HABITACION 204

esposas_cama_310x463David recorrió el largo pasillo enmoquetado con un nudo en el estómago. Aún estaba a tiempo de echarse atrás, pensó, pero también sabía que no lo iba a hacer. No podía. No tardó en ver la puerta que buscaba, la doscientos cuatro. Había llegado pronto, aún faltaban diez minutos para las diez. Quizás era mejor esperar a que fuese la hora. Se quedó inmóvil en el largo corredor vacío, y la luz automática no tardó en apagarse. Siguió sin moverse. Al fondo del pasillo la luz de la luna manchaba apenas el suelo con una pincelada de luz desde el largo ventantal. Era mejor entrar. Caminó al fin hasta la puerta y la luz automática cobró vida, devolviéndole a la realidad.

Llamó a la puerta.

Un hombre con traje impecable le recibió y le dio paso a una elegante suite, amplia y de colores cálidos, iluminada únicamente por la luz anaranjada de una lampara de pie. El hombre no se anduvo por las ramas. En cuanto entró en la habitación le entrego unos papeles que debía firmar— Es un acuerdo de confidencialidad sencillo, solo dice que accedes libremente a este encuentro, que te comprometes a no hablar con nadie sobre esto ni a revelar ninguno de los aspectos del acuerdo. Léelo si quieres. —El hombre parecía tranquilo, confiado. Le ofreció algo de beber mientras David se quitaba la chaqueta de cuero y se sentaba a una mesa con el documento. Por alguna razón, nada de esto parecía amenazador. Dinero fácil, se repitió a sí mismo, mientras ojeaba brevemente el acuerdo y lo firmaba sin hacer preguntas. Su interlocutor entonces le dio un sobre que David comprobó rápidamente. Diez mil euros en billetes de cien. Nunca había visto tanto dinero junto. Miró nervioso a su alrededor, consciente de pronto de que no tenía donde guardarlo. —Tranquilo— le aseguró el hombre —nadie tiene intención de engañarte. Al señor M le gustas mucho, quiere que te vayas contento, tal vez así accedas a verle en alguna otra ocasión.

—Ya, claro… —David envolvió el sobre con su chaqueta y lo dejó en un lugar apartado, pensó que no había muchas alternativas de todas formas.

—Tengo que taparte los ojos—dijo ahora el hombre, visiblemente incómodo por el encargo. —Un requisito… ya sabes… —David se sentó sobre la cama doble que presidía la suite, el tipo dudó unos instantes sobre el procedimiento más adecuado para su tarea, antes de taparle los ojos al fin con un pañuelo negro que ató con fuerza a su nuca. —No te lo quites ¿vale? —añadió con cierto titubeo. De golpe parecía inquieto, con ganas de irse lo antes posible. —Será solo un momento.

Pudo escuchar aún el ruido de unas llaves, el pitido de algún aparato eléctrico, tal vez un teléfono, y la puerta de entrada que se abrió solo un instante antes de cerrarse de golpe y dejarlo en silencio y a oscuras.

A solas en la habitación, David intentó calmarse. Le sudaban las manos, y el silencio unido a la ceguera, amplificaban el sonido de su respiración. Se le hizo eterno el tiempo de espera, llegó incluso a pensar si no habría sido todo únicamente una broma de mal gusto. Cuando empezaba a preguntarse si no debería quitarse el pañuelo y marcharse con el dinero, le sobresaltó el sonido de la puerta abriéndose. No pudo evitar dirigir la mirada hacia la puerta a pesar de lo inútil de su acción. Se escucharon unos pasos arrastrados por la moqueta de la habitación. Todo su cuerpo se tensó en segundos, mientras intentaba descifrar los sonidos que llegaban dispersos: un carraspeo, algo metálico que se dejaba caer sobre una mesa, el sonido de telas que se movían o se rozaban unas con otras, más pasos, una respiración.

—Hola David. —La voz de un hombre le sobresaltó a su lado, sin que hubiese sospechado que se encontraba tan cerca. —Perdona, no quería asustarte —El hombre se agachó frente a él, y empezó a acariciarle la pierna por encima de la tela de sus vaqueros, pasó las manos por sus muslos, luego por sus brazos, el pelo, siguió acariciándolo suavemente mientras le hablaba—eres un chico muy guapo… tranquilo, nadie va a hacerte daño, queremos que tú también disfrutes de la experiencia…

“¿Queremos?” —¿Quién más está aquí?

—El señor M, por supuesto.

—¿No eres tú?

—No, yo solo voy a prepárate. Quiero que te sientas a gusto… —Era una voz grave, calmada, que resonaba como la de un actor, sexy incluso —Si algo no te gusta, puedes decírmelo ¿vale? —David no contestó, empezaba a estar realmente inquieto. —Tranquilo, no tienes porqué estar nervioso… el señor M se alegra mucho de que hayas venido, hace tiempo que te observa y tenía ganas de conocerte —mientras seguía hablando, sin decir nada en concreto, solo palabras amables, sus manos seguían recorriendo su cuerpo, ahora por debajo de la ropa, empezó a acariciar su abdomen, luego la espalda, sus pectorales… —¿Estás bien? ¿tienes frío? ¿sed?

—No, estoy bien…

—Estupendo… —le tomó entonces de la mano, acaricio sus dedos, y luego sintió la breve humedad de sus labios que se posaban con ternura besándole la palma de la mano —tienes un cuerpo precioso… tan sexy… seguro que haces deporte… —el beso en la mano dio paso a un beso sobre su rodilla, le separó las piernas mientras seguía hablando, y fue besándole por encima de la tela, subiendo por su muslo izquierdo hasta llegar al bulto entre sus pantalones que aún permanecía dormido, ignorando la situación por completo, en cuanto sintió la presión, dio un ligero respingo echándose hacia atrás de forma instintiva.

—Lo siento — se disculpó consciente de que ese no era el comportamiento que esperaban, por el que le habían pagado una cantidad desorbitada de dinero.

—No pasa nada, te he pillado por sorpresa… — y al decirlo, cambió los labios por la mano, y empezó a acariciarle la polla por encima del pantalón —¿mejor así? —No contestó. Esto era violento, aunque no por lo que esperaba que lo fuera, no era el hombre que le tocaba quien le ponía nerviosos, era aquel otro misterioso señor M que observaba en algún rincón de la habitación sin que pudiese verlo. Aquel que llevaba tiempo observándole, aunque no sabía dónde, ni por qué. Tal vez fuese uno de los clientes de la cafetería en la que trabajaba cuatro días por semana, situada entre edificios de oficinas y bancos, a la que acudía gente que ganaba en una semana lo que él ganaba en un año, y con lo que apenas conseguía cubrir los gastos de una habitación cutre en la zona industrial de la ciudad. —Voy a desnudarte ahora ¿vale? —David tragó saliva y cerró lo puños con fuerza. Intentó pensar en el dinero guardado en el bolsillo de su chaqueta mientras aquel hombre le subía la camiseta por encima de la cabeza para deshacerse de ella con cuidado de no quitarle le venda de los ojos. —Me gusta tu piel… —seguía diciendo, sus manos otra vez explorando su cuerpo expuesto —es suave, seguro que tomas mucho el sol… —David seguía sin contestar, tampoco pensaba que esperaran una conversación —y estos músculos… tan sexy… mmmmm —el gemido se intensifico cuando se acercó para rodear su ombligo con la punta de la lengua, y siguió lamiendo sus abdominales —mmmm, qué delicia… — sus manos se dirigieron ahora hacia el pantalón, empezó a desabrochar su cinturón —me encantan los chicos que llevan cinturón…. Tantas posibilidades… —la hebilla cedió, y de un tirón, le arrancó el cinturón por completo —podemos jugar con esto, si quieres —dijo, acariciando ahora su piel con el cuero del cinturón…

—¡No!

El hombre se rio de su reacción —solo te estoy tomando el pelo, tranquilo… no nos hace falta —y pudo escuchar cómo el cinturón caía al suelo, abandonado seguramente junto a su camiseta. Las manos se acercaron una vez más, esta vez para desabrochar el botón de sus vaqueros, le llegó el sonido de la cremallera bajando con cierta dificultad, y unos dedos que le rozaban juguetones sobre la tela de sus calzoncillos blancos, clásicos, nunca le había dado por ponerse creativo con la ropa interior, y por alguna razón se daba cuenta de ello justo ahora. Su polla al fin parecía reaccionar al estímulo con ligeros espasmos, aunque no lo suficiente. Nunca había hecho esto antes, pensó justificándose a sí mismo, y casi tuvo la tentación de repetirlo en voz alta. Pero no tuvo ocasión, pues la voz volvió a darle instrucciones —túmbate… — y él obedeció. Se dejó caer sobre la cama, y su… ¿cuál sería el nombre adecuado? ¿amante? ¿amo? —no, eso no — se dijo. Lo que fuera, le estaba quitando las zapatillas ahora, y seguía parloteando, aunque David ya no prestaba atención, su voz era solo un eco de fondo que quedaba en segundo plano detrás de su respiración agitada. Le quitó los calcetines también, y luego empezó a lamerle los dedos de los pies, y no pudo evitar preguntarse si le olerían mal los pies. Se había duchado antes de venir, tal y como le habían exigido, pero sus zapatillas eran viejas… ¿por qué pensaba en estas cosas? ¡Qué importancia tenía! Si quería lamerle los pies, que lo hiciera… desde luego no parecía importarle mucho pues estaba chupándole el dedo gordo, lo tenía entero en la boca, y le estaba haciendo cosquillas. Intentaba controlarse, pero sabía que no lo iba a conseguir, tenía unos pies demasiado sensibles. Cuando aquella lengua empezó a explorar los dedos más pequeños, no pudo aguantar, y se le escapó la risa.

—Lo siento… no puedo… —se excusó, intentando controlarse. La lengua le dejó tranquilo. Y el hombre entonces se tumbó a su lado, y al sentir el roce de su piel pegada a su brazo, cayó en la cuenta de que aquel tipo estaba ya desnudo. La risa se le cortó de cuajo.

—Tienes una sonrisa preciosa, no la escondas… —los dedos ahora acariciaron sus labios, y las caricias continuaron por su cuello, bajaron por su pecho, la lengua ahora rodeando su pezón izquierdo, succionando con suavidad, y un pequeño mordisco… la mano seguía deslizándose hacia abajo, se detuvo un momento en su ombligo, luego siguió bajando, mientras la lengua continuaba la exploración de su pezón… y una ráfaga de frío le recorrió la piel. Cuando la mano acarició la punta de su polla, que ahora se daba cuenta, asomaba la cabeza por encima de la tela blanca, la lengua atacó el lóbulo de su oreja con sutileza, provocando que se le erizara la piel, y mandando una señal eléctrica directamente a su polla que lo traicionaba al fin y cedía a los encantos de su… lo que fuera… —¿puedo besarte? —y la pregunta le devolvió bruscamente a la realidad.

—Habíamos dicho…que…

—Sí, se lo que acordamos. Solo preguntaba, por si habías cambiado de idea. No pasa nada. Aunque debo confesar que me encantaría besar esos labios…

Nada de besos, había exigido. Una de sus condiciones. No sabía bien por qué, no veía de qué forma podía ser peor un beso que una mamada. Lo dijo porque lo había visto en una película… tal vez solo por saber que había algo que controlaba, un limite que tuviesen que respetar, aunque fuera una estupidez, ¿una forma de mantener la dignidad, quizás? Mientras aquel desconocido que jugaba el papel de su amante por unas horas le bajaba los pantalones, mientras quedaba desnudo y expuesto ante la mirada lasciva del invisible señor M, tuvo claro que solo era una estupidez, un intento absurdo de controlar una situación que hacía mucho se le había ido de las manos. Su amante fingido estaba alabando su cuerpo —dios mío… que hermoso eres… —decía, aunque puede que fuera parte de la farsa también. Seguramente el señor M también le pagaba a él para que hiciera su papel, tal vez ni siquiera le gustaban los hombres, solo formaba parte de su actuación. Lo único que era real en esa habitación era el señor M, que podía pagar lo que fuese para tener su espectáculo privado.

El actor volvía a recorrer sus pies con la lengua, solo un instante, para luego seguir subiendo, recorriendo sus piernas peludas, con la boca y la lengua —esta vez no le costó controlarse, ya no tenía ganas de reír — y al fin llegar a su entrepierna, donde empezó a rodear y jugar con sus testículos. Al notar la humedad de su boca rodando la piel sensible, David no pudo contener un gemido, su cuerpo se tensó, la respiración ahora se volvía jadeante a pesar de sus intentos por controlarse. No podía, porque el amante actor sabía lo que se hacía, y la sensación de su boca, lamiéndole, rodeándole, engulléndole por completo, era extraordinaria. Solo era un trabajo para él, se repitió, un trabajo que hacía con esmero, desde luego mucho mejor de lo que lo hacía David. Aunque puede que fuese eso lo que esperaban de él. La sorpresa, la inexperiencia, su gesto nervioso, asustado ¿por qué, si no, escoger a un aficionado?

La primera vez que aquella joven se el acercó con una sonrisa para hacerle la oferta, pensó que se trataba de una broma. Cuando comprendió que no bromeaba, incluso se ofendió, ¿por quién le habían tomado? La oferta empezó en quinientos euros, aunque no tardó en subir a los mil quinientos. Y David no daba crédito. —Piénsalo — dijo ella, —es mucha pasta por un par de horas de tu vida, no está tan mal. —Pero se había negado. La mujer volvió al día siguiente, la respuesta de su jefe era que él pusiera la cifra. ¿Por cuánto estaría dispuesto a dejarse follar por un desconocido? Hay quien va por la vida convencido de que todo el mundo tiene un precio. Estaba ocupado, tenía trabajo, y quería quitarse a esa mujer de encima. Era una pregunta fácil, porque tenía claro que no estaba dispuesto a hacerlo. Así que le dio una cifra imposible, la cifra que había escuchado aquella mañana por su teléfono, la que llevaba escuchando sin parar desde hacía un mes como un tormento, la cifra que solía llevar a cuestas siempre…

—Diez mil.

—Vaya —respondió ella, abriendo los ojos con sorpresa —pues voy a tener que consultarlo. Es mucho más de lo que estoy autorizada a negociar.

Así que ella salió un momento de la cafetería. David siguió con lo suyo, aunque sin perderla de vista a través de la ventana acristalada del local. Fue una llamada breve, sin agitación de ningún tipo. Ella volvió a entrar y se dirigió hacia la barra donde David pasaba un paño sin quitarle los ojos de encima. Ella sonrió —mi jefe ha aceptado tu oferta. —Y entonces el mundo de David se detuvo en seco, sin saber de golpe como reaccionar. Porque aquella cifra no era solo dinero, tenía un significado muy concreto, representaba la libertad, la justicia, el final de un problema que llevaba pesando demasiado tiempo, y un nuevo dilema para David, pues comprendía que era una oferta a la que no podía negarse.

El sonido metálico de unas esposas le devolvieron al presente. Con una velocidad que apenas le dejó ser consciente de lo que pasaba, el amante actor le había atrapado las muñecas con unas esposas que ahora le presionaban la piel con el frío metálico.

—¿Qué haces?

—Voy a esposarte a la cama… no te preocupes, nadie va a incumplir el acuerdo ¿vale? Solo es para jugar un poquito.

El actor levantó sus brazos prisioneros, y una nueva cadena se ciñó a las esposas dejándole los brazos inmovilizados y estirados sobre su cabeza. De pronto quería quitarse la venda de los ojos, aunque hacerlo significara romper el acuerdo, pero ya no había opción. Cada paso que había ido dando, cada decisión, había destruido el resto de las opciones. Las manos de su actor empezaron a recorrerle el cuerpo una vez más, esas manos firmes y suaves, desde las muñecas encadenadas, bajando por sus brazos, el torso, las caderas, las piernas. El actor se puso a cuatro patas sobre él, y dejó que por unos instantes las dos erecciones se acariciaran mutuamente, el roce leve de sus penes le excitaba irremediablemente, a pesar de lo surrealista e incomodo de la situación, su cuerpo suplicaba el contacto con aquel otro cuerpo del que solo sabía por el sentido del tacto. Ahora la boca del actor jugaba con su pelo púbico, que jamás se había molestado en cortar, no le iba ese tipo de cosas. Restregaba su cara por sus partes y gemía —mmm ¡qué bien hueles! — y la excitación iba en aumento de forma descontrolada. —Que te parece si jugamos un poco más… —propuso esa voz sexy que le hablaba solo a él arrastrándose por las palabras. Volvía a escuchar el sonido del metal, y algo de agitación sobre el colchón mullido, antes de que el frio metálico volviera a presionar su piel, esta vez en los tobillos. Una barra metálica inmovilizaba ahora sus piernas dejándolo aún más vulnerable. Pero no se molestó en protestar esta vez, sobre todo porque su respiración se entrecortaba entre jadeos y se sintió incapaz de formular una frase completa

A partir de ahí todo parecía ir muy rápido, —voy a girarte —le susurró su amante actor al oído, justo antes de darle le vuelta como a una tortilla, ayudándose con la barra que sujetaba sus tobillos. Las cadenas de sus brazos cedieron al movimiento y giraron con él, aún así el movimiento brusco le hizo daño en las articulaciones inmovilizadas, las caderas, los tobillos, las muñecas y los hombros. David gimió con fuerza, la postura era ahora muy incómoda, con las manos por encima de la cabeza atrapadas a la cama. Pero el actor no tardó en buscarle una mejor posición, doblándole las piernas para que quedase de rodillas, y permitiéndole colocar mejor su cabeza y sus brazos, agarrándose a la cama con las dos manos. Una posición completamente sumisa. Su culo quedó abierto y expuesto, y se dio cuenta pronto de que no podía hacer nada para remediarlo. —Oh, si, como me gusta verte así…— seguía hablándole, mientras sus manos volvían a recorrer su espalda, desde el cuello hasta los glúteos, notaba también el leve roce de las caderas del actor contra su trasero, de rodillas seguramente a su espalda preparado para embestirle cuando quisiera, pues no había forma de que pudiera escapar. De momento solo eran sus manos las que lo estimulaban. Enseguida empezó a jugar con su abertura, primero los dedos, y entonces notó la humedad de su lengua entorno a su orificio y dejó escapar un grito de placer. Su lengua se fue volviendo más juguetona, y David ya no sabía cómo contener los gemidos, “oh, dios” pensó ¿por qué le gustaba tanto? Jamás había hecho nada parecido, ¿era una parte de sí mismo que desconocía?

La mano del actor empezó a acariciar su polla endurecida del todo que desafiaba la gravedad, mientras la lengua encontraba la forma de penetrarle ligeramente, explorando, lamiendo, incluso mordiendo… estaba a punto de correrse, podía notar el orgasmo preparándose, pero justo cuando estaba a punto de estallar, el actor se alejó, tiró de él con fuerza de la cadera y las esposas se le calvaron en las muñecas, provocando que el dolor en sus brazos ahuyentara el orgasmo al tiempo que se le escapaba un grito de dolor. Volvió a repetir lo mismo, su lengua entrando y saliendo mientras le masturbaba, y una vez más cuando estaba a punto, volvió a dar un tirón fuerte —¡Joder! ¡Mierda! —gritó David. Era una tortura, no por el dolor en los brazos, sino porque le estaba volviendo loco que no le dejara correrse.

Ahora eran los dedos los que entraban y salían restregándole generosamente lubricante, abriendo su orificio con parsimonia y paciencia. No es que no hubiese sido nunca pasivo, pero le gustaba más la otra posición, y la invasión de su cuerpo le resultaba incómoda, aunque no de una forma que no pudiese aguantar. —Quiero metértela hasta el fondo… —seguía hablando el actor —¿Vas a gritar si lo hago…? me encantaría hacerte gritar de placer cuando te corras… —Y entonces un ligero roce en el punto adecuado, le hizo soltar un leve gemido —¿Te gusta eso…? ¿Es justo ahí dónde te gusta…? —y el movimiento volvió a repetirse, reproduciendo a su vez la pequeña descarga de placer. Los dedos salieron, luego el cosquilleo leve de la punta desinflada de un condón fue el anuncio de una primera embestida, que le hizo gritar, esta vez sí de dolor. Después fue lento, amagando con entrar, abriéndose paso, expandiendo la piel estrecha. Los brazos empezaban a cansársele por la tensión constante, se sentía un poco mareado por el exceso de oxigeno en su respiración agitada, y no dejaba de notar la presión en los tobillos del metal que se clavaba en su piel.  Y, sin embargo, no quería que parara. —Quiero hacer que te corras sin tocarte…—le estaba diciendo. Cada embestida entraba más profunda, poniendo a prueba la elasticidad de su piel, lentamente, y entonces, otra vez, el roce con ese punto en concreto que mandaba oleadas de placer por todo su cuerpo. —Eso es… oh… si… —susurraba la voz grave que vibraba también por su pelvis. Un ritmo suave y profundo se fue creando, con un movimiento casi imperceptible pero que acariciaba una y otra vez el punto exacto que le estaba volviendo loco… Y si, se dio cuenta de que se iba a correr sin necesidad de que tocara su pene que colgaba olvidado —Joder… era increíble… —pensó David, ¿cómo lo conseguía? Notaba que las manos empezaban a adormecerse por la falta de circulación, pero no había nada que pudiese distraerlo de las sensación asombrosa que invadía su cuerpo, que se iba acumulando en sus testículos, avisándole y quería correrse, pero aún no llegaba, era demasiado lento, y descubrió que él también se movía ahora, buscando el contacto placentero, buscando su orgasmo que clamaba por su liberación, y descubrió también que un gemido agónico salí de su garganta seca, reclamando el éxtasis que se le resistía. Hasta que, al fin, una última oleada le sobrevino como una bomba que explosionara dentro de su cuerpo, y tuvo que morder su propio brazo para ahogar un grito que estallaba mientras los chorros de semen escapaban al fin enloquecidos, desparramándose sobre la cama, e incluso salpicándole parte del pecho y la barbilla.

El actor estaba ahora a su lado, y le hablaba una vez más al oído. —Ya casi hemos terminado… pero ahora tengo que dejarte un momento, no será mucho, en seguida vuelvo…. Una cosa más, voy a taparte la boca, no te agobies, serán solo unos minutos — La mano le puso un esparadrapo en la boca. Los brazos empezaban a dolerle de verdad —Ya lo sé… —dijo, como si pudiese leerle el pensamiento — Aguanta un poco.

El actor se alejó, pudo escuchar sus pasos deslizarse desnudos por la moqueta. Luego una puerta que se abría, y volvía a cerrarse. Y al fin lo comprendió: estaba a solas con el señor M, y no tenía ni idea de lo que iba a pasar.

Los brazos le dolían, intentó acomodarse mejor en la cama, pero no podía moverse, la cinta que tapaba su boca tampoco le dejaba respirar bien. Empezaba a agobiarse. Unos pasos dudosos se acercaron. David prestó atención intentando descifrar lo que ocurría. Entonces una mano huesuda y fría empezó a recorrer su espalda, luego su culo. Una cremallera que se abría, movimiento sobre la cama… y algo grueso que intentaba colarse por su orificio, pero no tenía la consistencia suficiente. A pesar de tener los ojos tapados, David los cerró con fuerza, como si al hacerlo pudiese desaparecer —esto no estaba ocurriendo— se dijo, y se repetía —no, no, no… —no quería estar ahí, quería marcharse, desaparecer ¿Qué cojones hacía él allí? Se preguntó ¿cómo había llegado a esto? El señor M pareció desistir de sus intentos de penetrarle, podía notar un ligero movimiento rítmico… joder, se estaba masturbando a su lado…. Era patético, incluso triste, pero quería que acabara de una puta vez… Un par de minutos después, los pasos se alejaban, otra vez la puerta que se abría y volvía a cerrarse.

David empezó a respirar con fuerza, y a tirar de sus manos, quería salir de allí cuanto antes, sentía como si se estuviese ahogando, por unos instantes se le pasó por la cabeza que podrían dejarle allí inmovilizado y el pánico se apoderó de él.

—Tranquilo, ya estoy aquí… no hagas eso, te estás haciendo daño — la voz del actor había vuelto, y se alegraba de escucharla —Espera, voy a soltarte… —las cadenas de las manos lo liberaron entre palabras se consuelo, y él mismo se arrancó la cinta de la boca ansioso por poder llenar los pulmones otra vez. —No te quites la venda, aún no… — David obedeció a regañadientes, mientras el actor terminaba de liberarle las piernas —calma, lo has hecho bien… estamos solos, tranquilo… — seguía hablándole mientras David intentaba volver a respirar con calma. Se había sentado en la cama, el actor estaba a su lado, le acariciaba el pelo, echándoselo hacia atrás. Notó que se había puesto pantalones, pero seguía con el torso descubierto, y seguía hablándole con esa voz que conseguía relajarle y confiar en que nada malo ocurriría —lo has hecho bien, enseguida podrás irte a casa…Puedes darte una ducha antes de irte, si quieres, la habitación se quedará solo para ti en cuanto me haya ido. Quédate el tiempo que quieras. — Por alguna razón de repente prefería no verlo, quería que siguiese siendo solo esa voz, y esas manos que le tocaban, y le acariciaban. —Me ha gustado mucho conocerte… espero que nos volvamos a ver… bueno, al menos verte yo a ti…

De pronto los dos guardaron silencio. Solo se escuchaba el sonido de sus respiraciones que se iban acercando. David se animó y buscó con la mano el contacto con su piel, acarició su pecho, deslizando los dedos por su pectoral, bajando por sus músculos marcados. Y siguió buscando, su brazo fuerte, su mandíbula varonil, su cuello, intentando verle con las manos.

—¿Puedo besarte ahora? —preguntó el actor casi en un susurro. David no contestó, había estado ciego y mudo ¿para qué romper la dinámica? No hizo falta que lo hiciera, sus labios se juntaron igualmente, y notó el sabor salado de sus labios. Se tantearon con suavidad, sus alientos besándose, su lengua entrando en su boca, esa lengua que le había vuelto loco en otras aperturas de su cuerpo… —más vale que me marche…—volvía a hablar — o voy a tener que atarte otra vez… — El actor se puso en pie, y le dejó solo en la cama —Espera un par de minutos y te quitas la venda ¿vale? —siguió —Ha sido un verdadero placer conócete, David — le dio un último beso en los labios. Luego los pasos se alejaron. La puerta una vez más. Y al fin se quedó solo.

No esperó. En cuanto se supo a solas se quitó la venda de los ojos. Permaneció un momento mirando a la habitación. De pronto todo parecía un espejismo, casi podía pensar que lo había soñado. Sobre la mesa descansaba una bandeja con fruta, agua y unos bombones. Por lo demás, no quedaba ni rastro de la presencia de aquellos dos hombres misteriosos, ni las esposas, ni algún preservativo. Tan solo su ropa descansaba ordenadamente sobre una silla. Se levantó y buscó el sobre envuelto en su chaqueta, allí estaba, tal como lo había dejado, no faltaba nada. Se metió en el baño con todas sus cosas, cerró con el pestillo ¿por qué fiarse ahora? Y se dio una larga ducha caliente.

No se entretuvo más tiempo. Sabía adonde tenía que ir. Quería librarse del maldito sobre lo antes posible. Cogió el metro, y cuarenta minutos después estaba llamando a su puerta.

—¿David? ¿Qué haces aquí? No te esperaba —su hermana le recibió con sorpresa, pero como de costumbre no espero a una respuesta, antes de que él pudiera decir nada, ella ya se había girado y daba voces al pequeño Lucas —No te comas la galleta, te lo advierto… he dicho que después de comer… como te la metas en la boca no comerás ni una sola más… —el pequeño obedecía a regañadientes, y enseguida volvía a ponerse a correr. Su hermana volvía a hacer mil cosas a la vez, como si hubiese olvidado que David estaba allí. Intentaba dar de comer a Cesar, el otro de sus hijos que tenía parálisis cerebral y necesitaba el constante cuidado de su madre. Razón por la que ella no podía trabajar, razón por la que su marido había acabado huyendo abrumado por la carga familiar, razón por la que las deudas se le acumulaban y el banco estaba a punto de desahuciarla si no saldaba su deuda.

—Toma, para ti. —le entregó el sobre a su hermana, que, a pesar de todo, siempre tenía una sonrisa en la boca y todo el cariño del mundo para sus dos terremotos.

—¿Qué es esto…? —Y apenas lo abrió, su reacción fue la misma que si alguien la hubiese asustado, se tapó la boca con una mano y miró a su hermano con los ojos totalmente abiertos y ligeramente empañados.

—Hay diez mil, lo que necesitabas ¿verdad?

—Pero ¿cómo…?

—Me salió un trabajo… nada ilegal, tranqui…

Su hermana tardó unos instantes en comprender, y luego se arrojó a abrazarle, su respiración una mezcla entre el llanto de una niña pequeña y la bocanada de aire que das tras haber permanecido demasiado tiempo bajo el agua.

Y una hora más tarde reían los dos en la cocina, mientras los niños juagaban en pijama por el salón que nunca llegaba a estar ordenado, ni limpio del todo. Y ella abrió una botella de vino, y brindaron por el futuro. Y entre risas y un plato de espagueti, se descubrió a sí mismo divagando, recordando una voz que le susurraba cargada de erotismo, fantaseando con la sensación de esas manos, esa lengua, la experiencia de ese orgasmo brutal, pero sobre todo, ese último beso que aún podía saborear en sus labios.

        

autor: Laurent Kosta

Entro en el plató con sus amigos de toda la vida. A Mario no le interesaba especialmente, pero sus amigos siempre insistían en ir a ver a las modelos cuando rodaban algún anuncio. Los tres jóvenes universitarios entraron en la gigantesca nave con gesto de superioridad. Se rodaba un anuncio para un coche, ellos no pintaban nada allí, pero venir con el hijo del dueño de la empresa publicitaria era excusa suficiente para que los dejaran pasar y deambular entre la veintena de técnicos y personal que trabajaba cotilleando el rodaje. Mario no estaba cómodo haciendo ese tipo de excursiones, tal vez fuese porque su madre había sido modelo de joven, y le molestaba la idea de que los hombres hablaran de ellas como si fuesen algún tipo de trofeo que había que intentar conseguir a toda costa. Pero una vez más se había dejado convencer por sus colegas, advirtiéndoles, esos si, que estarían solo un rato y que no podían estorbar.

En el plató, iluminado en exceso, se exhibía un vehículo negro, elegante, aunque con aire deportivo, sobre el capó delantero, una modelo rubia, de melena larga que serpenteaba por su hombro, con un vestido corto y ceñido como un guante, piernas largas, cadera estrecha, absolutamente deslumbrante, gateaba y coqueteaba mirando de reojo a la cámara.

—Hola, Leopoldo ¿Qué tal? —Mario saludó al director creativo, un argentino conocido por sus extravagantes ideas en publicidad, que no se molestó en saludarlo y lo miró con gesto de fastidio. Sabía quien era y sabía por qué andaba por ahí, y también que no podía echar al hijo del jefe.

—No paséis de esa línea —les advirtió seco antes de seguir con su trabajo.

Mario se sintió algo abochornado, y volvió a insistir a sus amigos que bajaran la voz y no molestaran. Odiaba esa posición incómoda en la que se encontraba, su padre por una parte insistiendo en que aprendiera todo lo que podía de la empresa en la que acabaría trabajando, y la actitud condescendiente y crítica de los empleados de su padre que conocían su lugar privilegiado, y adivinaban que algún día aquel crío podría ser su jefe sin merecérselo. Quizás por ese motivo el joven se esforzaba mucho para conseguir ganarse el respeto de quienes sabía que lo miraban con reproche, estudiaba por las mañanas, y por las tardes trabajaba en la empresa de su padre y aceptaba sin rechistar las labores más tediosas.

Pero todo eso pasaba inadvertido a sus dos compañeros, que no habían dejado de hacer comentarios estúpidos y bromillas sobre la modelo.

—Tíos, si no os calláis, nos vamos— les advirtió a su vez trasladando la irritación del equipo de trabajo por su presencia.

—Vale, vale, tío, no te rayes…

Con actitud infantil, haciendo chistes malos, pasaron algo mas de una hora en el plató. Al fin el equipo parecía tomarse un descanso, y lo que ocupaba el interés de los intrusos, la modelo, se alejó de los focos para hacer una pausa. Mario intentaba disuadir a sus acompañantes de acercarse a molestar a la chica, que rondaba la mesa de catering en busca de algo de beber o comer. Entonces, los ojos de la modelo se cruzaron con los de Mario, y durante unos instantes los dos se miraron fijamente. Mario se olvidó de todo, de sus amigos, del rodaje, de las advertencias de unos y otros, y se perdió en la mirada cristalina de la chica rubia dejando escapar una sonrisa. Un gesto que la chica pareció encontrar divertido, y los ojos de la rubia despampanante se alejaron mientras ella se reía.

El pequeño encuentro no pasó inadvertido a los dos amigos de Mario, que empezaron a animarle para que se acercara a saludar a la chica. —Vamos tío, te estaba mirando… descarado…

El joven se acercó motivado por sus colegas, lo cierto es que la chica le parecía preciosa, más allá de que fuera modelo y estuviese allí rodando un anuncio, había algo en su mirada y su sonrisa que lo había cautivado.

Hi —saludo con timidez, en inglés, había oído que era sueca o noruega, o algo por el estilo.

Hello, handsom… (*hola guapo) — y de golpe una voz de hombre rompió el hechizo y le arrojó con crudeza a la realidad.

La modelo era un hombre.

Mario tuvo que hacer un esfuerzo para controlar su gesto de sorpresa, y no comportarse de forma completamente grosera. Intentó continuar la conversación de forma casual fingiendo que no acababan de lanzarle un jarro de agua helada. —Bien — siguió hablando en inglés —mucho trabajo ¿verdad? —Sus amigos, sin embargo, no se molestaron en disimular, y dándole la espalda se alejaron sin controlar sus carcajadas nerviosas ante la inesperada sorpresa.

—El hijo del jefe ¿verdad? Me han hablado de ti…— hablaba inglés con un fuerte acento eslavo, con voz aguda, aunque claramente masculina. Cruzaron un par de frases forzadas, ella… o sea, él, parecía divertido con la confusión del joven, que tampoco había pasado inadvertida a parte del equipo de rodaje que debían estar disfrutando de lo lindo con la situación.

En cuanto pudo se despidió del modelo para reencontrarse con sus amigos, que seguían riendo a su costa. Los tres se marcharon entonces del plató. Aún se oían las chanzas de los colegas —¡¡joder, tío, es un maromo!!

—Tío, cállate, que te va a oír…

Mario volvió al plató al día siguiente.66666

Esta vez lo hizo solo. Había pasado toda la mañana inventando escusas: quería disculparse, se habían comportado como unos niñatos estúpidos y aquel chico se merecía una disculpa. Sabía también que no debía dejar que el cotilleo entre el equipo se le fuera de las manos. Se había puesto en ridículo, lo habían visto todos y eso no era conveniente en su lucha por ganarse el respeto de los empleados de su padre. Era mejor encararse a las burlas, que no lo vieran flaquear, demostrar que no era el crío inútil que todos imaginaban. Pero por más que inventara motivos, lo cierto es que necesitaba saberlo. Aquella chica, que no era una chica, le había parecido preciosa. Había conocido antes a otras modelos, y por alguna razón ninguna le había llamado tanto la atención como aquel modelo que podía pasar tan fácilmente por una mujer. Durante el rato que la había estado observando, creyéndola mujer, había pensado que le gustaba de verdad, y había sentido un cosquilleo en la tripa cuando se miraron y ella respondió a su sonrisa… pero no ella, él.

¿Lo había imaginado todo? Tal vez fuese solo eso. No había sido el único engañado, a sus amigos también les había resultado atractiva, y estaba claro que, si se permitía el lujo de salir en un anuncio representando un papel femenino, era porque podía. Necesitaba saberlo, ¿la atracción había sido real? ¿o formaba parte del engaño?

Al entrar en la nave lo vio en la distancia, una maquilladora se afanaba en retocar su rostro, mientras el director daba instrucciones técnicas. Esta vez llevaba un vestido largo y suelto, negro con flores fucsias y blancas dibujadas, ligeramente transparente. Se quedó observando desde la distancia, donde aún podía pasar inadvertido, el rodaje aún no había comenzado y el personal estaba disperso y relajado.

—¿Mario? No te había visto… —quien lo saludaba era Patricia, mano derecha de su padre y una de las pocas personas en la empresa que lo trataba con afecto. Tal vez porque lo conocía desde que andaba con pañales.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —y ella se acercó con su rostro de ardilla que jamás maquillaba — ¿Por qué hay un hombre vestido de mujer anunciando un coche?

Ella soltó una carcajada antes de responderle — Es la última gran idea de Leopoldo. —Y tomó un tono más serio para explicarse —Es un híbrido… el coche. Esa es la gracia. Ves a esta mujer deslumbrante anunciando un coche deportivo y deslumbrante… y de pronto se gira y dice “¿Pensabas que era de gasolina? No, es un híbrido” —y al narrarlo le puso el énfasis que seguramente esperaban que tuviera la frase.

—¿Y eso ha colado? ¿No es muy arriesgado?

—¡Al cliente le entusiasmó la idea! Además, Andréi es una mega estrella de la moda, es perfectamente andrógino, ha desfilado para la élite, tanto como hombre como de mujer. La temporada pasada desfiló con el traje de novia de Lacroix…. Míralo, es guapísima…

Sí que lo era, pensó Mario, asombrosamente guapa… o guapo. Aunque en ese momento con el vestido y los labios rojos, era difícil verlo como otra cosa que no fuese una mujer atractiva. Patricia se alejó con su carpeta y su andar inquieto, siempre demasiado ocupada para quedarse en un solo sitio. Habían empezado a filmar, y una máquina de viento hacia volar la melena rubia, casi albina, de Andréi al tiempo que levantaba el vestido dejando a la vista sus larguísimas piernas montadas sobre tacones imposibles.

Andréi. Incluso el nombre parecía no querer definir a su portador.

Mario se acomodó en alguna esquina en la que no estorbara, y observó el resto del rodaje en silencio. Algunos lo saludaron, muchos otros no. Leopoldo lo ignoró por completo, a pesar de que se cruzaron en más de una ocasión.

Al finalizar el rodaje, Mario se acercó al modelo, sabía que tenía que disculparse y el tiempo se le acababa. Andréi charlaba con dos de las asistentes del rodaje, el joven se acercó con timidez, no quería interrumpir. Entonces ella… él, se giró a mirarlo y sonrió —Has vuelto —le dijo en inglés

—Si, yo quería… — empezó a decir.

—¿Y tus amigos? — interrumpió él.

—No han venido… precisamente quería disculparme… —pero Andréi volvió a ignorarlo, y siguió hablando con la asistente. Cuando terminó su conversación, se dirigió al fin al chico que lo aguardaba. —Ven — ordenó — me lo cuentas por el camino.

Andréi empezó a caminar por la nave seguido por Mario que volvía a intentar disculparse —verás, lo de ayer, solo quería decirte… —pero una vez mas el rubio lo interrumpía para despedirse de alguno más del rodaje. Hicieron así todo el camino, Andréi se detenía a despedirse de cada persona con la que se cruzaban, repartía besos, y palabras de agradecimiento. Con gestos delicados y femeninos sonreía a todo el personal con amabilidad. Mario se preguntó si lo hacía a propósito, si pasearlo delante de todo el personal era su venganza y pensó que seguramente se lo merecía.

Lo siguió hasta que finalmente, sin saber cómo, acabaron los dos en el camerino del modelo, que cerró la puerta con pestillo para cambiarse. —¿Qué me estabas contando…? — volvió a decir, mientras se quitaba los pendientes y los tacones junto al tocador.

—Yo… eh… siento mucho el comportamiento de mis amigos ayer… bueno, el nuestro… nos portamos como idiotas… solo quería disculparme…

Andréi se acercó al joven —¿Has venido para eso?

—Si, claro… yo… estuvo mal…

—¡Bah! No tiene importancia, supongo que esa es la idea…

—Si, bueno… pero, fue grosero… —y cuando el rubio estaba apenas a unos centímetros de él, Mario se percató de que tenía los ojos de diferente color, uno verde y el otro pardo, y el detalle lo dejó unos instantes sin palabras, —…tus ojos… —dejó escapar distraído.

—¿Si…?

—Son…—y antes de que pudiese construir una frase coherente, Andréi se acercó a un más y lo siguiente que supo es que se estaban besando.

La cabeza le daba vueltas, su cerebro era capaz de registrar el hecho de que estaba besando a un chico, pero sus sentidos le decían todo lo contrario, sus labios, su piel, su pelo, su cintura que ahora rodeaba con las manos se sentían bien, y eso lo confundía. Y antes de que pudiera cuestionarse su situación, Andréi estaba besando y lamiendo sus pectorales, luego sus abdominales, y siguió agachándose frente a él hasta quedar a la altura de su pelvis. Desabrochó sus vaqueros con celeridad, y mordisqueo su polla por encima de la tela blanca de sus calzoncillos clásicos, y bastó ese pequeño contacto para que su pene se endureciera de forma instantánea. El rubio lo miró desde allí abajo, sonriendo con sus ojos discordantes —Mario, demasiado estupefacto como para reaccionar —justo antes de envolver su polla con sus labios rojos. Y el joven universitario se tapó la boca para censurar un grito de placer que dejó escapar de forma irremediable.

Nunca le había pasado algo así, nunca con una mujer. Sabía que gustaba a las chicas, no le costaba ligar, pero aún era joven, su experiencia con las mujeres no era demasiado extensa, y desde luego ninguna se le había lanzado a la entrepierna de forma tan impulsiva. Se sentía mareado, Andréi no le daba tregua con su boca experta, su polla entrando hasta el fondo de su garganta, empezaba sentir que sus piernas perdían consistencia, estaba a punto de correrse. Pero entonces el rubio se detuvo. Se incorporó frente a él con una sonrisa maliciosa, el rojo de sus labios esparcido por su rostro de forma violenta. Lo tomó de la mano y le guio hasta el tocador, donde cogió un preservativo de entre sus botes de maquillaje, rasgó el sobre con los dientes mientras le acariciaba la polla con la otra mano. —Ven, fóllame —susurró mientras le ponía el condón. Luego se giró hacia el espejo, levantándose la falda, bajándose las medias y ofreciéndose. Y Mario ya no pensaba en nada, salvo en saciar la necesidad que le quemaba por dentro. Andréi lo guio una vez más y de repente estaban follando, o más bien él lo estaba follando. Tampoco había hecho esto jamás con una mujer, el sexo anal pertenecía al sector de las fantasías incumplidas. La sensación de entrar en aquel orificio tan estrecho era increíble, en el espejo el reflejo del rostro de Andréi, con la melena rubia desordenada tapándole parte de la cara, la boca abierta jadeando, era asombrosamente sexy. Era consciente de que se estaba follando a un hombre, pero su cuerpo se empeñaba en ignorar la alerta de su mente, incluso cuando metió sus manos por dentro de su vestido, y fue consciente de la carencia de tetas, el contacto con su piel suave y sus pequeños pezones no interrumpieron el movimiento de sus caderas embistiendo de forma acelerada, hasta que al fin estalló y todo su cuerpo convulsionó en espasmos al dejarse arrastrar por el orgasmo. Poco después, Andréi, que —ahora lo veía — se masturbaba sin perder de vista a Mario a través del espejo, sucumbía también al orgasmo, con un gemido felino y masculino a la vez.

Y entonces, volvió la incomodidad. Se acomodaron la ropa, Andréi se sentó sobre el tocador, y se quedó observando a Mario que de golpe no sabía qué decir o a donde mirar. Después de todo, apenas habían hablado, y un sinfín de dudas comenzaron a atosigar su conciencia.

—¿Qué era eso que me estabas contando…? —preguntó Andréi divertido.

—Eeeh… no lo recuerdo…

—Algo sobre mis ojos…

Mario sonrió, consciente de que se estaba divirtiendo a su costa. —¿Quieres ir a cenar, o algo…?

—Oh, vaya, un caballero… pero yo no soy una dama ¿recuerdas? No tienes que invitarme a cenar porque hayamos echado un polvo —dijo acercándose otra vez, más de la cuanta —me ha gustado… eres un chico muy guapo… —sus labios demasiado cerca volvían a enredarlo, y la confusión de Mario iba en aumento. No sabía cómo debía actuar y la lucha interna acabó por bloquearlo por completo. Por suerte, Andréi fue en su ayuda —pero si quieres podemos ir a tomar algo… sin compromisos ¿te parece?

—Vale… —consiguió decir al fin, y Andréi volvió a besarlo.

—Espera que me de una ducha y nos vamos.

—Claro — e hizo amago de irse, para darle intimidad.

—No hace falta que te vayas. Espérame ahí, enseguida vuelvo.

El modelo desapareció en el baño, y Mario volvió a perderse en un mar de incongruencias. Su cuerpo seguía hechizado por las sensaciones de lo que sin duda había sido el mejor polvo de su vida, pero ahora, a solas en aquella habitación, una punzada de pánico se apoderó de él. En el camerino apenas había signos personales, un ramo de flores, una fotografía de Andréi y otras modelos pegada en una esquina del espejo, algo de ropa. Una parte de él quería salir huyendo —tal vez podía dejarle una nota… pensó —otra parte sabía que echar un polvo y salir corriendo estaba mal. Las mujeres que formaban parte de su vida: su madre, su abuela, tías, algunas amigas, habían moldeado con esmero su conciencia masculina. No es no, ser un caballero, respetar a una mujer, hacer lo correcto… era la lección que había aprendido obediente. Aunque nada de eso tenía sentido en esta situación.

Antes de que pudiera alcanzar alguna conclusión en su debate interno, Andréi reapareció desde el baño, vestido, y una vez más la realidad le dio un bofetón en la cara. Con unos vaqueros estrechos de azul intenso, una camiseta negra de tirantes y la cara lavada al fin lo veía como lo que era. En sus brazos largos y pálidos se marcaba ligeramente la musculatura, el pelo suelto y húmedo caía ahora a mechones sobre su espalda y sus hombros, las cejas más pobladas, la pequeña nuez que asomaba en su cuello largo. A pesar de seguir manteniendo ese aspecto claramente andrógino, los rasgos masculinos se habían hecho más patentes. Su cara debía decirlo todo, pues al ver su gesto Andréi reaccionó con una sonrisa comprensiva.

—¡Sorpresa! — dijo en un tono sarcástico —¿te estás arrepintiendo? — y sus gestos lo devolvían al género femenino.

—No… perdona…

—Puedo ponerme unos tacones si quieres…

—No, está bien… lo siento… es raro…pero está bien…

Andréi rio, cogió una cazadora de cuero y agarró a Mario del brazo —Anda vamos, te invitó yo a cenar. —Y salieron del camerino, y el rubio lo exhibió una vez más  por el plató en el que algunos técnicos seguían atareados recogiendo los equipos.

Fueron en el coche de Mario. Mientras conducía, Andréi se arreglaba el pelo en el diminuto espejo del parasol frente al copiloto, y le hacía preguntas aunque casi no le dejaba contestar. —Así que tu padre e el jefazo… y tu madre ¿Qué hace?

—Era modelo…

—Un clásico…. ¿y a quién te pareces tú…? Apuesto que a tu madre…

Fueron a un restaurante oriental de alta cocina por insistencia de Andréi. Al entrar unas chicas reconocieron al modelo, se acercaron a pedirle un autógrafo, se hicieron fotos con él. Andréi posaba con gesto femenino, era amable, saludaba, sonreía. Se notaba que estaba acostumbrado a ese tipo de atención. Pidieron una variedad de pequeños platos y vino blanco, y el rubio despampanante siguió hablando, ahora de sí mismo. Era de un pequeño pueblo de Rusia, le contó, su padre se había ido de casa cuando él era pequeño, su madre había sido cocinera toda su vida, había sacado adelante a sus tres hijos. Ahora Andréi podía ocuparse de ellos, contaba de forma desenfadada, sin drama. Le había comprado una casa a su madre, pagaba los estudios de sus hermanos pequeños. ¿Novios? Si algunos, muchos en realidad. Vivía en Nueva York, viajaba por todo el mundo, le gustaba su vida. Era feliz, anunciaba con rotundidad. Y según iba hablando Mario se sentía más pequeño. De hecho, lo era, aunque solo por cuatro años, pero estaba claro que aquel chico ruso de orígenes humildes había vivido de forma mucho más intensa que él.

—¿Siempre eres tan tímido…? —preguntó haciendo una pausa en su monólogo, mientras mareaba su comida con unos palillos.

—No, para nada… es solo que…

—Estás incómodo —adivinó.

—Confundido… yo no soy… o sea… me gustan las chicas… —y lo dijo casi como si fuese una verdad inconfesable.

—Hetero, ya. Lo imaginaba. —Andréi sonrió, y si aquella información lo decepcionó de alguna manera, no se le notó en absoluto. —Te propongo un trato — dejó los palillos y se acercó un poco más, hacia su oído —juguemos a que esta noche no cuenta. Que sea como un paréntesis…

—¿Qué quieres decir?

—Nada de lo que hagas hoy cuenta. No tienes por qué hacer lo que crees que debes hacer, o lo que te parece que es correcto. Si quieres te quedas, o si prefieres te vas, sin dar explicaciones. Haz solo lo que te apetezca hacer y mañana no contará. Yo me habré ido para siempre, y tu seguirás con tu vida. Y lo que pase esta noche, será como si no hubiese ocurrido.

—¿Eso es un juego…?

—Puede ser nuestro juego… qué ¿Juegas conmigo? — y su sonrisa bajo la luz anaranjada de las velas era hermosa.

You’re beautiful… —dijo (seguían hablándose en aquella lengua común que ninguno de los dos dominaba del todo), y se alegró de que el inglés no distinguiera género para designar a algo hermoso.

—¿Lo ves? Se te da bien el juego… —respondió Andréi mordiéndose el labio inferior.

Una hora y dos botellas de vino más tarde, entraban los dos dando tumbos a la suite de hotel de Andréi. El chico rubio dejó caer su chaqueta sobre la moqueta, se quitó los zapatos con los pies y se dirigió en zigzag directo al minibar donde empezó a mezclar refrescos y alcohol.

—¿Intentas emborracharme? —bromeó Mario observándolo.

—Ese era el plan… así podré llevarte a la cama… — Andréi puso música con su teléfono, bajó la luz y se acercó a Mario con las bebidas tintineando con hielos en las manos, parte del líquido desparramándose a causa de la falta de equilibrio del joven. A Mario la cabeza le daba vueltas, había bebido más de lo que le hubiese gustado, y de pronto se le ocurrió que todo esto lo había entendido al revés. Él era la presa, no había seducido a la chica, era Andréi quien lo enredaba, y lo dirigía justo a donde quería. ¿Sería una venganza? ¿o solo se le estaba yendo de las manos todo esto? —¿Qué pasa? —preguntó el modelo al comprobar su gesto serio.

—Creo que… quizás debería irme…

El gesto del rubio mudó al instante —claro… puedes irte cuando quieras, ya te lo dije, sin explicaciones… —y en su sonrisa ahora si se percibía un eco de tristeza que se esforzaba en ocultar. Se quedaron mirándose el uno al otro, y aunque pensaba en irse, Mario no se movió.

—¿Por qué yo? Quiero decir… seguro que puedes liarte con quien tú quieras… —Andréi dejo escapar una carcajada amarga y dejó los vasos con alcohol sobre la mesa para evitar su mirada— ¿Es una venganza?

—¿Venganza? —volvió a mirarlo sorprendido —¿por qué?

—Por lo de ayer…

—Qué tontería, ya te dije que no tiene importancia… —pero Mario no parecía convencido —Mira… me gustas, me gustaste desde que te vi, y sí… me sentó mal que te fueras de esa forma. Pero volviste al día siguiente, y supe que habías vuelto por mí. —Andréi se acercó un poco más, despacio —puedes irte si quieres, no tienes que justificarte… pero me gustaría que te quedaras… Lo confieso, no puedo evitarlo… —su dedo índice comenzó a deslizarse por su pecho — es mi maldita debilidad por los heterosexuales… —Mario lo miraba intensamente, pero seguía sin hacer nada. —Si quieres puedo… —dijo al tiempo que peinaba su melena rubia hacia delante, intentando cubrirse parte del rostro y ocultando su carencia de pecho.

—No. Está bien —lo detuvo él. Y entonces se acercó un poco más, y esta vez fue Mario quien lo besó. Luego pasó una de sus manos por su pelo, despejando su rostro, le sujetó la barbilla y volvió a besarlo con delicadeza. Por alguna razón que no acababa de entender, de pronto aquel chico que había pasado todo el día usando tretas y juegos para engatusarlo, le inspiró una profunda ternura. —No hace falta que sigas jugando… — y le pareció notar que temblaba ligeramente cuando lo rodeo con los brazos y volvía a besarlo apretando su cuerpo contra el suyo.

Lo tomó de la mano y lo guio hacia la enorme cama doble que presidía la suite, allí le quitó la camiseta, dejando su torso desnudo y empezó a acariciarle los brazos contemplando su cuerpo delgado, infantil, de piel casi transparente. El chico rubio bajó la mirada, parecía confundido con el cambio de dinámica, ahora Mario llevaba la iniciativa, y tal vez no se lo había esperado. Al fin lo veía de verdad, detrás de sus estratagemas, de su máscara de felicidad, veía su vulnerabilidad, veía al chico inseguro, que no encajaba ni como hombre ni como mujer, que creía, tal vez, que no se merecía mas que un polvo rápido sin compromiso.

Mario se quitó la camisa en un movimiento rápido, se acercó a Andréi y lo guio hacia la cama tumbándose encima de él. Mientras lo besaba con dulzura, recorría su cuerpo con las manos, rodeó sus piernas y sus nalgas, y lo apretó contra su pelvis, y notar el bulto que crecía en sus pantalones no le molestó demasiado. Estuvieron un rato besándose, con los labios, con la punta de la lengua, despacio, sin prisa, y el chico de la verborrea constante parecía haberse quedado sin palabras. Mario entonces se incorporó en la cama para quitarle los vaqueros, deshizo la hebilla y con algo de ayuda, Andréi al fin quedó completamente desnudo sobre la cama. Mario se quedó de rodillas junto a él, observando detenidamente su cuerpo expuesto, y le fue acariciando y repartiendo pequeños besos. Besó su hombro, su pecho, sus pequeños pezones de niño, besó su cadera, y el chico rubio lo miraba, casi asustado con la curiosidad en los ojos de aquel joven. Mario se fijó en su polla, que no era muy grande, pero aguardaba dura y anhelante en aquel momento. La acarició suavemente con los dedos, y luego siguió por sus testículos, que carecían de bello púbico, y lo poco que asomaba era albino como su dueño.

—Si sigues mirándome así, vas a conseguir que me lo crea…

—¿Creerte el qué…?

—Que te gusto de verdad…

Y sí, ahora lo vio, era miedo lo que había en los ojos de Andréi, a pesar de su éxito en el extravagante mundo de la moda, seguía siendo solo un muchacho herido, que podía ser suficientemente mujer como para engañar a un hombre, pero demasiado varón como para retenerlo a su lado, y que puede que solo buscara un poco de cariño.

Mario le sonrió con ternura. Ahora Andréi se puso frente a él, y empezó a desabrocharle el pantalón. Al fin quedaron los dos desnudos, de rodillas sobre el colchón, uno frente al otro, sin máscaras ni maquillaje, tal como eran. Mario enterró el rostro entre su melena clara, le fascinaba la incongruencia de aquel chico, su piel suave, su olor dulce, sus caderas estrechas, tan femenino, y a la vez el ligero roce de sus dos pollas lo asustaba, pero también lo excitaba de una forma nueva y maravillosa. Le recordó a aquellos seres mitológicos que le encantaban de pequeño, que podían ser mitad humano mitad animal. Pensó que había algo místico en la duplicidad de Andréi, algo sobrehumano e increíblemente hermoso.

—Me gustas —le susurró al oído. Andréi se apartó y lo miró disgustado.

—No lo digas si no lo sientes de verdad…

Mario se acercó una vez más —me gustas… —repitió.

Andréi lo abrazó con fuerza, y sus bocas se unieron una vez más, esta vez con furor y ansia, un beso que buscaba, lleno de deseo. Andréi, rodeó los dos penes con la mano, y empezó a acariciarlos al unísono con un ritmo delicioso. Los jadeos de Mario se intensificaron, sus respiraciones agitadas se mezclaban entre los besos que se negaban a cesar, y cada vez se apretaban más el uno contra el otro, como si quisieran traspasarse, como si pudieran convertirse solo en uno. Y los movimientos y los jadeos fueron escalando hacia un ritmo frenético que los acercaba al abismo, acelerando, acercándose al inevitable momento en el que estallaron el uno junto al otro, entre jadeos descontrolados, y el semen de ambos salió expedido entre los cuerpos que apenas se dejaban aire y parecían querer fundirse el uno con el otro.

Aun embriagados por el placer del orgasmo, se dejaron caer sobre la cama, sin soltarse del todo. Mario abrazaba su cuerpo menudo con los ojos cerrados, Andréi, lo rodeo por la cintura, enterrando su cara entre sus brazos, las piernas entrelazadas unas con otras. Cansados, algo ebrios, ente sábanas de seda y olor a sexo, cayeron dormidos casi sin darse cuenta.

Cuando Andréi despertó, notó enseguida el vacío a su lado. Se sentó en la enorme cama matrimonial para comprobar lo que ya sospechaba, no había nadie mas en la habitación, ni ruidos que llegaran desde el baño, y la ropa del chico había desaparecido. Se dejó caer de espaldas sobre la cama, y cogió un cojín para tener algo que abrazar. “Y qué esperabas, tonta” se dijo a si mismo. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? Estaba enfadado consigo mismo. Era solo un juego, se recordaba, no debería haberle dejado que le diera la vuelta, no podía permitirse perder el control de esa forma. Solo era un polvo… intentaba convencerse… pero ¿por qué dolía tanto? Se tapó la cara luchando contra las ganas de echarse a llorar. No lo hagas, no lo hagas, se repetía. El caso es que por un momento llegó a creer que tal vez esta vez fuera diferente, había algo en la forma en la que él lo miraba que lo hizo creer… “¡Estúpida!” se recriminó.

Llamaron a la puerta en ese momento.

—¿Quién es? —preguntó recuperando la esperanza de golpe.

—Servicio de habitaciones —anunció una voz con crueldad dese el pasillo.

Andréi se levantó a regañadientes, se puso su bata blanca de seda y se dirigió hacia la puerta intentado poner un poco de orden en su melena enmarañada. Tras la puerta un camarero con un carrito con el desayuno.

—No he pedido el desayuno… — protestó.

—El caballero insistió que lo subiésemos a las doce.

¿El caballero?

La mesita con ruedas entro con su mantel blanco, sobre una bandeja había café, fruta, tortitas, y un enorme ramo de rosas rojas. Entre las rosas descansaba una nota:

“Tuve que irme a clase, no quise despertarte. Fue una noche maravillosa, espero que nos volvamos a ver.” Y debajo, un número de teléfono junto al nombre de Mario.

Andréi se sentó en una esquina de la cama con la nota en la mano pegada a los labios, el corazón galopando con fuerza y una sonrisa enorme en la cara. Y se recriminó a sí mismo: “¡Qué fácil eres!”.

Laurent Kosta

Entro en el plató con sus amigos de toda la vida. A Mario no le interesaba especialmente, pero sus amigos siempre insistían en ir a ver a las modelos cuando rodaban algún anuncio. Los tres jóvenes universitarios entraron en la gigantesca nave con gesto de superioridad. Se rodaba un anuncio para un coche, ellos no pintaban nada allí, pero venir con el hijo del dueño de la empresa publicitaria era excusa suficiente para que los dejaran pasar y deambular entre la veintena de técnicos y personal que trabajaba cotilleando el rodaje. Mario no estaba cómodo haciendo ese tipo de excursiones, tal vez fuese porque su madre había sido modelo de joven, y le molestaba la idea de que los hombres hablaran de ellas como si fuesen algún tipo de trofeo que había que intentar conseguir a toda costa. Pero una vez más se había dejado convencer por sus colegas, advirtiéndoles, esos si, que estarían solo un rato y que no podían estorbar.

En el plató, iluminado en exceso, se exhibía un vehículo negro, elegante, aunque con aire deportivo, sobre el capó delantero, una modelo rubia, de melena larga que serpenteaba por su hombro, con un vestido corto y ceñido como un guante, piernas largas, cadera estrecha, absolutamente deslumbrante, gateaba y coqueteaba mirando de reojo a la cámara.

—Hola, Leopoldo ¿Qué tal? —Mario saludó al director creativo, un argentino conocido por sus extravagantes ideas en publicidad, que no se molestó en saludarlo y lo miró con gesto de fastidio. Sabía quien era y sabía por qué andaba por ahí, y también que no podía echar al hijo del jefe.

—No paséis de esa línea —les advirtió seco antes de seguir con su trabajo.

Mario se sintió algo abochornado, y volvió a insistir a sus amigos que bajaran la voz y no molestaran. Odiaba esa posición incómoda en la que se encontraba, su padre por una parte insistiendo en que aprendiera todo lo que podía de la empresa en la que acabaría trabajando, y la actitud condescendiente y crítica de los empleados de su padre que conocían su lugar privilegiado, y adivinaban que algún día aquel crío podría ser su jefe sin merecérselo. Quizás por ese motivo el joven se esforzaba mucho para conseguir ganarse el respeto de quienes sabía que lo miraban con reproche, estudiaba por las mañanas, y por las tardes trabajaba en la empresa de su padre y aceptaba sin rechistar las labores más tediosas.

Pero todo eso pasaba inadvertido a sus dos compañeros, que no habían dejado de hacer comentarios estúpidos y bromillas sobre la modelo.

—Tíos, si no os calláis, nos vamos— les advirtió a su vez trasladando la irritación del equipo de trabajo por su presencia.

—Vale, vale, tío, no te rayes…

Con actitud infantil, haciendo chistes malos, pasaron algo mas de una hora en el plató. Al fin el equipo parecía tomarse un descanso, y lo que ocupaba el interés de los intrusos, la modelo, se alejó de los focos para hacer una pausa. Mario intentaba disuadir a sus acompañantes de acercarse a molestar a la chica, que rondaba la mesa de catering en busca de algo de beber o comer. Entonces, los ojos de la modelo se cruzaron con los de Mario, y durante unos instantes los dos se miraron fijamente. Mario se olvidó de todo, de sus amigos, del rodaje, de las advertencias de unos y otros, y se perdió en la mirada cristalina de la chica rubia dejando escapar una sonrisa. Un gesto que la chica pareció encontrar divertido, y los ojos de la rubia despampanante se alejaron mientras ella se reía.

El pequeño encuentro no pasó inadvertido a los dos amigos de Mario, que empezaron a animarle para que se acercara a saludar a la chica. —Vamos tío, te estaba mirando… descarado…

El joven se acercó motivado por sus colegas, lo cierto es que la chica le parecía preciosa, más allá de que fuera modelo y estuviese allí rodando un anuncio, había algo en su mirada y su sonrisa que lo había cautivado.

Hi —saludo con timidez, en inglés, había oído que era sueca o noruega, o algo por el estilo.

Hello, handsom… (*hola guapo) — y de golpe una voz de hombre rompió el hechizo y le arrojó con crudeza a la realidad.

La modelo era un hombre.

Mario tuvo que hacer un esfuerzo para controlar su gesto de sorpresa, y no comportarse de forma completamente grosera. Intentó continuar la conversación de forma casual fingiendo que no acababan de lanzarle un jarro de agua helada. —Bien — siguió hablando en inglés —mucho trabajo ¿verdad? —Sus amigos, sin embargo, no se molestaron en disimular, y dándole la espalda se alejaron sin controlar sus carcajadas nerviosas ante la inesperada sorpresa.

—El hijo del jefe ¿verdad? Me han hablado de ti…— hablaba inglés con un fuerte acento eslavo, con voz aguda, aunque claramente masculina. Cruzaron un par de frases forzadas, ella… o sea, él, parecía divertido con la confusión del joven, que tampoco había pasado inadvertida a parte del equipo de rodaje que debían estar disfrutando de lo lindo con la situación.

En cuanto pudo se despidió del modelo para reencontrarse con sus amigos, que seguían riendo a su costa. Los tres se marcharon entonces del plató. Aún se oían las chanzas de los colegas —¡¡joder, tío, es un maromo!!

—Tío, cállate, que te va a oír…

Mario volvió al plató al día siguiente.66666

Esta vez lo hizo solo. Había pasado toda la mañana inventando escusas: quería disculparse, se habían comportado como unos niñatos estúpidos y aquel chico se merecía una disculpa. Sabía también que no debía dejar que el cotilleo entre el equipo se le fuera de las manos. Se había puesto en ridículo, lo habían visto todos y eso no era conveniente en su lucha por ganarse el respeto de los empleados de su padre. Era mejor encararse a las burlas, que no lo vieran flaquear, demostrar que no era el crío inútil que todos imaginaban. Pero por más que inventara motivos, lo cierto es que necesitaba saberlo. Aquella chica, que no era una chica, le había parecido preciosa. Había conocido antes a otras modelos, y por alguna razón ninguna le había llamado tanto la atención como aquel modelo que podía pasar tan fácilmente por una mujer. Durante el rato que la había estado observando, creyéndola mujer, había pensado que le gustaba de verdad, y había sentido un cosquilleo en la tripa cuando se miraron y ella respondió a su sonrisa… pero no ella, él.

¿Lo había imaginado todo? Tal vez fuese solo eso. No había sido el único engañado, a sus amigos también les había resultado atractiva, y estaba claro que, si se permitía el lujo de salir en un anuncio representando un papel femenino, era porque podía. Necesitaba saberlo, ¿la atracción había sido real? ¿o formaba parte del engaño?

Al entrar en la nave lo vio en la distancia, una maquilladora se afanaba en retocar su rostro, mientras el director daba instrucciones técnicas. Esta vez llevaba un vestido largo y suelto, negro con flores fucsias y blancas dibujadas, ligeramente transparente. Se quedó observando desde la distancia, donde aún podía pasar inadvertido, el rodaje aún no había comenzado y el personal estaba disperso y relajado.

—¿Mario? No te había visto… —quien lo saludaba era Patricia, mano derecha de su padre y una de las pocas personas en la empresa que lo trataba con afecto. Tal vez porque lo conocía desde que andaba con pañales.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —y ella se acercó con su rostro de ardilla que jamás maquillaba — ¿Por qué hay un hombre vestido de mujer anunciando un coche?

Ella soltó una carcajada antes de responderle — Es la última gran idea de Leopoldo. —Y tomó un tono más serio para explicarse —Es un híbrido… el coche. Esa es la gracia. Ves a esta mujer deslumbrante anunciando un coche deportivo y deslumbrante… y de pronto se gira y dice “¿Pensabas que era de gasolina? No, es un híbrido” —y al narrarlo le puso el énfasis que seguramente esperaban que tuviera la frase.

—¿Y eso ha colado? ¿No es muy arriesgado?

—¡Al cliente le entusiasmó la idea! Además, Andréi es una mega estrella de la moda, es perfectamente andrógino, ha desfilado para la élite, tanto como hombre como de mujer. La temporada pasada desfiló con el traje de novia de Lacroix…. Míralo, es guapísima…

Sí que lo era, pensó Mario, asombrosamente guapa… o guapo. Aunque en ese momento con el vestido y los labios rojos, era difícil verlo como otra cosa que no fuese una mujer atractiva. Patricia se alejó con su carpeta y su andar inquieto, siempre demasiado ocupada para quedarse en un solo sitio. Habían empezado a filmar, y una máquina de viento hacia volar la melena rubia, casi albina, de Andréi al tiempo que levantaba el vestido dejando a la vista sus larguísimas piernas montadas sobre tacones imposibles.

Andréi. Incluso el nombre parecía no querer definir a su portador.

Mario se acomodó en alguna esquina en la que no estorbara, y observó el resto del rodaje en silencio. Algunos lo saludaron, muchos otros no. Leopoldo lo ignoró por completo, a pesar de que se cruzaron en más de una ocasión.

Al finalizar el rodaje, Mario se acercó al modelo, sabía que tenía que disculparse y el tiempo se le acababa. Andréi charlaba con dos de las asistentes del rodaje, el joven se acercó con timidez, no quería interrumpir. Entonces ella… él, se giró a mirarlo y sonrió —Has vuelto —le dijo en inglés

—Si, yo quería… — empezó a decir.

—¿Y tus amigos? — interrumpió él.

—No han venido… precisamente quería disculparme… —pero Andréi volvió a ignorarlo, y siguió hablando con la asistente. Cuando terminó su conversación, se dirigió al fin al chico que lo aguardaba. —Ven — ordenó — me lo cuentas por el camino.

Andréi empezó a caminar por la nave seguido por Mario que volvía a intentar disculparse —verás, lo de ayer, solo quería decirte… —pero una vez mas el rubio lo interrumpía para despedirse de alguno más del rodaje. Hicieron así todo el camino, Andréi se detenía a despedirse de cada persona con la que se cruzaban, repartía besos, y palabras de agradecimiento. Con gestos delicados y femeninos sonreía a todo el personal con amabilidad. Mario se preguntó si lo hacía a propósito, si pasearlo delante de todo el personal era su venganza y pensó que seguramente se lo merecía.

Lo siguió hasta que finalmente, sin saber cómo, acabaron los dos en el camerino del modelo, que cerró la puerta con pestillo para cambiarse. —¿Qué me estabas contando…? — volvió a decir, mientras se quitaba los pendientes y los tacones junto al tocador.

—Yo… eh… siento mucho el comportamiento de mis amigos ayer… bueno, el nuestro… nos portamos como idiotas… solo quería disculparme…

Andréi se acercó al joven —¿Has venido para eso?

—Si, claro… yo… estuvo mal…

—¡Bah! No tiene importancia, supongo que esa es la idea…

—Si, bueno… pero, fue grosero… —y cuando el rubio estaba apenas a unos centímetros de él, Mario se percató de que tenía los ojos de diferente color, uno verde y el otro pardo, y el detalle lo dejó unos instantes sin palabras, —…tus ojos… —dejó escapar distraído.

—¿Si…?

—Son…—y antes de que pudiese construir una frase coherente, Andréi se acercó a un más y lo siguiente que supo es que se estaban besando.

La cabeza le daba vueltas, su cerebro era capaz de registrar el hecho de que estaba besando a un chico, pero sus sentidos le decían todo lo contrario, sus labios, su piel, su pelo, su cintura que ahora rodeaba con las manos se sentían bien, y eso lo confundía. Y antes de que pudiera cuestionarse su situación, Andréi estaba besando y lamiendo sus pectorales, luego sus abdominales, y siguió agachándose frente a él hasta quedar a la altura de su pelvis. Desabrochó sus vaqueros con celeridad, y mordisqueo su polla por encima de la tela blanca de sus calzoncillos clásicos, y bastó ese pequeño contacto para que su pene se endureciera de forma instantánea. El rubio lo miró desde allí abajo, sonriendo con sus ojos discordantes —Mario, demasiado estupefacto como para reaccionar —justo antes de envolver su polla con sus labios rojos. Y el joven universitario se tapó la boca para censurar un grito de placer que dejó escapar de forma irremediable.

Nunca le había pasado algo así, nunca con una mujer. Sabía que gustaba a las chicas, no le costaba ligar, pero aún era joven, su experiencia con las mujeres no era demasiado extensa, y desde luego ninguna se le había lanzado a la entrepierna de forma tan impulsiva. Se sentía mareado, Andréi no le daba tregua con su boca experta, su polla entrando hasta el fondo de su garganta, empezaba sentir que sus piernas perdían consistencia, estaba a punto de correrse. Pero entonces el rubio se detuvo. Se incorporó frente a él con una sonrisa maliciosa, el rojo de sus labios esparcido por su rostro de forma violenta. Lo tomó de la mano y le guio hasta el tocador, donde cogió un preservativo de entre sus botes de maquillaje, rasgó el sobre con los dientes mientras le acariciaba la polla con la otra mano. —Ven, fóllame —susurró mientras le ponía el condón. Luego se giró hacia el espejo, levantándose la falda, bajándose las medias y ofreciéndose. Y Mario ya no pensaba en nada, salvo en saciar la necesidad que le quemaba por dentro. Andréi lo guio una vez más y de repente estaban follando, o más bien él lo estaba follando. Tampoco había hecho esto jamás con una mujer, el sexo anal pertenecía al sector de las fantasías incumplidas. La sensación de entrar en aquel orificio tan estrecho era increíble, en el espejo el reflejo del rostro de Andréi, con la melena rubia desordenada tapándole parte de la cara, la boca abierta jadeando, era asombrosamente sexy. Era consciente de que se estaba follando a un hombre, pero su cuerpo se empeñaba en ignorar la alerta de su mente, incluso cuando metió sus manos por dentro de su vestido, y fue consciente de la carencia de tetas, el contacto con su piel suave y sus pequeños pezones no interrumpieron el movimiento de sus caderas embistiendo de forma acelerada, hasta que al fin estalló y todo su cuerpo convulsionó en espasmos al dejarse arrastrar por el orgasmo. Poco después, Andréi, que —ahora lo veía — se masturbaba sin perder de vista a Mario a través del espejo, sucumbía también al orgasmo, con un gemido felino y masculino a la vez.

Y entonces, volvió la incomodidad. Se acomodaron la ropa, Andréi se sentó sobre el tocador, y se quedó observando a Mario que de golpe no sabía qué decir o a donde mirar. Después de todo, apenas habían hablado, y un sinfín de dudas comenzaron a atosigar su conciencia.

—¿Qué era eso que me estabas contando…? —preguntó Andréi divertido.

—Eeeh… no lo recuerdo…

—Algo sobre mis ojos…

Mario sonrió, consciente de que se estaba divirtiendo a su costa. —¿Quieres ir a cenar, o algo…?

—Oh, vaya, un caballero… pero yo no soy una dama ¿recuerdas? No tienes que invitarme a cenar porque hayamos echado un polvo —dijo acercándose otra vez, más de la cuanta —me ha gustado… eres un chico muy guapo… —sus labios demasiado cerca volvían a enredarlo, y la confusión de Mario iba en aumento. No sabía cómo debía actuar y la lucha interna acabó por bloquearlo por completo. Por suerte, Andréi fue en su ayuda —pero si quieres podemos ir a tomar algo… sin compromisos ¿te parece?

—Vale… —consiguió decir al fin, y Andréi volvió a besarlo.

—Espera que me de una ducha y nos vamos.

—Claro — e hizo amago de irse, para darle intimidad.

—No hace falta que te vayas. Espérame ahí, enseguida vuelvo.

El modelo desapareció en el baño, y Mario volvió a perderse en un mar de incongruencias. Su cuerpo seguía hechizado por las sensaciones de lo que sin duda había sido el mejor polvo de su vida, pero ahora, a solas en aquella habitación, una punzada de pánico se apoderó de él. En el camerino apenas había signos personales, un ramo de flores, una fotografía de Andréi y otras modelos pegada en una esquina del espejo, algo de ropa. Una parte de él quería salir huyendo —tal vez podía dejarle una nota… pensó —otra parte sabía que echar un polvo y salir corriendo estaba mal. Las mujeres que formaban parte de su vida: su madre, su abuela, tías, algunas amigas, habían moldeado con esmero su conciencia masculina. No es no, ser un caballero, respetar a una mujer, hacer lo correcto… era la lección que había aprendido obediente. Aunque nada de eso tenía sentido en esta situación.

Antes de que pudiera alcanzar alguna conclusión en su debate interno, Andréi reapareció desde el baño, vestido, y una vez más la realidad le dio un bofetón en la cara. Con unos vaqueros estrechos de azul intenso, una camiseta negra de tirantes y la cara lavada al fin lo veía como lo que era. En sus brazos largos y pálidos se marcaba ligeramente la musculatura, el pelo suelto y húmedo caía ahora a mechones sobre su espalda y sus hombros, las cejas más pobladas, la pequeña nuez que asomaba en su cuello largo. A pesar de seguir manteniendo ese aspecto claramente andrógino, los rasgos masculinos se habían hecho más patentes. Su cara debía decirlo todo, pues al ver su gesto Andréi reaccionó con una sonrisa comprensiva.

—¡Sorpresa! — dijo en un tono sarcástico —¿te estás arrepintiendo? — y sus gestos lo devolvían al género femenino.

—No… perdona…

—Puedo ponerme unos tacones si quieres…

—No, está bien… lo siento… es raro…pero está bien…

Andréi rio, cogió una cazadora de cuero y agarró a Mario del brazo —Anda vamos, te invitó yo a cenar. —Y salieron del camerino, y el rubio lo exhibió una vez más  por el plató en el que algunos técnicos seguían atareados recogiendo los equipos.

Fueron en el coche de Mario. Mientras conducía, Andréi se arreglaba el pelo en el diminuto espejo del parasol frente al copiloto, y le hacía preguntas aunque casi no le dejaba contestar. —Así que tu padre e el jefazo… y tu madre ¿Qué hace?

—Era modelo…

—Un clásico…. ¿y a quién te pareces tú…? Apuesto que a tu madre…

Fueron a un restaurante oriental de alta cocina por insistencia de Andréi. Al entrar unas chicas reconocieron al modelo, se acercaron a pedirle un autógrafo, se hicieron fotos con él. Andréi posaba con gesto femenino, era amable, saludaba, sonreía. Se notaba que estaba acostumbrado a ese tipo de atención. Pidieron una variedad de pequeños platos y vino blanco, y el rubio despampanante siguió hablando, ahora de sí mismo. Era de un pequeño pueblo de Rusia, le contó, su padre se había ido de casa cuando él era pequeño, su madre había sido cocinera toda su vida, había sacado adelante a sus tres hijos. Ahora Andréi podía ocuparse de ellos, contaba de forma desenfadada, sin drama. Le había comprado una casa a su madre, pagaba los estudios de sus hermanos pequeños. ¿Novios? Si algunos, muchos en realidad. Vivía en Nueva York, viajaba por todo el mundo, le gustaba su vida. Era feliz, anunciaba con rotundidad. Y según iba hablando Mario se sentía más pequeño. De hecho, lo era, aunque solo por cuatro años, pero estaba claro que aquel chico ruso de orígenes humildes había vivido de forma mucho más intensa que él.

—¿Siempre eres tan tímido…? —preguntó haciendo una pausa en su monólogo, mientras mareaba su comida con unos palillos.

—No, para nada… es solo que…

—Estás incómodo —adivinó.

—Confundido… yo no soy… o sea… me gustan las chicas… —y lo dijo casi como si fuese una verdad inconfesable.

—Hetero, ya. Lo imaginaba. —Andréi sonrió, y si aquella información lo decepcionó de alguna manera, no se le notó en absoluto. —Te propongo un trato — dejó los palillos y se acercó un poco más, hacia su oído —juguemos a que esta noche no cuenta. Que sea como un paréntesis…

—¿Qué quieres decir?

—Nada de lo que hagas hoy cuenta. No tienes por qué hacer lo que crees que debes hacer, o lo que te parece que es correcto. Si quieres te quedas, o si prefieres te vas, sin dar explicaciones. Haz solo lo que te apetezca hacer y mañana no contará. Yo me habré ido para siempre, y tu seguirás con tu vida. Y lo que pase esta noche, será como si no hubiese ocurrido.

—¿Eso es un juego…?

—Puede ser nuestro juego… qué ¿Juegas conmigo? — y su sonrisa bajo la luz anaranjada de las velas era hermosa.

You’re beautiful… —dijo (seguían hablándose en aquella lengua común que ninguno de los dos dominaba del todo), y se alegró de que el inglés no distinguiera género para designar a algo hermoso.

—¿Lo ves? Se te da bien el juego… —respondió Andréi mordiéndose el labio inferior.

Una hora y dos botellas de vino más tarde, entraban los dos dando tumbos a la suite de hotel de Andréi. El chico rubio dejó caer su chaqueta sobre la moqueta, se quitó los zapatos con los pies y se dirigió en zigzag directo al minibar donde empezó a mezclar refrescos y alcohol.

—¿Intentas emborracharme? —bromeó Mario observándolo.

—Ese era el plan… así podré llevarte a la cama… — Andréi puso música con su teléfono, bajó la luz y se acercó a Mario con las bebidas tintineando con hielos en las manos, parte del líquido desparramándose a causa de la falta de equilibrio del joven. A Mario la cabeza le daba vueltas, había bebido más de lo que le hubiese gustado, y de pronto se le ocurrió que todo esto lo había entendido al revés. Él era la presa, no había seducido a la chica, era Andréi quien lo enredaba, y lo dirigía justo a donde quería. ¿Sería una venganza? ¿o solo se le estaba yendo de las manos todo esto? —¿Qué pasa? —preguntó el modelo al comprobar su gesto serio.

—Creo que… quizás debería irme…

El gesto del rubio mudó al instante —claro… puedes irte cuando quieras, ya te lo dije, sin explicaciones… —y en su sonrisa ahora si se percibía un eco de tristeza que se esforzaba en ocultar. Se quedaron mirándose el uno al otro, y aunque pensaba en irse, Mario no se movió.

—¿Por qué yo? Quiero decir… seguro que puedes liarte con quien tú quieras… —Andréi dejo escapar una carcajada amarga y dejó los vasos con alcohol sobre la mesa para evitar su mirada— ¿Es una venganza?

—¿Venganza? —volvió a mirarlo sorprendido —¿por qué?

—Por lo de ayer…

—Qué tontería, ya te dije que no tiene importancia… —pero Mario no parecía convencido —Mira… me gustas, me gustaste desde que te vi, y sí… me sentó mal que te fueras de esa forma. Pero volviste al día siguiente, y supe que habías vuelto por mí. —Andréi se acercó un poco más, despacio —puedes irte si quieres, no tienes que justificarte… pero me gustaría que te quedaras… Lo confieso, no puedo evitarlo… —su dedo índice comenzó a deslizarse por su pecho — es mi maldita debilidad por los heterosexuales… —Mario lo miraba intensamente, pero seguía sin hacer nada. —Si quieres puedo… —dijo al tiempo que peinaba su melena rubia hacia delante, intentando cubrirse parte del rostro y ocultando su carencia de pecho.

—No. Está bien —lo detuvo él. Y entonces se acercó un poco más, y esta vez fue Mario quien lo besó. Luego pasó una de sus manos por su pelo, despejando su rostro, le sujetó la barbilla y volvió a besarlo con delicadeza. Por alguna razón que no acababa de entender, de pronto aquel chico que había pasado todo el día usando tretas y juegos para engatusarlo, le inspiró una profunda ternura. —No hace falta que sigas jugando… — y le pareció notar que temblaba ligeramente cuando lo rodeo con los brazos y volvía a besarlo apretando su cuerpo contra el suyo.

Lo tomó de la mano y lo guio hacia la enorme cama doble que presidía la suite, allí le quitó la camiseta, dejando su torso desnudo y empezó a acariciarle los brazos contemplando su cuerpo delgado, infantil, de piel casi transparente. El chico rubio bajó la mirada, parecía confundido con el cambio de dinámica, ahora Mario llevaba la iniciativa, y tal vez no se lo había esperado. Al fin lo veía de verdad, detrás de sus estratagemas, de su máscara de felicidad, veía su vulnerabilidad, veía al chico inseguro, que no encajaba ni como hombre ni como mujer, que creía, tal vez, que no se merecía mas que un polvo rápido sin compromiso.

Mario se quitó la camisa en un movimiento rápido, se acercó a Andréi y lo guio hacia la cama tumbándose encima de él. Mientras lo besaba con dulzura, recorría su cuerpo con las manos, rodeó sus piernas y sus nalgas, y lo apretó contra su pelvis, y notar el bulto que crecía en sus pantalones no le molestó demasiado. Estuvieron un rato besándose, con los labios, con la punta de la lengua, despacio, sin prisa, y el chico de la verborrea constante parecía haberse quedado sin palabras. Mario entonces se incorporó en la cama para quitarle los vaqueros, deshizo la hebilla y con algo de ayuda, Andréi al fin quedó completamente desnudo sobre la cama. Mario se quedó de rodillas junto a él, observando detenidamente su cuerpo expuesto, y le fue acariciando y repartiendo pequeños besos. Besó su hombro, su pecho, sus pequeños pezones de niño, besó su cadera, y el chico rubio lo miraba, casi asustado con la curiosidad en los ojos de aquel joven. Mario se fijó en su polla, que no era muy grande, pero aguardaba dura y anhelante en aquel momento. La acarició suavemente con los dedos, y luego siguió por sus testículos, que carecían de bello púbico, y lo poco que asomaba era albino como su dueño.

—Si sigues mirándome así, vas a conseguir que me lo crea…

—¿Creerte el qué…?

—Que te gusto de verdad…

Y sí, ahora lo vio, era miedo lo que había en los ojos de Andréi, a pesar de su éxito en el extravagante mundo de la moda, seguía siendo solo un muchacho herido, que podía ser suficientemente mujer como para engañar a un hombre, pero demasiado varón como para retenerlo a su lado, y que puede que solo buscara un poco de cariño.

Mario le sonrió con ternura. Ahora Andréi se puso frente a él, y empezó a desabrocharle el pantalón. Al fin quedaron los dos desnudos, de rodillas sobre el colchón, uno frente al otro, sin máscaras ni maquillaje, tal como eran. Mario enterró el rostro entre su melena clara, le fascinaba la incongruencia de aquel chico, su piel suave, su olor dulce, sus caderas estrechas, tan femenino, y a la vez el ligero roce de sus dos pollas lo asustaba, pero también lo excitaba de una forma nueva y maravillosa. Le recordó a aquellos seres mitológicos que le encantaban de pequeño, que podían ser mitad humano mitad animal. Pensó que había algo místico en la duplicidad de Andréi, algo sobrehumano e increíblemente hermoso.

—Me gustas —le susurró al oído. Andréi se apartó y lo miró disgustado.

—No lo digas si no lo sientes de verdad…

Mario se acercó una vez más —me gustas… —repitió.

Andréi lo abrazó con fuerza, y sus bocas se unieron una vez más, esta vez con furor y ansia, un beso que buscaba, lleno de deseo. Andréi, rodeó los dos penes con la mano, y empezó a acariciarlos al unísono con un ritmo delicioso. Los jadeos de Mario se intensificaron, sus respiraciones agitadas se mezclaban entre los besos que se negaban a cesar, y cada vez se apretaban más el uno contra el otro, como si quisieran traspasarse, como si pudieran convertirse solo en uno. Y los movimientos y los jadeos fueron escalando hacia un ritmo frenético que los acercaba al abismo, acelerando, acercándose al inevitable momento en el que estallaron el uno junto al otro, entre jadeos descontrolados, y el semen de ambos salió expedido entre los cuerpos que apenas se dejaban aire y parecían querer fundirse el uno con el otro.

Aun embriagados por el placer del orgasmo, se dejaron caer sobre la cama, sin soltarse del todo. Mario abrazaba su cuerpo menudo con los ojos cerrados, Andréi, lo rodeo por la cintura, enterrando su cara entre sus brazos, las piernas entrelazadas unas con otras. Cansados, algo ebrios, ente sábanas de seda y olor a sexo, cayeron dormidos casi sin darse cuenta.

Cuando Andréi despertó, notó enseguida el vacío a su lado. Se sentó en la enorme cama matrimonial para comprobar lo que ya sospechaba, no había nadie mas en la habitación, ni ruidos que llegaran desde el baño, y la ropa del chico había desaparecido. Se dejó caer de espaldas sobre la cama, y cogió un cojín para tener algo que abrazar. “Y qué esperabas, tonta” se dijo a si mismo. ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? Estaba enfadado consigo mismo. Era solo un juego, se recordaba, no debería haberle dejado que le diera la vuelta, no podía permitirse perder el control de esa forma. Solo era un polvo… intentaba convencerse… pero ¿por qué dolía tanto? Se tapó la cara luchando contra las ganas de echarse a llorar. No lo hagas, no lo hagas, se repetía. El caso es que por un momento llegó a creer que tal vez esta vez fuera diferente, había algo en la forma en la que él lo miraba que lo hizo creer… “¡Estúpida!” se recriminó.

Llamaron a la puerta en ese momento.

—¿Quién es? —preguntó recuperando la esperanza de golpe.

—Servicio de habitaciones —anunció una voz con crueldad dese el pasillo.

Andréi se levantó a regañadientes, se puso su bata blanca de seda y se dirigió hacia la puerta intentado poner un poco de orden en su melena enmarañada. Tras la puerta un camarero con un carrito con el desayuno.

—No he pedido el desayuno… — protestó.

—El caballero insistió que lo subiésemos a las doce.

¿El caballero?

La mesita con ruedas entro con su mantel blanco, sobre una bandeja había café, fruta, tortitas, y un enorme ramo de rosas rojas. Entre las rosas descansaba una nota:

“Tuve que irme a clase, no quise despertarte. Fue una noche maravillosa, espero que nos volvamos a ver.” Y debajo, un número de teléfono junto al nombre de Mario.

Andréi se sentó en una esquina de la cama con la nota en la mano pegada a los labios, el corazón galopando con fuerza y una sonrisa enorme en la cara. Y se recriminó a sí mismo: “¡Qué fácil eres!”.

Laurent Kosta

SI TE HA GUSTADO, LEE AHORA UNA DE ALS NOVELAS DE LAURENT KOSTA. EMPIEZA A LEER AQUI «MONTAÑAS, CUEVAS Y TACONES»: https://www.edicioneselantro.com/category/montanas-cuevas-y-tacones/

SIGUE LAURENT KOSTA PARA QUE TE SIGAN LLEGANDO HISTORIAS COMO ESTA

¿OTRO RELATO? sigue leyendo: https://laurent-kosta.com/2018/10/18/el-casting/

30 comentarios sobre “HABITACION 204

  1. Excelente el relató erótico que morboso todo el tiempo y además que te va provocando placer cuando lo vas leyendo y la imaginación va recorriendo todo el cuerpo
    Espero seguir disfrutando de más mis saludos

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  2. Dios Dios Dios, como disfrute este relato, me encanto, tu forma de escribir es tan erotica, atrapa con cada frase y me mantubo completamente dentro de esa habitacion. En verdad quiero mas

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  3. Oooh! Debo admitir q me encantó y que mi entre pierna es la prueba de eso, relatos así te atrapan y no quieres dejar de leer. Me gustaría otro encuentro entre david y el señor M (el actor obvio) sería genial. Acabas de apoyarte una fans nueva.

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  4. Increíble… Me encanto la manera de transportar a el lector a la historia… Yo me sentí en la habitación.
    Adoro también la humildad del chico al final, entregándole el dinero a su hermana. Love para ti

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  5. Me gusto😍 de verdad y x un instante yo tambien queria estar en la habitacion.
    Me encatan este tipo de lectura y ya estoy siguiendo tu blog para mas novedades.un saludo desde Argentina.

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  6. Nunca había leído este tipo de relatos pero me ha encantado… Y dos tios buenos!! Hasta me he enamorado yo de esa voz y dulzura de actor Jajaja
    Y el final me encantó, porque para mí como que no queda nada sucio…
    Eres una crack!!

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  7. Tu prosa es magnética Laurent -o como te llames- Y eso además de talento desarrollado es un don de duendes, al menos! jaja También escribo narrraciones, pero son historias familiares oirginarias y ficcionadas. Qué placerrr cuando uno puede leerte y comprobar que el erotismo, por duro que sea, no es pornografía sino amor -y muy humano- y del bueno!! Abrazo!! compañero

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