VÍCTOR Y RAMIRO (final)

CAPITULO 6

Hay veces que prefieres no tocar nada no vaya a ser que se rompa. Por eso Víctor no hacía nada por acelerar las cosas con Ramiro, aferrándose a la esperanza con la ceguera de todos los enamorados. Años más tarde llegaría a la conclusión de que fue un cobarde, jamás le pidió que se quedara, jamás le dijo que lo amaba. Tomaba lo que él le daba jugando a su mismo juego, pues sabía que cualquier acercamiento solo lo llevaba a huir, pero también porque le resultaba más cómodo. Ramiro era intenso, de una forma que lo dejaba agotado. Disfrutaba de los espacios de su ausencia tanto como de su presencia. Imaginaba que en algún futuro no muy cercano encontrarían la forma de encajar sus energías. Así que esperaba, aguardaba con la esperanza absurda de que fuese él quien cambiara.

Fue un mes de diciembre, apenas unos días antes de navidad, que Ramiro se presentó en su casa sobrio y con una botella de cava para celebrar su primera portada en Vogue. Era un salto decisivo en su carrera de fotógrafo y fue con Víctor con quien escogió celebrarlo. Bebieron y hablaron hasta la madrugada. Víctor había empezado a leer algunos libros de fotografía para entender mejor su mundo, y él disfrutaba explicándole los detallen técnicos de su trabajo. Y esas conversaciones siempre desembocaban en diatribas sobre arte y exposiciones que habían visto, lo que a su vez los llevaba a los viajes que habían hecho, las visitas al Moma en nueva York, o al Tate de Londres, y otros museos emblemáticos, y también a los pequeños descubrimientos artísticos inesperados, o a exposiciones de fotógrafos intrigantes, exhibiciones de Mapplethorpe o Bob Mizer que les hubiera gustado ver. Y con frecuencia acababan enfrascados en alguna discusión sobre quién fue el primer fotógrafo homoerótico, o sobre el origen o evolución del arte queer, un término con el que Víctor no empatizaba y que Ramiro defendía acaloradamente. Siempre que podía dirigía la discusión a la literatura, y diseccionaban “Orlando” o “El retrato de Dorian Gray”, y siempre que perdía acababan discutiendo de política, aunque solían coincidir mucho más de lo que Ramiro estaba dispuesto a admitir. Sus noches de conversaciones sin tregua se llenaron de pequeños rituales, la tabla de quesos con membrillo y el buen vino eran la aportación de Víctor, la maría y el sexo desenfrenado las de Ramiro. Los separaba una generación, sus orígenes, incluso su forma de vivir su sexualidad, —Ramiro criticaba su falta de compromiso, Víctor a su vez le recriminaba que cayera en todos los clichés de manual. Pero había algo, esa chipa ese no-se-sabe-qué, que hace que dos personas se busquen una y otra vez a pesar de las incongruencias. Tenía grabados sus imágenes favoritas de Ramiro, como fotografías que atesoraba en su memoria. Ramiro fumando de noche junto a la ventana con el torso desnudo, Ramiro saliendo de la ducha con el pelo mojado chorreando sobre sus hombros, Ramiro husmeando entre sus libros cuando se creía a solas en el salón, Ramiro concentrado liando un porro en el sofá, su favorito: Ramiro dormido en su cama por la mañana con la cabeza embutida en la almohada, y los brazos desorganizados sobre su cabeza. Había memorizado cada parte de su cuerpo: el tatuaje étnico en el hombro, la línea perfectamente definida de pelos que subía desde su pelvis hasta su ombligo, el mapa de sus lunares: dos en el hombro derecho, los que salpicaban sus brazos, el que tenía justo al lado de su ceja izquierda, y esa luna negra traviesa que bordeaba como un satélite la línea de su bello púbico.

Aunque Ramiro también tenía su lado oscuro. Seguía siendo esquivo, huidizo, reservado con su vida privada, y sabía que llevaba a cuestas un buen numero de secretos. Víctor sabía más sobre él de lo que debiera, fue el quien investigó su pasado cuando Tony y Al se lo encontraron y quisieron contactar con su familia. Sabía que se había criado en un barrio obrero, en el extrarradio de Valladolid, y sabía que sus padres no habían querido saber nada del hijo de dieciséis años al que habían hecho de casa. Ramiro no hablaba de eso, jamás hablaba de nada que fuese remotamente personal. Conocía sus gustos de arte y música, sus restaurantes favoritos, los lugares por los que le gustaba salir, sabía los nombres de sus amigos, incluso de sus amantes, hablaba de trabajo, de modelos, de otros fotógrafos, podían hablar y hablar durante horas, pero había terrenos que estaban vedados. No hablaba de su pasado, ni de su relación con Alfred y Tony, no hablaba de sus padres, ni nada que tuviese que ver con sus sentimientos.

Fue precisamente esa una de sus primeras discusiones —si puede llamársele una discusión—. Víctor le había estado contando lo mucho que tardó en perder la virginidad. Desnudos en su cama después de hacer el amor, parecía un momento propicio para la intimidad.

—En cierto modo es como si hubiera postergado mi adolescencia a los veinte años, no pude disfrutarla antes como debiera —explicaba—. A los veinte hice todas las cosas que me hubiera gustado hacer a los dieciséis ¿No te ha pasado…?

—Yo siempre tuve con quien follar —respondió él con su habitual cinismo, mientras aún se dejaba acariciar, y Víctor disfrutaba organizado los mechones de pelo revuelto en su cabeza.

—¿También en tu barrio en Valladolid? —Ramiro ignoró la pregunta y Víctor insistió —no pinta que fueran muy abiertos…

—Tenía mis recursos.

—¡Tenías quince años! —Ramiro entonces se sentó en la cama, dándole la espalda y comenzó a ojear su teléfono. Supo que le había molestado, y, aun así, insistió —¿He dicho algo que no debía?

       —Déjalo ¿Vale?

       —¿Dejar…? ¿el qué? —Ramiro le echó una mirada irritada como respuesta. —¿Alguna vez has estado enamorado? —la irritación se transformó en hastío —¿No puedo preguntar? —a Víctor le divertían sus pequeños berrinches, no se lo tomaba muy en serio. Entonces él se levantó y comenzó a vestirse. —¡oh, vamos…! — rogó, pero él volvió a ignorarlo. Víctor se levantó y fue tras él, quiso abrazarlo, pero se apartó y siguió buscando sus cosas, escenificando su enfado. —Eres libre de no contestar, pero no puedes enfadarte porque pregunte.

—Te pedí que lo dejaras.

—Tienes razón, lo siento… no debí insistir —concedió al tiempo que tiraba de las trabillas de sus vaqueros, atrayéndolo hacia él —¿Contento?

Entonces lo besó, y Ramiro desistió.

No se cansaba de besarlo, sus labios se abrían lo justo para él, siempre como una concesión cargada de incertidumbre. Besos cálidos, con la intensidad justa, besos que exigían, besos que sabían a promesa, besos perfectos.

—Si sigues con ese rollo, no volveré más —dijo él entonces, con su chulería desenfadada. La amenaza le sentó mal a Víctor, más después de haberle dejado claro que cedería siempre a sus caprichos. Pero hasta la estupidez tiene un límite.

—No te preguntaré por tu pasado si no quieres, pero deja de intentar manipularme. —Ramiro frunció el ceño como si no entendiera — Mi puerta siempre está abierta Ramiro. Puedes entrar o marcharte siempre que quieras. No te he pedido que vengas, y no pienso suplicar. Si tengo que hacerlo, entonces no quiero que te quedes.

Ramiro se lo quedó mirando serio. Luego cogió sus cosas y se marchó sin decir nada.

No lo detuvo. No era la primera vez que salía de esa forma abrupta. Sus llegadas siempre eran tan inesperadas como sus salidas, pero había aprendido a contar con que volvería a su vida tarde o temprano. Aquella vez, sin embargo, comenzó a dudar. Sabía que debía poner límites a sus maquinaciones, y, aun así, al cabo de unos días, la idea de que pudiera no volver más comenzó a volverlo loco.

No fue ese su final. Volvieron a encontrarse unas semanas más tarde por casualidad en el estudio de Alfred & Valenty. Se saludaron, hablaron un instante, como solían hacer siempre que fingían que su relación se limitaba a esos encuentros de ámbito laboral. Antes de despedirse Víctor solo añadió “¿te pasas luego?” y él respondió con otro breve “claro”, y así continuaron viéndose, sin decirse nada, sin esperar o prometer nada.

Y, sin embargo, no fue por culpa de Ramiro y sus miedos por lo que se estropeo. El delito por el que todo se iría a la mierda ya se había cometido, ya no había marcha atrás, no podía desaparecer. La suerte ya estaba echada, y Víctor siempre lo supo. Podía callarse, no decir nada, pero eso no cambiaba el hecho de que ya había ocurrido. También sabía que no habría arrepentimiento real, ni perdón, hasta que no confesara, y eso lo torturaba.

Y puede que escogiera el peor momento para una confesión, aunque es posible que uno nunca tenga la opción de escoger los tiempos adecuados, son más bien las ocasiones las que surgen de pronto, de la forma más inesperada y debes tomar la decisión de seguir adelante o no. Ser consecuente o no…

Ramiro no se presentó en el funeral de Alfred. Los que lo conocían bien sabían que no era por indiferencia, muy al contrario, Ramiro nunca dejaría que lo vieran mal, y su ausencia solo quería decir una cosa. —Ya me encargo yo, —le dijo a Tony, que no dejaba de preguntar por joven fotógrafo. Y se fue tras el entierro para buscarlo.

Los primeros meses tras el diagnóstico, Ramiro parecía el más positivo “yo le veo bien” solía decir. Esperaba, al igual que todos, que se recuperara. Cuando empezó a decaer y la enfermedad se cebó con su cuerpo, cuando ya era solo cuestión de tiempo, Ramiro no dejaba de encontrar excusas para estar fuera del país. Si bien sabía por Tony que siempre que volvía se quedaba con ellos, y pasaba horas hablando con Al, su amigo, mentor, quien le había inculcado la pasión por el arte, la moda y la fotografía, le había regalado su cámara canon y le había enseñado a usarla, le había dado una oportunidad laboral y un futuro. Alfred adoraba a Ramiro. Le gustaba su osadía y su insolencia hacia la vida, que veía como los ingredientes necesarios para un artista. También Al había sido un rebelde, un enfant terrible, en sus años como escultor, hasta que Tony y la moda le ofrecieron una meta para encauzar su locura. Y por lo mismo sentía una devoción desmedida por el joven que seguía sus pasos, con cierto orgullo de padre.

El día del entierro Víctor le escribió varios mensajes a los que no contestó, pasó por su casa, llamó a su puerta con insistencia, sin saber si estaba ahí o no. Habló también con algunos de sus amigos, pero fue cuando se dio por vencido y volvió a su casa que lo encontró borracho junto a la puerta de su piso, sentado en el suelo frío, dormido, con la cara pegada al marco de su puerta, y una línea de baba derramándose por su boca.

Escribió a Tony para informarle de que había encontrado a Ramiro, y que no debía preocuparse, que se haría cargo. Luego se lo llevó hasta la cama, y al igual que había hecho en ocasiones similares, lo desnudó y lo dejó dormir. Había pasado tiempo desde la última vez, y se alegró que aún considerara su casa un refugio, un lugar en el que sabía que nadie lo buscaría.

Ramiro se levantó sobre las tres de la tarde, Víctor pasó el resto del día recordándole que debía llamar a Tony, y él postergándolo. Al llegar la noche, desistió. —No vas a llamarlo ¿Verdad?

—Iré a su casa mañana ¿Vale? Solo quería estar tranquilo unos días…

—Lo entiendo. Pero Tony se preocupa por ti. Y no va a dejar de preocuparse…

Ramiro se quedó cabizbajo, con un gesto contenido que no le había visto antes. —Me pidió que le cuidara… —susurró. —Al… me lo dijo un par de días antes de… cuida de él por mi… —y la voz de le quebró antes de acabar la frase. —¿Cómo voy a cuidar de nadie si soy un desastre? —cerró los ojos y dos lágrimas cayeron simultáneamente sobre sus mejillas. Víctor se sentó a su lado, sabía que debía ir con cautela, Ramiro era como un campo de minas.

—No eres un desastre, solo… un poco caótico.

—Estoy jodido… y no dejo de joderlo todo… sé que en mi vida hay gente buena, pero siempre acabo rodeado de gente mala…

—Quizás sea momento de cambiar de tácticas…

—¿Crees que no lo intento?

Se habían acomodado en el sofá, juntos, y se había instalado entre ellos una atmósfera de intimida inusual, siguieron hablando, hasta que la noche volvió a alcanzarlos. Ramiro, cansado, se levantó y se dirigió hacia el dormitorio, se preparaba para pasar otra noche en su casa, y Víctor supo que no podía alargarlo más, no después de que él le hubiera brindado su confianza.

Lo siguió al dormitorio, donde él había empezado a cambiarse. —Ramiro, yo… —y según lo decía sabía que ya había tomado la decisión y no había marcha atrás. —Hace tiempo que debería haberte contado algo… pero he sido un cobarde…. —Le habló de la noche que lo recogió en la calle, en la que se durmió en su coche, la noche que Ramiro apenas recordaba, y que Víctor cruzó una línea roja que jamás debería haber cruzado.

—¿Te aprovechaste de mi cuando estaba inconsciente en tu cama? —y había algo de sarcasmo en su forma de preguntar, que hirió aun más a Víctor. —¿Estuve bien?

—Estuvo mal, no debería haber pasado, y yo… lo siento.

—No pasa nada, si hubiera estado consciente habríamos follado de todas formas.

—No le quites importancia.

—¿Necesitas que te perdone? … Olvídalo, seguro que tienes mucho más que perdonarme tú a mí.

—Nada que no haya aceptado libremente.

—Víctor, siempre haciendo lo correcto.

—Ojalá fuera cierto.

Los dos se quedaron en silencio un momento, mirándose desde lados opuestos de la habitación, entonces no lo vio, pero es posible que ese fuera el momento en el que algo se rompió definitivamente entre ellos.

—Está bien… estás perdonado.     

CAPITULO 7

Ramiro entró en la cafetería en la que había quedado con Sandra. Había tenido muchas dudas acerca de ese encuentro, pero las redes de la chica que no se rendía en la búsqueda de su novio se estaban convirtiendo en su pesadilla particular. La vio desde la entrada esperando en una mesa en la esquina. Solo se habían visto una vez, hace varios años, pero notó enseguida que había adelgazado mucho.

No había sido culpa suya, se decía una y otra vez, Rashim fue a aquella fiesta porque quiso, nadie lo obligo, no hubo engaño. No era su culpa que acabara mal, era imposible haberlo sabido… pero ella seguía buscándolo, después de tres años. Ya había hablado con ella cuando él desapareció, preguntó qué había pasado, y no supo responder. No fue muy amable con ella, ahora, tres años más tarde, necesitaba que dejara de buscarlo.

Se acercó hasta su mesa, la joven sonrió al verlo. Ojos negros, pelo negro, vestía de forma sencilla, una blusa negra sobre sus vaqueros, el rostro limpio, debía tener ya unos veintitrés. —Gracias por venir— dijo con su voz dulce de niña, y ya empezaba a arrepentirse. Preguntó con educación por su trabajo, por su vida, Ramiro debería haber preguntado también, pero tenía miedo de sus respuestas.

—Oye, Haili, ¿Qué es lo que quieres de mí?

Ella dejó la chachara y su sonrisa desapareció. —Tú sabes lo que le pasó ¿Verdad? Sé que había quedado contigo esa noche, aunque no me dijo para qué.

—Oye, ya te lo expliqué…

—Mira, si es algo que no puedes contarme, lo entiendo. Solo quiero saber si él está bien.

Sus ojos negros eran grandes y tan sinceros, que era difícil mentirle a la cara.

Enzo llamó a Ramiro aquella tarde, le dijo que el ruso quería que llevara a algún amigo. —Ya sabes… un modelo de los tuyos. Quiere un chico guapo, hetero—. No pensaba llevar a ninguno de los modelos, mucho menos a un hetero. De hecho, tenía dudas acerca de esa fiesta. Enzo se puso como un loco —¡No me falles, eh, somos amigos! ¡cuento contigo! —Vale, vale… accedió para que lo dejara en paz.

Se quedó en la cama tumbado, fumando, mientras pensaba a quien podía llamar que pudiera seguirles el juego. Entonces pensó en Rashim. Era suficientemente hetero, al menos tenía novia. Siempre estaba hablando de su novia, una buena chica con al que quería casarse. Halil era de buena familia, y lo tenía loco, el chico estaba realmente enamorado, pero la novia le salía muy cara. Rashim quería invitarla siempre, porque era un chico muy tradicional, y se sentía obligado a pagarlo todo, y además siempre quería comprarle cosas bonitas. El problema era que Rashim tenía un trabajo de mierda de reponedor en un supermercado y con eso no ganaba lo suficiente. Además, estaba su familia, que también esperaba que aportara algo en casa, aunque él quería ahorrar para poder casarse. El chaval estaba jodido. Así que había empezado a trapichear, y de vez en cuando también se prostituía para sacar algo de pasta. No era ningún santo, y desde luego no era el buen chico que su novia creía, aun así, no se merecía lo que le pasó.

—Mira tienes que olvidarte de Rashim —le dijo a la chica —No es quien tú crees. —Ella lo miró con desesperación —No va a volver, no puede. Me pidió que no te dijera nada, pero, ya me tiene harto este asunto. Deberías rehacer tu vida y olvidarte de Rashim… Tu novio se metió en un lio y se esfumó por eso.

—Él no se iría sin decirme nada.

—No te dijo nada para no meterte en un lío a ti también. Pero si sigues preguntando por ahí, acabaras metiéndote en un lío.

Ella bajó la mirada con los ojos llorosos —¿Qué tipo de lío?

—¡Joder! —Ramiro se revolvía en su silla. Tenía tantas ganas de largarse, pero quería dejar ese asunto zanjado de una vez. No podía más con esa chica. —¿De dónde crees que sacaba la pasta? ¿De verdad te creías que le pagaban tanto en el super? —y bajó la voz para darle un efecto más conspiranoico —oye, no quiero que te pase nada a ti, ¿entiendes? Cuanto menos sepas, mejor. Además, le prometí a Rashim que no te diría nada.

Los lagrimones caían por su mejilla —Pero no puedo quedarme sin saber… le amo.

Ramiro se tapó la cara con las manos. Odiaba tanto todo eso. Puede que fueran unos ingenuos, y puede que Rashim se hubiera buscado problemas, pero esos dos se querían de una forma empalagosa… se les veía tan felices juntos. Se agarró al hecho de que Rashim le había mentido y ella tenía derecho a saberlo.

—Mira guapa, tu novio no solo vendía droga, también ejercía de chapero ¿sabes lo que es eso? —Por su gesto confuso intuyó que no tenía ni idea —Dejaba que los tíos se la chuparan por dinero.

Eso si lo comprendió —¡Eso es mentira! ¿Por qué te inventas esas cosas?

—No me invento una mierda.

—Rashid no es gay —aseguró bajando la voz una vez más.

—No hace falta ser gay para cobrar por el sexo.

Y entonces ella se echó a llorar. —¿Por qué me estás diciendo estas cosas? ¡No lo entiendo! ¡Eres cruel!

—Solo quiero que abras los ojos de una puta vez, a ver si así me dejas en paz. Tu querido novio te mentía, y seguramente esté ahora con otra. Deberías olvidarlo y seguir con tu vida.

Y en cuanto terminó de decirlo se levantó y se alejó. No quería seguir viendo su cara compungida, y sus lágrimas de desengaño. Lo que había hecho era cruel, sí, pero era necesario.

Durante todo el camino de vuelta a su casa se repetía que había hecho lo correcto. Él no tenía la culpa… si el idiota de Rashim no se hubiera metido de todo… si se hubiese quedado en casa con su novia… Pero por más que se lo repitiera, no conseguía quitarse esa noche de la cabeza. Era como si llevara una voz gritándole dentro del cerebro, taladrándole con todo lo que pasó aquella noche. En cuanto llegó a casa se sirvió un wiski y luego otro, y otro más… intentando acallar las voces. El alcohol calmo los nervios, pero tumbado en el sofá solitario de su estudio no conseguía dejar de repasar esa noche.

Al que llamaban el ruso era Yuri Boglanovich, el hijo de un traficante de armas que estaba mega forrado. El ruso solía decir que su padre tenía más de dos mil millones de euros. Era un tío raro, con cara de obeso, aunque estaba delgado, pelo rubio ralo, labios de pez, ojos saltones, y muy maricón. Tenía casi treinta tacos, pero seguía viviendo en casa de papá, aunque eso era un decir, pues esa casa era tan grande que Yuri tenía su propio chalet y podía pasar semanas sin ver al resto de sus habitantes. Cuando papá estaba de viaje, el ruso montaba sus fiestas de chicos. Drogas, drogas, sexo y más drogas. Aquello era un absoluto despilfarro, todo por cortesía del ruso que a veces incluso repartía Rolex o IPhones como regalo a sus invitados. Durante un tiempo se había encaprichado de Ramiro, pero había perdido el interés porque era demasiado gay para su gusto. Al ruso le gustaban los heteros, a ser posible muy jovenes y muy guapos. Cuando estaba borracho le daba por decir que tendría que haber sido una mujer, pero que su tragedia era que, siendo ruso, jamás podría serlo, aunque tuviera todo el dinero del mundo. Su padre lo mataría si se enteraba. En sus fiestas siempre había un momento en el que se maquillaba, se pintaba las uñas, se ponía una peluca, tacones, y un vestido largo de lentejuelas, y comenzaba a coquetear con todos los chicos. Entonces era Katrina, y Ramiro tenía la sospecha de que montaba esas fiestas solo para poder ser la única chica de la fiesta.

Así que fueron a la fiesta del ruso esa noche, con Rashim. Solo que esa fiesta no era como las otras. Yuri había invitado a sus “socios”, eso decía, a Ramiro no le quedaba claro si eran socios suyos o del padre, pero estaba claro que esa fiesta era para ellos, y Yuri estaba muy inquieto intentando que lo pasaran bien a toda costa. En cuanto llegaron los repartió entre sus nuevos amigos.

—Este es Igor, está en el mundo de la moda —lo informó como si fuese una gran oportunidad, mientras le presentaba a un hombre que debía rondar los sesenta, que le tendió la mano para estrechársela, con una sonrisa condescendiente. Yuri casi lo sentó a su lado a la fuerza, contando las virtudes de Ramiro, ofreciéndolo como si fuese un regalo.

—¿De qué vas? —le dijo al ruso al oído.

—¿No querías la portada de Vogue? Este tío puede conseguirla para ti. Hazme caso…

No le gustaba que lo utilizaran, pero tampoco se animaba a dejar mal al ruso, no le convenía tenerlo a mal, pues sabía que era cierto que estaba muy bien conectado, asi que se sentó junto a Igor en un silloncito blanco mientras el anfitrión se alejaba para atender al resto de sus invitados.

—Asi que fotógrafo… —comenzó el hombre, dándole conversación. Tenía un acento eslavo muy marcado, y una voz aflautada, gafas de pasta negra, pelo gris, bien peinado, piel cuidada aunque surcada de líneas, llevaba una chaqueta de estampado fucsia cuidadosamente colgada de los hombros y un pañuelo color marfil atado al cuello. Sin duda tenía aspecto de alguien del mundo de la moda, le recordaba a una versión rusa de Yves Saint Laurent. Y, sin duda, se notaba que era un hombre con cierto poder, no dejaba de dar instrucciones a otros dos jovenes que estaban de pie a su lado, —¿Qué quieres tomar? —le preguntaba a Ramiro y luego daba instrucciones a sus guardaespaldas, o lo que fueran. Y continuaba haciendo preguntas —¿Con quién trabajas?… ¿Conoces a Sobachak? Tienes que conocerla… —y cada vez que terminaba una pregunta le ponía la mano en la rodilla. Ramiro pensó que lo mejor era empezar a embriagarse cuanto antes.

Una hora más tarde, se había olvidado por completo de Rashim, a quien no había vuelto a ver desde que llegaron. Seguía sentado en el silloncito blanco, con Igor y otro ruso llamado Gosha, que decía que se dedicaba a las películas, aunque por su forma de explicarlo Ramiro tenía sospechas de que se lo estaba inventando. Lo que no le cabía duda es que esos dos estaban forrados, al parecer Yuri pensaba entrar en el negocio de los clubs nocturnos, y sus socios pondrían la pasta, aunque se preguntaba por qué, si el ruso estaba forrado también. Estaba suficientemente colocado para que le importara una mierda. Una hora más tarde los tres estaban muy puestos de todo, se reían de cualquier cosa, sus nuevos amigos le enseñaban ruso, le hacían promesas laborales y le metían mano. Los dos hombres parecían dos víboras hambrientas en torno a la presa a la que ya todo le daba igual.

—Oooh, mirrra… ¿Qué es esto? —decía Igor sobándole el paquete —Essstá muy durroz…

Y reían.

—Me habéis puesto muy cachondo…

Ya tak rada…

Ya tak rada… —repetía Ramiro, y volvían a reír.

Ramiro entonces decidió que ya había tenido bastante. Tuvo que forcejear con sus acompañantes para poder incorporarse, pero estaba decidido. —Tengo que buscar a mi amigo… — puso como excusa, aunque era cierto que hacía rato que no veía ni a Enzo ni a Rashim, y se preguntaba si se habrían largado dejándolo en esa fiesta surrealista. Dio una vuelta, había gente en pelotas bañándose en la piscina, y el ruso ya se había puesto sus tacones y bailaba encima de una mesa.

—¿Has visto a Enzo? —le preguntó a gritos.

—¿Enzo? Estaba arriba.

Ramiro se dirigió a la escalera que subía a la segunda planta de la casa, dejando el ruido atrás. Había gente sentada en la escalera charlando, bebiendo y fumando. Arriba estaba oscuro. Cuando se disponía a cruzar el pasillo en busca de Enzo, se encontró con Igor. —¡Aquí estabasss! … —Ramiro quiso esquivarlo, pero venia con uno de sus guardaespaldas, o lo que fuera, que era un tipo grande y joven al que aún no había oído decir nada, y que lo arrinconó contra una pared. —¿Por qué tanta prisssa?  Podemos conocernos un poco mejor. —Luego le habló en ruso a su gorila, y este sonrió volviendo la vista a Ramiro. —¿Te he presentado ya a Dimitri? —y al decirlo apoyó su mano en los pectorales inflados de Dimitri en un gesto posesivo. —A Dimitri también le gustarrría conocerte mejor…?

Dimitri estaba un rato bueno, alto, musculoso, cuello ancho, pelo negro, nariz de boxedor, manos grandes. Sí, se fijó en sus manos, que ya estaban forcejeando con la hebilla de su cinturón.

No se molestaron en buscar una habitación, —de no ser por eso no se habría enterado de lo que pasó después —Dimitri se puso de rodillas delante de él, y comenzó a lamerle la polla, primero por encima de la tela de los pantalones que fue bajando lentamente para liberar su dureza, y comenzar a chupársela, recorriendo con su lengua el tronco, chupando sus testículos, para luego metérsela completa en su boca grande. Igor aprovechó que lo tenía ocupado para empezar a manosearlo, le desabrochó la camisa, le besó los pezones, y luego le giró el rostro para besarlo, el sabor rancio de su boca le dio asco, pero estaba atrapado. Igor lo besaba, lo acariciaba con sus manos callosas y huesudas, y no podía hacer nada para evitarlo. Luego tomó la mano de Ramiro y la forzó dentro de su pantalón esperando que lo masturbara, Ramiro cerró los ojos, y se concentró en la sensación placentera de la boca de Dimitri afanado en hacerle una mamada. Escuchó a alguien pasar por delante, escuchó las risas, el cristal de las copas de alcohol, la música distante, voces y puertas de quienes invadían los pasillos en la oscuridad, otros jadeos lejanos mezclándose con los jadeos babosos de Igor en su oído, concentrado en la paja que le estaba haciendo Ramiro. No le importaban los hombres mayores, pero no así, no cuando se imponían… se sentía utilizado y engañado, tenía ganas de pararlos, pero una parte de él se decía que sería más fácil acabar de una vez y que lo dejaran en paz.

Fue en ese momento cuando escuchó los gritos. Un alarido desgarrado en una lengua que no reconoció al final del pasillo, un cristal que se rompía, y de pronto cientos de gritos aterrados que provenían del exterior.

—¡¿Qué cojones?! —Se separó bruscamente de los dos hombres que lo acorralaban contra la pared, corrió hacia el final del pasillo por el que vio salir a dos tipos con el gesto descompuesto, acomodándose los pantalones, la puerta estaba abierta, cruzo el dormitorio hasta una terraza, una de las puertas acristaladas estaba rota, los cristales hecho trizas quedaban colgados del metal, y se asomó para descubrir el cuerpo de Rashim en el suelo del patio junto a la piscina, rodeado de un charco de sangre que se hacía cada vez más grande.

CAPITULO 8

No hay un momento más solitario en la vida que cuando te quedas de pie observando como tu vida se desmorona. Su relación con Ramiro era tan frágil como una huella en el fondo del mar, y cuando supo que se acercaba el final, solo le quedaba mirar como dejaba de brillar.

Iván.

No le dio mucha importancia la primera vez que mencionó a Iván. Ni siquiera supo su nombre entonces. Fue el verano que a Tony se le ocurrió alquilar una casa rural en Cantabria. Ramiro había estado quejándose durante un mes porque tendría que ir a pasar parte del verano en ese “pueblo de mierda”… Debería haberse dado cuenta cuando volvió. Le habló de ese “montañero” al que había conocido y que el resto se había empeñado que desvirgara.

—No estuvo mal —aseguró —A ver, el chaval estaba para echarle de comer aparte, pero estaban todo muy pesados con el tema.

Empezó a notarla cuando se presentó en su casa meses más tarde despotricando porque a Tony se le había ocurrido la brillante idea de traerse al montañero a Madrid —¿Te lo puedes creer? Entro en su casa y ahí está… ¿Qué se supone que tengo que hacer…? —Víctor no entendía qué era lo que le molestaba tanto —¡Lo que me jode es que no me preguntara! ¡Joder! ¡Debería haberme dicho algo! ¡Debería haberme preguntado si me parecía bien!

En un principio lo tomo por un ataque de celos. Tal vez temía que Tony lo estuviese reemplazando en su vida por otro joven al que también había invitado a vivir en su casa. Pero Ramiro no dejaba de hablar de ese chico, al que aún no le ponía nombre ni cara, (lo llamaba con mil motes diferentes).

Y después, el vacío.

Durante meses no supo nada de Ramiro. Ni una visita, nada. No era del todo inusual, pero, no recordaba la última vez que había dejado pasar tanto tiempo. Otras veces, cuando dejaban de verse largas temporadas era principalmente a causa de sus viajes o su trabajo. No esta vez. Sabía por Tony que Ramiro estaba en Madrid. Fue entonces cuando descubrió la verdadera trampa de su relación, ¿A quién podía preguntar por los motivos de su alejamiento? Tenían tantos amigos y conocidos comunes, pero ninguno sabía que ellos dos tenían una relación que iba más allá de la amistad y que había durado casi una década, más bien al contrario, se habían esmerado en fingir indiferencia el uno por el otro delante del resto.

El distanciamiento de Ramiro, sin embargo, había empezado mucho antes, por eso no lo relacionó con ningún montañero. Hacía tiempo que notaba que lo estaba perdiendo, y no sabía como revertir esa tendencia. ¿Había llegado el fin? ¿Le quedaba solo observar como la llama agonizaba hasta desaparecer? Entonces ¿Qué le quedaría de ese amor?

Al fin se encontraron después del verano en el estudio de Tony. Al verlo, recordó todas las veces que se habían escondido entre los vestuarios para follar, y esos códigos secretos que se habían ido desarrollando entre ellos con el paso del tiempo. Sus miradas se cruzaron un par de veces en la distancia— aunque no eran miradas que lo invitaran —antes de que Víctor se acercara hasta él.

—¿Dónde te has perdido? Hace mucho que no te veo.

—Lo sé… estoy algo extraviado.

—Espero que sea por una buena causa —Y eso le hizo reír, y Víctor volvió a enamorarse de su risa una vez más.  Y entonces llegó la confesión más inesperada de todas, que se le clavó como una daga hiriéndolo de muerte.

—Me he enamorado.

Víctor no comprendió, ¿Era una broma nueva? —¿Alguien que yo conozca?

Otra vez su sonrisa, aunque esta vez con una cualidad nueva, tenía algo de pudor o timidez, y un matiz distinto en la mirada. —Creo que te hablé de él: Iván. —Víctor no lo recordaba— el chico de la montaña….

—Oh… —ese que lo había cabreado tanto, del que no conseguía dejar de hablar, ese que parecía sacarlo de sus casillas, y estaba en todos sus pensamientos como no había estado nunca Víctor. —¿Estáis…?

—Sí. Estoy en una relación perfectamente monógama —y al decirlo volvió a recuperar su cinismo.

—Te han pillado.

—¡Auch! … me temo que sí. Enamorado hasta las trancas, como un gilipollas.

—Y ¿Dónde está tu media naranja?

Tuvo ciertas dudas antes de continuar —Está… en Baeza, en Jaén… Se está presentando a las pruebas de la benemérita.

Entonces sí que soltó una carcajada —¿En serio? —tenía que ser una broma —¿Te has enamorado de un guardia civil?

—Ya… bueno —y se encogió de hombros ante su falta de explicación. Entonces Víctor quien rio a gusto, incluso con un deje de crueldad.

—No me digas que tu novio va a acabar arrestándote. —Y los dos rieron ante la ocurrencia, que tal vez no fuera del todo descabellada.

Novio. Así que Ramiro tenía novio. Y uno del que todos hablaban maravillas: “¿Iván?” ¡qué buen chico!”, “Le ha tocado la lotería a Ramiro con ese chico”… Aquello lo tranquilizó, por extraño que pudiera parecer. ¿Un buen chico? ¿Al qué le gusta escalar montañas y quiere ser guardia civil? ¡Qué hacía un chico así con alguien como Ramiro! Alguien con una personalidad tan compleja como Ramiro acabaría aburriéndose del buen chico de montaña, y si no lo hacía, si seguían juntos, lo destruiría. Víctor llevaba años desentramando la maraña de las complejidades de Ramiro, sabía como manejarse entre sus fantasmas y sus miedos, sabía como estar a su lado. Estaba convencido de que aquello no duraría, y entonces Ramiro volvería a su lado, como hacía siempre. Y mientras llegaba a esa conclusión, se pregunto si no debería estar deseando que fuera feliz.

No hizo nada. Se fue a su casa a esperar pacientemente a que él regresara. ¿Fue ese su error? ¿Debería haber luchado por él? ¿Habría servido de algo? Pero no hizo nada, solo esperar, volcarse en su trabajo y esperar. Lo que llegó unos meses más tarde fue una invitación, para su boda.

Víctor se sentó frente a la pequeña nota en papel blanco, que pudo imaginar que sería idea de Tony. Ni siquiera le había escrito, aunque fuese un mensaje absurdo en el teléfono bromeando, riéndose con él como habían hecho tantas veces acerca de estas cosas. Quizás eso fue lo que más le dolió, que se quebrara esa complicidad entre ellos. Sin eso ¿quién era él? Solo un tipo solitario con un trabajo anodino y un novio imaginario.

Quiso ir a la boda, se armó de voluntad, incluso compró un traje para la ocasión… imaginando en cada momento lo que Ramiro le diría, la broma que le gastaría acerca de sus zapatos, o su corbata, las bromas que haría él acerca de que se casara… Quería conocer al hombre que le había arrebatado al amor de su vida. No fue capaz. No tuvo voluntad suficiente. Se echó atrás en el último momento, se quedó en su casa rumiando su soledad.

Los siguientes meses lo hundieron en un abismo solitario como nunca había vivido antes. Había perdido al hombre al que amaba, de la forma más tonta y vulgar, y ni siquiera tenía derecho al duelo. No tenía con quien compartir su perdida. Fue apartándose de quienes habían sido sus amigos por pura supervivencia, porque no podía soportar escucharles hablar de Iván y Ramiro. Iván y Ramiro, Iván y Ramiro, Iván y Ramiro… en algún momento se habían convertido en un par, y binomio inseparable en boca de todos, como lo son las parejas que llevan años juntos y no eres capaz de distinguir a una de la otra, o pensar en invitar a una sin contar con la otra. Dos mitades de una misma unidad indivisible. ¿Y él? Él se había convertido en un bufón. Un idiota que había creído en un espejismo, un arrogante que se había presumido rico cuando era pobre, se había dado aires de importancia en la vida de otra persona que ni siquiera era consciente del daño que había dejado atrás. Porque había acabado por comprender que Ramiro no lo sabía. No tenía la menor sospecha de cuánto lo amaba Víctor, para él solo había sido uno más de sus juegos. Su ausencia dolía como nada había dolido antes en su vida. La certeza de su amor no correspondido era una herida difícil de curar, y Víctor se regodeó en su dolor, que era el último vestigio de esa relación que de golpe parecía solo una quimera.

El destino, sin embargo, tiene una extraña forma de hacernos caer en los mismos errores. Fue exactamente un año después de recibir la invitación a su boda cuando Ramiro volvió a presentarse en su puerta con los ojos enrojecidos y el rostro desencajado.  Fue una extraña sensación de dejá vu que lo devolvió a esa primera vez que Ramiro apareció ante su puerta tras aquella misteriosa noche de la que se había negado a hablar siempre.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó, su corazón acelerándose ante la esperanza de una ruptura.

—Necesito tu ayuda… —tuvo unos segundos para decirse que lo sabía, que lo había sabido siempre, que tarde o temprano él acabaría regresando… antes de que su estúpida esperanza se estrellara contra el suelo —han detenido a Iván…

Iván.

Tuvo ocasión de conocer al esposo de Ramiro. Iván, que se había jugado el puesto contradiciendo ordenes de sus superiores para rescatar a unos inmigrantes a la deriva en una patera, condenados a una muerte segura en el océano. Iván que era valiente, inteligente, y tenía una fortaleza insólita. Se sentó frente al hombre que le había robado todo y no pudo hacer otra cosa que rendirse ante él. Se sintió un canalla por haber deseado que se separaran, y quiso salvarlo. Necesitaba salvarlo, como un acto de constricción, aunque fuese solo para que Ramiro le agradeciera librar a su amado de la cárcel.

Ganó el juicio solo por un tecnicismo. Una reciente ley aprobada en el congreso por un partido de extrema derecha prohibía cualquier ayuda a los inmigrantes para llegar a costas españolas, pero la ley del mar internacional obligaba a cualquier barco a rescatar cualquier vida que corriera peligro en alta mar.  Estando en el mar, Iván no tenía otra opción que acatar las leyes internacionales, aun cuando estas contravinieran la ley local de la costa e incluso las ordenes de un superior. Algunos habían esperado que aquel juicio mediático desautorizara la nueva ley del gobierno que consideraban injusta, en ese sentido la estrategia de Víctor resultó decepcionante, pues evitó posicionarse a nivel político. Liberó a Iván, pero no liberó a futuros inmigrantes de una ley que los dejaba desamparados. La guerra que había comenzado un joven guardia civil contra el sistema quedó diluida, sin vencedores ni vencidos, libre de penas por un tecnicismo. Y en cierto modo eso hizo que Víctor se sintiera insignificante al lado de Iván.

Unos días después del juicio, no obstante, Ramiro se pasó por su casa para agradecérselo. Llegó sin previo a viso, como siempre, solo se pasó por ahí. En cuanto lo vio el corazón le jugó una mala pasada, dando saltos de alegría como un niño pequeño, sin comprender nada de la realidad, solo porque había venido solo, sin su pareja…  —Quería darte las gracias…—comenzó a decirle. Pasaron al salón, se sentaron en el sofá en el que habían hecho el amor tantas otras noches, como si fueran dos viejos amigos que se saludaban por casualidad, sin nada más que decirse o echarse en cara. Quería decirle tantas cosas… pero no se sentía con derecho. Así que entraron en esa conversación superficial e incomoda que nada tenía que ver con ellos. —Iván está trabajando, ya sabes… tiene aun mucho lío con todo esto… — continuó como si fuesen dos desconocidos.

—¿Te sirvo algo? —preguntó, aunque quiso preguntar si abrían una botella de vino, como solían hacer.

—No, no… no puedo quedarme….

Por favor, quédate, pensó. Aunque no lo dijo, aceptando su papel secundario en su vida.

—Aunque sea un café.

—Sí, claro… —accedió.

Notó su inquietud en las manos mientras preparaba un par de tazas de café, con un solo un chorrito de leche y dos cucharadas de azúcar para Ramiro. Eran tantas las cosas que sabía de él. Resultaba tan postizo sentarse a hablar y tomar café juntos, sin quitarse la ropa ni comerse las bocas. Hubo un momento que dejó de escuchar lo que él decía, hablando de Tony o Richi, o algo acerca de la empresa que le importaba un bledo, solo podía fijarse en la forma en la que se movían sus labios, sus ojos de ese azul tan intenso, sus manos de dedos largos, como las de un pianista, su cuello, su barbilla, sus cejas… no había un rincón de su anatomía que no hubiera memorizado… cómo aprender a no tocarte, pensó.

De pronto hubo un silencio. Ramiro se había callado, consciente, tal vez, de que hablaba solo, y le sonreía con cierta complicidad.

—¿No le has contado lo nuestro? —preguntó Víctor rompiendo finalmente el silencio. Y como por arte de magia se creo de golpe la intimidad entre ellos que había echado en falta.

—No hizo falta, lo adivinó en cuanto te vio —bromeó Ramiro.

—Espero que no fuera un problema —en realidad esperaba justo lo contrario, si al menos pudiera se run problema en su vida.

—Iván no es celoso. En serio, no sé como lo consigue, porque yo he descubierto que no soporto que nadie se le acerque… —lo decía con una sonrisa, y siguió hablando de su amado sin que nadie lo motivara para hacerlo, y se notaba en su mirada y su sonrisa que lo amaba. Era tan obvio, tan claro. Tan hiriente. No le costaba nada hablar de él, y había empezado a contarle cómo Iván le había pedido que se casaran con un anillo que había hecho con los restos de un terremoto en el que había colaborado en labores de rescate y cómo Ramiro había sentido la necesidad de confesarle todas sus perversiones antes de aceptar para que Iván estuviera seguro de querer casarse con alguien como él. Y entonces se lo preguntó, quizás con una pizca de maldad.

—¿Le hablaste de aquella noche?

—¿Qué noche?

—Sabes que noche —. Ramiro ya no preguntó más, sabía a que noche se refería, había intentado hablar con él de esa noche tantas veces. Ramiro se recostó en el sillón, la mirada perdida, quizás regresando a ese recuerdo que lo perseguía. Tardó un rato en responder.

—No puedo contárselo… Iván… él querría arreglarlo, y… no puedo hacerle eso.

Sintió una extraña satisfacción al descubrir que aun quedaba algo de Ramiro que era únicamente suyo, aunque fuese algo rastrero.

—¿Qué pasó esa noche? Lo que sea, han pasado más de seis años, hace tiempo que ha prescrito…

—¿Por qué estás tan convencido de que he cometido un delito? —en sus ojos un instante de sarcasmo le quitó peso a la confesión.

—Dime qué pasó.

—No fui yo… —dijo al fin, y en su negativa y su mirada evasiva se notaba aun el peso de aquella noche —Aunque fue culpa mía…. —añadió en un susurro. Víctor no dijo nada, sabía que buscaba la forma de contarlo, y que no le resultaba fácil. —Un chico murió… era un buen chico, estaba muy enamorado de su chica, y trabajaba mucho… quería casarse. También se prostituía de vez en cuando, porque no ganaba suficiente, y quería irse de casa y llevarse a su chica… me caía bien, un buen tío… No debería haberlo llevado a esa fiesta. Pensé que querría porque le pagarían bien, pero… —y volvió a perderse en su culpa y sus recuerdos.

—¿Cómo murió?

—Supongo que fue un accidente… no sé que mierda se tomaron, yo no estaba, pero el chico… se volvió loco de pronto… cayó del segundo piso, ¡joder, le reventó la cabeza!… —y por la forma en la que se quedó mirando al infinito supo que aún no había terminado, al cabo de un rato volvió a hablar, y su voz resultó más oscura que nunca —Nadie sabe que está muerto… creen que se fugó o algo… su chica… ella sigue buscándolo. No querían que se supiera nada… esa gente —cerró lo ojos, como si el recuerdo doliera —no podían dejar que nadie lo supiera… No sé qué hicieron con el cuerpo… nos echaron a todos de ahí… yo quería llamar a una ambulancia, a alguien, lo juro… pero esa gente… joder esa gente es peligrosa… —su rostro se contrajo durante unos instantes, los puños cerrados, la mandíbula apretada.

—No te culpes. Si hubieras hecho algo tal vez también estuvieras muerto.

—Yo le llevé ahí. Lo convencí.

—Era un adulto, no eres responsable de las decisiones que toman los demás.

De golpe volvió la vista hacia Víctor, los ojos húmedos con el peso del remordimiento —Voy a joderlo ¿verdad? Lo de Iván… acabaré por estropearlo todo… enterrándolo en mi mierda… debería alejarme de él… sería lo mejor para él ¿no crees?

Y ese era el momento que Víctor había estado aguardando, el instante en el que Ramiro se diera cuenta de que solo él lo comprendía, solo él podía estar a su lado, porque era capaz de perdonar sus aristas, de aceptarlo con todo. Pero no fue capaz de decirlo. No pudo hacerlo. Viendo sus lágrimas comprendió cuánto amaba Ramiro a Iván. Su amor era sincero y profundo, un amor que nunca había sentido por Víctor.

—No digas tonterías, tú también eres un buen tío.

—No lo soy…

—Claro que sí. Puedes haber cometido errores, pero eso no te convierte en una mala persona. Todos hacemos estupideces de las que nos arrepentimos alguna vez.

—No Iván —y lo dijo con cierta carga de hastío.

—Bueno… se ha casado contigo… —Ramiro soltó una carcajada que disipó las lágrimas ligeramente. —Le quieres ¿verdad?

Se tomó un momento para soltar un largo suspiro antes de contestar —joder, no sabía que se podía amar tanto a alguien…

—Es un milagro ¿sabes? Que dos personas en el mundo se encuentren, y se enamoren de esa forma el uno del otro… Ocurre tantas veces que los amores acaban desencajados, no correspondidos… desequilibrados… hay tantas más probabilidades de que acabe mal, que la posibilidad de dar justo con esa persona de entre todos los millones de posibilidades… Si lo piensas, lo que tenéis tú e Iván es casi imposible—. Y los dos compartieron una mirada de complicidad en ese instante—. Es magia —y Ramiro sonrió.

Más tarde, a solas, se esforzó por convencerse de que era verdad, que él sería feliz y que eso debería bastarle. Podría decir que esa noche comprendió que Ramiro no era para él, que su acto de generosidad fue por amor, y muchas cosas más. En realidad, fue mucho tiempo después, cuando acabó por conocer bien a Iván, que comprendió cual había sido su error. El momento exacto en el que perdió a Ramiro.

Fue la noche en la que confesó su debilidad, su acto de violencia, su traición. Y no por la traición en si misma, que Ramiro le perdonó y lo hizo sinceramente. Fue otra cosa. Ramiro llevaba mucho tiempo perdido en el fango, y todos sus intentos por escapar solo lo hundían más y más en esa tierra movediza que eran sus vicios. En el fondo buscaba que lo rescataran del fango en el que se sumía más y más. Era eso lo que le había atraído de Víctor, es posible que pensara que Víctor podía arrastrarlo fuera del lodo, lejos de esa vida que se había convencido que deseaba, ese círculo vicioso del que no sabía cómo escapar. Pero aquella noche comprendió (como no supo comprender Víctor entonces) que Víctor era débil, y que acabaría por arrastrarlo al fango con él. Ramiro necesitaba a alguien como Iván. Ese brazo fuerte y firme, tan arraigado en sus principios, incapaz de desviarse del camino, para sacarlo de entre su mierda y liberarlo al fin de si mismo.

Aquella noche, sin embargo, aun no había llegado a comprender. Aquella noche se quedó de pie junto a la ventana, con el peso del mundo sobre sus hombros, observando como Ramiro salía de su portal, se alejaba caminando por la calle, lejos de su vida, aceptando que había llegado el final, que lo había dejado marchar y lo había perdido para siempre.

Un relato de Laurent Kosta.

Víctor y Ramiro son personajes de la saga de «Montañas, Cuevas y Tacones» editado por Ediciones El Antro.

SI QUIERES SABER MÁS SOBRE RAMIRO, IVÁN Y VICTOR, LEE LA SAGA DE «MONTAÑAS CUEVAS Y TACONES»: https://www.laurentkosta.com/

9 comentarios sobre “VÍCTOR Y RAMIRO (final)

  1. Un final esperado.. Pero inesperado… Gracias querida Laurent, por este raro sabor de boca… Al igual que los anteriores, lo ame…y permanecerá por siempre en mi biblioteca… Tengo que terminar de digerirlo.. Lentamente!!!😶

    Le gusta a 1 persona

  2. Me ha encantado saber más de Víctor y Ramiro. Aún sabiendo el final que les esperaba, no he podido evitar estar un poco triste por Víctor, por ese amor no correspondido. Pero todo llega.
    Gracias Laurent

    Le gusta a 1 persona

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