijo nada —se me da muy bien escuchar…

—No, da igual…

—Está bien. Pero sabes que estoy aquí si me necesitas ¿verdad?

No dijo nada, cogió el tenedor de mi mano, y empezó a comer con bocados pequeños, con esfuerzo, como si le costara tragar, pero sin protestar más. —Deja de hablar de sexo, enfermero, ¿Cómo esperas que me coma esto si no dejas de insinuarte descaradamente? —yo le respondí poniendo los ojos en blanco, que remedio, tenía que ganarme en algo.

 

Cuarta semana

Desperté a Erik a las nueve y media de la mañana. No era de los que les gusta madrugar, y seguramente por su trabajo no solía hacerlo. Pero el centro tenía sus horarios, y aunque al principio podíamos ser un poco flexibles, esta semana me había propuesto ponerle en forma. —Venga, dormilón, hora de despertarse—. Me llegó un gruñido indescifrable desde la cama, fui hacia la ventana y abrí las pesadas cortinas para dejar entrar la luz, el gruñido se intensificó en una protesta clara, y Erik lanzó la almohada en mi dirección, sin mucha puntería —Arriba, rock-star, nos vamos a correr.

—¡Vete a la mierda…!

Saqué de su armario un pantalón de chándal y una camiseta —hace un día estupendo para salir a correr…

—Yo no salgo a correr… joder…—dijo antes de enterrarse entre las sábanas.

—Toca hacer un poco de ejercicio para ponerte en forma y que tus fans se vuelvan locas cuando te vean…

—Mis fans ya se vuelven locas cuando me ven…

—Eso era antes, cuando estabas bueno, ¿te has visto últimamente?

—Me importa una mierda…

Me senté al borde de su cama —Vamos, Erik, si no te levantas, voy a tener que ir a buscar un cubo de agua…

Reaccionó al instante cuando recordó que, efectivamente, había usado esa estrategia unos días antes para conseguir que saliera de la cama —No, no, no, ya me levanto… —me aseguro al tiempo que se sentaba en la cama aún con los ojos cerrados y gesto resacoso. —¿Tienes que hacer esto todas las putas mañanas?

—Buenos días, Erik, yo también me alegro de verte…

—No me castigues con tu buen humor, por favor…

—Venga, vístete.

Erik se levantó despacio, solía dormir solo con unos boxers ajustados y una camiseta suelta, ya le había visto otras veces, sabía que si salía de la habitación volvería a meterse en la cama, así que solía esperar a que se cambiara para asegurarme que estaba despierto. Ya era bastante difícil verle en calzoncillos, pero aquella mañana estaba completamente empalmado y no se molestó en disimular su erección. Era una buena señal, volvía a recuperar las funciones básicas. Pero… ¡Joder! Y entonces lo hizo, debí haberlo imaginado, se empezó a desnudar como si yo no estuviese allí. Me giré para evitar el espectáculo de su pene a pleno rendimiento, y al instante me llegó el resuello de su risa arrastrada.

—No seas tímido, enfermero, ya sabes que no me importa que mires.

—En serio, no me pagan suficiente para aguantarte.

Y de golpe, su voz resonó al lado de mi oído —No mientas, si te encanta… soy tu yonqui favorito…— lo tenía pegado a mi espalda y la vibración de su voz me recorrió todo el cuerpo provocándome todo tipo de reacciones involuntarias. —Ya estoy listo, puedes mirar—. Y allí estaba él, con su sonrisa sexy y su aire de suficiencia — podemos irnos, a menos que quieras ayudarme con este problemilla que me ha surgido entre las piernas… — Tuve que luchar contra la tentación de dirigir mis ojos a su entrepierna, por unos instantes pensé que sería incapaz de hablar y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para escapar de esta.

— Lávate los dientes, te apesta el aliento… —y me giré para marcharme del cuarto —te esperamos en la entrada — escapé lo más rápido que pude de su habitación, con el eco de su risa burlona a mi espalda. Joder, ese hombre iba a provocarme un ataque al corazón.

 

Quinta semana

Le quedaba una semana para irse, y debía admitir que la estrella de rock al final se había comportado mucho mejor de lo que había esperado. Después de su rebeldía inicial, se había resignado a seguir el programa y parecía progresar bastante bien. Quién sabe, quizás no volviéramos a verle por aquí. Me extrañó no encontrarle en la sala común jugando a las cartas con otros internos o tocando la guitarra como solía hacer por las tardes, y me acerqué a su habitación a buscarle. Una de mis tareas era mantenerle activo y distraído para evitar que cayera en una depresión.

Entré en su dormitorio con toda mi energía, dispuesto a levantarle el ánimo a sacarlo de allí como fuera.  —Vamos a hacer un concurso de talentos, rock-star, necesitamos un jurado, he pensado que serías perfecto…

—Hoy no, enfermero… hoy no pudo… — Y allí estaba, hundido en su cama, con las rodillas dobladas, la cabeza enterrada entre sus brazos, con el gesto descompuesto y los ojos enrojecidos. Desistí de mi entusiasmo habitual y me senté a su lado.

—¿Te ha tocado a ti hoy revolcarte en la mierda?

—¿Es así como lo llamáis?

—Sí, creo que ese es el término técnico—. En su última semana los psicólogos del centro organizaban una sesión para enfrentar a los pacientes a su pasado. Cuando estaban preparados, invitaban a algunos amigos o parientes más cercanos, las personas que formaban parte de su vida para hablar de cómo les había fallado por culpa de su adicción, enfrentarles al destrozo que habían dejado atrás, a las heridas que habían causado justamente a aquellos a los que más querían, a los que habían estado a su lado en los peores momentos. Que estuviese mal era una buena señal, quería decir que se estaba haciendo cargo del daño que había provocado, y ese era un buen comienzo para empezar a dejarlo atrás y cambiar de rumbo. Pero también era un momento amargo y duro. —Al doctor Miguelez se le da bastante bien…

—Ya te digo…

—¿Quién ha venido?

Se tomó un instante para dejar escapar un suspiro antes de contestar —mi exmujer, los chicos de la banda… mi hermano… —y ese último parecía doler más que los otros —joder, soy un capullo… no me extraña que me odien…

—No te odian, si no, no habrían venido… pero tendrás que esforzarte para que te perdonen.

—¿Cómo van a perdonarme…? —y una vez más las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—Recuerda esto que sientes ahora, Erik, recuérdalo bien. La próxima vez que tengas la tentación de meterte algo, recuerda bien el dolor que has visto hoy en las personas a las que quieres.

—Joder, no te haces una idea de la cantidad de gente que está deseando que te metas algo en mi mundo. Es constante, está en todas partes, no creo que nadie entienda lo difícil que es…

—Tendrás que buscar formas de evitarlo. Puedes justificarte si lo prefieres, pero al final es decisión tuya, y eres tú quien tiene el control—. No me lo discutió más, se quedó sentado mirando al infinito, intentando asimilar todo lo que había comprendido aquel día. —Lo harás bien, Erik, eres fuerte.

—¿Eso crees?

—Puedes hacerlo, confío en ti—. Y aún nos quedamos un rato más en silencio, meditando sobre el futuro próximo. — Está bien, te dejo tranquilo hoy. Intenta descansar un poco. —Me levanté y me dirigí hacia la puerta— pero si necesitas algo, lo que sea, avísame ¿vale?

—Gracias, Sam —. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre. Hacía tiempo que su “enfermero” había dejado de sonar a reproche y parecía cargar cierto afecto, por lo que no me molestaba. Él me llamaba enfermero, yo le llamaba rock-star, era un pequeño juego entre nosotros que en algún momento había dejado de ser un pulso. Pero que me llamara Sam justo en ese momento, joder, el cabrón casi consiguió que se me saltaran las lágrimas.

 

La última noche

La habitación de Erik seguía igual que siempre, con ropa dispersa sobre la cama y la silla, algunos libros y cuadernos revueltos en la mesa, y él recostado sobre la cama entre cojines y sábanas revueltas con lo que más le gustaba, su guitarra. La única pista de que esta era su última noche en el centro era la maleta aún vacía que se desplegaba abierta en medio de la pequeña habitación.

—¿Aún no has guardado tus cosas?

—No necesito mucho tiempo… —contestó sin interrumpir el punteo que tocaba con agilidad en la guitarra de madera oscura.

—Será que no tienes ganas de irte…

El punteo cesó y me miró con intensidad —te aseguro que mañana pienso irme de aquí… Solo necesito diez minutos para meter las cosas en la maleta.

—Vaya… a mí me toma horas…

Eso le hizo gracia —me lo creo…

No tenía nada que decirle realmente, tampoco tenía ganas de marcharme, había venido a despedirme, pero ahora que estaba ahí, no encontraba la forma de hacerlo. —¿Preparado para una vida de abstinencia? —Erik dejó la guitarra a un lado, dobló las rodillas sobre la cama para apoyar los brazos, tenía los pies descalzos, y estaba increíblemente sexy con esa actitud desenfadada.

—¡Qué remedio! —y su sonrisa dejó ver que bromeaba.

—Tómatelo en serio…

—Lo sé, lo haré, lo prometo…

—No quiero volver a verte por aquí…

—¿Nunca más…?

—No como interno, al menos…

Y entonces nos quedamos los dos mirándonos a los ojos en silencio, y juro que por un instante creí que había dejado de tocar el suelo. Y luego dejó asomar esa sonrisa maliciosa que invitaba a todo tipo de pensamientos pecaminosos. —Anda, ven aquí —dijo, palmeando sobre el colchón para que me sentara a su lado, y por unos instantes cada poro de mi cuerpo me gritaba que lo hiciera.

—No es buena idea —respondí, sin embargo, bajando la mirada. Entonces él se levantó, y caminó hacia mí, acercándose más de lo que podía soportar, descalzo, con sus vaqueros gastados y esa camiseta que dejaba a la vista los músculos marcados de sus brazos.

—Última oportunidad, enfermero… mañana me voy, y te aseguro que no tengo intención de volver…

—Esto está muy, muy prohibido… y hay una buena razón para que lo esté…

—No va a enterarse nadie… a ninguno de los dos le interesa que se sepa…

Para cuando terminó esa frase, nuestras pelvis estaban tan cerca, que bastó que se inclinara solo un milímetro para que el bulto tras su cremallera rozara mi dureza, y bastó ese leve contacto de nuestros genitales para que una oleada eléctrica se expandiera por cada rincón oculto mi cuerpo y me dejara sin respiración. Los labios de Erik acariciaban mi rostro, cerca de las cejas, pues él era ligeramente más alto que yo. Yo no quería mirarle, pero el levantó mi barbilla suavemente con una de sus manos, sus labios se acercaron peligrosamente a los míos, rozándome con su aliento, y en el momento que deslizó la punta de su lengua por encima de mis labios, todo mi cuerpo tembló. Hubiese bastado que me besara para que llegara al orgasmo, estaba seguro, y supe que tenía que frenarle.

—No puedo… —susurre con lo poco que me quedaba de voluntad —no lo hagas, por favor…

Se alejó ligeramente y me miró divertido —solo es un polvo, Sam, no hace falta que siempre sigas las reglas… pórtate mal alguna vez…

—No es eso… es solo que… mañana te irás, y lo olvidarás todo, y está bien ¿por qué no? Solo es un polvo… hace cinco semanas no me hubiera importado, ahora… —y sentí un nudo en el estómago antes de terminar la frase — creo que no podría superarlo…

El gesto de Erik cambió sutilmente, ligeramente sorprendido, con un toque de comprensión y una buena dosis de ternura. —Está bien… —y me dio un pequeño beso en la frente antes de alejarse y volver a dejarse caer sobre la cama junto a su guitarra. Por un instante me imaginé a mí mismo lanzándome encima de él, gritando “olvida lo que he dicho, ¡fóllame!”, pero estaba a punto de hacer una salida grandiosa del cuarto de la estrella de rock, y me convencí una vez más de que era lo mejor. —Vendrás a verme a algún concierto, espero…

—Y yo espero una invitación VIP…

Erik rio —Claro… más te vale venir con un novio…

—Cuídate mucho, Erik.

—Tú también, Sam.

Y dejé escapar el aire que llevaba reteniendo desde hacía un rato antes de salir por la puerta.

No pasé a despedirme por la mañana, no quería ser uno más de los que le desearan un buen futuro. Cuando volví al centro, ya no estaba. Entré en su habitación vacía, y me senté un momento en el especio de la cama en el que no me había sentado la noche anterior, cerré los ojos e intenté aspirar lo que quedaba de su olor en el cuarto abandonado, y que, seguramente, no tardaría en desvanecerse para siempre. Iba a costar olvidarse de Erik Winter.

¿QUIERES MAS DE ERIK Y SAM? PUEDES LEER LA SEGUNDA PARTE DEL RELATO AQUI: https://laurent-kosta.com/2019/08/03/cinco-meses/

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¿OTRO RELATO? sigue leyendo: https://laurent-kosta.com/2019/03/22/el-amigo-de-mi-hija/

29 comentarios sobre “CINCO SEMANAS

  1. Gracias y más gracias. Hace tiempo que no logro sentir ganas de leer porque todo me aburre y tú en pocas líneas me volviste a despertar el anhelo de leer. Eres genial.

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  2. Acabo de descubrirse con habitación 204 y no pude parar, me encanta tu manera de escribir, yo me apunto a los q quieren la segunda parte, y ya me suscribi para seguir leyendo tus relatos, besos desde Venezuela.

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    1. Hola Sebastián,
      Al final del relato hay una serie de cartelitos, donde pone «share» por si quieres compartirlo en Facebook o Twitter, etc. justo debajo pone «reblogear» y al lado «me gusta» con una estrellita. Allí esta!! De todas formas, ya se agradece que me sigas!!!

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